Prácticamente desde
el desmantelamiento de UCD (Unión de Centro Democrático), la Democracia española se
ha asentado sobre la base del bipartidismo, el procurado por el PP (Partido
Popular) y el PSOE (Partido Socialista Obrero Español). Los votos a sendos
partidos han copado un porcentaje elevado de los que han participado de esta manifestación
de la democracia por espacio de más de treinta años. Pero es una realidad en vías de
sufrir un cambio de orientación harto significativo debido a una serie de
factores del que no cabe excluir la incorporación de parte de esa población “silenciosa”
incapaz de sintonizar con el programa de ningún partido, llevando a máximos esa
expresión de real abolengo que «todos los políticos son iguales». Por consiguiente, desde los tiempos de Felipe González hemos asistido a participaciones del 50 al 65%, mereciendo muy poco análisis
el porqué hasta un 50 % de la población no ha acudido a la cita con las urnas
cada cuatro años. En noviembre de 2012 estuve en una mesa
electoral de las municipales catalanas y me entretuve en las horas muertas —las del mediodía— a tratar de buscar un perfil común entre los que no ejercían el
derecho a voto. Al finalizar la maratoniana jornada llegué a la conclusión que
no existe un perfil de “no votante”. Es por ello que el fenómeno de Podemos no
puede analizarse exclusivamente en clave de un trasvase de votos de partidos “tradicionales”
de la izquierda o del centro-izquierda, sino que debe observarse conforme a un
movimiento aglutinador de un descontento social “transversal”, en el que se
incorpora el voto de estudiantes universitarios pero también de ese sector receloso
desde hace bastantes años de la clase política a la que ha negado con la
participación en las elecciones la posibilidad de que en su nombre cometan toda
clase de tropelías, corruptelas y demás hechos delictivos con la aquiescencia de un sistema sobreprotector (allí están los 10.000 aforados que tiene el país,
un porcentaje considerable de los cuales pertenece a este colectivo) en torno a
estas prácticas que erosionan la esencia misma de la Democracia.
Una vez conocido el sorprendente éxito en
las pasadas elecciones europeas de Podemos con un total de más de un millón
doscientos mil votos, la campaña de desprestigio, el alud de acusaciones sobre
los adalides del partido de nuevo cuño no han cesado. Intentan colocar el miedo
en el cuerpo a través de una serie de ataques sin otro fundamento que la descalificación gratuita; hablan de una ideología de extrema izquierda, de importar un
modelo de chavismo y de los vínculos con colectivos cercanos a ETA. Una cadena de palabras que, agitadas,
parece ofrecer un cóctel difícil de digerir para aquellos instalados en la
tradición de un sistema democrático que ha sido incapaz, por ejemplo, de poner
coto a la corrupción política, al punto que tenemos en el gobierno del PP
algunos dirigentes, incluido su presidente Mariano Rajoy, con una sombra de
duda más que razonable de que ampararon prácticas irregulares de muy baja
catadura moral y que incluso se llegaron a beneficiar de las mismas según las investigaciones judiciales aún en curso. Así lo denunciaría el partido en la oposición, el PSOE, que
trata de rearmarse de cara a los próximos comicios electorales con la
mirada puesta en el horizonte de finales de 2015. Paradojas de la vida, todos
aquellos prestos a acusar desde las trincheras de la izquierda o del centro
izquierda "tradicional" al partido liderado por el profesor de Ciencias Políticas
Pablo Iglesias deberían, cuanto menos, reconocer que la irrupción de Podemos ha
servido para espolear prácticas que demandaba el sentido común en Democracia, dando
la opción que la ciudadanía conozca el parecer de distintos candidatos en un
debate como el celebrado este lunes día 7 de julio, aunque de momento tan solo sea un simulacro. Asimismo de justicia es
señalar el desempeño que UPyD a la hora de denunciar la corrupción política,
personándose en la parte acusatoria de procesos abiertos, el más notorio de los
cuales sigue siendo el caso Würtel. Pero UPyD ha visto cerrado de momento el
cumplimiento de un nuevo techo electoral con la llegada de Podemos y con ello
el nerviosismo se ha enquistado en su líder Rosa Díez, con exabruptos del
estilo de comparar a la formación abanderada por Pablo Iglesias con el Partido
ultraderechista francés de Marie Le Pen. Una estrategia de descrédito que ha salido a
Rosa Díez el tiro por la culata en ese fuego cruzado procedente de las trincheras de la izquierda y de la
derecha que, lejos de dañar a Podemos refuerza su carácter de partido
alternativo, al punto de que algunos sondeos lo destacan como tercero en la lista de los más votados en las próximas elecciones generales.
Semanas atrás decidí votar a Podemos después de haber confiado sistemáticamente en el PSOE/PSC. Lo
hice una vez di cumplida cuenta de la lectura de su programa electoral. Para mí
Podemos más que un partido representa un estado de conciencia, el que ampara la
legitimidad de un pueblo para hacer valer sus derechos, de no estar secuestrada
por una clase política que sistemáticamente protege los intereses de una banca —clave para entender el descalabro económico
que ha padecido este país en los últimos años— y de unos grupos de poder financiero que acaparan gran parte de la
fortuna del estado español, entre otros muchos otros temas que abordaré en un
posterior post. Sin duda, la
naturaleza humana comportará que, tarde o temprano, las discrepancias internas
(máxime al tratarse de una formación que se rige por principios asamblearios;
no en vano, uno de sus focos de alumbramiento fue el 15-M) afloren en el seno de
Podemos, provocando disidencias, escisiones, etc. Pero solo el paso de los años
calibrará la importancia de la entrada de Podemos en la esfera parlamentaria,
agitando ese árbol que ya no daba más
frutos que una desigualdad social cada vez más acentuada, un empobrecimiento de
las clases medias, un sistema sanitario que camina hacia un concepto mixto
entre lo público y lo privado, unas coberturas para los más desfavorecidos que
ponen en tela de juicio el derecho irrenunciable de una vida digna para las
personas en plural... Podemos puede representar una ventana a la esperanza para jóvenes y
mayores en un mundo cada vez más desigual, en que comunismo, socialismo,
liberalismo y conservadurismo han perdido buena parte de su sentido. En el
mundo que nos ha tocado vivir, la defensa del interés de las personas con lo
que ello comporta (educación, cultura, sanidad, etc.) pasa por delante de los
intereses de esos grupos de poder incapaces de aplicar esos principios de solidaridad
más que para sus familiares y la cuerda de influyentes personajes que han
levantado imperios, en ocasiones, merced a la pura especulación. Y puestos a
especular (en la otra acepción del término), prefiero hacerlo en el sentido de confiar en que mi voto para
Podemos contribuirá a una regeneración democrática de nuestro país
y quizás dentro de unos decenios podremos decir que la corrupción política, los
desahucios y otras lacras que afectan a nuestra sociedad forman parte del
pasado.
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