Mañana del 21 de diciembre de 2014. Recién cumplido mi
cuarenta y siete aniversario me enfrentaba a la asistencia del primer mítin de
mi vida después de casi medio siglo de existencia. La formación Podemos ha
obrado este pequeño “milagro” en el fuero interno de un servidor alejado de los
fastos (pre)electoralistas de unos partidos en que los unos tratan de “rendir
cuentas” para con sus votantes y los otros tratan de enmendar la plana a los
que han tocado poder. En el pabellón de la Vall d’Hebrón de Barcelona se concentrarían unas
tres mil personas en su interior y algo más de un par de miles en sus aledaños
durante un mítin que apenas duró una hora. En todo caso, tiempo suficiente para
que la dialéctica de Pablo Iglesias prendiera en el ánimo de los asistentes al
acto, en razón de un discurso perfectamente trabado que trataba de mantener una
actitud equidistante frente al poder que representa Convergencia i Unió (CIU) y
el Partido Popular (PP) en Barcelona y Madrid, respectivamente. En la primera
hilera de las sillas habilitadas para la prensa reconocí, entre otros, los
rostros de Joan Tardà d’ Esquerra Republicana de Catalunya (ERC) y Ricard Gomà d’Iniciativa per Catalunya Verds (IU), también Teniente de Alcalde por el Ayuntamiento de Barcelona. Demasiado confiados estuvieron los
organizadores del acto de que ese espacio reservado a la prensa se llenaría a
las primeras de cambio, pero no fue así al punto que un servidor y mi pareja,
Esther Solías, nos pudimos sentar en las cercanías de un escenario parejo en sus
medidas a las de un cuadrilátero. Sobre la lona
del Pabelló de la Vall
d’Hebrón Pablo Iglesias no tenía más que un adversario ficticio; su punch dialéctico arremetió contra el stablishment, pero también lanzó algún recado para la CUP (un abrazo con carga de
simbolismo entre su líder David Fernández y Artur Mas, al calor de los logros
cosechados durante la jornada del 9-N, en pro de una Catalunya independiente)
que el propio interesado recogió el guante
en las redes sociales con elegancia matizada en los días subsiguientes con un
sentimiento de decepción. No en vano, la
CUP y Podemos preservan en su «ADN» una
similar visión en la lucha por los derechos sociales del pueblo, pero mientras
el partido en el que milita Fernández persigue unas señas identitarias en el
territorio catalán, Podemos abunda en la necesidad de trabar un discurso
integrador de la realidad de distintas naciones en una misma. Fuera de esa
referencia, acaso un tanto malintencionada de Iglesias (algo que hubiera podido
ahorrarse, en verdad), gran parte de su discurso lo hubieran suscrito los
representantes catalanes de los partidos de la izquierda que se situaban a pie
de escenario/cuadrilátero, sobre todo cuando hizo referencia a las
desigualdades sociales registradas en la propia Ciudad Condal, enfrentando la
realidad de Sarrià (feudo, dicho sea de paso, de la mansión de la familia de la Infanta Cristina , actualmente desterrada a Suiza por la divina providencia de una implacable
justicia) con la de Ciudad Meridiana, bautizada de un tiempo a esta parte Villa
Desahucio para escarnio de un Partido Popular, en connivencia con los bancos,
que ampara estas políticas que atentan contra la dignidad de las personas. En
ese punto del mítin, los colectivos por los afectados de la Hipoteca (la PAH), algunos
de los ellos situados a nuestras espaldas, arrancaron en aplausos y vítores
hacia la figura mesiánica de Pablo
Iglesias, quien había llevado el mensaje a la tierra santa catalana que el cambio dependía de la voluntad de un
pueblo que debería ser dueño de su destino, sopena que el bipartidismo siga amparando
un status quo invadido de corrupción,
en que los unos se tapan las vergüenzas a los otros. Brillante orador (no leyó
ni una sola línea que hubiera podido haber anotado en la previa en algún papel
y guardado en uno de los bolsillos de sus jeans),
Iglesias tuvo tiempo para hacer una nota culta
al referirse a las novelas de Pepe Carvallo, escritas por Manuel Vázquez Montalbán,
que para muchos españoles no nacidos en Catalunya constituye una mirada a la realidad de “otra”
Barcelona, la afincada en el Barrio Chino en los años sesenta y setenta. Un
periodo temporal donde asimismo hizo fortuna el nombre de otro escritor, Ken
Kesey, autor de Alguien voló sobre el
nido del cuco (1962), cuyo contenido establece una conexión directa con la
realidad de nuestro país en la segunda década del siglo XXI. En su sentido alegórico,
Pablo Iglesias viene a postularse el Randle Patrick McMurphy de la ficción
literaria de Kesey, en ese mundo donde Mariano Rajoy (el equivalente a la
enfermera Ratched) gobierna una realidad a golpe de píldoras que tratan de hacernos creer una realidad inexistente. Cuerpos
somatizados que deambulan por el
espacio de la mentira, del mantra del
peligro que representa la fuerza de Podemos para la viabilidad de un país como
España. A todos los que hemos apostado por Podemos nos llaman ilusos, ingenuos
y demás calificativos que me ahorro reproducir. Siguiendo el dictado del título
de otra de las novelas de Ken Kesey, A
veces, un gran impulso llama a la puerta del despertar de nuestras
conciencias aletargadas durante tanto tiempo en una idea de bipartidismo, sinónimo
de estabilidad social, política, financiera y económica (Mariano Rajoy dixit). De A veces, un gran impulso (1964) se hizo una adaptación cinematográfica
que llevaría por título Casta invencible
para su estreno en el estado español. Un título que, en esencia, rebate una de
las máximas de los front (wo)men de
Podemos, dispuestos a combatir a la casta en tantos cuadriláteros habilitados
para la oratoria desde donde sea posible de aquí al otoño de 2015. Mientras
tanto, alguien nacido en Barcelona en
diciembre de 1967 seguirá volando sobre
el nido de Podemos con la mirada puesta en alimentar una idea de cambio que cubra un
manto de esperanza en aras a una mayor justicia social.
Existe vida después del cine. Muchos me vinculan a este campo. Este blog está dedicado a mis otros intereses: hablaré de música, literatura, ciencia, arte en general, deportes, política o cuestiones que competen al día a día. El nombre del blog remite al nombre que figura en mi primera novela, "El enigma Haldane", publicada en mayo de 2011.
viernes, 26 de diciembre de 2014
jueves, 18 de diciembre de 2014
«LA VIDA SIN ARMADURA» de Alan Sillitoe: LA SOLEDAD DEL ESCRITOR DE FONDO
Tres de las personalidades que
más admiro nacieron en 1928: el escritor Alan Sillitoe, en marzo; el científico
James D. Watson, en abril y el cineasta Stanley Kubrick, en julio. Además,
todos ellos tienen en común que ocuparon plaza, en alguna o diversas etapas de
sus respectivas existencias, en Gran Bretaña y experimentarían el sentimiento
de contabilizarse como extranjeros durante las ausencias de sus respectivas
localidades o ciudades natales. De este trío de personalidades el único nativo
de Gran Bretaña sería Sillitoe, territorio que pisarían los norteamericanos Watson
y Kubrick con el fin de poner viento en popa a sus respectivas carreras
profesionales. Justo en el periodo —concretamente, 1962— en que
este último decidió fijar su residencia en Inglaterra, Sillitoe colocaría el
cierre de sus vivencias en su autobiografía editada por primera vez en lengua
castellana gracias a la pericia y el tino, una vez más, del sello Impedimenta.
Precisamente, la industria cinematográfica de la que formaría parte Kubrick es
el “personaje invitado” del relato existencial de Sillitoe en las últimas páginas
de La vida sin armadura. Una autobiografía (publicada en el Reino Unido en 1995), en razón de las adaptaciones a la gran pantalla de Sábado noche, y domingo por la mañana (1958) y La soledad del corredor de fondo (1960) —asimismo ambas editadas por Impedimenta hace pocos años—, libradas por dos figuras
clave del free cinema, esto es, Karel
Reisz y Tony Richardson (otro de los nacidos en 1928). Sillitoe, perteneciente
a una familia obrera de un suburbio de Nottingham, sufrió en sus propias carnes
las embestidas de la Segunda Guerra
Mundial, pasando a considerar en sus primeros estadíos vitales el cine conforme
a uno de los principales refugios con el objetivo de ausentarse de esa
lacerante realidad. Un refugio solo superado por su fiebre lectora, aquella
destinada a abonar el terreno para la siembra de una incesante pulsión por
escribir obras en prosa y poesía.
A través
de sus más de trescientas páginas Sillitoe pasa revista en La vida sin armadura a una historia personal que, a las primeras de
cambio, parece mostrarse inmisericorde con la realidad de su propio entorno
familiar. Así, en la primera página del libro el escritor inglés expresa sobre
su progenitor que «Era corto de piernas y megacefálico, y lo
cierto es que ni con millones de años y una máquina de escribir habría podido
producir un soneto shakespeariano». Una sentencia
que podría anticipar el tono a “tumba abierta” de un libro de memorias
elaborado a partir de infinidad de notas tomadas desde bien temprano —en este
aspecto se asemejaría sobremanera a su colega Vladimir Nabokov, el autor que
Kubrick llevaría a sus dominios en aras a adaptar al celuloide la magistral Lolita (1955)—, en
que sobrepasa con extraordinario margen el cupo de citas “recomendable” de títulos leídos a
todas horas y en numerosos países. No obstante, lo que nos ofrece la presente
obra es un relato que rebaja considerablemente las “expectativas” ofrecidas en
su primer capítulo, dejando que por momentos su literatura cabalgue a los lomos
del puro género de aventuras cuando oficia de radiotelegrafista, a sueldo de la RAF , en el continente asiático
durante la Segunda Guerra
Mundial, o en su periplo por la península ibérica durante la primera mitad de
los años cincuenta. Tampoco escapa un tratamiento propio del drama —sin que
la ironía y la socarronería le llegue a abandonar del todo— al
calor de los episodios narrados sobre la tuberculosis sufrida, pasaporte a una
vida “celestial” o un lastre físico (y psíquico) difícil de sobrellevar salvo
si procurara un cambio de aires que le situaría en Mallorca durante varios años. Sóller sería el centro
de operaciones balear de Sillitoe desde donde organizaba excursiones —favorecido
por el clima Mediterráneo— ya sea a pie, en coche o en bicicleta,
medio de transporte que le situaría a las faldas de la residencia de Robert
Graves, el autor de Yo Claudio, de quien tomó cumplida nota de sus
enseñanzas. Una sapiencia derivada del conocimiento personal que complementaría con un background de lecturas absolutamente
descomunal, que apuntaba en distintas direcciones con el propósito que un hipotético
eclectismo jugara a favor de su desarrollo y formación en calidad de escritor a la búsqueda de un estilo propio. Solo así
Sillitoe entendía el arduo proceso para conquistar una meta. Una meta que parecía
inalcanzable pero acabaría abriéndose su particular cielo al cumplir los treinta años habida cuenta de la publicación
de Sábado por la noche, y domingo por la
mañana y, a renglón seguido, La
soledad del corredor de fondo, cuya génesis se reducía a la imagen ofrecida desde una ventana de un
hombre que había visto correr. Algunos calibrarán que la
treintena es una etapa óptima para debutar en el campo de la escritura de
novelas o de relatos cortos, pero desde el prisma de alguien que llevaba una
docena de años enviando manuscritos a numerosas editoriales y periódicos con un porcentaje muy elevado de respuestas negativas, la
desesperación hubiera podido ser la antesala al abandono de dicha actividad. Sillitoe
no cejaría en su empeño, desprovisto de una armadura que equivale, entre otros
asuntos, a una posición económica holgada. Más que un colchón, hasta que no
llegó el éxito de Saturday Night, Sunday
Morning —adaptación cinematográfica incluida—,
Sillitoe contaría con una sábana para poder soportar una eventual caída. Un
sustento frágil que provenía, en buena medida, de una pensión consignada por el
estado británico debido a la tuberculosis sufrida durante su estancia en el sudeste asiático
(con un episodio que podría ser una “versión malaya” de Picnic en Hanging Rock de Joan Lindsay, en virtud de la desaparición
de seis soldados en una zona elevada por espacio de una semana). Cuando este
sustento estuvo a punto de esfumarse, Sillitoe abandonaría el terreno de la
precariedad, saliendo a flote merced a ese Sábado
noche, domingo por la mañana, relfejo de una realidad que conocía de
primera mano con influencias de su admirado D. H. Lawrence y de una relación impresionante
de obras literarias que devoraría con idéntica pasión a la que se encomendaría para el ejercicio de la escritura, la única manera que conocía para mitigar un
dolor proveniente de las cavernas de su
memoria, allí donde la batalla se libraba en su propio hogar. A partir de
entonces, su hogar sería el mundo y
su patrimonio la literatura
universal.
martes, 9 de diciembre de 2014
«LAS DOS SEÑORAS GRENVILLE» de DOMINICK DUNNE: ¿EL CASO DE LA VIUDA NEGRA?
En uno de
los capítulos de Plegarias atendidas
(1987), obra de Truman Capote (1924-1984) publicada a título póstumo, su autor
no duda en colocar el dedo acusador sobre Ann Hopkins, la mujer a la que otorga
toda la responsabilidad del asesinato de su marido William Woodward Jr.,
representante de la alta sociedad neoyorquina. Dicho homicidio ocurrió a
mediados los años cincuenta cuando Capote ya frecuentaba los ambientes selectos
de la Ciudad
de los Rascacielos, dejándose ver en fiestas, celebraciones y actos privados
programados por las elites neoyorquinas. Un par de años antes de la publicación
de Plegarias atendidas, un coetáneo
de Capote, Dominick Dunne (1925-2009) había arbolado su segunda novela, Las dos señoras Grenville (1985), a
partir del relato vital del alter ego de Ann Hopkins, Ann Woodward, cuya tragedia
empezaría el mismo día que presuntamente disparó a su marido al confundirlo con
un intruso, en un caso parejo al sustanciado en los tribunales estos últimos
años en relación al atleta sudafricano Oscar Pistorius y su mujer.
No cabe duda que los treinta años
transcurridos desde que Dunne reprodujo en las páginas de "Vanity Fair" sus impresiones sobre el caso Woodward y la publicación
novelada de la existencia de Arden en Las
dos señoras Grenville marcaría su hipotética “rivalidad” con los textos
escritos por Capote, notario de esa sociedad acomodada a la que no escatimaría
lanzar envenenados dardos en el centro de las dianas de algunos de sus
miembros, entre ellos Ann Woodward, fiel exponente de mujer arribista nacida en un
ambiente con escasos recursos económicos. El origen humilde de Arden ejercería
un severo contraste con la realidad de una vida de lujo servida de la mano del potentado Woodward Jr. Evidentemente, este último espacio es el que merece captar la
atención de Dunne en Las dos señoras
Grenville con arreglo a perseguir un dibujo lo más certero posible sobre
una mujer y su entorno, víctima de una codicia desbocada. Desde las trincheras del periodismo él conoció el
relato de esa caída en desgracia de Mrs. Arden pero, al cabo, cabía orientar la
historia hacia los confines de la literatura, en su caso alta literatura, en
virtud de un material perfectamente asimilable a la obra de F. Scott Fitzgerald
y a la del propio Capote.
Por primera vez en nuestro país se atiende a la edición de una de las obras pergeñadas por Dunne, en concreto Las dos señoras Grenville, y lo hace de la mano del sello Libros del Asteroide, fiel a la necesidad de ir dotando de una polifonía de voces autorales ―de muy distintos espacios georgráficos― un catálogo que excede de largo los ciento treinta títulos en sus siete años de existencia. Al amparo de una impecable traducción a cargo de Eva Miller, la lectura de Las dos señoras Grenville se hace especialmente gratificante, en su necesidad de construir un relato que, pese a la entrada y salida de numerosos personajes secundarios, nunca pierde la cara al sentido de que Anne Grenville tenga una presencia troncal. Cierto que Dunne hubiera podido prescindir de algunos pasajes que parecen meros subrayados con el fin de crear un discurso narrativo sólido, pero en su conjunto The Two Mrs. Grenville evidencia su extraordinario dominio de una prosa en cuyo centro de gravedad se sitúa la exquisitez en la descripción de ambientes sojuzgados por la púrpura del poder que confiere saberse rodeado de millonarios dispuestos a dejarse una ínfima parte de sus fortunas en casinos o prestándolas a un tercero para una causa “noble”. Páginas que se van deslizando por nuestros dedos con un diáfano pronunciamiento de asistir a un curso de una literatura que parece haber prescrito, más propia de haberse situado en el tiempo justo pocas fechas después de la muerte de Woodward (en la novela Billy Grenville) y, por consiguiente, susceptible de que hubiera sido adaptada al celuloide, en primer término, por Joseph L. Mankiewicz. No demasiados cineastas como él hubieran sabido extraer con minuciosa precisión los detalles que se esconden en los pliegues de esta obra que pone al descubierto el gran talento literario de Dunne, otrora cronista de un universo que coparía las páginas de sociedad de la segunda y tercera parte del siglo XX. Allí donde un personaje de las hechuras de Ann Grenville tuvo cabida, siendo su suicidio un acto asistido por su mala conciencia, entre otras, debido a su condición de bígama. Esa condesa descalza abrigaría la necesidad de reinventarse fuera de la sombra protectora de su segundo marido, reservando las últimas páginas del libro a la descripción de una lánguida decadencia donde no faltan referencias a personalidades de nuestro país, como Salvador Dalí, e incluso de un dibujante llamado Alejo Vidal-Cuadras, que dista de la figura de ese europarlamentario de idéntico nombre y apellido compuesto, cuya mirada aviesa parece esconderse tras una capa. Curiosidades al margen, la edición de Las dos señoras Grenville sirve para reivindicar la figura en calidad de prosista de Dominick Dunne –padre del actor Griffin Dunne— y, por encima de todo, el buen gusto literario al calor del retrato de una época y de unos personajes de los que parecían ser cautivos casi en exclusiva de Fitzgerald y Capote.
Por primera vez en nuestro país se atiende a la edición de una de las obras pergeñadas por Dunne, en concreto Las dos señoras Grenville, y lo hace de la mano del sello Libros del Asteroide, fiel a la necesidad de ir dotando de una polifonía de voces autorales ―de muy distintos espacios georgráficos― un catálogo que excede de largo los ciento treinta títulos en sus siete años de existencia. Al amparo de una impecable traducción a cargo de Eva Miller, la lectura de Las dos señoras Grenville se hace especialmente gratificante, en su necesidad de construir un relato que, pese a la entrada y salida de numerosos personajes secundarios, nunca pierde la cara al sentido de que Anne Grenville tenga una presencia troncal. Cierto que Dunne hubiera podido prescindir de algunos pasajes que parecen meros subrayados con el fin de crear un discurso narrativo sólido, pero en su conjunto The Two Mrs. Grenville evidencia su extraordinario dominio de una prosa en cuyo centro de gravedad se sitúa la exquisitez en la descripción de ambientes sojuzgados por la púrpura del poder que confiere saberse rodeado de millonarios dispuestos a dejarse una ínfima parte de sus fortunas en casinos o prestándolas a un tercero para una causa “noble”. Páginas que se van deslizando por nuestros dedos con un diáfano pronunciamiento de asistir a un curso de una literatura que parece haber prescrito, más propia de haberse situado en el tiempo justo pocas fechas después de la muerte de Woodward (en la novela Billy Grenville) y, por consiguiente, susceptible de que hubiera sido adaptada al celuloide, en primer término, por Joseph L. Mankiewicz. No demasiados cineastas como él hubieran sabido extraer con minuciosa precisión los detalles que se esconden en los pliegues de esta obra que pone al descubierto el gran talento literario de Dunne, otrora cronista de un universo que coparía las páginas de sociedad de la segunda y tercera parte del siglo XX. Allí donde un personaje de las hechuras de Ann Grenville tuvo cabida, siendo su suicidio un acto asistido por su mala conciencia, entre otras, debido a su condición de bígama. Esa condesa descalza abrigaría la necesidad de reinventarse fuera de la sombra protectora de su segundo marido, reservando las últimas páginas del libro a la descripción de una lánguida decadencia donde no faltan referencias a personalidades de nuestro país, como Salvador Dalí, e incluso de un dibujante llamado Alejo Vidal-Cuadras, que dista de la figura de ese europarlamentario de idéntico nombre y apellido compuesto, cuya mirada aviesa parece esconderse tras una capa. Curiosidades al margen, la edición de Las dos señoras Grenville sirve para reivindicar la figura en calidad de prosista de Dominick Dunne –padre del actor Griffin Dunne— y, por encima de todo, el buen gusto literario al calor del retrato de una época y de unos personajes de los que parecían ser cautivos casi en exclusiva de Fitzgerald y Capote.
jueves, 6 de noviembre de 2014
LA CONCIENCIA ECOLÓGICA DEL PLANETA TIERRA: LA MÁS SALUDABLE REIVINDICACIÓN IDENTITARIA
Hace
unos meses mi mujer Esther y un servidor íbamos en automóvil por las calles de
una localidad próxima al área metropolitana de Barcelona. Desde la distancia
observé un rostro “familiar” (por sus apariciones televisivas), el de Joan Tardà,
ofreciendo un mítin en una plaza del municipio barcelonés. Disponíamos de un
cierto margen de tiempo, así que decidimos apearnos del coche y escucharlo en
una plaza pública. Al final de su intervención, el público asistente —no
superior a las cuarenta personas, incluida la representación local de Esquerra
Republicana de Catalunya (ERC)— iba realizando una serie de preguntas a Joan
Tardà. Entonces, decidí levantar la mano y más que una pregunta en concreto le
hice una exposición personal de cómo veía el horizonte de la consulta electoral
del 9 de noviembre. Básicamente, esgrimí el error de estrategia que suponía
celebrar una consulta aún a sabiendas del muro de la negación que colocaría el
partido en el gobierno del estado español, esto es, el Partido Popular (PP).
Además, la cercanía con el referéndum de Escocia, que tenía todos los visos de
perder (como así fue, aunque con un resultado más ajustado de lo que
vaticinaban los sondeos encargados por el gobierno de David Cameron), podría
tener una cierta incidencia en el ánimo del electorado, calando en un
porcentaje de la población que pasaría a desmovilizarse. Razoné que la mejor
solución sería plantear una consulta cuando los vientos fueran más favorables,
ya con el PP despojado de la mayoría absoluta que había obtenido a finales de
2011, y en serias dificultados de gobernar si no llegara a acuerdos con otros
partidos del arco parlamentario. En ese nuevo escenario, la entrada de Podemos,
aventuré, sería clave, dando la ecuación resultante de los comicios de 2015 un
número de partidos que, a buen seguro, variarían 180 º la estrategia del
inmovilismo practicada por la
Administración Mariano Rajoy. Tardà escuchó con
atención y, en cierta manera, entendió el fondo
del mensaje lanzado por un humilde ciudadano que trata de razonar por sí mismo.
A partir de este punto, mantuvimos un intercambio de opiniones hasta llegar a
la conclusión de un acto que supuso para Tardà tomar la temperatura de los habitantes de una población integrada en lo que,
a efectos de política catalana, se denomina del "Cinturón Rojo del socialismo" y,
por consiguiente, un territorio dónde el sentimiento independentista no ha
calado con la fuerza e intensidad de otros rincones de Catalunya. Casi seis
meses después de aquel encuentro, huelga decir que el tiempo me ha dado, en
cierta medida, la razón. El CIS acaba de publicar una encuesta que sitúa a
Podemos como primera fuerza en intención de voto de cara a las presumibles elecciones
de otoño de 2015. Los diversos recursos presentados por el PP al Tribunal
Constitucional han llevado a la
Administración Artur Mas a rebajar las
expectativas de la consulta, colocándola al nivel de una participación
ciudadana de aires festivos-reivindicativos, algo similar a lo se podría
visualizar en la Diada
de Catalunya de este mismo año, pero en lugar de ocupar el ancho de las
principales arterias de las zonas metropolitanas o urbanas, los colegios e
institutos concentrarán al mayor número de personas posible.
Cuando
visualizo ese escenario de personas que proclama el deseo (muy legítimo, por
otra parte) del derecho a decidir sobre una hipotética soberanía, una emancipación
del “todo-poderoso-estado-español” encuentro refugio en mis propios
pensamientos, aquellos capaces de abstraerse de una mera cuestión identitaria y
advertir que el verdadero peligro que se avecina (no más allá de unas décadas)
responde a parámetros ecológicos, a la inviabilidad de un planeta tierra que en
los años cincuenta tenía una población de 2.000 millones de habitantes y a
principios del siglo XXI superamos con creces los 7.000 millones. Con una
sencilla regla de tres podemos llegar a la conclusión que el consumo se ha
disparado, menguando los recursos naturales de manera alarmante. Los políticos
de nuestro país, sean catalanes, manchegos, canarios o vascos, parecen guiados
en su mayoría por una visión cortoplazista, en que los indicadores que la
ciudadanía debe advertir tienen un sesgo económico. Un discurso que para un
servidor va perdiendo fuelle frente a la realidad de un planeta tierra que
lleva tiempo dando síntomas de una mala salud. Los últimos informes sobre el
deshielo de los casquetes polares ha encendido las alarmas, pero los políticos
siguen instalados en esa lucha de banderas, de defensa a ultranza de unos
sentimientos patrios. Un juego de niños, a mi entender, en relación al futuro que
deparará a las nuevas generaciones si seguimos exprimiendo a nuestro planeta
hasta el límite. Más que en ningún otro momento de la historia, los políticos
deberían centrar sus esfuerzos adoptando medidas en la dirección de evitar un
desastre ecológico. Llegado a este punto quizás sea el momento por parte de los
habitantes del planeta de la necesidad que en la escala de valores de cada uno
de nosotros prime un sentimiento de arraigo y estima al planeta que nos provee
de los recursos necesarios para vivir (a fecha de hoy, algo que no se da en
ningún otro punto de nuestra galaxia, al menos hasta lo que conocemos), sin necesidad de reparar en el color de la tierra donde nos ha tocado
instalarnos.
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lunes, 8 de septiembre de 2014
A PROPÓSITO DE UN NUEVO LIBRO, «JERRY GOLDSMITH: LA MÚSICA DE UN CAMALEÓN»
Llega un punto de nuestras trayectorias personales que los
proyectos que aún no han encontrado salida se acumulan y tienen visos de
perpetuarse. A finales del año pasado empecé a barruntar la posibilidad de
escribir un libro sobre la obra de Jerry Goldsmith (1929-2004), que había acariciado años
atrás pero que acabarían pasando por delante otros proyectos. Pero no quería
realizar una monografía exclusiva para fans, sino que el empeño iba más allá,
en el sentido que Jerry Goldsmith revolucionaría el mundo de las bandas sonoras,
contribuiría sobremanera a cambiar el concepto de la música de cine entendido
hasta bien entrada la década de los cincuenta con un sentido funcional sin
apenas incidencia en la dimensión emocional de los personajes que concurrían en
una determinada cinta. No era un tema baladí que se despachara a golpe de
reseguir una línea de puntos que definieran un estilo, una forma de encarar un
ejercicio profesional en el campo audiovisual que duró casi cincuenta años.
Cuando planteas un libro de estas características te enfrentas a la obra de un
auténtico titán cuya mente trabajaría sin descanso, en una muestra más que
evidente de ese genio cuya inspiración le pilla en la mesa de trabajo y no de
vacaciones. Goldsmith compuso más de ciento sesenta bandas sonoras, descontadas
una docena que acabarían durmiendo el sueño de los justos verbigracia de ser
rechazadas por productores y directores de turno.
Al encarar la recta final del libro sobre
Jerry Goldsmith no puedo por menos que ratificar y, si acaso ampliar, mi admiración
por una obra musical que destaca por su tremenda versatilidad, quizás como ningún
otro compositor de su tiempo y de generaciones posteriores haya podido llevar a
cabo. Un talento natural que tuvo en una formación de primera, sustentada en el
“trípode” Jakob Gimpel/Mario Castellnuovo-Tedesco/Miklós Rózsa —todos ellos de origen europeo— la
clave para entender su apabullante dominio de cada uno de los resortes que
implican y comprometen a la tarea de compositor, sin que ningún género se le
resistiera. Está siendo un viaje por el conocimiento de la música de Goldsmith
apasionante, en que para ello ha sido fundamental la implicación en el proyecto
de Jaume Carreras, coautor de la monografía. Ambos fijamos un objetivo y lo
estamos desarrollando conforme a lo previsto: por encima de todo, Jerry
Goldsmith debería ser considerado uno de los grandes músicos del siglo XX, con
independencia de haber militado en el cinematógrafo durante su segunda mitad y
en el arranque del siglo en el que nos encontramos. Él reformuló la música de
Alban Berg, Igor Stravinsky, Dimitri Schostakovich o Béla Bártok en el espacio
del cine, dotándolo de un sentido, de un efecto que tan solo unos pocos se habían
atrevido a explorar, caso de Bernard Herrmann, Leonard Rosenman o Alex North.
Allí donde se desnuda el alma humana a través de las emociones que la música
sabe y puede expresar.
Una vez más, cumplo uno de mis sueños. Para ello han debido pasar unos cuantos años, imprescindibles para dotar de perspectiva histórica una obra, la de Goldsmith, que no tiene parangón en el cine norteamericano. Así, diez años después de su muerte rendimos honores a la impresionante figura creativa de Jerry Goldsmith merced a una monografía a publicar por T&B Editores que esperemos sea de referencia para todos los amantes de la música de cine y, en general concebida en la pasada centuria, "el siglo de las luces" por lo que atañe a compositores que se dedicaron en cuerpo y alma a un medio que requería de un cambio de orientación cara a no incurrir en repetir las mismas dinámicas que se habían configurado con el advenimiento del sonoro. A fuer de ser sinceros, ha supuesto un esfuerzo considerable en el plano intelectual, pero creo que está valiendo la pena. El resultado de todo ello, a partir de noviembre del año en curso.
Una vez más, cumplo uno de mis sueños. Para ello han debido pasar unos cuantos años, imprescindibles para dotar de perspectiva histórica una obra, la de Goldsmith, que no tiene parangón en el cine norteamericano. Así, diez años después de su muerte rendimos honores a la impresionante figura creativa de Jerry Goldsmith merced a una monografía a publicar por T&B Editores que esperemos sea de referencia para todos los amantes de la música de cine y, en general concebida en la pasada centuria, "el siglo de las luces" por lo que atañe a compositores que se dedicaron en cuerpo y alma a un medio que requería de un cambio de orientación cara a no incurrir en repetir las mismas dinámicas que se habían configurado con el advenimiento del sonoro. A fuer de ser sinceros, ha supuesto un esfuerzo considerable en el plano intelectual, pero creo que está valiendo la pena. El resultado de todo ello, a partir de noviembre del año en curso.
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BÉLA BARTÓK,
BERNARD HERRMANN,
DIMITRI SHOSTAKOVICH,
IGOR STRAVINSKI,
JAUME CARRERAS,
JERRY GOLDSMITH,
LEONARD ROSENMAN,
T&B EDITORES
ANTONIO DOMÍNGUEZ: LIKE A HURRICANE. CARTA A UN AMIGO.
Hubo un tiempo en que
la música de cine ocupó un puesto preferente entre mis aficiones. Existía una
voluntad compulsiva por el descubrimiento de autores musicales que dieran
sentido a una afición que trataba de satisfacer los dos hemisferios cerebrales de un servidor. En aquellos años, a principios de los noventa, la cita
semanal con las tiendas de discos era prácticamente “obligatoria” para luego
proceder a escuchas que se dejaban acompañar de una buena lectura. Llegué a
conocer a un grupo de personas que compartían idéntica pasión, pero que por
distintas razones iría perdiendo contacto con cada uno de ellos. De algunos he vuelto a saber a través de las mal denominadas redes sociales; de
otros solo permanece el recuerdo, y de los menos se produce un olvido llamativo. Pero si
tuviera que citar a una sola persona por la impronta que me dejó entre las
muchas que conocí por aquel entonces vinculadas a la música de cine éste, sin
duda, sería Antonio Domínguez. Nunca olvidaré ese viaje realizado desde
Barcelona a Sevilla en automóvil con escala
en Valencia, allí donde se sumó a la “expedición” Antonio Domínguez López para ver y
escuchar el concierto de Jerry Goldsmith en el Palacio de la Maestranza de Sevilla, en otoño de 1993.
Aunque no pertenecemos a la misma generación, pronto sintonizamos. Me gustó su
franqueza, su sentido del compromiso y de la lealtad, su actitud crítica para
con el stablishment y por encima de
todas las cosas, ese amor desbocado por la defensa de la obra de los creadores,
aquellos capaces de embellecer la palabra cultura. Esa misma lealtad que le ha
mantenido al lado de su esposa Vicen a la que tuve el placer de conocer en
aquel periodo, además de sus dos hijas, hoy en día madres que han convertido a
Antonio en un abuelo henchido de orgullo. Y esa es una de sus principales dichas, la de un self made man que luchó contra viento y
marea para conseguir celebrar un Congreso de Música de Cine dentro de la Mostra de Valencia. Mario Nascimbene, Carlo
Savina, Carlo Rustichelli, Lalo Schifrin, Wojciech Kilar y tantos otros
acudieron a la llamada de Antonio y su equipo para que participaran de lo que
años atrás hubiera sido una entelequia, en que los defensores de la música de
cine parecían predicar en el desierto.
Editor, escritor, librepensador,
emprendedor, divulgador cultural... Antonio Domínguez sigue siendo una de esas
personas a las que no deja indiferente a nadie. Desde que entré en contacto con
él he tenido el convencimiento que si este país tuviera muchas personas de su
arrojo, otro gallo nos cantaría. He admirado esa forma de proceder, lejos de
amilanarse frente a las adversidades o los contratiempos. Debido a la distancia física
que nos separa, esa relación de amistad no ha podido ser más intensa, pero no
por ello he dejado de seguir su actividad de un tiempo a esta parte. Su
descabalgamiento del partido en el que llegaría a militar, UPyD (Unión del
Pueblo y Democracia) no es más que una muestra palmaria de su carácter
indomable e insobornable. Él, como un servidor, ha depositado sus esperanzas en
el partido Podemos. Un soplo de aire fresco en el contexto de una política que
lleva décadas arrastrando asuntos de corrupción sin que pueda ponerse a freno
de una manera definitiva. Ese debate encendido en las redes, en que Antonio ha
hecho una loable defensa de la formación política de nuevo cuño, me ha devuelto
el recuerdo de aquellas conversaciones sobre política y políticos, en uno de
los feudos por excelencia de la corrupción y/o del mangoneo, esto es, Valencia.
Esa comunidad que vio nacer a una persona que sigo deseándole lo mejor, en una
muestra de amistad que por muchos años que pasen estará allí, de manera
permanente. Un hombre sin pasado no puede construir un gran futuro. Su pasado
está sembrado de auténticos retos profesionales que, en una considerable
proporción, llevaría a puerto. Seguro que ese futuro le aguardan cosas
maravillosas a un bregador nato, un trabajador estajanovista —al respecto, su enciclopedia europea de cine en
soporte originalmente en CD-Rom es una auténtica proeza— y
un ser que sabe contagiar el amor por la cultura, con especial devoción por la
música y el cine proveniente de Italia.
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martes, 29 de julio de 2014
ARA SÍ TOCA. EL «CASO PUJOL»: SECRETOS Y MENTIRAS EN EL «OASIS CATALÁN»
Al calor de las noticias surgidas en los últimos días,
buceando en la memoria sobre la primera imagen mental que conservo de Jordi
Pujol i Soley (n. 1933) es la de un dibujo que realicé con diez u once años. En
el mismo aparece, a toda página, Jordi Pujol vestido de Sancho Panza, a los lomos
de un burro, y Josep Tarradellas ataviado con el traje de Don Quijote, tratando
de fijar la posición de un equino. Desconozco si ese dibujo fue producto de la
imaginación o simplemente me serví del modelo de una publicación en papel. En cualquier
caso, ambos llegarían a compartir una idea similar de país y ocuparon, de manera
sucesiva, el puesto de President de la Generalitat de Catalunya. A finales de una década
que dejaría atrás por fortuna una época de oscuridad en la Tierra Media del estado español
sometida a una Guerra Civil y la posterior etapa franquista, Jordi Pujol i Soley
accedería al Trono de la
Generalitat para quedarse por espacio de veintitrés años.
Durante ese periodo no tan solo Jordi Pujol era el personaje de largo más
popular de Catalunya sino que llegó a convertirse en una presencia diaria en
los Telenotícies y, en general, en los medios de comunicación. Recuerdo que hacía broma al respecto, diciendo que en el
estudio de TV3 donde se emitía el Telenoticies debían tener el retrato colgado
de Jordi Pujol y, en un momento dado, la cámara enfocaba la imagen del "Molt
Honorable". Para medir el alcance del conocimiento que podría tener la gente de
Catalunya sobre Jordi Pujol el anecdotario nos ofrece una “foto” instantánea plenamente
ilustrativa al respecto, más allá de lo que se relata en las notas biográficas
publicadas en un sinfín de sitios, incluido la wikipedia. Catalunya tiene
censados casi mil municipios. Pues bien, el ex President de la Generalitat presumía
de haber estado en todos estos municipios, con alguna que otra salvedad presta
a ser corregida. Además, Pujol se dejaba “querer” en los pueblos, hablando de
manera distendida con sus habitantes y preocupándose por cuestiones que podrían
evaluarse “menores” a los ojos de un político residente en una gran urbe. Sí,
para muchos Pujol era Dios bajado a
la tierra prometida en cuyo horizonte muchos querían ver y siguen viendo una
idea de país emancipado del todopoderoso estado español. No lo sería para un servidor, manteniéndome
durante todo este tiempo receloso sobre un personaje que parecía
situarse por encima del Bien y del Mal, llegando a hacer célebre una frase, «Ara no toca», a partir del instante que un periodista le debió
importunar con alguna pregunta fuera de la agenda de ese día. Calibré que ese
era el típico gesto altivo de alguien que se siente legitimado por la púrpura
del Poder, ejerciendo el «ordeno y mando» con firmeza. Pero no es menos
cierto que en su última legistatura, desde sus propias filas de Convergència (el partido que cofundaría) i
Unió se dejaron sentir las voces que abogaban
por un relevo generacional. En el banquillo de CIU dos nombres se postularían
con fuerza para sustituirlo: Josep Antoni Durán i Lleida, y Artur Mas. Finalmente,
Artur Mas tomaría el mando de la dirección de CIU y después del experimento que
supuso el tripartito (ERC + PSC + IC, una ecuación difícil de digerir), el delfín
de Pujol ganaría la plaza de President de la Generalitat en 2010. Por
aquel entonces, Jordi Pujol parecía pasar a la Historia de Catalunya
conforme a una figura incuestionable, un referente inexcusable y un luchador
por una patria que algunos empezaban a acariciar con la mirada puesta en la
asunción de una serie de competencias en distintas materias, es decir, una
mayor cuota de antonomía que diera alas a un anhelado estado independentista. En su
calidad de pensador, estadista y hombre de estado, Jordi Pujol se plegaría a
escribir por entregas sus memorias, eso sí, convenientemente pasadas por la destilería cuando tocaba evaluar los
negocios familiares, excepción hecha del capítulo dedicado a su padre Florenci
Pujol, perteneciente a la burguesía e impulsor de Banca Catalana, que generaría un proceso judicial cuando se liquidaría la sociedad, convenientemente tapado por espúreos intereses. Al margen de borrar cualquier sombra de duda en torno a la presunta gestión fraudulenta del caso Banca Catalana que le llegaría a colocar en el ojo del huracán en un determinado punto del proceso judicial, muy pocos
repararon en el momento de la salida al mercado de las publicaciones de estos
volúmenes las lagunas referidas a los
negocios familiares gestados y consolidados durante el largo mandato del patriarca Pujol. Una de estas voces disidentes con el relato vital y
profesional oficial de Jordi Pujol i Soley se llama Albert Boadella, fundador y
director de Els Joglars. Él había sido vetado por diversos medios catalanes, al
parecer, porque dijo verdades difíciles de escuchar en tiempos del pujolismo, y su representación sobre los
escenarios de Ubú President, provocaría
un terremoto de baja intensidad entre la clase política afín al ideario de
Convergència i Unió. No obstante, el terremoto que sí haría trontollar (tambalear) los cimientos de
CIU se produjo el pasado 25 de julio de 2014 cuando Jordi Pujol daba a conocer
a la prensa un escrito de un folio que trata de exculpar a su familia sobre el asunto de
una presunta herencia de su padre no regularizada durante más de treinta años.
En ese paraíso fiscal andorrano, al parecer, Jordi Pujol guarda un tesoro que se ha transformado en una
bomba con efectos retardados. Una bomba que después de tres décadas seguía
intacta y ha acabado explosionando en las manos de Jordi Pujol i Soley. Prisionero
de sus asesores durante tres días para consensuar una estrategia, Artur
Mas comparecería ante la prensa para adoptar una serie de medidas, previo
acuerdo con el Consell Directiu del Govern, que pasaban por eliminar una serie
de privilegios heredados por Pujol en función de su cargo de President de la Generalitat y, de
paso, lanzar el mensaje que la consulta del 9 de noviembre cara al
independentismo seguía su curso sin alteración alguna, argumentando que «el país está por
encima de las personas. Y así debe ser». Según
sus propias palabras, Mas sentía dolor, pena y compasión por Jordi Pujol,
reduciendo el asunto a un tema personal y familiar. Cuando la oposición reclama
una Comisión de Investigación para esclarecer el «caso Pujol», CIU y su socio de gobierno en la
sombra, Esquerra Republicana de Catalunya (ERC) con Oriol Junqueras al frente, niegan la mayor. Ni tan siquiera CIU expresa
su voluntad porque Jordi Pujol se explique en el Parlament ante unos hechos
de una gravedad que no admite disculpas. Al escuchar las respuestas de Mas y la posición
adoptada por CIU y ERC para evitar llegar al fondo del asunto conforme a un
acto de higiene democrática (saben que la vía judicial puede eternizarse y así
ganar tiempo cara a las metas fijadas), siento vergüenza de estos políticos
incapaces de leer lo que el sentido común pide y exige. De aquí hasta principios de
noviembre nos aguarda un vendaval de noticias referidas al clan Pujol,
refrendando lo que en su día dijo Albert Boadella: «son como una familia siciliana, próxima a los Corleone». Mas ha acabado transformándose en ese personaje
cervantino que lucha contra los Molinos de Viento en forma del estado español
que representa la culpa de todos los males de la nació catalana. Y a su lado le
acompañará para siempre ese Sancho Panza que dibujé en mi infancia, el de un
ser afectado de una arrogancia mórbida, esposo de Marta Ferrusola (su apariencia de ama de casa volcada en la jardinería contrasta con su pérfida imagen reproducida por la mujer despechada, Victoria Álvarez, la ex del primogénito y pieza clave a la hora de destapar las corruptelas de la Sociedad Ilimitada de los Pujol) y padre de familia de siete hijos, buena
parte de los cuales deberían ser perseguidos por la justicia hasta acabar en el
precipicio. Otro precipicio nos aguarda si seguimos creyendo que esos "salvadores
de la patria", ahora instalados en el poder (CIU) o en la antesala de poder
(ERC), nos guían hacia su particular Shangri-La por el camino del independentismo. Los
mismos que hacen caso omiso a un pueblo que exige luz y taquígrafos sobre un
caso, el que incrimina a Jordi Pujol y el de su prole que, a efectos monetarios
(por ejemplo, para blanquear tres mil millones de dólares en activos
mobiliarios se requiere una lavadora
del tamaño de un edificio de varias plantas), deja en un juego de niños el «caso Bárcenas».
Limosna la que atesora el ínclito ex tesorero del PP en manos de esos sinvengüenzas llamados Oriol, Oleguer i Jordi (noms
ben catalans, sí senyor) que lucían no hace demasiado tiempo con orgullo los
apellidos Pujol i Ferrusola.
miércoles, 16 de julio de 2014
«HISTORIA Y DESVENTURAS DEL DESCONOCIDO SOLDADO SCHLUMP» (1928) de HANS HERBERT GRIMM. UN RELATO DE «TERROR» DESDE LAS TRINCHERAS
En un margen de
poco más de dos meses de diferencia la ciudad de Praga —perteneciente a la región de Bohemia, inscrita
en el Imperio Austrohúngaro— vio nacer a Franz Kafka (1883-1924) y a Jaroslav Hasek
(1883-1923). Ambos acabarían convirtiéndose en escritores de renombre
internacional, siendo sus trabajos más destacados materia de obligado
cumplimiento en el programa escolar de los estudiantes checo(eslovacos)
preferentemente después de finalizada la Segunda Guerra Mundial. Hasek,
a buen seguro, sea el menos conocido de los dos, pero El buen soldado Svejk
(1920-1923) (editada en lengua castellana en 2010 en DeBolsillo) sigue siendo considerada
una novela de referencia dentro de las obras literarias ambientadas en el campo
de batalla durante la Gran Guerra.
Lo sería desde una vertiente satírica-picaresca que entronca con la tradición
de algunos clásicos británicos del estilo de Las aventuras de Barry Lyndon (1844) de William Makepeace Thackeray
o Tom Jones (1749) de Henry Fielding.
Desde su propia experiencia, Hasek expresaría en una serie de relatos por
entregas —siguiendo idéntica fórmula empleada por
Thackeray, Fielding y tantos otros autores provenientes de las Islas Británicas— una mirada acaso desprejuiciada sobre
la sinrazón de los conflictos bélicos a través de un díscolo personaje que
aparece en el título de su relato más célebre. Por su parte, Franz Kafka,
debido a su frágil salud, quedó exento de participar en la contienda bélica. Los
destellos del genio de Kafka ya se advertían en sus escritos seminales, siendo
Kurt Wolff (1887-1963) el editor que sacaría a la luz los relatos del que luego
ganaría a la celebridad gracias a El
proceso (1925). El mismo Wolff se responsabilizaría de publicar Schlump (1928), cuya narración se solapa
en algunos pasajes con El buen soldado
Svejk, y que tenía todas las prerrogativas para acabar siendo saludada conforme
a una de las novelas antibelicistas por excelencia aparecidas en el primer
tercio del siglo XX. La dicha del autor
del relato, Hans Herbert Grimm (1896-1950), pronto se transformaría en desdicha
cuando el nacionalsocialismo llegaría al poder en 1933. Un lustro no
representaría, por tanto, tiempo suficiente para que la novela se diera a
conocer ampliamente entre la población germana. Schlump sería, pues, pasto de las llamas, en lo que podríamos “visualizar”
una situación análoga a lo expresada en la novela de anticipación Fahrenheit 451 (1955), de Ray Bradbury,
traducida en la gran pantalla de manera magistral por François Truffaut. Al
igual que el bombero Montag (Oskar Werner), Grimm escondería un ejemplar de Schlump en su propia casa, pero en su
caso en el hueco de una pared que tapiaría convenientemente. Ese operativo
comportaría que Schlump pudiera “sobrevivir”
a una cruda realidad, en sintonía con lo que ocurre al ingenuo soldado alemán
enrolado en el ejército de su país a los diecisiete años. Toda vez que se dio
por cerrado un nuevo capítulo (sangriento) de la Historia de la primera
mitad del siglo XX en agosto de 1945, Grimm retomaría su condición de profesor,
pero las autoridades de Alemania Oriental le vetaron seguir impartiendo clases.
Posiblemente ese fuera el detonante de su suicidio acaecido a pocos meses de
cumplirse el ecuador de la centuria, sin obviar el sentimiento de frustración
que le generaba la problemática referida al ostracismo de Schlump. Solo el paso del tiempo corregiría tamaña anomalía merced
a la perseverancia de Völker Weidermann por rescatar del olvido obras
destruidas por los nazis. De ahí que ochenta años después de su primera
publicación, Schlump regresara a la
luz con los honores que se merecía, en lo que convendríamos en señalar un
tributo a título póstumo de su autor.
El sello Impedimenta no tan sólo se
alimenta de su vena anglófila. Prueba de ello es que, por ejemplo, la literatura alemana
vuelve al excelso catálogo de la editorial madrileña con la publicación de Historia y desventuras del desconocido
soldado Schlump (2014), en que el lector puede advertir lo justificado de
una decisión nada baladí. A través de sus doscientas setenta y cinco páginas
(descontado un prólogo clarificador escrito por el propio Weidermann), Schlump cubre sobradamente las expectativas que me había generado
al conocer la noticia de su publicación. Al ir pasando las primeras páginas del
libro, Shlump advierte en mi fuero
interno que hubiera podido ser un material que ganara a la influencia de
escritores como Joseph Heller y Kurt Vonnegut para armar Trampa 22 (1962) y Matadero
Cinco o la cruzada de los niños (1969), respectivamente. Evidentemente, ese
escenario no resultaría posible, pero en mi apreciación personal considero que Schlump se alinea a la perfección en esa
dialéctica propia de Kessel y sobre todo de Vonnegut a la hora de plantear un
relato desde la óptica de un mundo absurdo que tiene en la guerra la máxima
expresión de semejante concepto. En modo alguno Schlump cae en las zanja de
una escritura afinada en lo escabroso, lo tremendista; más bien asistimos a un
ejercicio de prosa de la que podemos extraer la visión de un humanista, incapaz
de comulgar con unos principios patrióticos que alientan al sacrificio del
individuo como una pieza subsidiaria a la voz del pueblo. A partir de ahora
pienso que deberíamos incluir Historia y
desventuras del desconocido soldado Schlump entre las obras antibelicistas
de verdadero empaque. De esta forma, Hans Herbert Grimm, el autor de este
cuento de “terror”, se uniría a los nombres de Stephen Crane (La roja insignia del valor), James
Langdale Hodson (Return to the Wood),
Erich Maria Remarque (Sin novedad en el
frente) y el citado Hasek en sus respectivas prospecciones por la realidad
de una Primera Guerra Mundial que el 28 de julio cumple el centenario de su proclamación, punto de partida de las aventuras y desventuras del desconocido soldado Schlump.
martes, 8 de julio de 2014
PODEMOS, UNA CONCIENCIA EN FORMA DE PARTIDO (I)
Prácticamente desde
el desmantelamiento de UCD (Unión de Centro Democrático), la Democracia española se
ha asentado sobre la base del bipartidismo, el procurado por el PP (Partido
Popular) y el PSOE (Partido Socialista Obrero Español). Los votos a sendos
partidos han copado un porcentaje elevado de los que han participado de esta manifestación
de la democracia por espacio de más de treinta años. Pero es una realidad en vías de
sufrir un cambio de orientación harto significativo debido a una serie de
factores del que no cabe excluir la incorporación de parte de esa población “silenciosa”
incapaz de sintonizar con el programa de ningún partido, llevando a máximos esa
expresión de real abolengo que «todos los políticos son iguales». Por consiguiente, desde los tiempos de Felipe González hemos asistido a participaciones del 50 al 65%, mereciendo muy poco análisis
el porqué hasta un 50 % de la población no ha acudido a la cita con las urnas
cada cuatro años. En noviembre de 2012 estuve en una mesa
electoral de las municipales catalanas y me entretuve en las horas muertas —las del mediodía— a tratar de buscar un perfil común entre los que no ejercían el
derecho a voto. Al finalizar la maratoniana jornada llegué a la conclusión que
no existe un perfil de “no votante”. Es por ello que el fenómeno de Podemos no
puede analizarse exclusivamente en clave de un trasvase de votos de partidos “tradicionales”
de la izquierda o del centro-izquierda, sino que debe observarse conforme a un
movimiento aglutinador de un descontento social “transversal”, en el que se
incorpora el voto de estudiantes universitarios pero también de ese sector receloso
desde hace bastantes años de la clase política a la que ha negado con la
participación en las elecciones la posibilidad de que en su nombre cometan toda
clase de tropelías, corruptelas y demás hechos delictivos con la aquiescencia de un sistema sobreprotector (allí están los 10.000 aforados que tiene el país,
un porcentaje considerable de los cuales pertenece a este colectivo) en torno a
estas prácticas que erosionan la esencia misma de la Democracia.
Una vez conocido el sorprendente éxito en
las pasadas elecciones europeas de Podemos con un total de más de un millón
doscientos mil votos, la campaña de desprestigio, el alud de acusaciones sobre
los adalides del partido de nuevo cuño no han cesado. Intentan colocar el miedo
en el cuerpo a través de una serie de ataques sin otro fundamento que la descalificación gratuita; hablan de una ideología de extrema izquierda, de importar un
modelo de chavismo y de los vínculos con colectivos cercanos a ETA. Una cadena de palabras que, agitadas,
parece ofrecer un cóctel difícil de digerir para aquellos instalados en la
tradición de un sistema democrático que ha sido incapaz, por ejemplo, de poner
coto a la corrupción política, al punto que tenemos en el gobierno del PP
algunos dirigentes, incluido su presidente Mariano Rajoy, con una sombra de
duda más que razonable de que ampararon prácticas irregulares de muy baja
catadura moral y que incluso se llegaron a beneficiar de las mismas según las investigaciones judiciales aún en curso. Así lo denunciaría el partido en la oposición, el PSOE, que
trata de rearmarse de cara a los próximos comicios electorales con la
mirada puesta en el horizonte de finales de 2015. Paradojas de la vida, todos
aquellos prestos a acusar desde las trincheras de la izquierda o del centro
izquierda "tradicional" al partido liderado por el profesor de Ciencias Políticas
Pablo Iglesias deberían, cuanto menos, reconocer que la irrupción de Podemos ha
servido para espolear prácticas que demandaba el sentido común en Democracia, dando
la opción que la ciudadanía conozca el parecer de distintos candidatos en un
debate como el celebrado este lunes día 7 de julio, aunque de momento tan solo sea un simulacro. Asimismo de justicia es
señalar el desempeño que UPyD a la hora de denunciar la corrupción política,
personándose en la parte acusatoria de procesos abiertos, el más notorio de los
cuales sigue siendo el caso Würtel. Pero UPyD ha visto cerrado de momento el
cumplimiento de un nuevo techo electoral con la llegada de Podemos y con ello
el nerviosismo se ha enquistado en su líder Rosa Díez, con exabruptos del
estilo de comparar a la formación abanderada por Pablo Iglesias con el Partido
ultraderechista francés de Marie Le Pen. Una estrategia de descrédito que ha salido a
Rosa Díez el tiro por la culata en ese fuego cruzado procedente de las trincheras de la izquierda y de la
derecha que, lejos de dañar a Podemos refuerza su carácter de partido
alternativo, al punto de que algunos sondeos lo destacan como tercero en la lista de los más votados en las próximas elecciones generales.
Semanas atrás decidí votar a Podemos después de haber confiado sistemáticamente en el PSOE/PSC. Lo
hice una vez di cumplida cuenta de la lectura de su programa electoral. Para mí
Podemos más que un partido representa un estado de conciencia, el que ampara la
legitimidad de un pueblo para hacer valer sus derechos, de no estar secuestrada
por una clase política que sistemáticamente protege los intereses de una banca —clave para entender el descalabro económico
que ha padecido este país en los últimos años— y de unos grupos de poder financiero que acaparan gran parte de la
fortuna del estado español, entre otros muchos otros temas que abordaré en un
posterior post. Sin duda, la
naturaleza humana comportará que, tarde o temprano, las discrepancias internas
(máxime al tratarse de una formación que se rige por principios asamblearios;
no en vano, uno de sus focos de alumbramiento fue el 15-M) afloren en el seno de
Podemos, provocando disidencias, escisiones, etc. Pero solo el paso de los años
calibrará la importancia de la entrada de Podemos en la esfera parlamentaria,
agitando ese árbol que ya no daba más
frutos que una desigualdad social cada vez más acentuada, un empobrecimiento de
las clases medias, un sistema sanitario que camina hacia un concepto mixto
entre lo público y lo privado, unas coberturas para los más desfavorecidos que
ponen en tela de juicio el derecho irrenunciable de una vida digna para las
personas en plural... Podemos puede representar una ventana a la esperanza para jóvenes y
mayores en un mundo cada vez más desigual, en que comunismo, socialismo,
liberalismo y conservadurismo han perdido buena parte de su sentido. En el
mundo que nos ha tocado vivir, la defensa del interés de las personas con lo
que ello comporta (educación, cultura, sanidad, etc.) pasa por delante de los
intereses de esos grupos de poder incapaces de aplicar esos principios de solidaridad
más que para sus familiares y la cuerda de influyentes personajes que han
levantado imperios, en ocasiones, merced a la pura especulación. Y puestos a
especular (en la otra acepción del término), prefiero hacerlo en el sentido de confiar en que mi voto para
Podemos contribuirá a una regeneración democrática de nuestro país
y quizás dentro de unos decenios podremos decir que la corrupción política, los
desahucios y otras lacras que afectan a nuestra sociedad forman parte del
pasado.
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miércoles, 2 de julio de 2014
«HUIDA DEL CORREDOR DE LA MUERTE» (2014) de Edward Bunker: «AL MARGEN» DE LA VIDA
En este mismo espacio concluía hace algo más de un año un
escrito harto elogioso sobre Little Boy
Blue (2012) (ir a enlace), de Edward Bunker, destacando sobremanera la capacidad de
equilibrar un texto en que parece converger lo áspero y el valor de la
nostalgia, la dureza y el aliento de esperanza. Un efecto dual que apenas tiene
recorrido en Huida del corredor de la muerte
(2014), una de las obras póstumas de Bunker ya que con anterioridad Sajalín, en su colección Al Margen, había
publicado Stark (2010), que permaneció
inédita en vida del escritor. Posiblemente, el título escogido para la edición
en castellano de Death Row Breakout and
Other Stories (la italiana, la primera de las llevado a cabo, está fechada en 2010) juegue al despiste porque no se trata de un único relato sino
de un compendio de varios que Bunker guardaba en la recámara a la espera que
alguno tuviera viera visos de alcanzar la categoría de novela. Su
fallecimiento, empero, truncó semejante opción, siendo los depositarios de sus
bienes artísticos los que dieron luz verde a la publicación de una amalgama de
textos susceptibles de mejora, quedando unas cuantas de sus historias de ámbito
carcelario sostenidas por unos pilares literarios un tanto endebles en su
entramado narrativo, no así en esa capacidad para hilvanar diálogos extraídos
de la matriz de una realidad penitenciaria de la que fue (a la fuerza) un gran
conocedor. Ante la disyuntiva de editarlos o no, Sajalín pareció dispuesta a
jugar la carta del “completismo” a modo de justificación de una obra que rebaja
ostensiblemente el nivel de calidad de títulos anteriores publicados por el
sello barcelonés. El propio Edward Bunker deja entrever sus dudas sobre el
material en cuestión en una carta enviada a su editor Nat Sobel, “albacea” de
una obra literaria que ha ido ganando adeptos en los últimos lustros a pasos gigantesos,
y que ha significado un auténtico descubrimiento en nuestro país verbigracia de
la pericia y del buen olfato de Sajalín. El contenido de esta misiva sirve para
abrir el fuego de la presente edición, en que a lo largo de seis relatos, a
saber, La justicia de Los Ángeles, 1927,
Entra en la Casa de Drácula, Mía es la venganza, Muerte de un soplón, Huída
del corredor de la muerte y La vida por delante, el escritor angelino traza
una panorámica sobre la realidad de recintos penitenciarios norteamericanos
distantes de cualquier ideal sobre el carácter redentivo de los mismos para sus
moradores condenados por penas de distinta gradación.
Implacable en ese
dibujo humano que trata de explorar en la conciencia de individuos out-system, sojuzgados por el color de
su piel en numerosos casos (el racismo aflora de manera pertinente en el título
de cabecera y en La vida por delante)
y/o por una adolescencia y juventud en que un desliz en forma de hurto
o agresión les conduce hacia una espiral de odio retroalimentado por el dolor y
el desapego familiar, en Huida del
corredor de la muerte (traducida por Zulema Couso) Bunker habla desde la distancia de la tercera persona
pero, al mismo tiempo, desde la cercanía de un submundo donde forjaría su carácter
a golpe de aprender lecciones. Esas lecciones vitales que le impelieron a
escribir conforme a una tabla de salvación cuando la desesperación estuvo a
punto de hacer mella en su persona. Entre punzada y punzada de dolor, Bunker
arrancaría páginas de un brillo muy especial, desgarros emocionales
perfectamente canalizados merced a ingentes horas dedicadas a la lectura. Como
el grupo de presos que tratan de escapar de la prisión de San Quintín, Edward
Bunker hizo de las huídas una especialización, lográndolo en pocas ocasiones, las suficientes, en todo caso, para dar fe de la dificultad de la empresa. En esta obra “de
despedida” el lector encontrará referencias a figuras históricas como Sacco e
Vanzetti —La justicia de Los Ángeles, 1927— o Huey Newton, cofundador del
Partido Pantera Negra—Mía es la venganza— y
criminales del espectro demoníaco que marcarían sus propias reglas en el seno de
una comunidad carcelaria donde la homosexualidad, el racismo y la radicalización
ideológica solían llamar a la puerta de una realidad opaca al conocimiento de
la inmensa mayoría de nosotros. Cierto que el cinematógrafo y la televisión han
explorado estos submundos con especial atención, pero también la letra impresa
puede hablarnos al oído de una existencia infrahumana, tal como expresa Edward
Bunker en este cierre, en forma de coda, de una obra literaria de una extraordinaria
calidad en su conjunto.
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ZULEMA COUSO
domingo, 8 de junio de 2014
«WHO I AM: MEMORIAS» de Pete Townshend: A CORAZÓN ABIERTO
Dos títulos. Dos únicos
títulos versados sobre el mundo de la música que Malpaso Ediciones ha puesto en
circulación en el corto espacio de unos meses y que llevan en su título un
denominador común, el de «Memorias». Las de Neil Young más bien responden
al efecto de un impulso de escritor que apelara al duende de su difunta figura paterna, pero que inapelablemente
redundaría en un trabajo con muchas aristas sin pulir, un borrador presto a una
corrección y/o revisión que nunca llegaría, derivando en una primera tentativa
literaria acorde a ese espíritu libre incapaz de obedecer a una normativa,
someterse a una estructura correlativa con el propio sentido cronológico. Mas,
en el otro libro de Memorias publicado por Malpaso, Pete Townshend, uno de los
principales motores creativos de The Who, ha elaborado un manual de peso —más de quinientas cincuenta páginas lo
contemplan— pero
extraordinariamente liviano por lo
que atañe a lo fácil que resulta su lectura. Nacidos ambos en 1945, Neil Young
y Pete Townshend comparten asimismo una similar fidelidad-devoción por la música y una
tragedia localizada en sus fases primarias —las relativas a la infancia— que marcarían un punto de inflexión en sus respectivas
existencias, quedando impregnados para siempre de unas secuelas difíciles de
soslayar. Si en el caso del artista canadiense la polio que se le diagnosticó
al cumplir los cinco años acarrearía problemas de por vida, con esos fantasmas del pasado que sobrevolaban en
su interior en los momentos de aflicción y derivados de un agotamiento físico, el
genio británico Pete Townshend arrastraría para el resto de sus vidas el haber sido
víctima de abusos infantiles por parte de un eventual padre sustituto, Denny.
En uno de los pasajes más lúcidos de Who
I Am: Memorias (2014) Pete Townshend comparte con el lector una honda reflexión
que persigue una consideración de raíz sociológica: «En aquella época no tenía ni idea de cuántas
personas debían lidiar con sentimientos parecidos. En los años de la inmediata
posguerra en Gran Bretaña había tantos críos que habían experimentado traumas
terribles que resultaba habitual cruzarse con jóvenes tremendamente
confundidos. La vergüenza conducía al secretismo; el secretismo, a la alineación.
De todos esos sentimientos brotaba en mí la convicción de que los daños
colaterales inflingidos a los que crecimos en la posguerra debían confrontarse
y expresarse a través de todas las formas populares del arte; no sólo de la
literatura, de la poesía o del Guernica
de Picasso. También de la música. En el camino hacia la verdad, el buen arte no
puede más que desbaratar la negación».
De manera fortuita, a lo largo del primer
semestre de 2014 he tenido una doble “cita” con The Who. En primera instancia,
accedí al visionado de Amazing Journey:
The Story of the Who (2007), en que al margen de las habituales featuretes que corresponden por “definición”
a la edición en formato digital en torno a un grupo o un solista, presté atención
al detalle del contenido de un documental servido con un poso historiográfico
nada desdeñable. Al cabo, la agradable sorpresa que ha comportado la publicación
de la obra de Townshend en lengua castellana, ha servido para despejar algunas
incógnitas o malentendidos en torno a un personaje tan poliédrico como Neil Young,
presto a pasar a la posteridad por una serie de trabajos labrados entre
finales de los sesenta y mediados de los setenta, en especial Tommy (1969) y Quadrophenia (1973). En todo caso, el balance global me reafirma en
el pensamiento que Pete Towshend puede haber trascendido cara al aficionado a
la música por este par de obras magnas guiadas por un sentido conceptual, pero
su importancia en cuanto a su personalidad artística, creativa va mucho más allá,
involucrando de una forma absolutamente diáfana su faceta de escritor. Un
escritor self made man —cuando su profesor de la Escuela de Arte supo que
cobraba menos que aquel advenedizo músico, tuvo la convicción que
podía ir por el buen camino, al menos desde un prisma crematístico— que cubriría contra todo pronóstico el
cargo de editor adjunto de Faber & Faber, procurando bajo su tutela dar
salida a ediciones en inglés de textos de Jean Genet... e incluso una
autobiografía de Pau Casals (¡). Lejos que su vertiente de editor le situara en
un espacio de placentera estabilidad emocional y/o creativa, Pete Towshend ha
vivido instalado en un perenne tobogán
fruto de sus excesos con sustancias psicotrópicas (LSD, heroína, cocaína, etc.) y el
alcohol que me han recordado de soslayo la biografía personal de Dan Fante —hijo del notable escritor John Fante— publicada en Sajalín hace un par de
años. Con todo, Pete Townshend ha sabido sortear toda clase de contratiempos,
siendo el fallecimiento de sus compañeros de grupo Keith Moon y John Entwistle —celoso de una privacidad que impediría
en vida poner en conocimiento de su gran amigo su filiación a una orden masónica— puntos capitales en el desarrollo de un
relato personal preñado de sinceridad, en que convive el logro de la conquista
de los objetivos fijados por ese adolescente de figura desgarbada, pero también
el de la derrota, más patente si cabe cuando ataca al flanco de los
sentimientos —excelente la
narración de ese episodio de amor no correspondido con la actriz Theresa
Russell, a la que acabaría dedicando una canción— que cuando queda apeado de toda clase de proyectos de índole
musical, sabedor que la capacidad de reciclar material obra “milagros”.
Especialmente pertinente al respecto deviene la transformación sufrida por el
proyecto de The Iron Man que pasaría
a denominarse The Giant Man bajo el
manto protector de la Disney
comandada en su aparato de dirección por un emergente Brad Bird. Peor suerte tuvo Lifehouse, una pieza propia de un
visionario —el concepto de
internet parecía trazada en su fecunda imaginación— que se situaría a primeros de los años sesenta, a través del grupo
Detours, al pie de una cima que parecía impensable de escalar.
De aquel embrión nacería a mediados de esa misma década The Who, situándose al
poco de su creación en ese campamento base que daría acceso a ollar la cumbre del éxito comercial y
artístico cumplido el cambio de década. Una vez conquistada la cumbre, Keith Moon pronto acabaría precipitándose
al vacío, absorto por una vida sin freno. Su muerte dejaría una situación de
desamparo a una formación británica adjetivada de mítica cumplido apenas un
lustro de su existencia. Pese a la baja de Moon y más tarde la de Entwistle,
Townshend y Roger Daltrey no han querido despegarse del significado de mantener
viva la llama de The Who, en honor a
una banda que marcaría un antes y después en la Historia del rock. En
cierto sentido, Who I Am rinde
honores a ese legado musical cultivado con mimo a lo largo de las décadas, el
que ha dado crédito para que el nombre de Pete Townshend se eleve al
conocimiento de aficionados de la música de distintas generaciones. Pero
asomarse a este volumen de memorias representa un encuentro con los aspectos más
ocultos de una personalidad que persigue en los últimos capítulos de Who I Am un enfoque sobre todo reflexivo,
que parece ir acompañado de las lecciones aprendidas merced a su mentor
espiritual Meher Baba, junto a Roger Daltrey y su esposa Karen durante tantos
años, el más citado en una obra franca a ocupar un espacio preferente en las
bibliotecas de los buenos aficionados al rock. Con permiso de Bob Dylan, sin
duda Pete Townshend es el que ha demostrado un mayor background literario, dispuesto a jugar a favor de los intereses de
armar un libro de memorias de una extraordinaria calidad a todos los niveles.
En su largo proceso de maduración Who I
Am encontramos presumiblemente la clave de que Townshend haya aquilatado el
peso de lo anecdótico con la sustancia propia de un relato narrado en primera
persona expresado a corazón abierto
por un ser culto, amén de un superdotado de la música. Malpaso, pues, anota un
acierto más en su política editorial de ir al encuentro de textos que nos
ayuden a configurar con mayor precisión el cosmos
personal y profesional de leyendas forjadas en el espacio del rock de los años
sesenta. El de Who I Am representa
uno de esos textos para enmarcar, con una soberbia traducción de Miquel
Izquierdo, cuyo medio millar de páginas pasan conforme a un suspiro merced a
ese vendaval de sapiencia llamado Pete
Townshend, de oficio genio y figura
hasta una sepultura que esperemos tarde mucho tiempo en llegar. De tal suerte, podrá seguir cultivando su vena de escritor.
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domingo, 1 de junio de 2014
STEVE HACKETT Y SU «GENESIS EXTENDED 2014 WORLD TOUR» EN BARCELONA: EL AÑO DEL RESURGIMIENTO DEL ROCK SINFÓNICO (III)
Pimlico es un barrio situado en la zona de Westminster, en el corazón de la capital inglesa, que en los últimos compases de los cuarenta —una década en
la que Londres estuvo a merced de los bombardeos aéreos, sufriendo con especial
crueldad los estragos de la Segunda Guerra
Mundial— vio proyectado su nombre a las esferas de la popularidad procurada por
el cinematógrafo verbigracia del estreno de un título surgido de la factoría
Ealing. Al poco de la puesta de largo de Passport
to Pimlico (1949) nacía en ese mismo rincón de Gran Bretaña Steve Richard
Hackett. Cumplidos los veinte años de existencia, Steve Hackett, tras su paso por una formación afroinglesa llamada Heath Brothers,
recalaría en otra hermandad musical,
la integrada por Peter Gabriel, Phil Collins, Mike Rutherford y Tony Banks. La voz cantante de
Genesis, que así se llamaba la formación, la llevaría Gabriel, al punto
que Steve Hackett ilustraría un sentimiento más o menos compartido por los otros miembros, el de una «orquesta en el foso» mientras el carisma del artista proclive al disfraz se elevaba sobre
el escenario. Pese a ese reino de
taifas en el que acabaría convirtiéndose Genesis, Steve Hackett parecía no
tener cabida una vez Phil Collins tomó el mando de la situación ante la salida
de Peter Gabriel llamado por los cantos de sirena del cinematógrafo, el
guitarrista nativo de Pimlico expediría un pasaporte
a esa libertad creativa capaz de asegurarle una plaza entre los artistas de
culto cara a diversas generaciones. Pese a su extraordinaria amalgama de discos
que brindaría a partir de su álbum de debut en solitario, Voyage of the Acolyte (1975), Steve Hackett ha puesto en valor su
etapa al servicio de Genesis, sabedor que en la misma había contribuido a
escribir algunas de las páginas más brillantes de la Historia de la música
contemporánea del último tercio del siglo XX. Faltaba, empero, la perspectiva
necesaria para que Mr. Hackett calibrara la importancia de ese proyecto
desarrollado en común por un repóker de músicos de talento de veintitantos años, para
proceder, al cabo, a la recuperación del Genesis de la primera mitad de la década de los 70 para los escenarios de medio
mundo. En ese empeño iría trabajando a lo largo de los años, de manera
simultánea con diversos proyectos personales y colectivos. A las puertas de la
edad de jubilación, Hackett lleva recorrido un amplio camino desde entonces
colocando el foco sobre su etapa en Genesis. Para el que ha denominado «Genesis
Extended 2014 World Tour» Hackett se ha visto arropado por un line-up que saca lustre a la esencia musical de Nursery Crime (1971), Foxtrot (1972), Selling England By the Pound (1973) y The Lamb Lies Down On Broadway (1974). El pasado día 28 de mayo
pude asistir al magisterio de Hackett y su banda en el Barcelona Teatre
Musical, enclave localizado en las faldas de la
Montaña de Monjuich, desde cuyo punto más elevado podría
observarse el caos que reinaba en la principal arteria del barrio de
Sants, en que la violencia campaba a sus anchas para vengar la tentativa de
derribar (a medias) un espacio de autogestión cultural, el de Can Vies. De
nuevo, los medios de comunicación se ocuparían de la crónica de una mala
noticia mientras que la buenanueva de la actuación en el Barcelona Teatre
Musical en la noche de ese miércoles de
ceniza (consecuencia de esos contenedores y mobiliario urbano que ardió por la ira de unos pocos) quedaría mayoritariamente silenciada. Lógicamente,
para los casi dos millares de espectadores que acudimos a una cita con la
historia musical, la realidad fue otra muy distinta. Dos horas y media de
concierto dejaron a las claras que Steve Hackett lograría el efecto buscado. El
efecto de una música que invita a la ensoñación a través de un mecanismo
perfectamente engrasado, en que Hackett, situado en el centro del escenario
guitarra en ristre, se siente envuelto, arropado por un conjunto de músicos que
adoptan su rol sin necesidad de tener la impresión que operan «en el foso» mientras el maestro de ceremonias
hace gala de un protagonismo excesivo.
Fue la primera
vez que veía actuar en directo a Steve Hackett, para la ocasión, en compañía de
Sir Eduardo Martin y Álex Lema, situándonos en el anfiteatro de un Barcelona Teatre Musical prácticamente
abarrotado. Desde esa posición teníamos una perfecta panorámica del
funcionamiento de ese mecanismo de relojería, de ese tic tac sincronizado al compás de los acordes de Hackett y del
bajista Nick Beggs (su figura filiforme y su larga melena rubia y lacia creaban cierta
confusión desde la distancia), de la parte de percusión a cargo de Gary O’Toole
(tocado por un sombrero de hongo cuando empezaba a anunciarse el fin de fiesta), de los teclados de Roger
King, de la voz de Nad Sylvan y de la aportación del multiinstrumentista Rob
Townsend. Este último nos deleitó con el uso de la flauta mágica que contribuiría sobremanera a robustecer el carácter
bucólico, pastoral, de piezas como
“The Fountain of Salmacis”, “The Musical Box” o “Supper’s Ready” (superlativa
su ejecución) extraídos de los álbumes que jalonan esa Edad de Oro del rock
sinfónico o progresivo en sus múltiples variantes, y de Genesis en singular. Al
final del magisterio de Hackett y su banda, con la propina de “Los Endos”, leí en los rostros de algunos de los
asistentes a ese evento la idea de felicidad atrapada en ese túnel del tiempo
que viajaría hacia los años de excelencia creativa de la etapa de Genesis de
Peter Gabriel, pero también de Steve Hackett. La salida de ambos provocaría un cisma creativo, provocando que el fiel de la balanza se decantara hacia ese
paisaje pop-rock que llevaba la marca de Phil Collins. Cualquier tentativa de
reunificación de Genesis pasa por la aprobación del batería y voz del grupo
durante muchos años. Pero su distanciamiento con Hackett invita a creer que la
resolución de la ecuación se complica. Mientras tanto, Hackett concluye la gira
por el continente europeo de Genesis Extended 2014 World Tour en Portugal. Allí, a buen seguro, le aguardará Joanna Lehmann, su esposa con que quien recientemente se casó y que ha
fortalecido su espíritu juvenil y su ilusión por una música encofrada de
múltiples estilos, pero con una seña de identidad bien definida en esos horizons descritos en el libro del
Genesis de la Biblia
del Rock Sinfónico, en que el arcangel
Gabriel se dejaría secundar por músicos del tronío de Mr. Hackett, cuyo primer
pasaporte se expediría en Pimlico el 12 de enero de 1950. Ahora, a sus sesenta
y cuatro años, su regreso a la época de Genesis le ha rejuvenecido en todos los
sentidos para la dicha de los que seguimos creyendo con más firmeza que nunca
que el rock sinfónico lleva inscrito el valor de la reivindicación en un
ejercicio de acto de justicia para con la Historia musical del pasado siglo.
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