domingo, 28 de febrero de 2010

SIR JOHNNY DANKWORTH (1927-2010): JAZZMAN BRITÁNICO CON PEDIGREE

A punto de cumplir la mayoría de edad, Shelag Delaney sorprendía a propios y extraños con la escritura de una obra teatral que llevaría por título A Taste of Honey, representada por primera vez sobre las tablas en 1958 en el Theatre Royal Stratford East, sito en la capital inglesa. Desconozco cuáles habían sido los referentes de Delaney a la hora de conformar una historia que, en primera instancia, la idearía como novela, pero no me extrañaría que supiera el relato de la vida de Cleo Laine y Johnny Dankworth, dos jóvenes nacidos en el mismo año —1927— en el que el jazz ejerció de «maestro de ceremonias» y puso la banda sonora de fondo de una unión que tan sólo se quebraría hace unas cuantas semanas con la muerte de éste último. Como se describe en la obra de Delaney, la relación interracial que comprometía a Cleo Laine y Johnny Dankworth no sería demasiado bien saludada por ciertos sectores de la sociedad británica, pero al cabo los «nubarrones» de la intolerancia empezaban a disiparse en un cielo liberado de determinados prejuicios que se medían, entre otras consideraciones, por el color de la piel de los individuos. Invariablemente, el asentamiento del jazz en determinados círculos de la sociedad civil británica contribuiría a derribar esos tabúes edificados sobre el odio racial por el componente de mestizaje que lleva implícito este género musical. No en vano, Dankworth, quien se convertiría en uno de los «hijos pródigo» del jazz en las Islas Británicas había visto la luz cuando tuvo ocasión de asistir a una velada musical donde resonaba el saxo alto del gran Charlie «Bird» Parker. A partir de entonces, ese mismo instrumento acompañaría a Johnny Dankworth, pese a que su silueta en nada se asemejaba a la robustez de Parker. Al tiempo que «Bird» se abandonaba a su suerte después de su célebre tour europeo, y concluiría su ciclo vital a los treinta y cuatro años, a esa misma edad Dankworth trazaba una trayectoria inversamente proporcional a la de su ídolo. El jazzman londinense había saboreado las mieles del éxito sobre los escenarios —al frente de su Dankworth Seven— con piezas de su propia cosecha —Experiments with Mice (1956) y African Waltz (1960)— y el cine empezaba a llamar a su puerta. De manera indirecta, Dankworth participaría en el «acta fundacional» del free-cinema a través de una serie de programas con una asistencia masiva de público, que incluía pases del cortometraje We’re the Lambeth Boys (1958), una de las primeras producciones del cine británico en cuya pista de sonido se adivinaban acordes jazzísticos. Tony Richardson se encargaría de manufacturar este corto, volviendo a confiar en Dankworth —tras una serie de proyectos, entre los cuales figuraba un montaje en Broadway de la obra A Taste of Honey— para la elaboración de la partitura de Sábado noche, domingo mañana (1960), en la que el primero oficiaba de productor. En los happy-sixties Johnny Dankworth concentraría su significativa aportación a la música de cine, en una época en la que productores y directores parecían complacidos con ese maridaje entre jazz e imágenes. Bien es cierto que otros compositores del mundo anglosajón adscritos al celuloide en los sesenta y en adelante habían tenido una formación jazzística —sus tocayos John Barry, Johnny Mandel y John Scott, entre otros— pero Johnny Dankworth fue el que hizo una mayor contribución a este género musical desde diversos frentes: el estrictamente cinematográfico —El criminal (1960), Darling (1965), Modesty Blaise (1966), etc.—; el televisivo —la sintonía de la archipopular serie Los vengadores (1961)— y la composición para las diversas formaciones en las que participó activamente, sobre todo a partir de haber sufrido un cierto «desencanto» con la gran pantalla iniciada la década de los setenta.
Figura reconocida, que gozaba de una cierta popularidad en Gran Bretaña —compartida con su esposa, ahora viuda, Cleo Laine, una jazz-singer de la que me ocuparé en un futuro post—, Johnny Dankworth apenas ha tenido eco en las páginas impresas o ediciones digitales de los diarios —dando por descontado la ausencia de referencias en otros medios— de nuestro bendito país. Por lo que concierne al Séptimo Arte, se le suele ligar al free-cinema pero, en realidad, su aportación fue más bien limitada a un par de títulos —la citada Sábado noche, domingo mañana y Morgan, un caso clínico (1966), ambas dirigidas por el checo Karel Reisz— si dejamos al margen el mencionado corto con el que debutaría en el medio y excluímos Darling, un título que en modo alguno sigue los postulados del movimiento auspiciado por los angry young men al tratar un tema de infidelidad conyugal en el seno de la clase media inglesa. Pero ya se sabe que llega un punto que para algunos todo cobra un sentido homogéneo, uniforme como el pensar que el jazz sigue patrones musicales que se repiten n veces o de los que derivan bucles melódicos que solo el coineusseur de las esencias del género sabe distinguir. Es por ello que cabe agudizar el oído para dejarse llevar por la sabiduría musical de prohombres del jazz como Johnny Dankworth, en la que el apreciar los matices revelan el amplio contenido compositivo de su obra pautada para la gran pantalla y fuera de la misma. Descanse en paz, Mr. Dankworth.

Invitación a escuchar en Youtube el tema Tomorrow's World en homenaje a Johnny Dankworth
Invitación a escuchar otros temas de Dankworth en YouTube de la parte izqda. del blog

domingo, 21 de febrero de 2010

LA «STRONZA» DE LOS FUTBOLISTAS ITALIANOS: EL «EXPEDIENTE X» DEL CALCIO

Las distintas campañas que se celebran a diario en cualquier punto del planeta con el fin de recaudar dinero para una noble causa como la de la investigación de enfermedades demasiado desconocidas para que sea posible revertir un pronóstico, a menudo, letal, tienen en algunas personas que las sufren una suerte de símbolos, de estandartes. Por ejemplo, en el caso de Stephen William Hawkins su tesón y su dedicación hacia el estudio científico ha provocado un beneficio a la causa de la ELA (acrónimo de la Esclerosis Lateral Amiotrófica) que anima sobremanera a persistir en la lucha que mantienen los familiares y amigos de las personas que padecen esta enfermedad neurodegenerativa. Aunque se ha puesto en tela de juicio por parte de algunos especialistas que, en realidad, Hawkins sufra una de las variantes del ELA debido a que sigue vivo después de casi cincuenta años de habérsele diagnosticado —algo ciertamente infrecuente por cuanto la existencia media es de un lustro desde las primeras manifestaciones de la misma—, el físico británico ha permanecido hasta la fecha asociado a este acrónimo y a la lucha diaria que representa para muchas familias del planeta tierra. Digamos que el ELA tiene un valor universal en relación a Hawkins mientras que en Francia —chauvinismo habemus— se la conozca como la enfermedad de Charcot (1823-1893) —en honor del fundador de la psiconeurología y el primero en hacer un detalle clínico riguroso de la enfermedad— y los Estados Unidos para ciertas generaciones nacidas en el siglo pasado su conocimiento proviene del jugador de béisbol que la padeció, el fuera de serie Lou Gehrig (1903-1941). Ver a aquel formidable primera base acabar sus días postrado en una silla de ruedas y con un rostro que era una sombra del pasado debió resultar impactante para los millones de aficionados estadounidenses que admiraron sus proezas en las canchas de juego de los estadios de uno de los deportes Rey del país. Curiosamente, el origen de haber contraído semejante enfermedad podría encontrarse... en el terreno de juego. Ese «Expediente X» de la medicina quedaría archivado hasta que décadas más tarde la lista de ex deportistas que, al cabo de poco tiempo después de haber ejercido su actividad profesional al aire libre, sufrían el ELA o la enfermedad de Charcot, se disparaba. Razones poderosas para la preocupación tendrían las autoridades que rigen los destinos del calcio cuando un estudio impulsado por la Fiscalía de Turín advertía que cuarenta ex jugadores de un censo total de 50.000 futbolistas se les había diagnosticado el ELA. Al tratarse de una enfermedad que afecta a 1-2 de cada 100.000 habitantes, esta alta incidencia —casi 7 veces superior a esa proporción— en la población de la División de Oro del fútbol italiano activaría las alarmas, especialmente entre el colectivo de ex futbolistas, significándose al frente Massimo Mauro y Gian-Luca Viali, aquel jugador díscolo que llegó al estrellato a finales de los años ochenta, afianzándose en la punta izquierda de la squadra azurra en el Mundial celebrado en el país transalpino en 1990. Hace un par de años, la afición de la Fiore –el histórico equipo que parece volver por sus fueros esta temporada en la Premier League— tributaba un homenaje a Stefano Borgonovo (Ver foto) que, como Viali, había conocido sus años de gloria en un periodo similar. Sus otrora compañeros del Milan —Marco Van Basten, Franco Baresi (en la foto con la camiseta rossonera), Ruud Gullit, Roberto Donadoni, etc.—, uno de los diversos equipos en los que militó, arropaban, no sin evitar contener el aliento, a un Borgonovo afectado de la ELA en su fase terminal, pero aún con la lucidez suficiente (una de las características de la enfermedad es que no afecta a las capacidades cogniscitivas) para articular un discurso coherente que apelaba a combatir la stronza (la «gilipollas», la «estúpida»). Con esta expresión Borgonovo calificaba a ese enfermedad que le estaba carcomiendo por dentro. De entre aquel grupo de ex compañeros de Borgonovo presumo que algunos fijarían su mirada en el césped del Artemio Franchi en aras a tratar de buscar respuestas a la fatalidad que padecía Borgonovo. Por aquel entonces, ya circulaban ciertas hipótesis que abundaban en que algunos herbicidas utilizados en los campos de juego de los estadios italianos contenían unas sustancias, las cianobacterias, entre cuyos compuestos presumiblemente se les podría relacionar con la ELA.
Estamos aún en una fase muy preliminar para llegar a conocer al detalle los mecanismos moleculares que intervienen en la activación de la Esclerosis Lateral Amiotrófica. Pero confío en la comunidad científica para que lleven a cabo un trabajo de campo —nunca mejor dicho— que progresen hacia una paulatina erradicación de una enfermedad devastadora para quien la sufre y para sus familiares. Quizás el fútbol sea la clave para combatir esta enfermedad neuromuscular en los próximos decenios. En ese tapiz verde rectangular, pues, parece reposar el futuro para, cuanto menos, calibrar un mejor diagnóstico para los afectados del ELA.

domingo, 14 de febrero de 2010

DESMONTANDO A «HARRY»

Desde que repesqué en la Filmoteca de la Generalitat de Catalunya hace casi un decenio Bird (1988) aguardaba expectante la compra de una edición especial en DVD sobre esta monumental producción que orilla el viejo formulismo del rise and fall («auge y caída») por lo que compete a los biopics —en este caso, el referido al saxofonista Charlie Parker—. En esta hipotética edición esperaría encontrar material extra que, además de alguna que otra pieza sobre la «revolución» que supuso la entrada en escena de Charlie «Bird» Parker en el mundo del jazz —más concretamente, el bebop—, relatara el proceso de producción, la forma cómo se gestó un proyecto que tenía todos los pronunciamentos de ser veneno para las taquillas pero que, como contrapartida, ofrecía una creación fílmica concebida con un grado de libertad inusual en el contexto audiovisual de la época, empezando por su metraje de tres horas. Al cabo, la edición que aparecería en el mercado en zona 2 no podía ser más decepcionante: Bird se ofrecía en formato digital desnuda de material adicional. A la conclusión de la lectura de Clint Eastwood. Biografía (2010, Editorial Lumen) de Patrick McGilligan (foto izquierda encabezamiento del post) con motivo de hacer una reseña del mismo para cinearchivo (enlace izquierda del blog), he despejado cualquier incógnita sobe el motivo de semejante ausencia. Al tirar del hilo de las ediciones de DVD ó Blu-Ray publicadas hasta la fecha en torno a Clint Eastwood-director y en un buen número de las que solo aparece el californiano en pantalla, la historia se suele repetir. Curiosamente, entre las excepciones se encuentra el doble DVD de Sin perdón (1992), que contiene un documental firmado por Richard Schickel... el otro biógrafo (el oficial) de Clint Eastwood. Mientras Schickel —uno de los tothems de la crítica cinematográfica estadounidense— iniciaba una serie de entrevistas con él en vistas a conformar una biografía sobre al astro norteamericano, McGilligan escuchaba no sin ciertas reservas el ofrecimiento de su editor para que se metiera de lleno a elaborar una biografía en torno aquel actor dado a conocer con los spaguetti-westerns que había ollado la cima de Hollywood tras la obtención de una doble estatuilla por Sin perdón. McGilligan y Schickel llegaron a hablar sobre el tema en alguna que otra sobremesa, pero estaba claro que cada uno seguiría caminos diferentes a la hora de abordar la vida y obra del personaje en cuestión. Schickel parecía haber ganado la partida al ver publicada su biografía en 1997 con el advenimiento del propio Eastwood; McGilligan, por su parte, experimentaría como éste le interpuso una querella en 2002 que a punto estuvo de sepultar la labor de investigación y de redacción llevada a cabo a lo largo de diez años. «Pulidos» algunos párrafos, por fortuna para McGilligan su obra ya estaba lista al final de ese mismo año para ser vendida indistintamente en librerías reales y virtuales. Ocho años más tarde, Lumen ha presentado su versión en castellano actualizada por el autor aunque sin tiempo para incluir algunas páginas sobre la última de las producciones de Eastwood estrenada hasta la fecha en salas comerciales, Invictus (2009).
Pocas veces la lectura de una biografía me ha provocado un sentimiento de mayor desazón y perplejidad que la procurada por la obra de McGilligan. Bien es cierto que se podrá argüir que McGilligan, movido por no se sabe bien qué prejuicios o malsanas intenciones, ha podido cargar las tintas en contra de Eastwood hasta provocar una distorsión sobre la realidad en aras a un ejercicio en el que prima el retrato dual sobre el personaje, el «Jekyll» y el «Hyde». Pero, bajo mi prisma, salvo que McGilligan haya comprado «voluntades» por doquier en el seno de la industria cinematográfica norteamericana, el veredicto no puede ser más demoledor y, a la par, ajustado a derecho, en torno a un personaje que ha publicitado una imagen de puertas a fuera que se revela, en infinidad de ocasiones, una cortina de humo, un mero espejismo. Para alguien que practica un cine profundamente moral como Eastwood leer ciertos pasajes del libro de McGilligan provoca que se dilaten las pupilas. No sé hasta que punto un artista está legitimado a impartir doctrina sobre la moralidad cuando tuvo siete hijos fuera del matrimonio —al menos, los que se conocen— y concibió un hijo junto a su segunda esposa —Dina Ruiz, presentadora de televisión—... a los sesenta y seis años. Estos detalles bastan por sí solos para darse cuenta que algo flojeaba en alguno de los hemisferios del cerebro de Mr. Eastwood. Todo lo que McGilligan cuenta con la aportación de infinidad de testimonios que abundan en el perfil de ególatra (solo falta echar un vistazo a los carteles de sus películas: su rostro se erige en leit motiv de prácticamente la totalidad), tacaño, vanidoso y mujeriego recalcitrante es pecata minuta frente a esa perversión de ir sembrando su semilla en el útero de algunas mujeres que querían coronar sus fantasías, los hijos o hijas de las cuales luego compensaría con algún que otro papelito en pantalla, o con visitas pactadas cada x meses o cada x años. Ya en edad de jubilación, Eastwood se descolgaría con otro vástago que alumbraría su segunda esposa, unos treinta años menor que él («no hay segundas intenciones», se vanagloriaba en repetir el icono del Séptimo Arte... en fin). En este caso en concreto —como también en el de Michael Jackson— me resulta imposible separar la persona del artista. Seguiré admirando al Eastwood cineasta, un talento inmenso tras las cámaras, dotado de un sentido de la intuición casi inaudito, aunque no comulgo con ruedas de molino de cierta crítica que ante películas muy flojas —Invictus es de un esquematismo que tira de espaldas— emplean el eufemismo «película menor». Pero ello no es óbice para quedarme con la copla, una vez leída la obra de McGilligan, que su cine no es fruto de la mirada de un humanista sino más bien la de un individuo con más oscuros que claros, más cercano al que podría corresponderse con su personaje arquetípico de fascista irredento de Harry Callahan —sin remontarse demasiado en el tiempo, éste hubiera suscrito la escena en que Eastwood persona (sic) embiste con uno de sus automóviles otro (propiedad de una mujer que no había visto nunca), estacionado en su plaza de párking de las oficinas de Warner Bros. en California (hubo juicio, uno más de una considerable lista de visitas a los tribunales)— que cualquiera de los que ha representado en pantalla a lo largo de más de medio siglo. Print the Legend esgrimirán aquellos que se coloquen las gafas de Parménides para guarecerse de cualquier tentativa de ver desmontado a su Mito. Otros, como un servidor, agradeceremos la labor de McGilligan dispuesto a no dar por bueno lo escrito por su colega Schickel. No busquen, pues, entre los extras que desfilan el Día de San Patricio por una de las arterias principales de Boston en una de les secuencias finales de Mystic River (2003) —film magistral, dicho sea de paso, rodado por el cineasta californiano con un espectacular reparto a su disposición— a Patrick McGilligan, de inequívoco origen irlandés. Más bien, McGilligan encabeza la lista negra y se sitúa en el punto de mira de la Magnum 44 de Eastwood si algún día se lo llega a cruzar por la calle... La sexta y última entrega de Harry Callahan estaría servida...

domingo, 7 de febrero de 2010

LA «TERCERA JUVENTUD»: UNA VIDA «EN EXTENSIÓN»

Los pronósticos más alarmistas —que, a veces, se tornan en los más realistas— fijan en 2030 el punto de inflexión de un sistema de pensiones que por, aquellas fechas, entraría en barrena si no se toman medidas con la suficiente antelación. De la idoneidad sobre abrir otro frente en plena crisis que somete a buena parte de la sociedad española a una situación angustiante por no decir desesperada, cabría ponerlo en cuarentena. Pero en el fondo de la cuestión subyace una realidad que hará, a unas décadas vista, observar una sociedad donde las personas centenarias se contabilizarán por decenas de miles en lugar de los pocos miles que se registran en el censo actual. Esta prospección de futuro tiene todos los visos de cumplirse por cuanto España es el segundo país con mayor esperanza de vida de todo el planeta y que, llegado el año 2030, la jubilación puede significar para muchos más que una «tercera juventud» una eternidad... A todos aquellos que ponen el grito en el cielo sobre el hecho de trabajar de media hasta los sesenta y siete años cabría colocarles frente a un escenario temporal donde por cada 10 trabajadores habría 9 que no lo harían por cuestiones de edad, y las enfermedades como el Alzheimer, las demencias seniles, las afectaciones coronarias o el cáncer se dispararían por mor del envejecimiento de la población. La consecuencia de todo ello es que la llamada Ley de la Dependencia se comería una gran porción del presupuesto que actualmente se destina en Sanidad a esta partida, y los centros clínicos crecerán como hongos de texturas blanquecinas en las ciudades o municipios de nuestro país. Sin embargo, dudo mucho que la idea de ampliar los años de vida laboral haya surgido de algún avispado director o mando intermedio de la Seguridad Social; sería una medida contraproducente para ellos mismos y ya se sabe que uno de los rasgos que distingue al Homo sapiens es su egoísmo. Más bien se trata de uno de los múltiples «globos sonda» que la Administración Zapatero lanza con el fin de distraer la atención ante un panorama económico-financiero caótico. Pero de todos esos «globos sonda» el que me aventuro seguirá surcando los cielos de la península ibérica durante largo tiempo será el que compete al retraso de la edad de jubilación. La perspectiva del listón de 67 años incluso se me antoja corta cuando dentro de unos años nos demos cuenta que la siguiente conquista de un consumismo desbocado nos impulse a creer que la vida pierde sentido si no accedemos a un programa depositario del «elixir» de la «eterna juventud». Decir la edad será un tabú en cóctels o en fiestas de alto standing; por los mismos camparán figuras «liofilizadas» de setenta años con apariencia de cuarenta dispuestos/as a despertar la líbido o activar las ferohormonas de personas que por edad se corresponderían con sus vástagos. Esta práctica, lejos de circunscribirse a ciertos ámbitos tocados de pedigree penetrará en los intersticios de las capas más bajas de una sociedad que no querrán perder comba del estado del bienestar cuyo mantenimiento, sino incremento, formará parte de los programas electorales de cada uno de los partidos. Entonces, no extrañará que en los descansos de la campaña electoral algún político sin sombra de arrugas que asome en su rostro de piel tersa eche la vista en su e-book —en su versión original, en gallego, catalán, euskera o castellano— en el archivo donde se encapsula el contenido de  Life Extension: A Practical Scientific Approach (1982), de Durk Pearson y Sandy Shaw, la obra seminal de una literatura científica destinada a hacernos creer que la vida es posible después de los cien no como valor excepcional sino como opción más que extendida y «saludable».... Pero para ciertos colectivos de personas en las que la lectura representa un hábito poco «saludable», más que Pearson y Shaw, rendirán pleitesía a ese «icono catódico» llamado Belén Esteban. Así pues, en las paredes de los estudios de Telecinco aparecerán pintadas que recen: «¡Abajo la inmortalidad!». No duden que, de ser así, una de las líneas de investigación más firmes que baraje la policía sitúe a uno de sus presuntos autores o instigadores en la cúpula de mando del gobierno de turno, aunque la pista falsa (con ánimo de distraer la atención de  los sabuesos revestidos de periodistas) que sigan los tabloides digitales ubiquen al principal sospechoso en las oficinas de la Seguridad Social en horario diurno...