martes, 29 de septiembre de 2009

WANTED ROMAN POLANSKI: LA FANTASÍA DEL ATORMENTADO

Si la memoria no me traiciona, Roman por Polanski (1985, Editorial Grijalbo) fue uno de los primeros libros que leí referido a un personaje vinculado al mundo del Séptimo Arte. No hace demasiado tiempo —acaso un par de años— lo volví a leer con la intención de reencontrarme con la vida y obra de un cineasta que siempre me ha fascinado. Avisado de aquellos capítulos oscuros que habían salpicado a Roman Polnaski (1933, París) durante su estancia en los Estados Unidos —más breve de lo que podría imaginarse—, en su libro autobiográfico dedica un notable espacio a relatar lo ocurrido con su mujer Sharon Tate, «sacrificada» —junto a otras personas de su círculo de amistad— cuál ritual satánico por la «familia Manson», no así de esos episodios que le comprometían con su propia persona y que le valieron ser encausado por presunta violación a una menor. Con el paso de los años, interpreté que su deseo por ver publicado un libro de memorias cuando apenas había cumplido el medio siglo de existencia no se debía a su pasión por la escritura –su prosa es más bien atropellada, anárquica e incluso inconexa en no pocos pasajes— sino a una especie de expiar ciertas culpas que permanecían agazapadas en su interior. La coartada de Polanski a esos actos plegados a la lujuria y a los excesos no era otra que una infancia marcada por la pérdida de sus figuras paternas con pocos años de diferencia durante la barbarie nazi. A partir de ahí, el menudo Polanski trató de sobreponerse al dolor que le inflingía saberse huérfano, y por ventura, se agarró al cine como una tabla de salvación después de contemplar extasiado un film como Larga es la noche (1947), dirigida por Carol Reed. Paradojas de la vida, el director que abrió el apetito cinéfilo de Polanski, estuvo en el punto de mira de cierto sector conservador de la sociedad británica hasta el extremo que algunos vieron en él comportamientos próximos a los de un paedófilo. No es difícil encontrar en la filmografía de éste último una fijación por el universo infantil. En el caso del cineasta francopolaco esa sombra de duda se transformaría en acusación cuando hace treinta y dos años violó a una menor en un inmueble propiedad de su amigo Jack Nicholson. Polanski reconocería a posteriori los cargos que se le imputaban, pero para librarse de un más que seguro encarcelamiento decidió —aconsejado por sus abogados— abandonar los Estados Unidos.
Dicen que, a medida que nos aproximamos a la vejez, los recuerdos de infancia ganan prestancia en nuestra memoria; es como si cada uno de nosotros, al final de los días, regresáramos al punto de partida, pasando ante una maltrecha visión las decenas de metros de celuloide de nuestros primeros años de vida. Antes que el ciclo vital se cierre para Polanski, a buen seguro, buceará en su mente para buscar las explicaciones del porqué de aquellos actos que han emborronado su quehacer como cineasta. Pero de puertas afuera lucirá su habitual actitud desafiante para con la prensa, maxíme cuando se sienta acorralado, bombardeado a preguntas sobre su temporal privación de libertad. Polanski pertenece a esa estirpe de personas que se han ido forjando una coraza que les permite gozar de un hálito de inmunidad en cada uno de los actos que llevan a cabo. Pero en el fondo se trata de personas extremadamente frágiles que se refugian en una especie de concha con la intención de esconder una realidad teñida de una de las mayores tragedias por las que un ser humano puede pasar: crecer sabiendo que ha visto morir a sus progenitores. La muerte de Tate acabó por desquiciar a Polanski. Solo desde este prisma se puede evaluar la obra de un cineasta, al que con buen tino Diego Moldes en su monografía para Ediciones JC subtituló La fantasía de un atormentado. Pero hoy en día este meritorio libro no parecería atraer la atención de aquellos morbosos que escrutan en celebridades a punto de caer en el ocaso; más bien se procurarían el visionado de Roman Polanski: Wanted and Desire (2008, Marina Zenovich). Del estreno de este documental y de la publicación de la biografía a cargo de Christopher Stanford —publicada por T&B Editores en castellano en en marzo de 2009— presumo que ha contribuido al «interés» de la judicatura estadounidense por saldar cuentas con el pasado, apelando a que el delito de abusos sexuales no prescribe. Después de un paréntesis de más de treinta años —verbigracia de una orden de extradición solicitada a las autoridades helvéticas—, a sus setenta y seis años Polanski puede volar hacia el estado que acoge la Meca del Cine, el arte al que se ha plegado desde sus tiempos como alumno en la Escuela de Lodz hasta la actualidad. Aunque todo el mundo es consciente que difícilmente pueda ingresar en prisión debido a su edad, no sería ninguna novedad para Polanski; él lleva preso durante gran parte de su vida, aferrado a esos barrotes entre los que se entreve la imagen de una madre que padeció hasta la extenuación en un campo de concentración nazi. La noticia, pues, de su extradición para ser juzgado por un delito imputado hace muchos años, concuerda con la biografía de un atormentado atrapado en un espacio de fantasía.

viernes, 25 de septiembre de 2009

DE LA VIDA DE LAS MARIONETAS SOCIALISTAS: LEIRE PAJÍN


En distintos ámbitos de la cultura o del deporte la precocidad suele ir ligada al talento, pero esta certeza no es precisamente extrapolable a la política. Es cierto que en este espacio de la vida pública existe un componente vocacional, aunque no sea condición sine qua non; más bien se precisa de gente dispuesta a plegarse a la denominada disciplina de partido y, de esta forma, privarse de una libertad de acción que tendría fuera del ejercicio de la política. Leire Pajín (1976, San Sebastián) es un caso típico de esa precocidad entendida bajo el amparo de la ecuación vocación-sumisión a los dictados del PSOE, el partido al que pertenece desde sus años de juventud. Claro que la particularidad de la actual Secretaria de Organización del PSOE nace del hecho que sus progenitores se hayan dedicado al arte de la política. Por tanto, la condición de ésta en cuanto a ser una de las más jovenes diputadas de la etapa democrática se entiende en función de una conjunción de parámetros y muy especialmente por la esa presencia en la sombra de Maite Iraola, una revisitación de la Sra. Iselin de la novela The Manchurian Candidate (1955) de Richard Condon que en su traslación cinematográfica adoptaba el rostro de la «angelical» Angela Lansbury. Ella, a buen seguro, alentaría a su particular Raymond Shaw, esto es, Leire Pajín en su afán por impulsar una carrera donde el valor de la sumisión tiene un peso determinante. Sumisión a un partido y su punta de lanza, José Luis Rodríguez Zapatero, al que Leire venera cuál Rey Inca. Maite Iraola abonó el terreno para que su pequeña pudiera situarse lo más cerca de ese lugar en el cumbre que supone codearse con la cúpula de mando del partido que gobierna España desde hace un lustro. Este vendría ser el razonamiento más plausible con el ánimo de entender el porqué Pajín ha llegado a situarse tan sólo un par de peldaños por debajo de la presidencia a cargo de José Luis Rodríguez Zapatero. Basta con recrearse en el rostro exultante de la Sra. Iraola inmeditamente después de protagonizar uno de los actos más vergonzosos que puedan darse bajo el manto de la democracia, el de beneficiarse del fenómeno del transfugismo para el asalto al poder. En ese territorio comanche que se ha instalado en algunos de los ayuntamientos con mayor solera del litoral mediterráneo español, Maite Iraola, por la estampa de júbilo que ha exhibido en las primeras páginas de los rotativos levantinos y algunos de ámbito nacional, entra de lleno en esa ya larga lista de personajes de quebradiza moral apegados a la poltrona. Un acto ignominioso que por sí solo hubiera servido para encender los ánimos de Leire Pajín. En su disyuntiva por hacer pública o no su disconformidad con lo acontecido en el ayuntamiento de Benidorm con la participación directa de su madre (nombrada Segunda Teniente de Alcalde aún a riesgo de sacrificar temporalmente su condición de militante socialista), Pajín ha decidido hacer mutis por el forro. Ya se han cuidado los asesores que mueven los hilos del PSOE de tapar estas semanas a la benjamina de la familia socialista. Y uno se pregunta con qué dignidad Leire Pajín volverá a dirigirse a los ciudadanos de su país, se encomendará a criticar las prácticas del partido adversario si es incapaz de hacer una denuncia explícita de un acto propia de gente sin escrúpulos, el de un transfugismo que dinamita los pilares de cualquier sistema democrático que se precie de serlo. Claro que Pajín ha tenido en su propia madre y Zapatero sus maestros en el arte de disfrazar realidades, de la doblez moral y del saber que una mentira repetida mil veces puede convertirse, a efectos de muchos, en una verdad... aunque devenga incómoda. Prafraseando el título de una de las películas favoritas de Pajín, habrá que seguir haciendo méritos en esa estrategia del caracol por postularse como candidata a la presidencia del gobierno por parte del PSOE dentro de unas cuantas elecciones. Con Maria Teresa Fernández de la Vega en su retiro dorado en la costa levantina y Zapatero ocupando algún que otro cargo de honor en Europa —Alianza de Civilizaciones obliga—, el panorama quedará expedito para que dos mujeres próximas a la cuarentena se disputen la candidatura a ocupar plaza en la Moncloa empuñando una rosa en la zurda: Leire Pajín y Carme Chacón. Si fuera la primera de ellas levantando los brazos en señal de victoria podríamos intuir la prominente sombra de la Sra. Shaw/Iraola. En razón de lo sucedido tras la demostración de voracidad de poder exhibida por la susodicha Sra. Iraola en Benidorm en los estertores del verano de 2009 han marcado mi valoración política con respecto a su hija Leire Pajín. Ésta pasa a ser un cero... a la izquierda de un PSOE que nunca antes había presentado en sus listas una nómina de militantes de la doble moral tan elevado. Y lo dice alguien que en su tiempo confió en el socialismo para luego acabar sumándose a la creciente nómina de escépticos que depositan su voto en blanco y evalúan el curso de la política desde las trincheras de la dignidad, de la ética y de la coherencia.

domingo, 20 de septiembre de 2009

GRAHAM NASH: CANCIONES PARA UN SUPERVIVIENTE

En 2012, a la hora de hacer un recuento de aquellos músicos más longevos del espectro del pop-rock que cumplan las bodas de oro presumiblemente (si la salud le acompaña) figure entre esta reducida nómina Graham Nash (1942-). Para siempre vinculado a los apellidos de su íntimo amigo (David) Crosby, de (Stephen) Stills y, en menor media, (Neil) Young, Graham Nash pasa por ser el menos «célebre» de la «santístima trinidad» CSN reformulada eventualmente en cuarteto bajo las siglas CSNY. Pero él ha sido el factor cohesionador de una banda hecha jirones a causa de los egos y de las drogas, aferrándose al mástil de esa embarcación que bien podría ser la misma que entrevemos en la portada del álbum que el trío de músicos grabó en 1977 para Atlantic Records. Sin Nash hace mucho tiempo que CSN(Y) hubiera ido a la deriva en un mar abierto, siendo pasto de los tiburones que dominan el negocio discográfico hoy en día. Tycons que sus oídos no se remontan más allá de ese periodo prosaico experimentado por la música de principios de los ochenta en la que se encumbraron a auténticas naderías –solo falta repasar donde han acabado muchos de ellos–, descuidando la importancia capital de la que considero la Edad de Oro de la música pop-rock, esto es, la década de los setenta. Pero antes de producirse esa eclosión de talento creativo a través de multitud de bandas y solistas, en la década anterior personajes como Graham Nash obtuvieron un óptimo rodaje, fogeándose en distintas formaciones con el pálpito que el favor de los aficionados a la música llegaría más temprano que tarde.
Imagino a Graham Nash, atrincherado en su Blackpool natal, en las cercanías de Manchester, con el deseo de escapar de una realidad que le ahogaba. Al igual que el personaje de Jo de la obra teatral de Shelagh Delaney Un sabor a miel, Nash pasó su adolescencia en Manchester, pero con la mirada puesta en la gran ciudad que se ofrecía a centenares de kilómetros al sur de su hogar: Londres. Incontables veces serían las que Nash se situaba en el punto más alto de la ciudad industrial que le vio crecer y, como Jo (Rita Tushingham) en la adaptación cinematográfica de la obra teatral de Delaney, dirigida para la ocasión por Tony Richardson –adalid del free cinema–, perseguía cambiar ese espacio gris por una luminosa existencia recorriendo las calles de la capital inglesa en los happy sixties. Algunos nacen con un pan bajo el brazo; Nash lo hizo con una guitarra y a partir de su condición de teenager hasta la fecha su historia personal lo ha sido en relación a la música. Una historia que, por otra parte, encierra una extraordinaria paradoja: en apenas siete años enterraría un montón de grupos a los que ayudó a apuntalar para, al poco tiempo, desligarse por diversas cuestiones y precipitar la caída de los mismos. The Levins, The Guytones, Everly Brothers, The Fourtones, The Deltas… Todas estas formaciones (semi)amateurs castradas por la voracidad de una ambición que acompañaría a Graham Nash y algunos de los compañeros de ese viaje zizagueante por el panorama musical británico. Pero con The Hollies –formación refundada, cuál ave fenix, de las cenizas de The Deltas— Nash empezó a cavilar sobre el sentido de ir quemando etapas con tanta celeridad. Instalado en la escena londinense, The Hollies derivaría de un pop amable a una psicodelia que quedaría ensombrecida por esos fluidos rosas surgidos alrededor de la mística de Syd Barrett. Entonces, la divina fortuna se cruzó en la vida de Nash; a través de Cass Elliot, vocalista de Mammas and the Papas, el primero entró en contacto con David Crosby, componente de The Byrds. Esos cuerpos musicales friccionaron y surgió la llama que se encomendaría a avivar Stephen Stills, el tercer vértice de esa mítica y eterna banda (de ahí la paradoja a la que me refería) que obedece a las siglas CSN. Al poco de su creación, esa llama quemaría como el equivalente a mil antorchas en los años de bonanza a todos los niveles –Crosby, Stills & Nash (1969) y Déjà vu (1970), con un delicioso tema firmado de puño y letra por Nash, Our House, inspiración extraída de su relación idílica/idealizada con Joni Mitchell–, coincidiendo con los ecos del movimiento hippie al que todos ellos siguen rindiendo pleitesía. Aunque aún quedan los rescoldos de aquel fuego que otrora había sido sinónimo de éxito internacional, ya pocos parecen reparar en la importancia de CSN(Y) y menos de Graham Nash. Fotógrafo a tiempo parcial –ha expuesto en diversas galerías con especial predilección por hacer visible su repertorio de instantáneas que se mueven en las escalas de grises–, aplicado lector en su refugio de Hawai y quien mejor puede biografiar la historia de CSN resiguiendo una secuencia cronológica –más que nada, por las intermitentes ausencias de la realidad de Crosby y Stills–, acercarse a Graham Nash representa hacerlo desde la convicción que estamos ante una institución que formó parte de un(os) universo(s) y una(s) época(s) soñadas por tantos músicos: el de la Inglaterra de los sesenta y el de los Estados Unidos de los setenta. Así pues, no extraña que se vanaglorie al manifestar que «no encontrarás a una persona que haya vivido de forma más feliz que yo». En esa voluntad por quedarse con los aspectos positivos que le ha deparado su existencia –dejando, por ejemplo, en el terreno de los olvidos voluntarios el trágico fallecimiento de su productor y manager Gerry Tolman en vísperas de cumplirse un nuevo año, las desaveniencias con Stills o el vacío experimentado tras su ruptura sentimental con Joni Mitchell–, radica la clave del porqué el edificio de CSN(Y) aún no ha sido demolido o declarado en ruina. Los cuerpos pueden desfallecer pero las ideas permanecen; en este sentido, Nash sigue siendo un modelo de coherencia, de dignidad profesional aunque su talento nunca haya brillado a similar altura que Stills o Crosby, más dotados para el toque de genialidad. Gratitud eterna, pues, para este músico de equipo que ha ido probando fortuna en solitario de forma esporádica. Al respecto, el título de su último trabajo discográfico, Songs for a Survivor (2002), es definitorio de la condición que le adorna en la actualidad.

jueves, 17 de septiembre de 2009

BASURA INFORMATIVA: EL «ADN» DEL PERIODISMO GRATUITO


Buena parte del descenso en las ventas de los periódicos de tirada nacional en papel se debe a la irrupción de alternativas de información que ofrece internet, incluidas las ediciones digitales de los mismos. Pero tampoco cabe descuidar el impacto de esos diarios de difusión gratuita que nacieron en los países escandinavos, expandiéndose como una mancha de aceite por los países del denominado Primer Mundo. La idea es muy sencilla: ofrecer información sin previo pago a todos aquellos que recurran a los transportes públicos de las grandes ciudades. Sin embargo, no contentos con inundar de periódicos estos puntos calientes del transporte público, ejemplares de los mismos empiezan a verse con mayor frecuencia en panaderías, locales de ocio, bares, gimnasios, etc. A mayor número de diarios en circulación, las expectativas por los ingresos de publicidad crecen. No obstante, esa ecuación se rompe por imperativos de la crisis y, si bien las empresas se mantienen a flote con unos ingresos x con tal de capear el temporal, lejos de hacer del rigor de la información un argumento para posicionarse como una opción más entre el amplio abanico de ofertas en el campo de la edición de periódicos (de pago o no), el sacrificio tiene nombre y apellidos para solaz desvergüenza de sus máximos responsables.
Casi como un acto reflejo, cometí la insensatez de coger un ejemplar del adn mientras aguardaba la llegada de una persona. Entre un mar de anuncios de publicidad, la información vaga a la deriva simplemente con ojear la falsedad que se esconde en determinados titulares. Uno de ellos, «Sitges estrena la nueva Naranja mecánica» en la pág. 21 de la edición barcelonesa no puede por menos que llevar a equívoco. Quizás el redactor de la noticia hubiera debido tener la prudencia de entrecomillar el término «nueva», pero para ello debería haber sido alguien que supiera el significado real de qué narices consiste o acarrea el vocablo informar. Antes de ponerse a redactar una noticia si se desconocen algunos datos hay un montón de herramientas para dar con los mismos y no empezar a escribir de oídas o sencillamente a inventarse la información. Veamos. El redactor de marras habla de La naranja mecánica como «la película más controvertida y más famosa de Stanley Kubrick». Una sentencia del todo gratuita porque si hay una película que se asocia con el director neoyorquino es 2001: una odisea del espacio (1968) y fue precisamente en razón de ésta que la popularidad de Kubrick creció exponencialmente. La fama del director de origen judío, por tanto, ya venía de haber estrenado 2001, antes de acometer el rodaje de La naranja mecánica. Pero estos aspectos pueden ser pecata minuta frente a la lectura de un tercer párrafo en el que el redactor (sic) escribe que «el próximo 23 de octubre, coincidiendo con el décimo aniversario de la muerte, se reestrenará la película en algunas salas seleccionadas, tanto en 35 milímetros como en la nueva versión digital». Stanley Kubrick falleció el 7 de marzo de 1999 debido a causas naturales; con dos segundos yendo a un buscador de internet puedes encontrar este dato. Una vez más la tecla de lo aleatorio se apodera del artífice de este auténtico atentado al buen periodismo al no contrastar una sola fuente. Pero la cosa no acaba ahí al referirse a Jan Harlan, «colaborador y coproductor de las películas de Kubrick», quien parece haber sido asignado por la organización del Festival de Cine de Sitges para hacer entrega de un premio Honorífico a Malcolm McDowell, el protagonista de La naranja mecánica. Tampoco hay que ser un lince para enterarse que Harlan fue el cuñado de Stanley Kubrick y que su condición de productor ejecutivo se inicia con 2001: una odisea del espacio. Pero claro está, la búsqueda de quien es Jan Harlan hubiera llevado otros dos segundos al redactor. Pero la burrada supina se reserva para el final cuando la persona encargada de dar forma a una noticia de agencia no se corta al hacer una valoración nuevamente desde la arbitrariedad: «La nueva Naranja mecánica mejora la primera versión para DVD que se hizo en 2001 y donde la presencia de grano afectaba la calidad». Entre los aspectos que destaca la versión en DVD de 2001 de La naranja mecánica es por su excelente calidad de imagen; lo del “grano” no lo veo por ninguna parte. Otra cosa hubiera sido explicar que el proceso de remasterización mejora si cabe aún más la calidad de imagen. Pero ni siquiera en la despedida, la perplejidad nos abandona al leer que «el sonido también se ha refinado, de manera que se aprecia mejor la banda sonora de William Carlos. La transformación electrónica que el compositor hizo vía Moog de varias piezas clásicas contribuye al ambiente claustrofóbico del filme». Para aquellos que no hayan visto el film, al hilo de estos razonamientos (sic), podrán pensar que se encuentran ante una cinta de terror. Si la versión vía sintetizador de La novena sinfonía de Ludvig Van Beethoven potencia la vertiente claustrofóbica del film se acepta pulpo como animal de compañía. Y ya puestos, al son de esa versión acelerada de La obertura de Guillermo Tell mientras Alex DeLarge (Malcolm McDowell) se encomienda a los placeres sexuales con un par de Lolitas, parece haber sido concebida por Kubrick con una intención que se sitúa a las antípodas de querer repercutir claustrofobia a la escena. Creo que también estaría de acuerdo en esta apreciación Walter Carlos, antes de obedecer al nombre de Wendy Carlos —tras su cambio de sexo— y no al de William, como lo bautiza muy alegremente el (ir)responsable de cubrir una noticia con el decoro profesional mínimo que ello exige. Un minuto a lo sumo dedicado/a a googlear hubiera bastado para dar salida a un digno ejercicio periodístico en lugar de esa basura de información que ocupa una de las páginas impares del diario adn en su edición del jueves 17 de septiembre de 2009. Ahora entiendo como esos periódicos gratuitos acaban a las pocas horas de vida (contabilizadas desde su salida de las imprentas) en las papeleras de las estaciones de metro o de autobús: en función de la pésima información que ofrecen ese es su lugar natural. El periodismo concebido bajo el único paraguas de la publicidad tiene estos riesgos; de ahí que es una alternativa más saludable hacerse con un crucigramas o un sudoku que creerse la sarta de mentiras o verdades a medias que acompañan esos seudoperiódicos que parecen ampararse en el letargo que vive buena parte de la población de a pie para seguir convenciendo a las empresas de publicidad de la bondad de su negocio. Seudoperiodismo de proximidad, pero alejado del rigor de la información.

sábado, 12 de septiembre de 2009

CUANDO EL DESTINO NOS ALCANCE

Contraviniendo, en parte, lo que parece de dominio público a la hora de enjuiciar la labor llevada a cabo por Jules Verne (1828-1905), al leer este verano La isla misteriosa (1874) me he dado cuenta de dos cuestiones: en primer lugar, que es mucho mejor escritor de lo que se suele oír o leer en ciertos círculos culturales; y por otra parte, su carácter visionario tiene que ser relativizado por cuanto sus predicciones dispararon en muchas direcciones pero, ni de lejos, hizo el pleno absoluto. Eso sí, Verne era un hombre con un vasto conocimiento en materia científica, capaz de absorver infinidad de conceptos, de teorías que se las apropiaba con tal de dar empaque a sus propuestas literarias. Sin ir más lejos, La isla misteriosa rebosa por todos sus poros la influencia de El origen de las especies (1859), que Charles Darwin (1809-1882) había publicado pocos años antes que el escritor francés acometiera una de sus obra magnas que, en sus páginas finales, otorga protagonismo a una de sus criaturas literarias por excelencia: el capitán Nemo.
Sin tener esa corresponsabilidad directa del artilugio que arriba a las costas de la Isla Misteriosa, esto es, el Nautilus —a modo de prototipo de lo que vendría a ser con el discurrir de los años el submarino—, el capitán Nemo se asemeja, en espíritu, a todos aquellos que hacen de la lucha en pro del planeta tierra la máxima aspiración de sus vidas. El visionario Verne resplandece cuando habla a través de Nemo, quien crea su propio mundo en silencio, ajeno a la dinámica devastadora de la especie humana, dispuesta a esquilmar el patrimonio ecológico que anida en el fondo marino.
La misantropía del capitán Nemo no nos debe hacer perder de vista ese combate que mantiene a diario por la preservación de un equilibrio ecológico permanentemente amenazado por el hombre. El paso del tiempo ha querido que, si bien Verne erró en su predicción sobre el efecto del cambio climático en su fábula literaria por cuanto vaticinaba que el fin de los tiempos podría llegar como consecuencia de la bajada de las temperaturas, no es menos cierto que a través de Nemo podemos encontrar la huella de un defensor del patrimonio marino como el oceanógrafo Jacques Yves Costeau (1910-1997). A partir de la serie divulgativa divulgativa Costeau —con una extraordinaria música, por cierto, del injustamente olvidado John Scott— muchos fueron los que quedaron anclados en esa realidad, y han acabado sirviendo a la causa del ecologismo activo, aquel que les ha llevado por distintos confines del planeta tierra con la intención de levantar acta del daño que el hombre está inflingiendo a un territorio que ha colonizado desde hace centenares de miles de años. Pero, cada vez que conocemos datos sobre el progresivo deterioro de nuestra biodiversidad por parte de asociaciones como Greenpeace, la actitud de buena parte de los habitantes del planeta tierra es la de hacer caso omiso a esos mensajes apocalípticos con logotipos de color verde, llevándose un pensamiento que habla del egoísmo inherente a la condición humana: «qué narices, si el planeta se va al carajo que lo haga dentro de cuarenta o cincuenta años. Luego que me va a importar». Frente a esa pared de egoísmo es donde se estrellan las opciones de que ese planeta llamado tierra sea habitable a cien años vista en cada una de las regiones que lo son hoy en día. Al reducirse el espacio habitable por efectos del cambio climático –subir dos grados de temperatura media, en el mejor de los casos, es un dato absolutamente letal porque provoca el deshielo de los cascos polares, y por tanto, ciertas zonas costeras queden anegadas— y con un crecimiento demográfico que avanza de forma aritmética, la solución de urgencia será convertir espacios hasta la fecha prohibitivos para el asentamiento del hombre en habitables. Descartada la entelequia de pensar que Marte puede servir para dar cabida a colonias humanas, países con amplias extensiones de terreno (medidas en miles de kilómetros) despobladas podrían acoger a los parias de otras latitudes que deberían aclimatarse en tiempo récord a condiciones extremas de temperatura. Pero esta solución no dejará al margen que aquellos territorios —léase ciudades con un gran flujo de inmigración— muy poblados acaben siendo superpoblados, haciendo bueno el pronóstico de Harry Harrison, ese visionario al que se le sigue negando el pan y la sal. Entonces, se podrá escuchar en cada esquina de las grandes urbes, ante la llegada de nuevos contingentes de inmigrantes que buscan asilo ecológico aquella frase en exclamativa: ¡Hagan sitio, hagan sitio!, el título con el que se tradujo ¡Make Room, Make Room!, la novela de Harrison que dio pie a una adaptación cinematográfica interpretada por Charlton Heston. En otra traducción libre, se pasaría del original Soylent Green –en referencia a las galletas verdes que se reparten entre la población, a la manera de concentrados que cubran las necesidades energéticas de los maltrechos organismos de la raza humana al borde del colapso– a la traducción al castellano de Cuando el destino nos alcance... un título que cuadra a la perfección sobre la realidad que nos sobreviene si no empezamos a cambiar discursos y colocar la lupa donde realmente importa. Hablar de la defensa del territorio como valor supremo de identidad nacional(ista) cuando lo que está en juego es la Tierra con mayúsculas, podría ser uno de los primeros ejercicios para reconducir la situación de un planeta que ha enviado demasiados mensajes de SOS para que dudemos de su credibilidad.

miércoles, 9 de septiembre de 2009

«DIAGNÓSTICO» USA

Al referirnos a los Estados Unidos el sentimiento ambivalente suele dominar; admiramos tantas cosas de esa sociedad pero, al mismo tiempo, no dejamos de creer en lo lesivas, como «país-espejo» para otras naciones, que resultan algunas de sus políticas o simplemente sistemas de vida amparados en un capitalismo cuyo único «padre» y «madre» que conocen es el dinero. La oposición de un amplio sector de la sociedad estadounidense —en su mayoria, de voto republicano—, a la universalización de la cobertura sanitaria es de aquellas que, como diría un castizo, clama al cielo. En realidad, si nos ponemos a pensar lo estúpido que resulta aplicar conceptos de «izquierda» o «derecha» cuando está en juego la salud de las personas, ya de por sí habla muy poco a favor de esa escala de valores de individuos capaces de alzar la voz, indignarse porque una persona pueda disfrutar de una mínima cobertura sanitaria en aplicación de un principio básico de humanismo que no debería ni tan siquiera ser motivo de debate. Los Estados Unidos de América llevan desde hace numerosas administraciones —con continuas alternancias del color de los partidos que gobiernan—arrastrando una deuda moral con aquellos que no pueden hacer frente al pago de seguros sanitarios so pena de arruinarse dada la precariedad de su situación económica. El finado recientemente Edward «Ted» Kennedy hizo de la lucha por la corrección de esta deficiencia del sistema estadounidense la razón de su vida, al menos, la que le comprometió los dos últimos tercios de la misma. En la confianza que Barak Obama haría de ello causa común —así lo explicitaba en su programa electoral—, el menor de los hermanos Kennedy le prestó su apoyo a mitad de la campaña por la Presidencia de los Estados Unidos que tuvo lugar el año pasado. Me gustaría pensar que la capacidad de oratoria de Obama pueda hacer posible que prospere esa ley cuya aprobación se traduciría en que no dejaría desamparados a unos cuarenta millones de estadounidenses —aquellos que, a fecha de hoy, siguen sin tener una cobertura médica—. Pero no salgo de mi asombro cuando veo a esos fanáticos republicanos que prefieren dejar tirados a sus propios compatriotas —en el buen entendido que los Estados Unidos sea considerada una nación forjada por un crisol de de razas y étnias distintas provenientes de multitud de latitudes— con la presunción que con semejante actitud salvaguardan el concepto que encierra el «ser» y «sentirse» norteaméricano. Buena parte de éstos, en cambio, legitiman que de las arcas del estado cuelguen telarañas cuando toca arrebato en forma de aprobar la partida de centenares de millones de dólares destinados a perpetuar la presencia militar en distintos frentes del Medio Oriente. Posiblemente esos mismos que elevan sus quejas a propósito del anteproyecto de ley de la reforma de la sanidad en el país de las cincuenta y cuatro estrellas hagan oídos sordos a que el verdadero expolio a la que ha sido sometida la clase media provenga de esa connivencia de grandes trusts del negocio bancario con empresas asentadas en el concepto de la especulación que velan armas en Wall Street. Esas figuras de cuello blanco que han esquilmado el patrimonio de pequeños ahorradores (con cantidades que debían garantizar sus pensiones) son, en definitiva, los causantes principales que, en la era de la globalización, la economía se haya desmoronado afectando a infinidad de países como si de una escalera de naipes se tratara. No he visto, pues, en la CNN u otros canales informativos manifestarse a esos fanáticos republicanos cuestionando el verdadero motivo del desplone de la economía norteamericana; seguramente porque iría en contra de los preceptos de la defensa de los valores de un país. Éstos habrán leído la Holy Bible pero no han aprendido uno de los principios fundamentales por los que se debería regir la condición humana; si privamos a una sola persona (allí me distancio del Obama que juega en el campo de la política, no aquel que se hubiera manifestado con el uniforme de un individuo de a pie en defensa de los derechos civiles individuales y colectivos) del derecho fundamental a tener una cobertura médica de forma gratuita, algo está fallando en el Sistema de un país que se jacta de ser el más avanzado del mundo en numerosos aspectos. De tantas cosas uno cuando viaja quisiera para su país que, en este caso, solo puedo manifestar mi complacencia porque España y las distintas comunidades que la conforman —para otros naciones, pero eso es harina de otro costal— hayan hecho de la sanidad un derecho universal. Claro que después de la salud —sin la cual tantos proyectos de vida no tendrían su razón de ser—, la siguiente cobertura básica deja bastante que desear.

sábado, 5 de septiembre de 2009

PLANETAS VERDES, MARES ROJOS

Desde los tiempos de la colonización de los primeros seres vivos en el planeta tierra hasta la fecha han desaparecido el 99,9% de las especies. El 0,1% restante lo conforman desde hace centenares de años miles de especies, entre las que el Homo sapiens ejerce su particular hegemonía en la «cadena trófica». Una especie que solo representa una infinitésima parte de las especies que pueblan la tierra. La inteligencia y la capacidad de articular un lenguaje son dos de los factores esenciales para que el Homo sapiens pueda revertirlo en un dominio en las áreas habitables del mundo. Pero la capacidad depredadora de nuestra especie no parece tener límites; ni siquiera la inteligencia de la que hacen gala otros mamíferos como los delfines se escapa a esta realidad. Especies que, huelga decir, deberían ser patrimonio del sentido común para evitar sus sacrificios masivos, se formulan como un acto normalizado en el país del sol naciente, aquel que tiene todos los números —con permiso de Río de Janeiro— para acoger los Juegos Olímpicos de 2016. Presumiblemente, un comité de evaluación anexo al COI habrá probado la carne de delfín en lujosos restaurantes que lo presentan en forma de delicatessen, tan sólo apto para paladares exquisitos que no enmienden la plana, desde sus respectivas ópticas, a gastronomías «exóticas». A buen seguro, en Wakayama, la capital de la isla de Taiji, no faltará ese plato en cualquier estación del año y sobre todo en los meses de otoño. El 1 de septiembre se inicia el ritual que compromete la existencia de centenares de delfines —1.623 en el ejercicio 2007— asesinados en las bahías de Taiji para escarnio de la humanidad pero, al parecer, para honra de la flota pesquera nipona amarrada a esa isla que desde tiempos ancestrales se la identifica por la caza de ballenas. Ric O’Barry, ocasional actor, documentalista (autor de The Cove), y cuidador de delfines con una experiencia acumulada de varias décadas, hace su particular peregrinaje a Taiji por estas fechas del calendario, tratando de concienciar a los mismos japoneses la salvajada que representa unas matanzas que compiten en coloración rojiza con las prácticas que se llevan a cabo, por ejemplo, en las islas Feroes, pero éstas con las ballenas como objeto de sacrificio. Familiarizado con el comportamiento de una de las especies marinas que mayor entusiasmo despiertan entre los niños, O’Barry ha llevado a cabo una cruzada a favor de la liberación de los delfines confinados en las jaulas gigantes de los acuarios de medio mundo. Pero esta batalla queda minimizada frente a lo que se cuece en las costas de Taiji, una realidad que seguramente sea soslayada por ese COI a la hora de elegir el lugar donde deba celebrarse los juegos olímpicos dentro de ocho años. Si las autoridades gubernamentales de Wakayama fuerzan un poco la máquina, las pruebas de piragüismo o de vela, calculan, tendrían un óptimo desarrollo de la competición en sus aguas. Quizás entonces negocien con los pesqueros de la zona una moratoria para que la coloración de tonos rojizos deje de ser moda en la temporada de verano-otoño de 2016 por lo que concierne a las aguas que bañan sus costas. Pero, tirando de dichos, "no hay mal que por bien no venga", y si definitivamente Japón gana la partida en la terna de candidatos a albergar los cuartos juegos olímpicos del siglo XXI, la lucha sostenida por Ric O’Barry, Hardy Jones y tantos activistas en pro de los delfines, contará con un enorme apoyo. Una vez sumados los mayores esfuerzos posibles, me aventuro a creer que las autoridades gubernamentales, en vista de lo alargada que puede resultar la sombra del boicot, claudiquen y decidan poner freno a esa matanza masiva de delfines que coloca cara la pared la dignidad humana. Alguien debería hacer ver a la primera dama del Japón, Myuki Hatoyama, en calidad de esposa del recién electo presidente del país, que no hace falta irse a Venus para apercibirse que la colorimetría varía en relación a nuestra percepción como terrícolas. Venus podría ser verde para la primera dama nipona y, a la sazón, crítica culinaria (que dicho sea de paso, le falta más de un herbor), pero a unas pocas horas de vuelo de su residencia en Tokyo, sin salirse de territorio japonés, las aguas se vuelven rojas... de vergüenza para una sociedad que encabeza el G-20 y posiblemente engalanen sus ciudades y pueblos con motivos olímpicos a mediados el próximo decenio. O’Brady, como diría un hincha de los reds de Liverpool, you'll never walk alone. Tu lucha será la nuestra. Gracias Ric y a todos tus voluntariosos activistas.