jueves, 6 de noviembre de 2014

LA CONCIENCIA ECOLÓGICA DEL PLANETA TIERRA: LA MÁS SALUDABLE REIVINDICACIÓN IDENTITARIA

Hace unos meses mi mujer Esther y un servidor íbamos en automóvil por las calles de una localidad próxima al área metropolitana de Barcelona. Desde la distancia observé un rostro “familiar” (por sus apariciones televisivas), el de Joan Tardà, ofreciendo un mítin en una plaza del municipio barcelonés. Disponíamos de un cierto margen de tiempo, así que decidimos apearnos del coche y escucharlo en una plaza pública. Al final de su intervención, el público asistente no superior a las cuarenta personas, incluida la representación local de Esquerra Republicana de Catalunya (ERC)  iba realizando una serie de preguntas a Joan Tardà. Entonces, decidí levantar la mano y más que una pregunta en concreto le hice una exposición personal de cómo veía el horizonte de la consulta electoral del 9 de noviembre. Básicamente, esgrimí el error de estrategia que suponía celebrar una consulta aún a sabiendas del muro de la negación que colocaría el partido en el gobierno del estado español, esto es, el Partido Popular (PP). Además, la cercanía con el referéndum de Escocia, que tenía todos los visos de perder (como así fue, aunque con un resultado más ajustado de lo que vaticinaban los sondeos encargados por el gobierno de David Cameron), podría tener una cierta incidencia en el ánimo del electorado, calando en un porcentaje de la población que pasaría a desmovilizarse. Razoné que la mejor solución sería plantear una consulta cuando los vientos fueran más favorables, ya con el PP despojado de la mayoría absoluta que había obtenido a finales de 2011, y en serias dificultados de gobernar si no llegara a acuerdos con otros partidos del arco parlamentario. En ese nuevo escenario, la entrada de Podemos, aventuré, sería clave, dando la ecuación resultante de los comicios de 2015 un número de partidos que, a buen seguro, variarían 180 º la estrategia del inmovilismo practicada por la Administración Mariano Rajoy. Tardà escuchó con atención y, en cierta manera, entendió el fondo del mensaje lanzado por un humilde ciudadano que trata de razonar por sí mismo. A partir de este punto, mantuvimos un intercambio de opiniones hasta llegar a la conclusión de un acto que supuso para Tardà tomar la temperatura de los habitantes de una población integrada en lo que, a efectos de política catalana, se denomina del "Cinturón Rojo del socialismo" y, por consiguiente, un territorio dónde el sentimiento independentista no ha calado con la fuerza e intensidad de otros rincones de Catalunya. Casi seis meses después de aquel encuentro, huelga decir que el tiempo me ha dado, en cierta medida, la razón. El CIS acaba de publicar una encuesta que sitúa a Podemos como primera fuerza en intención de voto de cara a las presumibles elecciones de otoño de 2015. Los diversos recursos presentados por el PP al Tribunal Constitucional han llevado a la Administración Artur Mas a rebajar las expectativas de la consulta, colocándola al nivel de una participación ciudadana de aires festivos-reivindicativos, algo similar a lo se podría visualizar en la Diada de Catalunya de este mismo año, pero en lugar de ocupar el ancho de las principales arterias de las zonas metropolitanas o urbanas, los colegios e institutos concentrarán al mayor número de personas posible.
Cuando visualizo ese escenario de personas que proclama el deseo (muy legítimo, por otra parte) del derecho a decidir sobre una hipotética soberanía, una emancipación del “todo-poderoso-estado-español” encuentro refugio en mis propios pensamientos, aquellos capaces de abstraerse de una mera cuestión identitaria y advertir que el verdadero peligro que se avecina (no más allá de unas décadas) responde a parámetros ecológicos, a la inviabilidad de un planeta tierra que en los años cincuenta tenía una población de 2.000 millones de habitantes y a principios del siglo XXI superamos con creces los 7.000 millones. Con una sencilla regla de tres podemos llegar a la conclusión que el consumo se ha disparado, menguando los recursos naturales de manera alarmante. Los políticos de nuestro país, sean catalanes, manchegos, canarios o vascos, parecen guiados en su mayoría por una visión cortoplazista, en que los indicadores que la ciudadanía debe advertir tienen un sesgo económico. Un discurso que para un servidor va perdiendo fuelle frente a la realidad de un planeta tierra que lleva tiempo dando síntomas de una mala salud. Los últimos informes sobre el deshielo de los casquetes polares ha encendido las alarmas, pero los políticos siguen instalados en esa lucha de banderas, de defensa a ultranza de unos sentimientos patrios. Un juego de niños, a mi entender, en relación al futuro que deparará a las nuevas generaciones si seguimos exprimiendo a nuestro planeta hasta el límite. Más que en ningún otro momento de la historia, los políticos deberían centrar sus esfuerzos adoptando medidas en la dirección de evitar un desastre ecológico. Llegado a este punto quizás sea el momento por parte de los habitantes del planeta de la necesidad que en la escala de valores de cada uno de nosotros prime un sentimiento de arraigo y estima al planeta que nos provee de los recursos necesarios para vivir (a fecha de hoy, algo que no se da en ningún otro punto de nuestra galaxia, al menos hasta lo que conocemos), sin necesidad de reparar en el color de la tierra donde nos ha tocado instalarnos.