En un margen de
poco más de dos meses de diferencia la ciudad de Praga —perteneciente a la región de Bohemia, inscrita
en el Imperio Austrohúngaro— vio nacer a Franz Kafka (1883-1924) y a Jaroslav Hasek
(1883-1923). Ambos acabarían convirtiéndose en escritores de renombre
internacional, siendo sus trabajos más destacados materia de obligado
cumplimiento en el programa escolar de los estudiantes checo(eslovacos)
preferentemente después de finalizada la Segunda Guerra Mundial. Hasek,
a buen seguro, sea el menos conocido de los dos, pero El buen soldado Svejk
(1920-1923) (editada en lengua castellana en 2010 en DeBolsillo) sigue siendo considerada
una novela de referencia dentro de las obras literarias ambientadas en el campo
de batalla durante la Gran Guerra.
Lo sería desde una vertiente satírica-picaresca que entronca con la tradición
de algunos clásicos británicos del estilo de Las aventuras de Barry Lyndon (1844) de William Makepeace Thackeray
o Tom Jones (1749) de Henry Fielding.
Desde su propia experiencia, Hasek expresaría en una serie de relatos por
entregas —siguiendo idéntica fórmula empleada por
Thackeray, Fielding y tantos otros autores provenientes de las Islas Británicas— una mirada acaso desprejuiciada sobre
la sinrazón de los conflictos bélicos a través de un díscolo personaje que
aparece en el título de su relato más célebre. Por su parte, Franz Kafka,
debido a su frágil salud, quedó exento de participar en la contienda bélica. Los
destellos del genio de Kafka ya se advertían en sus escritos seminales, siendo
Kurt Wolff (1887-1963) el editor que sacaría a la luz los relatos del que luego
ganaría a la celebridad gracias a El
proceso (1925). El mismo Wolff se responsabilizaría de publicar Schlump (1928), cuya narración se solapa
en algunos pasajes con El buen soldado
Svejk, y que tenía todas las prerrogativas para acabar siendo saludada conforme
a una de las novelas antibelicistas por excelencia aparecidas en el primer
tercio del siglo XX. La dicha del autor
del relato, Hans Herbert Grimm (1896-1950), pronto se transformaría en desdicha
cuando el nacionalsocialismo llegaría al poder en 1933. Un lustro no
representaría, por tanto, tiempo suficiente para que la novela se diera a
conocer ampliamente entre la población germana. Schlump sería, pues, pasto de las llamas, en lo que podríamos “visualizar”
una situación análoga a lo expresada en la novela de anticipación Fahrenheit 451 (1955), de Ray Bradbury,
traducida en la gran pantalla de manera magistral por François Truffaut. Al
igual que el bombero Montag (Oskar Werner), Grimm escondería un ejemplar de Schlump en su propia casa, pero en su
caso en el hueco de una pared que tapiaría convenientemente. Ese operativo
comportaría que Schlump pudiera “sobrevivir”
a una cruda realidad, en sintonía con lo que ocurre al ingenuo soldado alemán
enrolado en el ejército de su país a los diecisiete años. Toda vez que se dio
por cerrado un nuevo capítulo (sangriento) de la Historia de la primera
mitad del siglo XX en agosto de 1945, Grimm retomaría su condición de profesor,
pero las autoridades de Alemania Oriental le vetaron seguir impartiendo clases.
Posiblemente ese fuera el detonante de su suicidio acaecido a pocos meses de
cumplirse el ecuador de la centuria, sin obviar el sentimiento de frustración
que le generaba la problemática referida al ostracismo de Schlump. Solo el paso del tiempo corregiría tamaña anomalía merced
a la perseverancia de Völker Weidermann por rescatar del olvido obras
destruidas por los nazis. De ahí que ochenta años después de su primera
publicación, Schlump regresara a la
luz con los honores que se merecía, en lo que convendríamos en señalar un
tributo a título póstumo de su autor.
El sello Impedimenta no tan sólo se
alimenta de su vena anglófila. Prueba de ello es que, por ejemplo, la literatura alemana
vuelve al excelso catálogo de la editorial madrileña con la publicación de Historia y desventuras del desconocido
soldado Schlump (2014), en que el lector puede advertir lo justificado de
una decisión nada baladí. A través de sus doscientas setenta y cinco páginas
(descontado un prólogo clarificador escrito por el propio Weidermann), Schlump cubre sobradamente las expectativas que me había generado
al conocer la noticia de su publicación. Al ir pasando las primeras páginas del
libro, Shlump advierte en mi fuero
interno que hubiera podido ser un material que ganara a la influencia de
escritores como Joseph Heller y Kurt Vonnegut para armar Trampa 22 (1962) y Matadero
Cinco o la cruzada de los niños (1969), respectivamente. Evidentemente, ese
escenario no resultaría posible, pero en mi apreciación personal considero que Schlump se alinea a la perfección en esa
dialéctica propia de Kessel y sobre todo de Vonnegut a la hora de plantear un
relato desde la óptica de un mundo absurdo que tiene en la guerra la máxima
expresión de semejante concepto. En modo alguno Schlump cae en las zanja de
una escritura afinada en lo escabroso, lo tremendista; más bien asistimos a un
ejercicio de prosa de la que podemos extraer la visión de un humanista, incapaz
de comulgar con unos principios patrióticos que alientan al sacrificio del
individuo como una pieza subsidiaria a la voz del pueblo. A partir de ahora
pienso que deberíamos incluir Historia y
desventuras del desconocido soldado Schlump entre las obras antibelicistas
de verdadero empaque. De esta forma, Hans Herbert Grimm, el autor de este
cuento de “terror”, se uniría a los nombres de Stephen Crane (La roja insignia del valor), James
Langdale Hodson (Return to the Wood),
Erich Maria Remarque (Sin novedad en el
frente) y el citado Hasek en sus respectivas prospecciones por la realidad
de una Primera Guerra Mundial que el 28 de julio cumple el centenario de su proclamación, punto de partida de las aventuras y desventuras del desconocido soldado Schlump.
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