miércoles, 22 de noviembre de 2023

«GENTE QUE LLAMA A LA PUERTA» (1983) de Patricia Highsmith: IMPULSO CRIMINAL

 

Publicado en el verano de 1922 por el sello Anagrama, Diarios y cuadernos (1941-1995) representa un auténtico «tesoro» para estudiosos de la obra de la escritora Patricia Highsmith. Curiosamente, a lo largo de sus mil doscientas cincuenta páginas –que lo convierten de facto en uno de los más extensos del señorial catálogo de Anagrama—no queda constancia por escrito de su parecer en torno a A sangre fría (1965), de Truman Capote. A buen seguro, Highsmith tuvo una opinión bien formada sobre la Opus magna de su compañero de profesión, quien asimismo pasó largas temporadas en el viejo continente. En cierto sentido, podría entenderse Gente que llama a la puerta (1983) una de las novelas postreras de Highsmith conforme a otra vuelta de tuerca de In Cold Blood, con una interesante «variante», la propia de recaer el acto criminal en uno de los integrantes de una familia de fuertes convicciones religiosas, aparentemente modélica a los ojos de una comunidad del interior de los Estados Unidos. Así pues, los Alderman de Gente que llama a la puerta encuentran sus «equivalentes» en los Clutter de A sangre fría. Similar en número de páginas a la novela que estableció un paradigma dentro de la literatura saludada como la primera obra de «no-ficción»— del siglo XX, People Who Know On the Door fundamenta su narrativa sin emplear el recurso epistolar como acontece en A sangre fría, dejando patente el estilo inherente a la escritora texana, esto es, un trazo limpio, directo, amarrado a una prosa que no precisa tener al lado una batería de diccionarios para atender al detalle de su contenido. Más que erigirse en cronista de un asesinato «a sangre fría» que sirviera en bandeja un alegato en contra de la pena de muerte, Patricia Highsmith coloca la lupa sobre la hipocresía de la sociedad estadounidense bienestante que conocía de primera mano en singular, la ciudad de Bloomington (en el estado de Indiana), que sirve de molde para el ficticio municipio de Chalmerston que deviene uno de los «personajes» de la novela y que tiene en el cabeza de familia de los Alderman, Richard, su máxima expresión. Él es quien se opone al aborto cuando su hijo mayor Arthur ha dejado embarazada a la joven estudiante Maggie, menor de edad. Fruto de la cura «milagrosa» de su hijo pequeño Robbie, Richard pasa a formar parte de las filas de la Primera Iglesia del Evangelio de Cristo, en un contexto en plena era Reagande repliegue patriótico, pero también de fuerte implantación de sectas de toda clase y condición que encontrarían en la televisión en un pasaje de la novela se alude a la aparición de un telepredicadoruna ventana de oportunidad para dar a conocer sus mensajes. Patricia Highsmith, cronista de su tiempo, no pasaría por alto esa oleada evangelizadora que sacudiría de norte a sur, de este a oeste su país de nacimiento, al que dicho sea de pasocriticó (preferentemente desde su destierro europeo) el apoyo sistemático al gobierno de Israel por sus políticas segregacionistas en relación al pueblo palestino y que, por desgracia, sigue cobrando actualidad a raíz de lo acontecido en la franja de Gaza. Aunque ello la comportara perder lectores, Patricia Highsmith dedicó Gente que llama a la puerta «al valor del pueblo palestino y de sus líderes en la lucha por recuperar una parte de su patria», apostillando, «este libro no tiene nada que ver con su problema». Empero, bien mirado, tanto lo que se refiere al contenido del libro como al sempiterno conflicto entre Israel y Palestina, en su raíz atendemos a un fanatismo religioso que propicia, en el caso de Gente que llama a la puerta, una serena reflexión en torno a lo lesiva que pueda resultar una educación que abomina, por ejemplo, sobre las prácticas abortivas, y que puede llegar a tener un «efecto boomerang» en forma de parricidio a sangre fría perpetrado por un menor de edad de dieciséis añosque cuenta los días para salir de Foster Houseun correccional para chicos de su edady hacer carrera en el ejército o la Marina, tal como vaticina su hermano mayor Arthur, el principal protagonista de una pieza escrita por Highsmith, publicada en 1983, el mismo año que visitó Barcelona para reunirse con Jorge Herralde, en vísperas de un acuerdo contractual que ligaría a la texana de «por vida» con el sello barcelonés. De aquel encuentro y de su posterior visita a Donosti y Madrid queda constancia escrita en Diarios y cuadernos, la voluminosa obra que precede siguiendo el timelinea la reedición editada por primera vez en 1984 de Gente que llama a la puerta dentro de la Biblioteca consagrada a Patricia Highsmith.

 


martes, 21 de noviembre de 2023

«UNA CABEZA CERCENADA» (1961) de Iris Murdoch: RELACIONES PELIGROSAS

Si hiciéramos una estadística referida exclusivamente a la comunidad cinematográfica en los últimos veinticinco años con una elevada probabilidad 1999 sería el que registraría uno de los picos de defunciones más acentuado. En aquel último año de la pasada centuria, a las puertas del siglo XXI y, por ende, del nuevo milenio, nos dejaron los cineastas Stanley Kubrick, Charles Crichton, Robert Bresson y Edward Dmytryk, y los intérpretes Dirk Bogarde, George C. Scott y Oliver Reed, por citar algunos de los más relevantes de una extensa lista. Tampoco resultó marginal el número de escritores que perecieron a lo largo de los meses anteriores a colocar el contador a «0» con el «2» delante. Por ejemplo, Iris Murdoch (1919-1999) lo hizo en el verano de aquel año tras haber pasado por una etapa devastadora sobre todo para su entorno familiar y de amistades ya que la había sido diagnosticado Alzheimer. Una recta final especialmente cruel para alguien que había depositado en su privilegiada mente la proeza de armar un total de veintiséis novelas, además de numerosos ensayos –filosóficos, biográficos, etc.-- y artículos, que la llevaron a ser nombrada en 1987 Dama del Imperio Británico. Idéntica distinción recibió años más tarde de manos de Isabel II  Judi Dench, la actriz que encarnaría a la escritora inglesa –en las postrimerías de su existencia cuando la citada enfermedad hizo estragos-- en Iris (2001),  toda vez que los herederos de Iris Murdoch y, en singular, su marido durante más de cuarenta y cinco años, John Bailey, dio su aprobación a modo de honrar la memoria –valga la expresión-- de una de las plumas más brillantes  de la Literatura Británica de la segunda mitad del siglo XX. En lo que llevamos de centuria, Impedimenta se ha encargado de ir al «rescate» de varias de las novelas que jalonan sus exquisita obra, la última de las cuales lleva por título Una cabeza cercenada (1961). Mas, se trata de la única de las novelas escrita por Iris Murdoch que, hasta la fecha, mereció una adaptación cinematográfica, errática a nivel de producción ya que tardó un par de años en comparecer en salas  comerciales en algunos países. Con un equipo artístico conformado por segundas o terceras opciones, según el relato del propio coproductor del film, Elliot Kastner, A Severed Head (1971)  tuvo su punto de partida, a efectos de rodaje, en 1969, el mismo año que el divorcio podía darse en el Reino Unido sin la obligación de demostrar conductas que podrían ser calificadas de inmorales, tal como detalla el traductor Enrique Maldonado Roldán en una de las contadas anotaciones a pie de página que encontramos en la edición de Impedimenta de Una cabeza cercenada. Pero, en cambio, en el campo literario no existían tales restricciones en el amanecer de los años sesenta, permitiendo a Iris Murdoch dar rienda suelta a una historia que convoca, entre otros asuntos espinosos --refractarios a la moral de los sectores más conservadores y/o tradicionalistas de la sociedad británica--, el tema del incesto. Como es preceptivo en la obra de Dame Iris Murdoch,  el relato de A Severed Head encuentra anclaje en un ambiente de clase media-alta, en la que no faltan representantes de la intelectualidad, todo ello a través de la voz de una narración en primera persona, la propia de Martin Lynch-Gibbon. A sus cuarenta y un años –una edad similar a la que  tenía sir Ian Holm, el actor al que da vida en la gran pantalla en la película dirigida por Dick Clement-- Martin Lynch-Gibbon experimenta un punto de inflexión en su relación conyugal con Antonia,  cuyo romance con su amante Palmer Anderson opera en un nivel de discrecionalidad pero sin necesidad de evitar que quede velado al conocimiento de su marido. Un arranque que podría ser una réplica de infinidad de premisas argumentales que concurren en el terreno literario pero que  Murdoch orienta al correr de las páginas hacia un alambicado cruce de pequeños relatos conectados entre sí ya sea por afinidades afectivas y/o de parentesco. La prosa de Murdoch fluye con su habitual tono irónico, acaso sarcástico en su exploración de aquellos conductas humanas que guardan relación con los «placeres culpables» y que para satisfacción de lectores devotos de la heterodoxia, en pleno fragor del swining london, pudieron degustar desde la salida al mercado de la quinta de las novelas de la escritora, poeta y filósofa de ascendencia irlandesa. Ciertamente, la errática carrera comercial de la referida cinta no ayudó a popularizar Una cabeza cercenada –una expresión utilizada por Honor Klein, la hermana de Palmer Anderson, presumiblemente el personaje más enigmático de la función--, siendo el guion de Frederic Raphael –que asimismo toma inspiración en una obra teatral previa urdida por J. B. Priestley-- presentado conforme a un fiel ejercicio de adaptación de la novela de Iris Murdoch. Para Raphael, el impacto que le provocó saber del deceso de Kubrick con quien había trabajado codo a codo en la elaboración del libreto de Eyes Wide Shut (1999), se sumaría meses después la noticia del fallecimiento de Iris Murdoch,  siendo el único guionista que ha logrado traducir hasta la fecha  una novela nacida del talento de una escritora que se «coronó» en el campo de las Letras bien entrada la década de los sesenta y, a efectos, de situarse entre la realeza de las Islas, a finales de los años ochenta, concretamente el mismo año que vio la luz en tiendas y grandes superficies El libro y la hermandad (1987), asimismo publicada por el sello Impedimenta dentro su eventual Colección consagrada a Jean Iris Murdoch.