domingo, 20 de octubre de 2019

«HISTORIAS DE NUEVA YORK» (1906) de O. Henry: EL SENTIDO DE UN (BUEN) FINAL


La primera vez que tuve conocimiento de la existencia de un escritor llamado con el peculiar nombre O. Henry. fue en los años noventa, a resultas del visionado por televisión de Cuatro páginas en la vida (1952), cuyo título original —O. Henry Full House— razona sobre la popularidad que en el ecuador del siglo XX aún seguía arrastrando quien había sido juzgado por un hurto a una entidad bancaria en su etapa de empleado y luego enviado a prisión por espacio de tres años. Una quinta de las páginas —correspondiente al episodio rodado por Howard Hawks— sería arrancada para su estreno comercial. De ahí que la distribuidora española jugara con el número de episodios que se conservaron —tres de los cuales dirigidos por cineastas con el nombre de pila Henry, a saber Hathaway, King y Koster; el cuarto corresponde a Jean Negulesco— para armar el título de estreno en nuestro país, en detrimento de hacer cualquier alusión a O. Henry, un escritor poco (re)conocido por estos lares. Dada la dificultad en encontrar ediciones en castellano de relatos escritos por O. Henry AKA William Sidney Porter (1862-1910) abandoné cualquier tentativa de leer parte de su prolífica obra.
   Ya situado en los estertores de la segunda década del siglo XXI doy cobertura a una vieja promesa, la de satisfacer la lectura de un escritor que hizo de su paso por la cárcel su particular escuela a la hora de ir moldeando una formación que, a la postre, se convirtió en la profesión presta a ofrecerle proyección internacional. Huelga decir que el cinematógrafo, en su periodo silente, se benefició sobremanera de sus short stories, el género que cultivó con mayor asiduidad. Los lectores empezaban a tomar la medida de sus escritos, llegando a popularizarse la expresión «un final a lo O. Henry». De éstos levanta acta la selección de relatos cortos de O. Henry publicados por el sello Nørdica, siguiendo así la estela de la recuperación de autores estadounidenses una de sus diversas líneas de actuación— integrados en un selecto catálogo. Diecisiete «cápsulas literarias» que nacen de una de las colecciones de relatos de O. Henry clásicos por antonomasia, The Four Million (1911), un título que alude al número (en cifras redondas) de habitantes que contaba la ciudad de Nueva York a principios de la pasada centuria. En realidad, la antología original constaba de veinticinco historias cortas, llevando a cabo Nørdica un cribaje y un cambio de orden de las mismas. Ello no debería restar interés por un volumen titulado Historias de Nueva York, que encuentra a mi juicio en Después de veinte años y Una historia sin un final un par de delicatessen ilustrativas de ese don para que en las últimas líneas vire el relato hacia un espacio que crea desconcierto y/o sorprende al lector. Textos amueblados con un uso preciosista del lenguaje en su afán descriptivo de individuos y situaciones en el marco de la que vino a denominarse andando los años la «Ciudad de los Rascacielos». Algunas de estas «cápsulas» favorecen a pensar que O. Henry serviría de fuente de inspiración para posteriores generaciones, caso de Ray Bradbury, con expresiones del tipo «Y en la cara de la señora de James Williams estaba registrada toda una biblioteca en tres volúmenes de los mejores pensamientos del mundo», inegrados en el relato Hermanas del círculo dorado. No en vano, se trata de un título de resonancias bradburianas, las mismas que se dejan sentir en el último párrafo de la historia de marras: «Así conoce una hermana de la banda del aro-dorado de boda a otra que se encuentra bajo la luz encantada que brilla solo una vez y brevemente para las dos. Por el arroz y los lazos de raso cobran conciencia los simples hombres de las bodas. Pero la novia conoce a la novia con solo una mirada. Y entre ellas se transmiten rápidamente, un un idioma que el hombre y las viudad ignoran, comprensión y consuelo». Amén de su conexión con otro cuentista de tronío como Bradbury, O. Henry deja constancia con estas breves líneas de su profundo conocimiento del alma humana femenina, protagonista de varios de los cuentos que jalonan estas Historias de Nueva York, una lectura para ser degustada, a poder ser, más allá de medianoche.         

viernes, 4 de octubre de 2019

«UN PLAN SANGRIENTO» (2015) de Graeme Macrae Burnet: LA TRAGEDIA DE CULDUIE


Coincidiendo en el tiempo con la apuesta de Gonzalo Heralde por crear el sello barcelonés Anagrama, en 1969 su homóloga Booker McConnell Ltd quiso dar carta de naturaleza a unos premios literarios que, al cabo, siguen siendo uno de los más prestigiosos en el ámbito cultural europeo. A lo largo de su medio siglo de historia los Booker Awards —ya desposeído del anexo McConnell— han contabilizado entre sus obras distinguidas con auténticos longsellers, caso de En la orilla (1979), de Penelope Fitzgerald —publicado por primera vez en lengua castellana por Impedimenta, La lista de Schindler (1981) de Thomas Kenneally, El paciente inglés (1991) de Michael Ondaatje, Los naufragios del día (1989) de Kazuo Ishiguro, Amsterdam (1997) de Ian McEwan o El sentido de un final (2010) de Julian Barnes, estas tres últimas publicadas en la lengua de Dámaso Alonso precisamente por parte de Anagrama. A tres años vista de que se cumpliera el 50 aniversario de los Booker Awards, por primera vez la obra de un escritor escocés —Graeme Macrae Burnet (n. 1967)— parecía en disposición de conquistar la preciada distinción, pero a la postre fue a parar a manos del estadounidense Paul Beatty por su novela satírica The Sellout (2015). Una pieza literaria situada en la órbita del planeta Kurt Vonnegut Jr. mientras que la obra con la que «rivalizaba» en los Booker Awards persigue un fundamento literario indefectiblemente adscrito a la seminal A sangre fría (1965) de Truman Capote. Sendas piezas finalistas, eso sí, desarrollan parte de su narración en estamentos judiciales; mientras que The Sellout persigue una orientación satírica el personaje central del relato llamado «Me» se enfrenta a los Estados Unidos de América (sic) en un caso que reabre el tema de la esclavitud y la segregación racial, Un plan sangriento (2015) reserva su parte final para reproducir el diario de sesiones de un juicio sumarísimo que sienta en el banquillo a Roderick John Macrae acusado de un triple asesinato. El ardid de Grame Macrae Burnet estriba en vestir de realidad un relato que recorre el territorio de la ficción sin que el lector se aperciba de ello dada la minuciosidad y el rigor con el que se procura el escritor afincado en Glasgow durante hace varios años. Tomando como «centro de operaciones» la segunda ciudad de Escocia, Macrae iría cimentando ese falso relato empleando las herramientos propias de quien se sabe (auto)embestido heredero literario de In Cold Blood, una novela bautizada en su momento con el apelativo de «no-ficción». Así pues, los Clutter ceden el testigo a los McKenzie, concretamente a tres miembros de una familia de la aldea de Culduie situado en un rincón del condado de Ross-shire, en las Tierras Altas de Escocia— asesinados a manos de un joven de diecisiete años de edad, Roderick John Maccrea el 10 de agosto de 1869. Noventa años después de lo "acontecido" en Escocia se produjo el cuádruple asesinato de miembros de la familia de los Clutter, registrado en una localidad del estado de Kansas a mediados del siglo XX. Los ejecutores de asesinatos de estas características en pocas ocasiones quedan liberados de cumplir su condena en un recinto penitenciario al serles diagnosticado un trastorno mental que debe ser verificado por médicos especialistas en sede judicial. No sería el caso de Roderick Macrae, quien pese a no llegar a la mayoría de edad exhibe una madurez en su comportamiento y un intelecto aquel capaz de escribir con una excelente calidad literaria su propio relato en forma de diario personal que cubre buena parte del contenido del libro publicado por Impedimenta con traducción a cargo de Alicia Frieyro— que lo alejan de ser catalogado de sufrir «trastorno o desequilibro psíquico». Una vez vista para sentencia el caso Roderick Macrae, el asesino múltiple confeso busca abrigo en una celda de reducidas dimensiones, a la espera de ser ejecutado. Una vez más, pues, se refuerzan los paralelismos para con A sangre fría, la novela que a buen seguro Graeme Macrae Burnet tuvo en la mesilla de noche, junto a numerosos ensayos historiográficos sobre las Tierras Altas de Escocia y piezas literarias prestas a recomponer el mosaico de una época y de un lugar remoto en una visión propia de un mundo feudal del que una de las víctimas, Lachlan McKenzie, ejercía de autoridad local con ciertas dosis de tiranía. Todo ello le valió para conformar su segunda novela, aquella capaz de apuntalar una trayectoria en calidad de escritor que se adivina se adivina sembrada de éxitos por el dominio del lenguaje del que hace gala, su proverbial capacidad descriptiva y un sentido del ritmo narrativo que nos atrapa desde la primera hasta la última página. Casi cuatrocientas páginas de alta literatura que no desentona en modo alguno en el catálogo de un sello editorial que parece imparable a la hora de descubrirnos nuevos autores.