domingo, 7 de enero de 2018

PASAPORTE A TABARNIA: CATALUNYA BAJO EL «REINADO» DE LA EALING

Presumiblemente, para la práctica totalidad de los residentes en la Ciudad Condal pasó desapercibida la noticia que los Cines Verdi proyectaban un ciclo bajo el genérico So British! en el verano de 2015. Ocioso de poder contemplar en la gran pantalla uno de esos títulos caros a “perpetuarse” en el cargo de clásico por razones que van más allá de lo estrictamente cinematográfico, acudí a la cita de la proyección de Passport to Pimlico (1948), incluido en el miniciclo compuesto por otros títulos más conocidos por parte del aficionado al Séptimo Arte y del cine británico en particular. A la salida de la proyección recorrí las estrechas calles de Gràcia mientras daba rienda suelta a la imaginación en torno a la posibilidad que el popular barrio barcelonés a imagen y semejanza de lo que ocurre en la cinta auspiciada por la Ealing— se segregara del resto de la Ciudad Condal una vez encontrado en uno de sus refugios creados a tal efecto durante la Guerra Civil Española— un tesoro que revelara su pertenencia a un ducado europeo que se remontara al periodo medieval. Meses después de asistir a aquella proyección el espejismo que se había dibujado en mi mente parecía depositarse sobre la realidad de mis conciudadanos, pero ampliando el foco geográfico verbigracia de una renovada ofensiva (en fase creciente) del independentismo catalán por segregarse del estado español con motivo de las elecciones autonómicas celebradas en diciembre de ese mismo año. A las puertas de la formación de un nuevo gobierno, el rey Artur Mas sería destronado por imperativo de un partido anticapitalista la CUP— con especial arraigo en el barrio de Gràcia que prestaría sus votos a Junts Pel Sí (la suma de CIU y Esquerra Republicana de Catalunya) en la investidura con la condición sine qua non de que fuera elegido President de la Generalitat un candidato libre de polvo y paja de cualquier asunto de corrupción y que diera un perfil netamente independentista. De aquel (semi)desconocido para muchos de nosotros para ocupar el máximo cargo institucional de Catalunya en poco más de dos años ha pasado a ser una de las figuras políticas más populares del territorio español y asimismo de distintas plazas europeas, sobre todo Bélgica. Su nombre: Carles Puigdemont, de cuya peripecia por llegar a la capital belga en la madrugada del día 19 de octubre no se ocuparán los libros de Historia sino que podría formar parte perfectamente de esa crónica del escapismo hispano de personajes con el hábito puesto de político, de confidente o de director de la Benemérita, entre otras nobles profesiones. En el trayecto realizado probablemente en automóvil o automóviles que cubre la distancia entre una localidad cercana a Girona Sant Julià de Ramis, residencia habitual de los Puigdemont— y Bruselas, hubiera podido pasar por Dijon, la capital de la Borgoña, otrora ducado al que la fértil imaginación de T. B. E. Clarke el guionista de Passport to Pimlico— recurrió para elaborar la premisa en que el barrio londinense, fruto del tesoro encontrado en su subsuelo tras explosionar una bomba, activa la maquinaria jurídica para segregarse del resto de Londres.
    Cumplido un par de años de aquella cita electoral con aroma de plebiscito a favor de la convocatoria de un referéndum por la independencia de Catalunya así lo planteó el conglomerado Junts pel Sí de común acuerdo con la CUP, ha empezado a arraigar la construcción de una nueva nación, Tabarnia (neologismo surgido a partir de los nombres de Tarragona y Barcelona, el extenso territorio al que pertenecen algunas de las comarcas más ricas e industrializadas) a modo de réplica y/o antídoto a las ínfulas de la confección de una República sustentada por los votos registrados en las urnas el pasado 21 de diciembre de 2017 pertenecientes a PdeCat la antigua CIU tutelada por Carles Puigdemont en su destierro belga, ERC y la CUP. Desde que la propuesta empezó a prender por las redes sociales, algunos tertulianos han querido trazar paralelismos con el concepto "berlangiano" al referirse a Tabarnia. Pero para un servidor el rescate de Tabarnia me devuelve al pensamiento el contenido de la cinta dirigida por Henry Cornelius, que reserva sus primeros fotogramas a la visión de Pimlico bajo unas condiciones metereológicas que invitan a tomar el sol en las terrazas a sus lugareños. Una vez cubierto la casi totalidad de su metraje cercano a la hora y media, el barrio de marras se viste del gris habitual de la ciudad londinense, a modo de alegoría en torno a ese anhelo independentista de la mayoría de habitantes de Pimlico que no llega a cristalizar. Siguiendo el hilo de ese juego alegórico, tras esa Catalunya sometida a los rigores del verano en 2017, en que muchos independentistas parecían advertir con mayor nitidez el efecto de una sonrisa marcada en sus rostros ante la posibilidad de acariciar un anhelo soberanista, los nubarrones se ciernen sobre el cielo del Noreste del estado español con la llegada del invierno. Una estación que ahuyenta a la convocatoria masiva de manifestaciones y sobre todo encuentra en Tabarnia (una iniciativa por recuperar las antiguas reivindicaciones del condado de Barcelona en aras a crear una nueva autonomía integrada en el estado español) una genialidad que coloca frente al espejo el grueso del argumentario por el que los independentistas quieren segregarse del estado español. Lo hace, como diría Joan Tardà  destacado miembro de la cúpula dirigente de ERC, a modo de letanía, «de manera tranquila, pacífica y democrática», pero con el añadido de un sesgo humorístico con domicilio fiscal en otro barrio londinense, el de Ealing. Un ejemplo paradigmático de como a veces la inventiva sirve mejor al propósito para combatir determinados argumentarios. Solo hace falta acudir a los libros de Historia y esgrimir una dialéctica que coloque contra las cuerdas esos razonamientos independentistas que se han ido nutriendo en sus filas a conversos debido a una política errática de represión por parte del gobierno que preside (para nuestra desgracia) Mariano Rajoy y Brey.