En este mismo espacio concluía hace algo más de un año un
escrito harto elogioso sobre Little Boy
Blue (2012) (ir a enlace), de Edward Bunker, destacando sobremanera la capacidad de
equilibrar un texto en que parece converger lo áspero y el valor de la
nostalgia, la dureza y el aliento de esperanza. Un efecto dual que apenas tiene
recorrido en Huida del corredor de la muerte
(2014), una de las obras póstumas de Bunker ya que con anterioridad Sajalín, en su colección Al Margen, había
publicado Stark (2010), que permaneció
inédita en vida del escritor. Posiblemente, el título escogido para la edición
en castellano de Death Row Breakout and
Other Stories (la italiana, la primera de las llevado a cabo, está fechada en 2010) juegue al despiste porque no se trata de un único relato sino
de un compendio de varios que Bunker guardaba en la recámara a la espera que
alguno tuviera viera visos de alcanzar la categoría de novela. Su
fallecimiento, empero, truncó semejante opción, siendo los depositarios de sus
bienes artísticos los que dieron luz verde a la publicación de una amalgama de
textos susceptibles de mejora, quedando unas cuantas de sus historias de ámbito
carcelario sostenidas por unos pilares literarios un tanto endebles en su
entramado narrativo, no así en esa capacidad para hilvanar diálogos extraídos
de la matriz de una realidad penitenciaria de la que fue (a la fuerza) un gran
conocedor. Ante la disyuntiva de editarlos o no, Sajalín pareció dispuesta a
jugar la carta del “completismo” a modo de justificación de una obra que rebaja
ostensiblemente el nivel de calidad de títulos anteriores publicados por el
sello barcelonés. El propio Edward Bunker deja entrever sus dudas sobre el
material en cuestión en una carta enviada a su editor Nat Sobel, “albacea” de
una obra literaria que ha ido ganando adeptos en los últimos lustros a pasos gigantesos,
y que ha significado un auténtico descubrimiento en nuestro país verbigracia de
la pericia y del buen olfato de Sajalín. El contenido de esta misiva sirve para
abrir el fuego de la presente edición, en que a lo largo de seis relatos, a
saber, La justicia de Los Ángeles, 1927,
Entra en la Casa de Drácula, Mía es la venganza, Muerte de un soplón, Huída
del corredor de la muerte y La vida por delante, el escritor angelino traza
una panorámica sobre la realidad de recintos penitenciarios norteamericanos
distantes de cualquier ideal sobre el carácter redentivo de los mismos para sus
moradores condenados por penas de distinta gradación.
Implacable en ese
dibujo humano que trata de explorar en la conciencia de individuos out-system, sojuzgados por el color de
su piel en numerosos casos (el racismo aflora de manera pertinente en el título
de cabecera y en La vida por delante)
y/o por una adolescencia y juventud en que un desliz en forma de hurto
o agresión les conduce hacia una espiral de odio retroalimentado por el dolor y
el desapego familiar, en Huida del
corredor de la muerte (traducida por Zulema Couso) Bunker habla desde la distancia de la tercera persona
pero, al mismo tiempo, desde la cercanía de un submundo donde forjaría su carácter
a golpe de aprender lecciones. Esas lecciones vitales que le impelieron a
escribir conforme a una tabla de salvación cuando la desesperación estuvo a
punto de hacer mella en su persona. Entre punzada y punzada de dolor, Bunker
arrancaría páginas de un brillo muy especial, desgarros emocionales
perfectamente canalizados merced a ingentes horas dedicadas a la lectura. Como
el grupo de presos que tratan de escapar de la prisión de San Quintín, Edward
Bunker hizo de las huídas una especialización, lográndolo en pocas ocasiones, las suficientes, en todo caso, para dar fe de la dificultad de la empresa. En esta obra “de
despedida” el lector encontrará referencias a figuras históricas como Sacco e
Vanzetti —La justicia de Los Ángeles, 1927— o Huey Newton, cofundador del
Partido Pantera Negra—Mía es la venganza— y
criminales del espectro demoníaco que marcarían sus propias reglas en el seno de
una comunidad carcelaria donde la homosexualidad, el racismo y la radicalización
ideológica solían llamar a la puerta de una realidad opaca al conocimiento de
la inmensa mayoría de nosotros. Cierto que el cinematógrafo y la televisión han
explorado estos submundos con especial atención, pero también la letra impresa
puede hablarnos al oído de una existencia infrahumana, tal como expresa Edward
Bunker en este cierre, en forma de coda, de una obra literaria de una extraordinaria
calidad en su conjunto.
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