Decía el compositor de cine Jerry
Goldsmith que la voz es el primer instrumento, el que permite un mayor arco de
expresiones emocionales con los que repercutir sobre una determinada creación
musical. Al respecto, el primer disco compacto del albaceteño Rafa Blas, Mi voz
(2013), representaría una declaración de principios, surgido al albur de la
caja de resonancia que conllevaría su paso por el programa televisivo La Voz,
de la que saldría victorioso en su edición de 2012. Una primera prueba de fuego
discográfica que dibujaría un panorama incierto para unos sobre si Rafa Blas
pasaba a formar parte de ese pelotón de imberbes cantantes con ganas de comerse
el mundo pero que acaban convirtiéndose en artistas efímeros. Buena parte de
esas dudas se empiezan a despejar en el horizonte artístico de Rafa Blas con la
publicación de Sin mirar atrás (2015), en virtud de una aprendizaje preñado de
modestia que le ha hecho ver de la importancia de rodearse de músicos tocados
por la excelencia como Fernando Varela y Juan Saurín que, además, en el caso de
este último se desdobla en facetas de productor. Trece canciones (con una
suerte de bonus track, una versión orquestal de “Quijote”) jalonan este
segundo disco compacto que levanta acta de esa proverbial voz de Rafa Blas, la
propia de un auténtico contorsionista capaz de bascular entre los registros del
heavy-rock (“Soy yo”) y los de la canción melódica acunada por la carga de
profundidad nostálgica de Miguel Gallardo en una versión pluscuamperfecta
de “Hoy tengo ganas de ti”. Una obra
maestra en su ejecución vocal que en su entramado compositivo desliza
influencias de Led Zeppelin, las mismas que se detectan en el otro de los
covers del disco, “Getsemaní”, tema extraído del musical Jesucristo Superstar concebido por Andrew Lloyd Weber,
en que Blas parece imbocar por momentos con sus cuerdas vocales bien tensadas a
uno de los Dioses del firmamento rockero, Robert Plant. Inevitablemente, en alguno de sus futuros discos está llamado a versionar “Stairway to Heaven”, máxime si sigue
contando con la ejemplar capacidad de Saurín y Varela por modular esas escalas
musicales que razonan en Sin mirar atrás de una variedad y de una riqueza
difícil de encontrar en un disco actual formulado para satisfacer a un público
lo suficientemente amplio para rentabilizar el operativo. Solo cabe atender a
las diferentes formas de introducir instrumentalmente los temas para apercibirnos de
la compleja elaboración de un disco que contaba de antemano con la fuerza
suprema de la voz de Blas, direccionada hacia diferentes espacios genéricos,
aunque en casi todas las canciones la huella primigenia del heavy queda
constancia en ese camino donde no caben las lamentaciones y esas miradas hacia
atrás. La vitalidad y la esperanza devienen la tónica de unas letras trenzadas
sobre una base simple, exenta de pretensiones intelectuales (con algún que otro
requiebro vindicativo: ¿no será "Grita" un guiño sociopolítico a la formación de
nuevo cuño Podemos?) que abonan el terreno a una popularidad en auge de su
cantante y cocompositor, consciente de sus virtudes y sus limitaciones. Las
mismas que presumo servirán de acicate para que vaya creciendo a partir de
abrirse a la hora de escuchar otras voces no necesariamente nacidas del erial
del rock en sus múltiples derivaciones sino también de otras expresiones
artísticas (literatura, teatro, cine, pintura, etc.). Entonces, Rafa Blas
mirará hacia adelante para acabar siendo una de las referencias musicales de
nuestro país, “un Quijote de este nuevo tiempo” tocado por una voz que se la
disputarían los ángeles del infierno pero asimismo los ángeles celestiales. Un
artista, en definitiva, que ha nacido para quedarse, a ritmo de R&B, esto
es, de Rafa Blas, emblema de calidad en ese caudal emocional al que aludía al
principio del texto y arropado por músicos que le elevan un peldaño más hacia
esas escaleras al cielo donde situamos a los grandes del firmamento musical de
nuestro país, territorio de quijotes, el mismo que pisan los temas de cierre de
Sin mirar atrás. Una hora larga para dejarse llevar por las sensaciones lleno
de colorido musical que han sabido calibrar de manera acertada la dupla de
productores Saurín y Pepe Herrero, y que debería reforzar el ánimo de los abnegados miembros del club de fans de Rafa Blas, con mención especial para Silvia Solías, quien me puso sobre la pista de este portento de músico de apariencia un tanto intimidatoria, pero a juzgar por muchos, de una bondad infinita.
Existe vida después del cine. Muchos me vinculan a este campo. Este blog está dedicado a mis otros intereses: hablaré de música, literatura, ciencia, arte en general, deportes, política o cuestiones que competen al día a día. El nombre del blog remite al nombre que figura en mi primera novela, "El enigma Haldane", publicada en mayo de 2011.
sábado, 31 de enero de 2015
«SIN MIRAR ATRÁS» (2015) de RAFA BLAS: A RITMO DE R&B, MÁS ALLÁ DE LA VOZ
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martes, 27 de enero de 2015
PODEMOS RECORDARLO POR UD. AL POR MAYOR: EL FENÓMENO «PHENOMENA»
Hace algo más de tres años recibí una
notificación sobre la presentación de un nuevo proyecto denominado Phenomena,
tomado prestado del título de la película dirigida por Dario Argento en 1985. El
planteamiento de base era recuperar títulos en pantalla grande que formaron
parte del imaginario colectivo de una generación. A bote pronto, la propuesta
me parecía condenada al fracaso atendiendo a que las reposiciones prácticamente
habían desaparecido de las carteleras y los datos sobre la asistencia a la Filmoteca de la Generalitat de
Catalunya (con una nueva ubicación en pleno barrio del Raval de Barcelona) no ofrecían
la medida de un repunte al alza de la cinefilia. Para mi sorpresa, a través de facebook pude contemplar una imagen de cómo
la cola generada con el pase del "programa doble" compuesto por Tiburón (1975) y Alien, el
octavo pasajero (1979) en el cine Urgell daba la vuelta a la manzana. Nacho
Cerdá, el impulsor del proyecto, había dado en la diana. Transcurridos tres
años desde entonces, una vez "fidelizado" a un público entusiasta parecía que las cuentas salían para invertir en un
proyecto mucho más ambicioso al albur del inusitado éxito de las sesiones
mensuales de Phenomena registradas indistintamente en Barcelona y Madrid. El
cierre de los cines Urgell —con un aforo apto para más de 1.400 personas— había precipitado
el peregrinaje de Phenomena por otros cines de la Ciudad Condal. Así pues, Nacho
Cerdà y su equipo capitularon y se embarcarían en la necesidad de remodelar el
cine Nápoles, situado cerca de la Sagrada
Familia , y casi en tiempo récord —a diferencia de
la majestuosa construcción ideada por Antoni Gaudí— podíamos leer en la marquesina de los
cines el título de Phenomena. Acompañado de la liturgia pertinente, el
pistoletazo de salida se dio el pasado 19 de diciembre de 2014, volviendo a
programar, a modo de talismán, Tiburón y Alien, el
octavo pasajero. Los medios de comunicación locales se hicieron eco del
evento, desprendiéndose de las entrevistas que le hicieron a Cerdà un
sentimiento ambivalente: por una parte, el orgullo de haber sido el factotum del proyecto, y por otro, el
que si el mismo fracasaba, le llevaría a citarse más veces de las necesarias
con las entidades bancarias.
Cuando equivoqué el pronóstico en torno a la acogida de la primera
proyección de Phenomena no tuve en cuenta el factor de la nostalgia que, por
una hora y media o dos horas, podía devolver a los espectadores del cine Urgell
a una suerte de “regreso al pasado”. Principalmente, este mecanismo de
razonamiento obedece a que soy una persona que siempre tiene puesta la mirada
en el presente y en el futuro, y rara vez me dejo seducir por los cantos de
sirena de un tiempo pretérito por muy satisfactorios que hayan resultado. Ello
no es óbice para seguir tratando a las personas que han formado parte de mi
vida, en virtud de calibrar hasta qué punto todos nosotros hemos ido
evolucionando y madurando. En cambio, los asistentes a esa sesión de Phenomena
perseguían un viaje en el tiempo, cuando el placer del cine se calibraba en términos
de una actividad que implicaba a un colectivo y no conforme a un acto onanista
que suele ser moneda común (salvo en sesiones concretas) cuando visitamos las
multisalas de nuestra ciudad. El título del relato corto escrito por Philip K.
Dick Podemos recordarlo por ud. al por
mayor —inspirador de la cinta Minority
Report (2002)— hubiera podido servir
de eslógan de la campaña viral de los
responsables de comunicación de Phenomena. Los tráilers, los anuncios
Movierecord, el calor generado por el público, la salva de aplausos durante los
créditos iniciales, el decorado de la sala... contribuían a modelar una especie
de ilusión colectiva. La ingesta de ese cóctel
de imágenes y de sonido se disolvía en la mente de unos espectadores, algunos
de los cuales abrazaban la cincuentena, otros se habían instalado en la
cuarentena y una nueva generación se sumaba a esta serie de citas mensuales,
alentada por el entusiasmo expresado por padres y tíos, o amigos de la familia
con vocación cinéfila. Un público heterodoxo que disfrutaba de estas sesiones
medida en términos de grandiosidad. Como toda sustancia adictiva que penetra en
nuestro cuerpo y afecta al sistema motor
de nuestros sentimientos, la experiencia precisaba de repetirse over and over. El éxtasis llegaría con la obertura del remodelado cine Nápoles —que había hechado
el cierre tiempo atrás—, incluido un vestíbulo de aires retro a juego con la propuesta del sello Phenomena. Esa misma antesala en
la que me había citado con Nacho Cerdá el día 17 de enero de 2015, al filo de las nueve de la noche, para la
presentación del libro sobre Jerry Goldsmith publicado por T&B Editores
recientemente. Al cabo, me dirigía a un centenar de personas que
ocupaban las partes centrales de un aforo que cuadruplicaba esa cifra de asistentes. Lo
primero que hice fue preguntar cuántas personas conocían la existencia del
libro. Solo cuatro o cinco personas alzaron las manos. Hablé de manera casi
telegráfica del contenido del libro, me deshice en elogios hacia la persona de
Cerdá y de su equipo, y agradecí al público por haber confiado en una empresa
de este tipo. Concluidos los cinco o seis minutos de presentación, Nacho Cerdá
se perdió en la oscuridad, a mi derecha, sin apenas mostrar un ademán de
gratitud. Dado lo parco en palabras que se mostró, parecía leer en su mente: «haz lo que
quieras, me voy a ver la película (Atmósfera
Cero) y luego la siguiente (Capricornio Uno)». Los días pasaron y no hubo sorteo de los libros en las páginas de
Facebook de Phenomena que llevé para los asistentes a ese «programa doble» Goldsmith-Peter Hyams.
Salí solo de la sala sin que nadie me acompañara. Frente a las taquillas me
esperaba Esther, mi compañera de viaje. Al salir, alcé la mirada y me recreé en
esa palabra mágica para muchos: Phenomena. Luego cavilé. «salvo honrosas
excepciones, solo les interesa ver películas, una tras otra, que les devuelva a
un lejano pasado. ¿A dónde conduce que les hables de la importancia de la música
en películas como Atmósfera Cero o Capricornio Uno?. A nada. Ellos quieren
ser niños, adolescentes. Solo eso». Por su parte, ya pocas cosas me
sorprenden de la actitud de Cerdá. No se había preparado nada sobre lo que he
hecho a lo largo de veinte años en el mundo del cine. Parecía navegar por las
aguas de un pasado remoto, sin reparar en el presente, el que debía convocarle
frente al espejo de un comportamiento acorde con su edad. El otro fracaso de Phenomena, el que no guarda relación con los números, puede darse si siguen descuidando ese trato afectivo para con personas
que hemos contribuido al conocimiento sobre cine en nuestro país, a través de
la puesta en funcionamiento de webs, escritura de libros, publicación de
revistas, artículos, etc. No solo las cifras miden el fracaso o el éxito de una determinada empresa. Por
tanto, este es mi informe de la minoría
de los que seguimos
pensando que el conocimiento del cine no proviene solo de ver películas sin
solución de continuidad. Hay algo más o quizás mucho más.
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jueves, 1 de enero de 2015
«EL VIAJE DE SHACKLETON» de William Grill: HACIA LO DESCONOCIDO
Suelo concluir cada año con una lectura que me provoque un
sentimiento de estima, de placer por el mero hecho de enfrentarme a semejante
ejercicio que alienta el intelecto. Años atrás comenté en este mismo blog un documental de IMAX sobre la
hazaña del aventurero Ernest Henry Shackleton (1874-1922) y su tripulación del Endurance. Prácticamente
en el último suspiro de 2014 regreso sobre este extraordinario personaje con
motivo de la publicación de El viaje de
Shackleton, una obra ilustrada del precoz talento británico William Grill
que lleva el aval de Impedimenta. Un delicatessen
con un formato próximo al tamaño Din A-4, en tapa dura y, por tanto, fuera de
los estándares a los que nos tiene acostumbrados Impedimenta, aunque con la participación en la traducción (Pilar Adón) de una recurrente profesional en el sello madrileño. Merecedor del premio
New York Times Best Illustrated Books en 2014 y del premio AOL Illustrarion New
Talent, El viaje de Shackleton, en el
año de la conmemoración del centenario del inicio de la expedición del
Endurance a los confines del «quinto
continente» viene a sumarse a las
publicaciones en lengua castellana sobre tan notable personaje y la proeza que
le elevaría a los altares de la fama y sobre todo del reconocimiento popular
durante su existencia y posterior a la misma. Endurance, la legendaria expedición a la Antártida de Ernest
Shackleton (2009, Planeta de Agostini), de Luis Bustos, Shackleton, expedición a la Antártida (2011,
Bambú Editorial), de Lluís Prats, y Shackleton,
el indomable (2013, Forcola Ediciones), de Javier Cacho preceden a este
libro profusamente ilustrado verbigracia de unos dibujos cincelados por Grill
con un estilo peculiar, que parece surgido de “otra época”. Algo más extenso en
número de páginas —setenta y cuatro—
que el cómic-tipo, por ejemplo, de la serie sobre Tintín, El viaje de Shackleton nos invita a un recorrido por el periplo de
la expedición del Endurance, abordada un par de años después de la tragedia del
Titanic, pero colocando el objetivo en ese continente desconocido, la Antártida , que puso en
jaque a la vida de una veintena de aguerridos hombres, alentados en todo
momento por Shackleton para que las fuerzas no les vencieran. Una historia pertinente
de leer en tiempos en que la crisis —a
todos los niveles— azota, cuál vendaval, la vida de
infinidad de personas, agarrados a una luz de esperanza en plena oscuridad. La
oscuridad para Shackleton y sus compañeros de viaje tuvo un color, el blanco (con su infinidad de matices) de
un paisaje nevado, gélido, que dominaría durante más de dieciséis meses, de 1914 a 1916, sus respectivas vidas. Mientras en el
viejo continente se libraba la Primera
Guerra Mundial, Shackleton, Frank Wild, Frank Worsley y
tantos otros hasta completar veintisiete expedicionarios, batallarían en esa Antártida
que se abría a la civilización en condiciones metereológicas extremadamente adversas. De esa
gesta da cuenta un libro excelentemente ilustrado que refuerza si cabe aún más
el “compromiso” de Impedimenta por escarbar
en todos los rincones posibles de ese crisol de naciones llamado el Reino Unido, con un
timbre singular para la narración. Esta vez, la narración se acomoda a unas
ilustraciones que muestran individuos con cuerpos desproporcionados en relación
a esas cabezas que, como la de Shackleton, maquinaron un proyecto de casi
imposible realización. Pero la imperiosa necesidad del ser humano por ir más
allá de donde dicta la lógica, movió a Shackleton a decidirse por escapar del
conformismo. Él mismo escribió una frase con aliento a una sentencia que
descansa en las páginas finales de este galardonado volumen: «Elegí la vida por
encima de la muerte por mí mismo y para mis amigos... Creo que está en nuestra
naturaleza el deseo de explorar, de adentrarnos en lo desconocido. La única
derrota verdadera sería la de no salir a explorar jamás». Ernest Shackleton dixit.
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LUIS BUSTOS,
PILAR ADÓN,
WILLIAM GRILL
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