Hubo un tiempo en que
la música de cine ocupó un puesto preferente entre mis aficiones. Existía una
voluntad compulsiva por el descubrimiento de autores musicales que dieran
sentido a una afición que trataba de satisfacer los dos hemisferios cerebrales de un servidor. En aquellos años, a principios de los noventa, la cita
semanal con las tiendas de discos era prácticamente “obligatoria” para luego
proceder a escuchas que se dejaban acompañar de una buena lectura. Llegué a
conocer a un grupo de personas que compartían idéntica pasión, pero que por
distintas razones iría perdiendo contacto con cada uno de ellos. De algunos he vuelto a saber a través de las mal denominadas redes sociales; de
otros solo permanece el recuerdo, y de los menos se produce un olvido llamativo. Pero si
tuviera que citar a una sola persona por la impronta que me dejó entre las
muchas que conocí por aquel entonces vinculadas a la música de cine éste, sin
duda, sería Antonio Domínguez. Nunca olvidaré ese viaje realizado desde
Barcelona a Sevilla en automóvil con escala
en Valencia, allí donde se sumó a la “expedición” Antonio Domínguez López para ver y
escuchar el concierto de Jerry Goldsmith en el Palacio de la Maestranza de Sevilla, en otoño de 1993.
Aunque no pertenecemos a la misma generación, pronto sintonizamos. Me gustó su
franqueza, su sentido del compromiso y de la lealtad, su actitud crítica para
con el stablishment y por encima de
todas las cosas, ese amor desbocado por la defensa de la obra de los creadores,
aquellos capaces de embellecer la palabra cultura. Esa misma lealtad que le ha
mantenido al lado de su esposa Vicen a la que tuve el placer de conocer en
aquel periodo, además de sus dos hijas, hoy en día madres que han convertido a
Antonio en un abuelo henchido de orgullo. Y esa es una de sus principales dichas, la de un self made man que luchó contra viento y
marea para conseguir celebrar un Congreso de Música de Cine dentro de la Mostra de Valencia. Mario Nascimbene, Carlo
Savina, Carlo Rustichelli, Lalo Schifrin, Wojciech Kilar y tantos otros
acudieron a la llamada de Antonio y su equipo para que participaran de lo que
años atrás hubiera sido una entelequia, en que los defensores de la música de
cine parecían predicar en el desierto.
Editor, escritor, librepensador,
emprendedor, divulgador cultural... Antonio Domínguez sigue siendo una de esas
personas a las que no deja indiferente a nadie. Desde que entré en contacto con
él he tenido el convencimiento que si este país tuviera muchas personas de su
arrojo, otro gallo nos cantaría. He admirado esa forma de proceder, lejos de
amilanarse frente a las adversidades o los contratiempos. Debido a la distancia física
que nos separa, esa relación de amistad no ha podido ser más intensa, pero no
por ello he dejado de seguir su actividad de un tiempo a esta parte. Su
descabalgamiento del partido en el que llegaría a militar, UPyD (Unión del
Pueblo y Democracia) no es más que una muestra palmaria de su carácter
indomable e insobornable. Él, como un servidor, ha depositado sus esperanzas en
el partido Podemos. Un soplo de aire fresco en el contexto de una política que
lleva décadas arrastrando asuntos de corrupción sin que pueda ponerse a freno
de una manera definitiva. Ese debate encendido en las redes, en que Antonio ha
hecho una loable defensa de la formación política de nuevo cuño, me ha devuelto
el recuerdo de aquellas conversaciones sobre política y políticos, en uno de
los feudos por excelencia de la corrupción y/o del mangoneo, esto es, Valencia.
Esa comunidad que vio nacer a una persona que sigo deseándole lo mejor, en una
muestra de amistad que por muchos años que pasen estará allí, de manera
permanente. Un hombre sin pasado no puede construir un gran futuro. Su pasado
está sembrado de auténticos retos profesionales que, en una considerable
proporción, llevaría a puerto. Seguro que ese futuro le aguardan cosas
maravillosas a un bregador nato, un trabajador estajanovista —al respecto, su enciclopedia europea de cine en
soporte originalmente en CD-Rom es una auténtica proeza— y
un ser que sabe contagiar el amor por la cultura, con especial devoción por la
música y el cine proveniente de Italia.
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