miércoles, 17 de mayo de 2017

RIVERSIDE, EN CONCIERTO: CENIZAS Y DIAMANTES

Sábado, 13 de mayo de 2017. En un punto equidistante entre la casa de mis padres y el instituto donde cursé estudios medios, en las inmediaciones del barrio de Sant Josep de L’Hospitalet de Llobregat tenía una cita con la banda adscrita al neo-rock progresivo o post-rock progresivo Riverside. Llama a la estupefacción que un grupo que aglutina un número creciente de seguidores, situándose entre lo más granado del progresivo continental en la actualidad, se le reserve plaza en Salamandra, una modesta sala de concierto “de barrio” con un aforo que con dificultades caben tres centenares de personas. Espacio, pues, más propicio para el fogueo de bandas locales o grupos que cursan billete a la desaparición o, cuanto menos, en franco declive. Con todo, una oportunidad pintiparada para posicionarse cerca de un escenario que se eleva metro y medio por encima de la línea del suelo del local de marras con una arquitectura que recuerda de soslayo a Razzmataz, el espacio que hubiera resultado más propicio para acoger a Riverside en tierras catalanas. Apostado en primera línea, a lo largo del concierto las espaldas me las guardarían una familia proveniente de Jaén con el hijo adolescente Darío especialmente atento a las evoluciones del batería Piotr Kozieradzki. Él fue el primero en saltar al ruedo con un notable retraso sobre el horario previsto las ocho de la tarde de un caluroso sábado de primavera, seguido del frontman Mariusz Duda, el teclista Michal Lapaj y el guitarrista Maziesj Meller. El privilegio de situarse en primera fila permitía recrearse en el detalle de los gestos y de los ademanes, ilustrativos a la hora de tomar la temperatura sobre el estado de ánimo de una banda que, en buena lid, acusaría el golpe de la pérdida, a principios del año pasado, del guitarrista y cofundador junto a Kozieradzki y Dudade Riverside, Piotr Grudzinsky. En los primeros compases de la actuación, Duda se acogió a la primera enmienda de todo aquel artista con ganas de agradar al respetable. Con el deseo formulado en palabras que las dos docenas largas de espectadores saliéramos de la sala al final de la actuación esbozando una sonrisa de satisfacción, la música de Riverside empezó a tronar, emergiendo el poder vocal de Mariusz Duda, quien entre el pliegue de sus expresiones se le adivinaba un cierto sentimiento de aflicción, de extraña melancolía verbigracia del recuerdo de su fiel escudero Grudzinsky.
    Dos horas de concierto bastaron para tratar de “descodificar” la singularidad musical de la banda polaca, en que convergen una amalgama de influencias provenientes del metal rock, el rock progresivo (más formulada sobre bases propias de grupos como Porcupine Tree que de los genuinos Yes o Genesis), la psicodelia (decantado sobre todo hacia los dominios de Pink Floyd), el techno (no en vano, Duda había participado en el proyecto Xanadú en calidad de teclista) e incluso un rock que hunde sus raíces en el folclore propio del extremo sur del continente europeo. Mariusz Duda buscó ese juego de complicidades para con los espectadores a través, por ejemplo, de una versión acústica de “Lost (Why Should I Be Fightened by a Hat?)", en el ecuador de un programa de actos que concluyó con el tema “Where the River Flows” (una suerte de himno para su cuerpo de seguidores), en el tiempo de descuento reservado a los bises. En ese lado del Río Llobregat se proyectó, pues, la imagen de una banda del centro de Europa que tras contemplar compungidos el vuelo de las cenizas de Grudzinsky a mar abierto toca el turno de amueblar un discurso musical encofrado de diamantes. Cenizas y diamantes, tal como reza el título de la novela de Jerzy Andrzejewski, que sirviera de base para la película de otro artista polaco desaparecido en 2016, Andrzej Wajda. Un título que se corresponde con la postrera entrega de la denominada «Trilogía de la Guerra». Asimismo, Riverside adoptaría un pronunciamiento conceptual/temático en forma de trilogía bajo el genérico «Reality Dream»—, integrada por los discos Out of Myself (2004), Second Life Syndrome (2005) y Rapid Eye Movement (2007), pórtico de entrada al conocimiento de una banda que, a mi juicio, sufrió un severo traspiés con la publicación de un disco enteramente instrumental, Eye of the Soundscape (2016), con una vocación experimental que se ahoga al observar en retrospectiva la carrera de una banda cuyo caudal creativo reposa en la figura de Mariusz Duda, más que nunca consagrado a liderar un proyecto que precisa recomponerse necesariamente a través de esos conciertos en directo, dispuestos a tratar de llenar un vacío emocional fruto de una pérdida tan significativa como la de Grudzinsky.  Aunque los medios locales no lo recojan (la cultura musical sigue siendo una asignatura pendiente que se arrastra desde tiempos inmemoriales en nuestro país), L’Hospitalet de Llobregat fue testigo del rearme de un grupo con solera. Allí estuve para testimoniar, pese a los contratiempos, el buen estado de forma de Riverside, actuando en un local situado a poco más de medio kilómetro de distancia del Institut Mercè Rodoreda donde empecé a forjar mi amor incondicional por el rock progresivo y sus múltiples variantes. 

sábado, 6 de mayo de 2017

LESLIE STEVENS (1924-1998): MÁS ALLÁ DE LOS LÍMITES DE LA LÓGICA

Al bucear en la memoria, la primera vez que debí ver impreso el nombre de Leslie Stevens en pantalla fue durante la emisión de El señor de la guerra (1965), una extraordinaria producción de la Universal que toma lugar en Normandia, en el siglo XI. Por aquel entonces debía estar barruntando la posibilidad de dar forma a una monografía sobre La generación de la televisión. Sin duda, la primera impresión que me causó el visionado del film dirigido por Frankin J. Schaffner sirvió de acicate para que ese incipiente proyecto tuviera visos de plasmarse en el plano de la realidad, esto es, en papel impreso con las hechuras propias de una edición en catalán que guardo como oro en paño. Al tratar de recopilar la mayor documentación posible sobre el film en cuestión adquirí una monografía sobre Schaffner escrita por Erwin Kim para el sello estadounidense Scarecrow Press. Ciertamente, me debió sorprender por aquel entonces la inexistencia de datos sobre Leslie Stevens, el artífice de la obra “The Lovers” que dio pie la película rebautizada con el título en inglés The War Lord. Ese «señor de la guerra» no era otro que Charlton Heston en su “transcripcción” en pantalla. Kim apenas dedica espacio a los antecedentes artísticos de Stevens y un velo de misterio seguiría cubriendo el conocimiento de buena parte de su trayectoria profesional durante mucho tiempo. A punto de cruzar el umbral de siglo XXI, quedaría consignado el deceso de Leslie Stevens, a los setenta y cuatro. Casi tres cuartos de siglo de existencia que, a juzgar por la información que he ido recabando a lo largo de estos últimos meses mientras preparaba la edición de The Outer Limits (1963-1965) para el sello Absolute, daría para una biografía realmente apasionante y reveladora de hasta qué punto una personalidad del brillo intelectual de Stevens quedaría relegado a un injusto olvido. En esa “imaginario” biografía, a buen seguro, debería quedar reservado un capítulo a los avatares de una producción como Incubus (1966), segundo de los largometrajes rodado en esperanto y el primero que se formularía en los Estados Unidos, aunque nunca llegó a estrenarse en salas comerciales. Aún a día de hoy sigue siendo un misterio el porqué Leslie Stevens tomó la decisión de que fuera abordada en  esperanto cuando no se conoce conexión alguna con esta lengua y el movimiento que trajo consigo. Con todo, resulta una muestra significativa del arrojo y de la valentía de este auténtico personaje quijotesco que pasaría a los anales de la televisión norteamericana verbigracia de la creación de la serie "The Outer Limits", que guarda ciertos paralelismos con su coetánea "The Twilight Zone" (1959-1964). Desde su condición de productor, guionista y esporádico director, Leslie Stevens trató de tutelar el desarrollo de una serie de ciencia-ficción orientada hacia inquietudes de cariz existencialista y filosófico, con ciertas inquietudes sociopolíticas que se podían entre los pliegues de sus historias. No obstante, ese afán de Stevens porque The Outer Limits sorteara los caminos más trillados de la sci-fi chocaría contra ese empresariado de la ABC decidida a hacer prevalecer la condición de «serie de monstruos» con el fin de recabar la atención de las audiencias. Así pues, el conflicto de intereses derivó en la cancelación de la serie a la altura de su cuarenta y nueve episodio, sin posibilidad ni tan siquiera de rubricar una cifra redonda. Lejos de quebrar su espíritu a contracorriente, Stevens se embarcó en un proyecto imposible, el de Incubus, que generaría una «leyenda negra», incluido el declararse en quiebra su productora Daystar y su segunda mujer, Allison Aymes (una de las actrices que aparecen en el film “maldito”), pedirle el divorcio. Por consiguiente, tocaba el turno de pagar facturas y con ello la línea de trabajos out-system perpetrados por Leslie Stevens se iría disipando de manera gradual pero implacable. Bien entrada la década de los setenta, el tiempo de las «heroicidades» parecía tocar a su fin para Leslie Stevens, ya situado en la cincuentena. El título de una serie abordada en aquel periodo que cerró antes de hora —con tan solo trece episodios (mal fario) emitidos— serviría para definir la personalidad de Leslie Stevens a los ojos de la cinefilia: «el hombre invisible». Quisiera pensar que con la publicación de la serie íntegra en formato digital de The Outer Limits, acompañada de la edición en forma de extra del largometraje Incubus, se podría contribuir a sacar del anonimato al que algunos bautizaron como «el Orson Welles rubio». Aún así el velo del misterio sigue cubriendo la realidad de Leslie Stevens, del que apenas circulan imágenes suyas en internet y en papel impreso. Ni tan siquieran existen evidencias gráficas de sus rodajes, en Private Property (1960) —otro título que ha salido a la luz recientemente en los Estados Unidos; una opera prima asistida por el director de fotografía Conrad L. Hall en sus primeros escarceos profesionales— e Incubus, este último un auténtico “eslabón perdido” en la era analógica que tiene en la era digital una nueva oportunidad para ser descubierta. Al igual que "The Outer Limits", esta podría ser la puerta de entrada al conocimiento de un personaje singular como pocos en el contexto de su época y de su tiempo: Leslie Clark Stevens III.