Hace casi un par de meses me aventuré a pronosticar que esa imagen en la que John Edwards se aprestaba a escenificar su apoyo por Obama sellaba cualquier duda sobre quien sería el nuevo líder del partido Demócrata. John McCain se mostraba remiso a dar a conocer quien le acompañaría en su camino hacia su hipotética conquista de la Casa Blanca, a pesar de que su liderazgo se disipó a las primeras de cambio. A las puertas de celebrarse la convención republicana si el huracán Gustav no provoca un cambio de planes de urgencia, McCain ha ofrecido su alternativa a la elección de Biden por parte de los Demócratas: la hasta la fecha gobernadora del estado de Alaska Sarah Palin. Es decir, McCain ha querido contraponer el que no se escogiera a Hillary Clinton, una mujer incluso más joven que la esposa del inefable Bill Clinton. Presumiblemente, movido por sus consejeros para rescatar votos de signo femenino dentro de un sector descontento con que se prefiriera a Biden en lugar de Hillary, John McCain ha cometido, a mi juicio, un error de cálculo que le costará la presidencia en unas elecciones que se siguen presumiendo muy reñidas pero que cualquier detalle en la recta final puede ser crucial. Máxime cuando Hillary y Sarah Palin tienen perfiles antagónicos en temas básicos como la sanidad, la pena de muerte o el aborto, entre otros. Votar en función del sexo de uno de los candidatos es una de las falacias que tan sólo los más obtusos pueden discutir cuando, en realidad, lo que se debate es el status quo de un país, la orientación de una nación en cuestiones del todo vitales en políticas ecológicas, energéticas, sociales o sanitarias. Leo en la portada de La Vanguardia (31/VIII/08) la «reveladora» noticia de que Sarah Palin fue Miss Alaska y, ya en página interior se detalla que ganó, a sus veinticuatro años, un concurso de belleza en su localidad natal, Wassilla, además del de Miss simpatía en el mismo certamen. Cuando se tiene un perfil tan bajo para ocupar un puesto de enorme responsabilidad, hay que «adornar» ciertos curriculums que hablan por sí solo de que McCain pude tener buen gusto pero mal ojo. Mientras Obama suma esfuerzos y trata de conquistar a los que, en su día, prefirieron a Hillary, McCain dividirá al personal republicano a cada mes vencido. Los más conservadores quizás se sientan reconfortados con la elección de Palin, antiabortista, miembro de la Asociación del Rifle y con una política exterior que no difiere en demasía del de la Administración Bush Jr. Pero con el «ideal» de WASP en franca recesión en número de personas en beneficio de una inmigración que crece de forma aritmética, los datos no pueden más que arrojar la victoria del tándem Obama-Biden. Como un servidor piensa que la inteligencia y la bondad no son patrimonio exclusivo de los Demócratas ni mucho menos, aquellos acérrimos defensores de los valores conservadores del deep-south se pueden estar preguntando si Mrs. Palin restará un solo voto a un sector dubitativo del Partido Demócrata que quiere vengar la derrota de Mrs. Clinton. Hillary se puede poner hecha un basilisco (la razón que Bill esté tan blanco es que su mujer no le debe pasar una) y su carácter debe ser de los de aupa, pero salvo estos arranques de furia dudo que después de que hubiera tenido cuatro hijos, lanzara la moneda al aire para tener, a los cuarenta y tres años, un bebé. La decidida lucha antiabortista de Palin ganaba una nueva causa a costa del nacimiento de un niño con el síndrome de Down. Una decisión legítima pero que explica mejor el perfil de «Dama de Hierro» que se ha ido forjando Mrs. Palin, dejando patente que McCain es más bien un lobo con la piel de cordero. Con su decisión de apoyarse en los réditos que pueda darle Sarah Palin, John McCain ha servido en bandeja de plata la victoria a su contrincante Barack Obama.
Existe vida después del cine. Muchos me vinculan a este campo. Este blog está dedicado a mis otros intereses: hablaré de música, literatura, ciencia, arte en general, deportes, política o cuestiones que competen al día a día. El nombre del blog remite al nombre que figura en mi primera novela, "El enigma Haldane", publicada en mayo de 2011.
domingo, 31 de agosto de 2008
EL RIFLE Y LA BIBLIA
Hace casi un par de meses me aventuré a pronosticar que esa imagen en la que John Edwards se aprestaba a escenificar su apoyo por Obama sellaba cualquier duda sobre quien sería el nuevo líder del partido Demócrata. John McCain se mostraba remiso a dar a conocer quien le acompañaría en su camino hacia su hipotética conquista de la Casa Blanca, a pesar de que su liderazgo se disipó a las primeras de cambio. A las puertas de celebrarse la convención republicana si el huracán Gustav no provoca un cambio de planes de urgencia, McCain ha ofrecido su alternativa a la elección de Biden por parte de los Demócratas: la hasta la fecha gobernadora del estado de Alaska Sarah Palin. Es decir, McCain ha querido contraponer el que no se escogiera a Hillary Clinton, una mujer incluso más joven que la esposa del inefable Bill Clinton. Presumiblemente, movido por sus consejeros para rescatar votos de signo femenino dentro de un sector descontento con que se prefiriera a Biden en lugar de Hillary, John McCain ha cometido, a mi juicio, un error de cálculo que le costará la presidencia en unas elecciones que se siguen presumiendo muy reñidas pero que cualquier detalle en la recta final puede ser crucial. Máxime cuando Hillary y Sarah Palin tienen perfiles antagónicos en temas básicos como la sanidad, la pena de muerte o el aborto, entre otros. Votar en función del sexo de uno de los candidatos es una de las falacias que tan sólo los más obtusos pueden discutir cuando, en realidad, lo que se debate es el status quo de un país, la orientación de una nación en cuestiones del todo vitales en políticas ecológicas, energéticas, sociales o sanitarias. Leo en la portada de La Vanguardia (31/VIII/08) la «reveladora» noticia de que Sarah Palin fue Miss Alaska y, ya en página interior se detalla que ganó, a sus veinticuatro años, un concurso de belleza en su localidad natal, Wassilla, además del de Miss simpatía en el mismo certamen. Cuando se tiene un perfil tan bajo para ocupar un puesto de enorme responsabilidad, hay que «adornar» ciertos curriculums que hablan por sí solo de que McCain pude tener buen gusto pero mal ojo. Mientras Obama suma esfuerzos y trata de conquistar a los que, en su día, prefirieron a Hillary, McCain dividirá al personal republicano a cada mes vencido. Los más conservadores quizás se sientan reconfortados con la elección de Palin, antiabortista, miembro de la Asociación del Rifle y con una política exterior que no difiere en demasía del de la Administración Bush Jr. Pero con el «ideal» de WASP en franca recesión en número de personas en beneficio de una inmigración que crece de forma aritmética, los datos no pueden más que arrojar la victoria del tándem Obama-Biden. Como un servidor piensa que la inteligencia y la bondad no son patrimonio exclusivo de los Demócratas ni mucho menos, aquellos acérrimos defensores de los valores conservadores del deep-south se pueden estar preguntando si Mrs. Palin restará un solo voto a un sector dubitativo del Partido Demócrata que quiere vengar la derrota de Mrs. Clinton. Hillary se puede poner hecha un basilisco (la razón que Bill esté tan blanco es que su mujer no le debe pasar una) y su carácter debe ser de los de aupa, pero salvo estos arranques de furia dudo que después de que hubiera tenido cuatro hijos, lanzara la moneda al aire para tener, a los cuarenta y tres años, un bebé. La decidida lucha antiabortista de Palin ganaba una nueva causa a costa del nacimiento de un niño con el síndrome de Down. Una decisión legítima pero que explica mejor el perfil de «Dama de Hierro» que se ha ido forjando Mrs. Palin, dejando patente que McCain es más bien un lobo con la piel de cordero. Con su decisión de apoyarse en los réditos que pueda darle Sarah Palin, John McCain ha servido en bandeja de plata la victoria a su contrincante Barack Obama.
viernes, 29 de agosto de 2008
«DRASTIC FANTASTIC», UN COMPENDIO DE ESTILOS Y VOCES
No descubro nada si digo que mi «debilidad» por las voces femeninas me ha llevado por los confines de unas discografías que, por lo general, quedarán relegadas al olvido en los estantes de las grandes superficies tipo FNAC y, en función de sus escasas unidades vendidas, prestas a ser retiradas cuando asome un grupo o un/a solista de la nueva hornada. Es así como se «queman» infinidad de carreras, dejando que la novedad de un primer compacto en un plazo de dos o tres años, con la aparición de un segundo, quede aparcado en el recuerdo de tan sólo unos cuantos. En el caso de KT Tunstall todo apunta a que seguirá una senda similar a la de Eleanor McAvoy, Natalie Imbruglia o Meredith Brooks, si la divina fortuna no lo remedia. Para empezar, la culpa no es tan sólo imputable a la forma en qué está concebido el negocio discográfico sino que deviene un error de principiante para el/la que la representa firmar con las iniciales K. T. Reivindicar el papel de la mujer en el seno de una industria tantas veces (y con razón) tachada de machista no pasa precisamente por dejar al albur de la imaginación a qué corresponde la K y la T que anteceden al apellido Tunstall, bien a una fémina o a un varón. Siempre he creído que esta dicotomía nunca ha favorecido, por ejemplo, las ventas de libros de la escritora P. D. James o de la cantante K. D. Lang, quien quiso preservar cierta ambigüedad sexual para posteriormente declarar abiertamente su condición de lesbiana. Para desentrañar el entuerto por lo que concierne a Tunstall, su nombre de pila es el de Kate, una escocesa de treinta y tres años con una voz muy peculiar que podría situarnos en los registros de Dido o Sheryl Crow. Dada a conocer con su primer álbum de estudio, Eye to the Telescope (2005) —guiño a un pasado en St. Andrews, cuyas sesiones al aire libre con el telescopio tuvieron en su padrastro, físico de profesión, un privilegiado tutor—, su posterior Drastic Fantastic (2007) representa un trabajo de un reposado equilibrio entre las melodías pop y el empleo de una guitarra eléctrica que domina los temas más rockeros. Un concepto nada novedoso que la Crow ha explotado en casi todos sus discos, pero con el temperamento musical de Kate Tunstall que se perfila como una voz propia. Es cierto que el tema Funny Man podría formar parte del repertorio de Dido, pero existen en Drastic Fantastic intentos, eso sí, comedidos por explorar en formas musicales más abruptas (Hold On) con un empleo de la percusión nada desdeñable. De hecho, el segundo álbum de Kunstall representa un buen compendio de algunas de las voces femeninas que a un servidor le han cautivado en los últimos años, con especial significación para Hopeless, que destila aromas musicales próximos a Aimee Mann —aunque con una rítmica más acelerada—, Saving My Grace, cuyos modismos vocales la comprometen con el trabajo de Katie Melua, o Beauty of Uncertainty ofrece un especial tributo a su admirada Patti Smith. Una vez escuchado el presente compacto, muchos podrán rebatir que Tunstall no deja de ser un clon de tantas cantantes solistas con ciertas ínfulas creativas. Quizás, en el fondo, esta apreciación sea verdad. Pero, como diría George Orwell, «todos somos iguales, si bien algunos más iguales que otros». Y una cosa es el karaoke con pseudocantentes prefabricadas que, en comparación, harían de Ana Torroja la letrista mayor del reino, y otra un tanto distinta: mujeres que, como Tunstall, hacen de la escucha de su disco compacto Drastic Fantastic una experiencia fantásticamente imperfecta, en el que asoman multitud de influencias de cantantes que militan en la Primera División.
Para más información http://www.kttunstall.com/
Escuchar tema Saving My Face de KT Tunstall en YouTube
miércoles, 27 de agosto de 2008
DIGITALIZANDO NUESTRAS VIDAS
Llevaba tiempo, sin embargo, sin acercarme a la lectura de estos dos auténticos tothems de la divulgación científica en formato revista. Revisando el ejemplar correspondiente a mayo de 2007 (el año que se cumplía el 30 aniversario) de la edición española de Scientific American ha habido un tema que me ha llamado la atención fuera de mi campo de interés primordial en materia científica. En el artículo Una vida digital Gordon Bell y Jim Gemmell proponen una reflexión y/o evaluación de lo acontecido con la experiencia del primero. Ambos trabajan desde hace tiempo para Microsoft y, ya se sabe que en el alma de todo investigador existe la tentación de extraer consecuencias de sus propias teorías conviriténdose uno mismo en «conejillo de indias». A Craig Venter le pudo su egolatría y, a través de su empresa Celera, llevó a cabo el Proyecto Genoma Humano, en paralelo con el programa con fondos públicos dirigido por James D. Watson, secuenciando el mapa genómico humano... extraído de su propio ADN. Lo de Bell ha sido menos ambicioso, pero igualmente de proporciones mesiánicas: establecer un programa minucioso de digitalización de gran parte de la información que ha recibido a lo largo de varios años. Es decir, crear un archivo digital de todo lo que le relaciona con su entorno visual y auditivo, captando instantáneas de los lugares que visita, páginas web a las que accede, música que se descarga, emails que envía o recibe, etc. Gordon Bell y Jim Gremmel parecen complacidos con la idea de que tal caudal de información (la mayor parte, transferida en imágenes) servirá de utilidad a una progenie que podrá empaparse de la biografía de un familiar, sabiendo incluso el detalle de qué portal estaba visitando a las 9 de la mañana del 11 de septiembre de 2001. La aventura urdida por Bell empezó en 1998, pero no sería hasta varios años después cuando su proyecto cobraba visos de realidad al tener acceso a un sistema digital que hiciera más automática la transferencia de información evaluada dentro del proyecto de investigación MyLifeBits («pedazos de mi vida»). Las aplicaciones terapeúticas que se puedan derivar de experiencias con pacientes con una progresiva pérdida de memoria (no necesariamente vinculada con la enfermedad del Alzheimer) parece una de las finalidades del aún embrionario MyLifeBits. Pero lo que Bell no desvela es si las luces de neón de los moteles o el aparato lumínico que acompaña a los salones recreativos son captados por los sensores de la SenseCam que lleva colgando cuál amuleto. Sería de utilidad saberlo si alguno de sus descendientes le da algún día por el hábito de las tragaperras o busca consuelo en la compañía de damas que no le recuerdan ni de soslayo a la santa. Eso sería como tener la enciclopedia personal de cada uno pero con páginas «digitales» arrancadas. Demasiadas hagiografías aflorarían sin saber realmente de qué pie cojea cada uno. Pero dada la vinculación de Bell y Gemmell con Microsoft, entramos en una nueva era en la que toda esta entelequia digital cobrará visos de la realidad en nuestras vidas. No tardaremos, pues, a escuchar el tamido de una campana proveniente del centro de investigación de Microsoft en San Francisco: eso sí, con el nombre de pila de Gordon. Preparémonos a revivir el sueño del padre de Mark Lewis (Michael Powell) en Peeping Tom / El fotógrafo del pánico (1960) en su versión digital y con una compresión de la información de nuestras vidas concentrado en un milímetro cuadrado.
domingo, 24 de agosto de 2008
EN BUSCA DE UNA IDENTIDAD... DEPORTIVA: EL VALOR DEL COLECTIVO
jueves, 21 de agosto de 2008
HOMO FABER («EL HOMBRE QUE FABRICA O HACE»)
A la luz de los focos de esta realidad que tratan de inculcarnos mediante datos, cálculos estadísticos, simulaciones matemáticas y demás, los aviones suelen cobrar ventaja. Los expertos nos advierten, ufanos ellos, «que nada es más seguro que volar. Es el medio en el que se registran menos accidentes». Una frase hecha que, a fuerza de escucharla numerosas veces, se ha convertido en dogma de fe para los responsables de la aeronáutica mundial. Pero cada x tiempo nos cuestionamos la creencia de la seguridad de los aviones cuando se producen accidentes tan escalofriantes como el registrado ayer, día 20 de agosto, en los aledaños del Aeropuerto de Barajas. Quizás, en algún informe confidencial que descansa en las oficinas de un organismo oficial de la aeronáutica de nuestro país o de la Unión Europea alguién pudo preveer una tragedia de esta magnitud que, a hora de hoy, registra ciento cincuenta y tres víctimas y casi una veintena de heridos con pronóstico grave o muy grave. Estimando el cálculo del (creciente) número de vuelos que se realizan en el espacio aéreo del viejo continente, la vida media de los aviones y otros muchos parámetros arrojan una cifra de muertos a lo largo de un decenio que tan sólo lo acontecido en Barajas sirve para refrendar, para desgraciadamente cuadrar o aproximarse a la estadística vaticinada. Pero nadie que conozca se sube a un avión pensando que tiene uno entre un millón de probabilidades que su destino se trunque en pleno vuelo o en la maniobra de un despegue o un aterrizaje. Esos valores de cálculo estadístico se mueven en el terreno de las proporciones de que padezcas una enfermedad hereditaria de la que jamás has oido hablar y el nombre de la cual resulta del todo desconocida si eres profano en la materia.
La historia de la aviación ha evolucionado a pasos gigantescos en los últimos decenios, en teoría, haciendo disminuir las probabilidades de un accidente de las características del ocurrido en el aeropuerto de Madrid. No obstante, la frecuencia de vuelos ha aumentado aritméticamente y con ello ha equilibrado, en el peor sentido, los logros alcanzados en seguridad en otras áreas, como el sistema de pilotaje automático, que suele estar por duplicado en los aviones relativamente modernos. Quién sabe si en este caso cabría sumar la precariedad laboral de una compañía, Spanair, que ha anunciado el despido de un tercio de su plantilla en poco tiempo, las razones que expliquen un doble intento de despegue sin haber extremado hasta el mínimo detalle las condiciones de seguridad del aeroplano accidentado. Antes de la construcción de proyectos faraónicos que cuestan al erario público unas cifras astronómicas, cabría dar prioridad a activar todos los mecanismos de seguridad para que episodios como el de la T-4 de Barajas (desgraciadamente, con tan poco tiempo de vida, va acumulando su particular «historia negra») de este agosto no vuelvan a producirse. Concedemos al Homo sapiens la capacidad de hacer proezas en el campo de la investigación, llegando incluso a realizar un mapa de nuestro genoma, evaluando los mecanismos biológicos que regulan nuestro determinismo, pero somos incapaces de arbitrar sistemas que hagan un checking de un motor de un aparato que ha dado signos de fallo en su primer intento de despegue. Y la moneda de cambio de esta paradoja inherente a la condición humana han sido ciento cincuenta y tres fallecidos y la tragedia de las familias de éstas que convivirán con el dolor el resto de sus vidas. Al reproducirse estas fatalidades aéreas de forma cíclica me sobrevuela en la memoria una imagen de Crash (1996) de David Cronenberg, a partir de la adaptación de una novela de J. G. Ballard: la de un hospital de aeropuerto donde todas las camas están vacías. La supervivencia, lejos de ser una bendición, muchas veces deviene en una consecuencia indeseada frente al pánico de reproducir día sí y otro también una tragedia que, para algunos, hacen buenas las estadísticas, y para la inmensa mayoría nos golpea en nuestros corazones. Vaya nuestro pesar por todos los que han quedado en el camino. Eso sí, el ruido de fondo de los medios de comunicación escudriñando en el dolor de unos familiares descompuestos ante el horror de pasar por este trance, las autoridades apelando a que se abrirá una investigación que esclarezca lo acontecido (juicios a celebrar a un lustro vista, en el mejor de los escenarios) y la voz de los responsables aeronáticos volviéndonos a recordar la garantía que ofrece la aviación serán los signos inequívocos que la relativa normalidad toma nuevamente las riendas de nuestras vidas. No tardaremos, pues, a perder el miedo a volar que se manifiesta en el fuero interno de muchos de nosotros ante noticias de este calibre. Pero si repasamos nuestra ancestral escala evolutiva hubo un tiempo que fuimos anfibios antes del paso a vertebrados. Por eso está codificado en nuestros genes la «memoria de los peces», aquella que nos hace olvidar de lo ocurrido a muy corto plazo y volver a sentirnos seguros al dirigir nuestras miradas sobre un cielo amortiguado de nubes desde la ventanilla del avión.
domingo, 17 de agosto de 2008
«EL CABALLERO OSCURO» Vs «VAMPIR CUADECUC»
viernes, 15 de agosto de 2008
«EL REY SE HA IDO PERO ÉL NO TE OLVIDA» *
(*) Estribillo traducido al castellano de My My, Hey Hey, la canción convertida en una suerte de epitafio por Kurt Cobain (1967-1994).
martes, 12 de agosto de 2008
LOS «FAROS» DE NUESTRAS VIDAS
A mi amigo Juan Antonio, y a ese «faro» que ha iluminado nuestras vidas y espero siga iluminándolas por los tiempos de los tiempos
sábado, 9 de agosto de 2008
«CRISIS? WHAT CRISIS?»
martes, 5 de agosto de 2008
NAVES EN ORIÓN (HOMENAJE A FREDERIC SOLDEVILA I VILA)
«Es toda una experiencia
vivir con miedo… ¿verdad?
Yo… he visto cosas
que vosotros no creeríais…
atacar naves en llamas
más allá de Orión
he visto rayos C
brillar en la oscuridad
cerca de la puerta Tanhäuser
Todos esos momentos
se perderán en el tiempo
como lágrimas en la lluvia».
Ver línea de monólogo de Blade Runner en Youtube.
domingo, 3 de agosto de 2008
LA VERDADERA HISTORIA DEL HOMBRE ELEFANTE
Al margen de estas diatribas en el plano de la descripción médica, que aún sigue relevándose un enigma (el síndrome de Malfucci asimismo se postuló en su día, pero pronto perdió peso), así como el factor hereditario (un gen defectuoso de su madre podría ser la hipótesis más plausible), La verdadera historia del hombre elefante se reserva una serie de capítulos para hablar sobre la vida y obra del doctor Frederick Treves. Algunos colegas coetáneos criticaron a Treves por utilizar sus estudios sobre «el hombre elefante» para su propio beneficio, alimentando una ambición personal y profesional que sin el concurso de Joseph Merrick hubiera entrado en vía muerta. Juicios que podrían tener un poso de verdad, pero que cabe suponer que la voraz inquietud de Treves por el conocimiento dentro de su especialización —la patología— no le privó de ofrecer una serie de comodidades y un entorno de calidad humana a su singular paciente, Joseph Merrick.