lunes, 8 de septiembre de 2014

A PROPÓSITO DE UN NUEVO LIBRO, «JERRY GOLDSMITH: LA MÚSICA DE UN CAMALEÓN»

Llega un punto de nuestras trayectorias personales que los proyectos que aún no han encontrado salida se acumulan y tienen visos de perpetuarse. A finales del año pasado empecé a barruntar la posibilidad de escribir un libro sobre la obra de Jerry Goldsmith (1929-2004), que había acariciado años atrás pero que acabarían pasando por delante otros proyectos. Pero no quería realizar una monografía exclusiva para fans, sino que el empeño iba más allá, en el sentido que Jerry Goldsmith revolucionaría el mundo de las bandas sonoras, contribuiría sobremanera a cambiar el concepto de la música de cine entendido hasta bien entrada la década de los cincuenta con un sentido funcional sin apenas incidencia en la dimensión emocional de los personajes que concurrían en una determinada cinta. No era un tema baladí que se despachara a golpe de reseguir una línea de puntos que definieran un estilo, una forma de encarar un ejercicio profesional en el campo audiovisual que duró casi cincuenta años. Cuando planteas un libro de estas características te enfrentas a la obra de un auténtico titán cuya mente trabajaría sin descanso, en una muestra más que evidente de ese genio cuya inspiración le pilla en la mesa de trabajo y no de vacaciones. Goldsmith compuso más de ciento sesenta bandas sonoras, descontadas una docena que acabarían durmiendo el sueño de los justos verbigracia de ser rechazadas por productores y directores de turno.  
   Al encarar la recta final del libro sobre Jerry Goldsmith no puedo por menos que ratificar y, si acaso ampliar, mi admiración por una obra musical que destaca por su tremenda versatilidad, quizás como ningún otro compositor de su tiempo y de generaciones posteriores haya podido llevar a cabo. Un talento natural que tuvo en una formación de primera, sustentada en el “trípode” Jakob Gimpel/Mario Castellnuovo-Tedesco/Miklós Rózsa —todos ellos de origen europeo—  la clave para entender su apabullante dominio de cada uno de los resortes que implican y comprometen a la tarea de compositor, sin que ningún género se le resistiera. Está siendo un viaje por el conocimiento de la música de Goldsmith apasionante, en que para ello ha sido fundamental la implicación en el proyecto de Jaume Carreras, coautor de la monografía. Ambos fijamos un objetivo y lo estamos desarrollando conforme a lo previsto: por encima de todo, Jerry Goldsmith debería ser considerado uno de los grandes músicos del siglo XX, con independencia de haber militado en el cinematógrafo durante su segunda mitad y en el arranque del siglo en el que nos encontramos. Él reformuló la música de Alban Berg, Igor Stravinsky, Dimitri Schostakovich o Béla Bártok en el espacio del cine, dotándolo de un sentido, de un efecto que tan solo unos pocos se habían atrevido a explorar, caso de Bernard Herrmann, Leonard Rosenman o Alex North. Allí donde se desnuda el alma humana a través de las emociones que la música sabe y puede expresar.
   Una vez más, cumplo uno de mis sueños. Para ello han debido pasar unos cuantos años, imprescindibles para dotar de perspectiva histórica una obra, la de Goldsmith, que no tiene parangón en el cine norteamericano. Así, diez años después de su muerte rendimos honores a la impresionante figura creativa de Jerry Goldsmith merced a una monografía a publicar por T&B Editores que esperemos sea de referencia para todos los amantes de la música de cine y, en general concebida en la pasada centuria, "el siglo de las luces" por lo que atañe a compositores que se dedicaron en cuerpo y alma a un medio que requería de un cambio de orientación cara a no incurrir en repetir las mismas dinámicas que se habían configurado con el advenimiento del sonoro. A fuer de ser sinceros, ha supuesto un esfuerzo considerable en el plano intelectual, pero creo que está valiendo la pena. El resultado de todo ello, a partir de noviembre del año en curso.

ANTONIO DOMÍNGUEZ: LIKE A HURRICANE. CARTA A UN AMIGO.

Hubo un tiempo en que la música de cine ocupó un puesto preferente entre mis aficiones. Existía una voluntad compulsiva por el descubrimiento de autores musicales que dieran sentido a una afición que trataba de satisfacer los dos hemisferios cerebrales de un servidor. En aquellos años, a principios de los noventa, la cita semanal con las tiendas de discos era prácticamente “obligatoria” para luego proceder a escuchas que se dejaban acompañar de una buena lectura. Llegué a conocer a un grupo de personas que compartían idéntica pasión, pero que por distintas razones iría perdiendo contacto con cada uno de ellos. De algunos he vuelto a saber a través de las mal denominadas redes sociales; de otros solo permanece el recuerdo, y de los menos se produce un olvido llamativo. Pero si tuviera que citar a una sola persona por la impronta que me dejó entre las muchas que conocí por aquel entonces vinculadas a la música de cine éste, sin duda, sería Antonio Domínguez. Nunca olvidaré ese viaje realizado desde Barcelona a Sevilla en automóvil con escala en Valencia, allí donde se sumó a la “expedición” Antonio Domínguez López para ver y escuchar el concierto de Jerry Goldsmith en el Palacio de la Maestranza de Sevilla, en otoño de 1993. Aunque no pertenecemos a la misma generación, pronto sintonizamos. Me gustó su franqueza, su sentido del compromiso y de la lealtad, su actitud crítica para con el stablishment y por encima de todas las cosas, ese amor desbocado por la defensa de la obra de los creadores, aquellos capaces de embellecer la palabra cultura. Esa misma lealtad que le ha mantenido al lado de su esposa Vicen a la que tuve el placer de conocer en aquel periodo, además de sus dos hijas, hoy en día madres que han convertido a Antonio en un abuelo henchido de orgullo. Y esa es una de sus principales dichas, la de un self made man que luchó contra viento y marea para conseguir celebrar un Congreso de Música de Cine dentro de la Mostra de Valencia. Mario Nascimbene, Carlo Savina, Carlo Rustichelli, Lalo Schifrin, Wojciech Kilar y tantos otros acudieron a la llamada de Antonio y su equipo para que participaran de lo que años atrás hubiera sido una entelequia, en que los defensores de la música de cine parecían predicar en el desierto.
   Editor, escritor, librepensador, emprendedor, divulgador cultural... Antonio Domínguez sigue siendo una de esas personas a las que no deja indiferente a nadie. Desde que entré en contacto con él he tenido el convencimiento que si este país tuviera muchas personas de su arrojo, otro gallo nos cantaría. He admirado esa forma de proceder, lejos de amilanarse frente a las adversidades o los contratiempos. Debido a la distancia física que nos separa, esa relación de amistad no ha podido ser más intensa, pero no por ello he dejado de seguir su actividad de un tiempo a esta parte. Su descabalgamiento del partido en el que llegaría a militar, UPyD (Unión del Pueblo y Democracia) no es más que una muestra palmaria de su carácter indomable e insobornable. Él, como un servidor, ha depositado sus esperanzas en el partido Podemos. Un soplo de aire fresco en el contexto de una política que lleva décadas arrastrando asuntos de corrupción sin que pueda ponerse a freno de una manera definitiva. Ese debate encendido en las redes, en que Antonio ha hecho una loable defensa de la formación política de nuevo cuño, me ha devuelto el recuerdo de aquellas conversaciones sobre política y políticos, en uno de los feudos por excelencia de la corrupción y/o del mangoneo, esto es, Valencia. Esa comunidad que vio nacer a una persona que sigo deseándole lo mejor, en una muestra de amistad que por muchos años que pasen estará allí, de manera permanente. Un hombre sin pasado no puede construir un gran futuro. Su pasado está sembrado de auténticos retos profesionales que, en una considerable proporción, llevaría a puerto. Seguro que ese futuro le aguardan cosas maravillosas a un bregador nato, un trabajador estajanovista —al respecto, su enciclopedia europea de cine en soporte originalmente en CD-Rom es una auténtica proeza y un ser que sabe contagiar el amor por la cultura, con especial devoción por la música y el cine proveniente de Italia