sábado, 31 de enero de 2015

«SIN MIRAR ATRÁS» (2015) de RAFA BLAS: A RITMO DE R&B, MÁS ALLÁ DE LA VOZ

Decía el compositor de cine Jerry Goldsmith que la voz es el primer instrumento, el que permite un mayor arco de expresiones emocionales con los que repercutir sobre una determinada creación musical. Al respecto, el primer disco compacto del albaceteño Rafa Blas, Mi voz (2013), representaría una declaración de principios, surgido al albur de la caja de resonancia que conllevaría su paso por el programa televisivo La Voz, de la que saldría victorioso en su edición de 2012. Una primera prueba de fuego discográfica que dibujaría un panorama incierto para unos sobre si Rafa Blas pasaba a formar parte de ese pelotón de imberbes cantantes con ganas de comerse el mundo pero que acaban convirtiéndose en artistas efímeros. Buena parte de esas dudas se empiezan a despejar en el horizonte artístico de Rafa Blas con la publicación de Sin mirar atrás (2015), en virtud de una aprendizaje preñado de modestia que le ha hecho ver de la importancia de rodearse de músicos tocados por la excelencia como Fernando Varela y Juan Saurín que, además, en el caso de este último se desdobla en facetas de productor. Trece canciones (con una suerte de bonus track, una versión orquestal de “Quijote”) jalonan este segundo disco compacto que levanta acta de esa proverbial voz de Rafa Blas, la propia de un auténtico contorsionista capaz de bascular entre los registros del heavy-rock (“Soy yo”) y los de la canción melódica acunada por la carga de profundidad nostálgica de Miguel Gallardo en una versión pluscuamperfecta de  “Hoy tengo ganas de ti”. Una obra maestra en su ejecución vocal que en su entramado compositivo desliza influencias de Led Zeppelin, las mismas que se detectan en el otro de los covers del disco, “Getsemaní”, tema extraído del musical Jesucristo Superstar concebido por Andrew Lloyd Weber, en que Blas parece imbocar por momentos con sus cuerdas vocales bien tensadas a uno de los Dioses del firmamento rockero, Robert Plant. Inevitablemente, en alguno de sus futuros discos está llamado a versionar “Stairway to Heaven”, máxime si sigue contando con la ejemplar capacidad de Saurín y Varela por modular esas escalas musicales que razonan en Sin mirar atrás de una variedad y de una riqueza difícil de encontrar en un disco actual formulado para satisfacer a un público lo suficientemente amplio para rentabilizar el operativo. Solo cabe atender a las diferentes formas de introducir instrumentalmente los temas para apercibirnos de la compleja elaboración de un disco que contaba de antemano con la fuerza suprema de la voz de Blas, direccionada hacia diferentes espacios genéricos, aunque en casi todas las canciones la huella primigenia del heavy queda constancia en ese camino donde no caben las lamentaciones y esas miradas hacia atrás. La vitalidad y la esperanza devienen la tónica de unas letras trenzadas sobre una base simple, exenta de pretensiones intelectuales (con algún que otro requiebro vindicativo: ¿no será "Grita" un guiño sociopolítico a la formación de nuevo cuño Podemos?) que abonan el terreno a una popularidad en auge de su cantante y cocompositor, consciente de sus virtudes y sus limitaciones. Las mismas que presumo servirán de acicate para que vaya creciendo a partir de abrirse a la hora de escuchar otras voces no necesariamente nacidas del erial del rock en sus múltiples derivaciones sino también de otras expresiones artísticas (literatura, teatro, cine, pintura, etc.). Entonces, Rafa Blas mirará hacia adelante para acabar siendo una de las referencias musicales de nuestro país, “un Quijote de este nuevo tiempo” tocado por una voz que se la disputarían los ángeles del infierno pero asimismo los ángeles celestiales. Un artista, en definitiva, que ha nacido para quedarse, a ritmo de R&B, esto es, de Rafa Blas, emblema de calidad en ese caudal emocional al que aludía al principio del texto y arropado por músicos que le elevan un peldaño más hacia esas escaleras al cielo donde situamos a los grandes del firmamento musical de nuestro país, territorio de quijotes, el mismo que pisan los temas de cierre de Sin mirar atrás. Una hora larga para dejarse llevar por las sensaciones lleno de colorido musical que han sabido calibrar de manera acertada la dupla de productores Saurín y Pepe Herrero, y que debería reforzar el ánimo de los abnegados miembros del club de fans de Rafa Blas, con mención especial para Silvia Solías, quien me puso sobre la pista de este portento de músico de apariencia un tanto intimidatoria, pero a juzgar por muchos, de una bondad infinita.          


martes, 27 de enero de 2015

PODEMOS RECORDARLO POR UD. AL POR MAYOR: EL FENÓMENO «PHENOMENA»

Hace algo más de tres años recibí una notificación sobre la presentación de un nuevo proyecto denominado Phenomena, tomado prestado del título de la película dirigida por Dario Argento en 1985. El planteamiento de base era recuperar títulos en pantalla grande que formaron parte del imaginario colectivo de una generación. A bote pronto, la propuesta me parecía condenada al fracaso atendiendo a que las reposiciones prácticamente habían desaparecido de las carteleras y los datos sobre la asistencia a la Filmoteca de la Generalitat de Catalunya (con una nueva ubicación en pleno barrio del Raval de Barcelona) no ofrecían la medida de un repunte al alza de la cinefilia. Para mi sorpresa, a través de facebook pude contemplar una imagen de cómo la cola generada con el pase del "programa doble" compuesto por Tiburón (1975) y Alien, el octavo pasajero (1979) en el cine Urgell daba la vuelta a la manzana. Nacho Cerdá, el impulsor del proyecto, había dado en la diana. Transcurridos tres años desde entonces, una vez "fidelizado" a un público entusiasta parecía que las cuentas salían para invertir en un proyecto mucho más ambicioso al albur del inusitado éxito de las sesiones mensuales de Phenomena registradas indistintamente en Barcelona y Madrid. El cierre de los cines Urgell con un aforo apto para más de 1.400 personashabía precipitado el peregrinaje de Phenomena por otros cines de la Ciudad Condal. Así pues, Nacho Cerdà y su equipo capitularon y se embarcarían en la necesidad de remodelar el cine Nápoles, situado cerca de la Sagrada Familia, y casi en tiempo récord a diferencia de la majestuosa construcción ideada por Antoni Gaudípodíamos leer en la marquesina de los cines el título de Phenomena. Acompañado de la liturgia pertinente, el pistoletazo de salida se dio el pasado 19 de diciembre de 2014, volviendo a programar, a modo de talismán, Tiburón Alien, el octavo pasajero. Los medios de comunicación locales se hicieron eco del evento, desprendiéndose de las entrevistas que le hicieron a Cerdà un sentimiento ambivalente: por una parte, el orgullo de haber sido el factotum del proyecto, y por otro, el que si el mismo fracasaba, le llevaría a citarse más veces de las necesarias con las entidades bancarias.

    Cuando equivoqué el pronóstico en torno a la acogida de la primera proyección de Phenomena no tuve en cuenta el factor de la nostalgia que, por una hora y media o dos horas, podía devolver a los espectadores del cine Urgell a una suerte de “regreso al pasado”. Principalmente, este mecanismo de razonamiento obedece a que soy una persona que siempre tiene puesta la mirada en el presente y en el futuro, y rara vez me dejo seducir por los cantos de sirena de un tiempo pretérito por muy satisfactorios que hayan resultado. Ello no es óbice para seguir tratando a las personas que han formado parte de mi vida, en virtud de calibrar hasta qué punto todos nosotros hemos ido evolucionando y madurando. En cambio, los asistentes a esa sesión de Phenomena perseguían un viaje en el tiempo, cuando el placer del cine se calibraba en términos de una actividad que implicaba a un colectivo y no conforme a un acto onanista que suele ser moneda común (salvo en sesiones concretas) cuando visitamos las multisalas de nuestra ciudad. El título del relato corto escrito por Philip K. Dick Podemos recordarlo por ud. al por mayor inspirador de la cinta Minority Report (2002)hubiera podido servir de eslógan de la campaña viral de los responsables de comunicación de Phenomena. Los tráilers, los anuncios Movierecord, el calor generado por el público, la salva de aplausos durante los créditos iniciales, el decorado de la sala... contribuían a modelar una especie de ilusión colectiva. La ingesta de ese cóctel de imágenes y de sonido se disolvía en la mente de unos espectadores, algunos de los cuales abrazaban la cincuentena, otros se habían instalado en la cuarentena y una nueva generación se sumaba a esta serie de citas mensuales, alentada por el entusiasmo expresado por padres y tíos, o amigos de la familia con vocación cinéfila. Un público heterodoxo que disfrutaba de estas sesiones medida en términos de grandiosidad. Como toda sustancia adictiva que penetra en nuestro cuerpo y afecta al sistema motor de nuestros sentimientos, la experiencia precisaba de repetirse over and over. El éxtasis llegaría con la obertura del remodelado cine Nápoles que había hechado el cierre tiempo atrás, incluido un vestíbulo de aires retro a juego con la propuesta del sello Phenomena. Esa misma antesala en la que me había citado con Nacho Cerdá el día 17 de enero de 2015, al filo de las nueve de la noche, para la presentación del libro sobre Jerry Goldsmith publicado por T&B Editores recientemente. Al cabo, me dirigía a un centenar de personas que ocupaban las partes centrales de un aforo que cuadruplicaba esa cifra de asistentes. Lo primero que hice fue preguntar cuántas personas conocían la existencia del libro. Solo cuatro o cinco personas alzaron las manos. Hablé de manera casi telegráfica del contenido del libro, me deshice en elogios hacia la persona de Cerdá y de su equipo, y agradecí al público por haber confiado en una empresa de este tipo. Concluidos los cinco o seis minutos de presentación, Nacho Cerdá se perdió en la oscuridad, a mi derecha, sin apenas mostrar un ademán de gratitud. Dado lo parco en palabras que se mostró, parecía leer en su mente: «haz lo que quieras, me voy a ver la película (Atmósfera Cero) y luego la siguiente (Capricornio Uno)». Los días pasaron y no hubo sorteo de los libros en las páginas de Facebook de Phenomena que llevé para los asistentes a ese «programa doble» Goldsmith-Peter Hyams. Salí solo de la sala sin que nadie me acompañara. Frente a las taquillas me esperaba Esther, mi compañera de viaje. Al salir, alcé la mirada y me recreé en esa palabra mágica para muchos: Phenomena. Luego cavilé. «salvo honrosas excepciones, solo les interesa ver películas, una tras otra, que les devuelva a un lejano pasado. ¿A dónde conduce que les hables de la importancia de la música en películas como Atmósfera Cero o Capricornio Uno?. A nada. Ellos quieren ser niños, adolescentes. Solo eso». Por su parte, ya pocas cosas me sorprenden de la actitud de Cerdá. No se había preparado nada sobre lo que he hecho a lo largo de veinte años en el mundo del cine. Parecía navegar por las aguas de un pasado remoto, sin reparar en el presente, el que debía convocarle frente al espejo de un comportamiento acorde con su edad. El otro fracaso de Phenomena, el que no guarda relación con los números, puede darse si siguen descuidando ese trato afectivo para con personas que hemos contribuido al conocimiento sobre cine en nuestro país, a través de la puesta en funcionamiento de webs, escritura de libros, publicación de revistas, artículos, etc. No solo las cifras miden el fracaso o el éxito de una determinada empresa. Por tanto, este es mi informe de la minoría de los que seguimos pensando que el conocimiento del cine no proviene solo de ver películas sin solución de continuidad. Hay algo más o quizás mucho más. 

jueves, 1 de enero de 2015

«EL VIAJE DE SHACKLETON» de William Grill: HACIA LO DESCONOCIDO

Suelo concluir cada año con una lectura que me provoque un sentimiento de estima, de placer por el mero hecho de enfrentarme a semejante ejercicio que alienta el intelecto. Años atrás comenté en este mismo blog un documental de IMAX sobre la hazaña del aventurero Ernest Henry Shackleton (1874-1922) y su tripulación del Endurance. Prácticamente en el último suspiro de 2014 regreso sobre este extraordinario personaje con motivo de la publicación de El viaje de Shackleton, una obra ilustrada del precoz talento británico William Grill que lleva el aval de Impedimenta. Un delicatessen con un formato próximo al tamaño Din A-4, en tapa dura y, por tanto, fuera de los estándares a los que nos tiene acostumbrados Impedimenta, aunque con la participación en la traducción (Pilar Adón) de una recurrente profesional en el sello madrileño. Merecedor del premio New York Times Best Illustrated Books en 2014 y del premio AOL Illustrarion New Talent, El viaje de Shackleton, en el año de la conmemoración del centenario del inicio de la expedición del Endurance a los confines del «quinto continente» viene a sumarse a las publicaciones en lengua castellana sobre tan notable personaje y la proeza que le elevaría a los altares de la fama y sobre todo del reconocimiento popular durante su existencia y posterior a la misma. Endurance, la legendaria expedición a la Antártida de Ernest Shackleton (2009, Planeta de Agostini), de Luis Bustos, Shackleton, expedición a la Antártida (2011, Bambú Editorial), de Lluís Prats, y Shackleton, el indomable (2013, Forcola Ediciones), de Javier Cacho preceden a este libro profusamente ilustrado verbigracia de unos dibujos cincelados por Grill con un estilo peculiar, que parece surgido de “otra época”. Algo más extenso en número de páginas  setenta y cuatro que el cómic-tipo, por ejemplo, de la serie sobre Tintín, El viaje de Shackleton nos invita a un recorrido por el periplo de la expedición del Endurance, abordada un par de años después de la tragedia del Titanic, pero colocando el objetivo en ese continente desconocido, la Antártida, que puso en jaque a la vida de una veintena de aguerridos hombres, alentados en todo momento por Shackleton para que las fuerzas no les vencieran. Una historia pertinente de leer en tiempos en que la crisis a todos los nivelesazota, cuál vendaval, la vida de infinidad de personas, agarrados a una luz de esperanza en plena oscuridad. La oscuridad para Shackleton y sus compañeros de viaje tuvo un color, el blanco (con su infinidad de matices) de un paisaje nevado, gélido, que dominaría durante más de dieciséis meses, de 1914 a 1916, sus respectivas vidas. Mientras en el viejo continente se libraba la Primera Guerra Mundial, Shackleton, Frank Wild, Frank Worsley y tantos otros hasta completar veintisiete expedicionarios, batallarían en esa Antártida que se abría a la civilización en condiciones metereológicas extremadamente adversas. De esa gesta da cuenta un libro excelentemente ilustrado que refuerza si cabe aún más el “compromiso” de Impedimenta por escarbar en todos los rincones posibles de ese crisol de naciones llamado el Reino Unido, con un timbre singular para la narración. Esta vez, la narración se acomoda a unas ilustraciones que muestran individuos con cuerpos desproporcionados en relación a esas cabezas que, como la de Shackleton, maquinaron un proyecto de casi imposible realización. Pero la imperiosa necesidad del ser humano por ir más allá de donde dicta la lógica, movió a Shackleton a decidirse por escapar del conformismo. Él mismo escribió una frase con aliento a una sentencia que descansa en las páginas finales de este galardonado volumen: «Elegí la vida por encima de la muerte por mí mismo y para mis amigos... Creo que está en nuestra naturaleza el deseo de explorar, de adentrarnos en lo desconocido. La única derrota verdadera sería la de no salir a explorar jamás». Ernest Shackleton dixit.