viernes, 30 de agosto de 2013

MADRID-MIAMI-MADRID: ¿LA JUGADA MAESTRA DE CHACÓN (Y BARROSO)?

Agosto de 2013. Un nuevo curso político se avecina. El PP, el partido instalado en el gobierno con mayoría absoluta encara la segunda parte de la legislatura con numerosos frentes abiertos que pasan por la reforma laboral (susceptible de una serie de cambios en virtud de que los resultados distan de ser los óptimos), la educativa, la sanitaria (que han puesto en pie de guerra a ambos sectores), y la declaración de soberanía de Catalunya, en que el próximo 11 de septiembre se marcará un nuevo punto de inflexión. Es un país que “arde” por los cuatro costados, pero el gobierno espera que los datos del turismo y de las exportaciones apaguen un fuego que ha calcinado la vida de muchos de nuestros conciudadanos por mor de ese factor abrasivo que representa el poder de una banca que ni siente ni padece; únicamente se guía por el señuelo del «Dios» dinero y deben rendir cuentas a esas cúpulas directivas que viven instalados desde hace tiempo en sus particulares «Elysiums». En este panorama de turbulencia social, política, económica y financiera por el que transita el estado español, Carme Chacón, ex ministra de Defensa con José Luis Rodríguez Zapatero, ha diseñado una estrategia, una particular jugada maestra que busca un objetivo a medio plazo con arreglo a unas aspiraciones políticas que no tienen coto. Un ardid que parece jugar al despiste, hiciéndonos creer que su temporal abandono de la actividad política dejando su escaño de diputada obedece a una llamada a su “necesidad” de dar clases en Miami en una prestigiosa universidad. Si fuera así, ¿por qué solo un año? Podría plantearse, en función de cómo se sintiera en su regreso a la docencia, una línea de continuidad y así orientar el curso de su vida hacia un nuevo estímulo profesional que no pasara por la política, donde su imagen quedaría seriamente dañada por su connivencia con las políticas emprendidas por José Luis Zapatero, de la que no fue nada ajeno ese estratega en la sombra llamado Miguel Barroso, a la sazón marido de la ex diputada catalana. Como tampoco ha sido ajeno Barroso en esta jugada maestra perpetrada para sacar a su mujer de la tormenta política durante diez meses, tiempo suficiente para que en el socialismo español se abra un periodo de elección de candidatos para unas primarias donde debe salir el aspirante a ocupar cargo en la Moncloa si el descalabro del PP es lo suficientemente pronunciado al albur de los escándolos suscitados por el caso Würtel, el caso Bárcenas y una economía que se ve incapaz de aplacar unas cifras de paro que, en el menor de los escenarios de verano de 2014, se estabiliza sin amago de remontar.

   Miguel Barroso sabe, en definitiva, que la medicina en materia de marketing de las empresas donde ha ocupado altos cargos, asimismo se puede aplicar a su mujer. Con ello, Barroso & Chacón pretenden presentar una candidatura de cara a las hipotéticas primarias de una mujer que ha sabido labrarse un prestigio a escala internacional, manejándose con idiomas en un centro docente de pedigrí (en una zona que el primero conoce francamente bien; allí se sustanciaron algunos de sus negocios y se extendió su red de contactos para saciar su ambición devoradora) y ofrecen una imagen de renovación. La antítesis de lo que representa Alfredo Pérez Rubalcaba, la vieja imagen del aparato del PSOE, en la frontera de la jubilación y con demasiadas tablas, pero carcomidas por sus reiteradas presencias en las cúpulas de mano de los distintos gobiernos socialistas desde la etapa de Felipe González. Pero existe una duda razonable si semejante estrategia dará sus frutos en virtud de si Rubalcaba, astuto como pocos, nombra un delfín para que, en vistas del descalabro que se anuncia en el horizonte de un otoño caliente sembrado de huelgas desde distintos flancos de la sociedad –amén de esa marea verde cada vez más visible en las plazas públicas y en las calles de nuestro país– y empieza a mover ficha. Entonces, habrá posicionado a su candidato, alguien que haya exhibido un perfil de fidelidad y se haya mostrado especialmente activo en el combate “cuerpo a cuerpo” con los altos mandos del PP y de un Mariano Rajoy que, ni por asomo, repetirá en los próximos comicios electorales. Su propósito no va más allá de concluir una primera legislatura. En él muchos reconocerán el ángel redentor de un socialismo demasiado resabiado de alguien como Chacón, cuyos hilos sigue moviendo ese siniestro individuo llamado Miguel Barroso. Ya sin el apoyo de José Antonio Griñán, el aún presidente el PSOE salpicado por escándalo de los ERE en Andalucía, y de la plana mayor del PSC (Partit dels Socialistes de Catalunya) con Pere Navarro al frente, que no comulga con sus tesis de pedir ni tan siquiera un referéndum para la soberanía de la autonomía donde ella nació, Carme Chacón buscaría el voto de esas nuevas generaciones de socialistas para que comulgaron con ruedas de molino…Un molino cuyas aspas se mueven sin cesar gracias un viento proveniente de la costa sur de los Estados Unidos y que tiene visos, según las predicciones metereológicas de Miguel Barroso y Carme Chacón, de convertirse en un vendaval de renovación de progresismo por su paso por la península ibérica.  

miércoles, 28 de agosto de 2013

«PROCOL HARUM» (1967): BAJO LA SOMBRA MÁS PÁLIDA QUE EL BLANCO

No tengas un éxito demasiado temprano, puede ser contraproducente para tu carrera. Este consejo o advertencia se elevaría a la categoría de aforismo, en especial, entre la comunidad de artistas que alumbrarían con sus obras el espacio de la música, del cine, de la literatura y demás disciplinas encardinadas en la cultura. Abril de 1967. Gary Brooker, ex Paramount, vuelve a probar fortuna creando un grupo cuyo nombre viene sugerido por el manager Guy Stevens, al toparse con el gato de Keith Reid, el que se vislumbra el artífice de las letras en su condición de poeta en ciernes. Procol Harum es lo suficientemente llamativo y, a la par, misterioso para ganar el consenso del quinteto de nuevo cuño. Un halo de misterio asimismo envuelve las letras de “A White Shade of Pale”, el tema por el cual Procol Harum se le asociará por los tiempos de los tiempos. Ninguna otra canción de la banda inglesa llegaría a eclipsar ni tan siquiera a aquel tema de cuatro minutos surgida merced a una conjunción de “astros” favorables bajo la constelación del rock progresivo que iniciaba su particular singladura por aquel entonces, del r&b y de la música clásica, dos focos demasiado potentes de los que Gary Brooker quedaría deslumbrado mientras cultivaba una ecléctica formación.
   Me dejo llevar por el vuelo de la imaginación atendiendo a la circunstancia que la fecundación del óvulo materno para engendrar a un servidor coincidiría en el tiempo abril de 1967 con otra creación, la de una pieza musical cuyas escuchas no parecen tener fin. Una pieza de alto voltaje hipnótico. En esa ecuación participada por Brooker, el teclista Matthew Fisher y Reid en la escritura de sus crípticas letras, la música de Johann Sebastian Bach (1685-1750) se extendería conforme a una alfombra melódica donde se depositan sobre la misma figuras compositivas propias del rythm & blues y el rock progresivo en su definición más psicodélica. Ésta hubiera sido una canción que calzaría a la perfección en forma de colofón, de fin de fiesta, de un disco que no sobrepasa los cuarenta minutos de duración. El alma de la canción rezuma un sentido de despedida; visualizamos esa sala de baile a altas horas de la madrugada, desnuda de participantes pero con el recuerdo de una pérdida, de una oportunidad perdida, de un desencuentro que se anuncia a la manera de despedida. Allí radicaría el quid de la cuestión sobre la intemporalidad de “A White Shade of Pale”, el título que acompañaría al álbum epónimo para su edición discográfica en los Estados Unidos.
   Más allá de la sombra más pálida que el blanco, en Procol Harum (1967) interfieren igualmente distintos (sub)estilos operados por una formación de combo con el añadido del órgano Hammond comandado por Fisher capaces de actuar en armonía. En el fuero interno de los miembros de la banda parecía habitar una impostura un tanto lúdica para el bautismo discográfico. Por momentos, se crea la sensación que asistimos a distintos “palos” del blues: ora contorneándose hacia el que responde a estímulos más atemperados (“Something Following Me”), sin desgarros vocales que valgan y con algún que otra requiebro psicodélico que orbita en el planeta Pink Floyd; ora unos devaneos hacia la bluegrass (“Mabel”) con apremio al sentido lúdico que asimismo computa en el tema “Good Captain Clark”anteriormente señalado; ora fusionándose con el paisaje rock modelado por las guitarras “conjuntadas” de David Knights al bajo y Ray Royer.
   Procol Harum se cierra con un tema instrumental en el que resuena con brío el ascendente “bachiano” localizado en la pieza mayor del disco. Un fondo musical que parece proyectarse en la luz de los tiempos del prog rock, buscando en sus pliegues “metamorfearse” en las construcciones musicales inherentes a una superbanda del calado de Emerson Lake & Palmer, cuya armadura también estaría forjada por un órgano del cual se extraían de sus entrañas la fuerza de un demiurgo como Bach. Con estos dos temas situados en ambos “extremos” del disco se mostraría a las claras que la modernidad de Bach no pasaría inadvertida para varias generaciones de músicos. ELP, Walter (Wendy) Carlos, Hans Zimmer... pero también Procol Harum, instalados, a las primeras de cambio, en el Olimpo de los custodios de un cancionero celestial que se mece al compás de las almas dolientes de los habitantes del planeta tierra allá donde se encuentra una chica más pálida que el color blanco en el interior de una sala de fiesta.  


                                           Invitación a escuchar el álbum completo 
                                           Procol Harum (1967) en Youtube
                         

miércoles, 21 de agosto de 2013

EL DECLIVE DEL IMPERIO EUROPEO: EL HUMANISMO EN PELIGRO

20 de agosto de 2013. Casi mil muertos en Siria, según todos los indicios, a causa del empleo de armas químicas que han sesgado la vida de personas de todas las edades, incluidos bebés. En dos años se han contabilizado decenas de miles de víctimas en este país situado al norte de África. La comunidad Europa, a través de una nota de prensa de uno de sus portavoces, expresa unas palabras de repulsa, conminando a que las partes en conflicto (el gobierno de Bashar al-Asad dominado por el poder militar y la oposición, esto es, el ejército “rebelde”) lleguen a un pacto de no agresión y se adivina entre líneas una serie de operaciones en paralelo para tratar de esclarecer lo sucedido vía comisión de investigación a cargo de observadores internacionales. Cuerpos inertes de todas las dimensiones imaginables colocados en hileras asoman en los telediarios o en Internet con la intención de mostrar al mundo el alcance de una barbarie a la que sistemáticamente el viejo continente da la espalda en atención a que se trata de “asuntos internos” de Siria que nada guardan relación con los objetivos marcados por los burócratas, léase políticos y economistas que rigen los destinos de la comunidad europea. Ellos viven en sus Torres de Babel, preocupados y ocupados en que la zona Euro responda bien a la terapia de shock aplicada en determinados países (Grecia, España, Italia, etc.), en forma de rescates encubiertos o semiencubiertos, para salir de la recesión económica y mostrar al mundo que aún somos un continente solvente, fiable para atraer inversión extranjera y con ello generar un crecimiento sostenido por lo que atañe a los números.
    Desde hace tiempo, Europa habla el lenguaje de los banqueros, apropiándose sus dirigentes de la idea que el dinero deviene la «reserva espiritual» de Occidente a la que debe rendirse pleitesía y jugar «amor eterno». No importa lo que suceda fuera de nuestras fronteras en materia de violación de los derechos humanos, de atrocidades sistemáticas sobre poblaciones masacradas víctimas de dictadores que arman a sus ejércitos no tan solo desde los Estados Unidos o Rusia, sino de empresas de países del viejo continente algunas de las cuales tributan en paraísos fiscales. El humanismo es un valor residual cuando los máximos mandatarios de la Unión Europea se colocan frente al espejo de los millones de ciudadanos que forman parte del continente bombardeándonos con mensajes, imputs afianzados en el concepto de la homogeneidad, de la cohesión territorial en materia económica. Luego, si acaso, le tocará el turno a dejar caer algún que otro comunicado que muestre esa otra cara continental, la de una Europa que para el oído sobre lo que acontece allén de sus fronteras pero que obstruye los conductos que irrigan el corazón. Ese corazón delator vaciado de sentimientos que palpita solo al ritmo de los indicadores económicos, de lo que ocurre en los parquets financieros. Allí se cuece el futuro, según sus razonamientos, de las vidas de los seres registrados en el censo de la zona Euro del planeta Tierra.
    A la luz del siglo XXI, del que hemos recorrido hasta la fecha más de una década, no puedo por menos que expresar mi desazón, mi absoluta frustración por un continente que va a la deriva en materia humanista verbigracia de la aspiración de convertir Europa en un área del planeta aislado de lo que ocurre más allá de sus fronteras, en que el «Ser Supremo» deviene el dinero. No necesitamos rescates financieros a tutiplén; urge un rescate de ese humanismo que había aflorado en Europa al tomar conciencia de las atrocidades cometidas en un continente que vio nacer en el margen de menos de treinta años dos guerras mundiales. Entonces, una generación de políticos elevaron la antorcha de un rearme moral y ético al amparo de crear sociedades capaces de extraer de las lecciones que depara una historia (la relativa al viejo continente) escrita con tinta roja una idea de humanismo. Todo ello parece haber quedado desmantelado por esos tecnócratas que ocupan puestos de alta responsabilidad en el viejo continente que se desayunan con los periódicos digitales (a través de tablets o Ipads) o en papel especializados en economía.  No leen a Stefan Zweig ni a Joseph Roth. Tampoco ven películas de Charles Chaplin. En una de las líneas del monólogo final de El gran dicador (1940) escuchamos aquella frase de que «pensamos demasiado y sentimos muy poco». Gran verdad aplicada a esos tiempos modernos en que el humanismo, en su área de influencia del viejo continente, se encuentra en peligro fruto de las directrices de una comunidad de políticos influyentes imbricados con el poder (léase lobby) financiero en busca de la quimera del oro que hacen caso omiso al llanto proveniente de poblaciones civiles de Asia y África masacradas por dictadores disfrazados de bondad y victimismo cuando toca protagonizar esos videos promocionales con los que mostrarse al mundo. Irak, Egipto, Siria, Libia… Qué más da. El declive del imperio europeo en materia humanista razona como una de las verdades más evidentes de lo que llevamos de siglo XXI. En contra de la fórmula que se aplican estos dirigentes cautivos de una visión unidireccional de la vida sembrada de billetes de euro, sigo creyendo en el «valor refugio» del humanismo. Así me lo dicta un corazón que aviva su ritmo cardíaco cuando conoce noticias como la proveniente de Siria. Lloro por esas víctimas inocentes de un mundo que se desangra mientras hay médicos que auscultan el latido de un billete de 50, 100 0 500 euros. Saben que no tiene ritmo pero desprende un aroma ciertamente embriagador.      

jueves, 15 de agosto de 2013

A PROPÓSITO DE EDWARD LEWIS WALLANT: «LOS INQUILINOS DE MOOMBLOOM» (1963) O LOS EDIFICIOS DE LAS «ALMAS PERDIDAS»

En ese ejercicio que viene a convertirse en un hábito en nuestros días, al buscar en Google Images fotografías, lo hago en torno al escritor Edward Lewis Wallant (1926-1962) y encuentro únicamente un par de diferentes. Curioso. Cierto, vivió únicamente treinta y seis años, pero parecía un hombre casado y con hijas, celoso de su privacidad. Las imágenes que circulan por la red (la una del tamaño de un sello) concuerdan con la de un tipo que hubiera podido dedicarse al juego político por las semblanzas físicas que mantenía con John Fitzgerald Kennedy. Presencia, porte y, en su caso, nadie que le pudiera escribir sus hipotéticos discursos dirigidos a la comunidad norteamericana. Él se bastaría para hacerlo. Lewis Wallant se había preparado a conciencia para explotar ese «Don» que poseía, el de una capacidad para contar historias sublimada por una retórica en que el sentido alegórico-metafórico nos aparta del camino de lo banal para adentrarnos en una prosa de extraordinario calado literario. En sus novelas cuatro en total él puso voz a simples trabajadores, en oficios nada glamourosos, pero no por ello trenzaría un relato desprovisto del sentimiento, cuando no evidencia de encontrarnos con una literatura de una exquisita calidad de principio a fin. Para la inmensa mayoría de lectores de nuestro país, Edward Lewis Wallant sigue siendo un auténtico desconocido. Toda una paradoja si razonamos con conocimiento de “causa” todos aquellos embarcados en adentrarnos en su obra que se trata, sin reparos, de uno de los mejores escritores norteamericanos judíos de la postguerra. Y me atrevería a decir que si atendemos al “factor de progresión”, Lewis Wallant hubiera sido saludado en la actualidad como uno de los escritores estadounidenses de mayor talento del siglo XX. Un aneurisma le privaría de tal consideración a una edad que Lewis Wallant tan solo había visto publicadas dos de sus novelas The Human Season (1960) y The Pawnbroker (1961) y aguardaba la edición de una tercera, The Tenants of Moombloom. En vísperas de las navidades de 1962 el corazón de Edward Lewis Wallant dejaría de palpitar pero el interés de su obra no se detuvo allí. En apenas un año de diferencia se editarían, a título póstumo, The Tenants of Moombloom (1963) y Children at the Gate (1964), cuya historia a diferencia de sus precedentes “neoyorquinos”se desarrolla en una comunidad de Nueva Inglaterra. Luego llegaría el estreno de El prestamista (1965), la adaptación de la novela homónima que su director Sidney Lumet sumaría a su larga lista de producciones neoyorquinas de tono realista rodadas a pie de calle. Lejos de reactivar su nombre, la producción en cuestión sembraría indiferencia y desconocimiento incluso entre los círculos de escritores de los Estados Unidos. Tuvieron que transcurrir bastantes años para “restituir” el nombre de Edward Lewis Wallant de cara a un nuevo público lector que no comulgara con ruedas de molino en forma de obras con marchamo de bestsellers hiperpromocionados con “inventos” del estilo de los book trailers. En nuestro país, Luis Solano, patrón de Libros del Asteroide, tuvo a gala publicar Los inquilinos de Moombloom (2005) en los inicios de un catálogo de títulos que ya se aventuraba estimulante. Tres años más tarde, la buena nueva de una segunda edición de Los inquilinos de Moombloom dejaba con escasos argumentos a aquellos agoreros dispuestos a enmendar la plana del arrojo de Libros del Asteroide. Otro título más de la editorial que colisionaría en el espacio de una literatura modélica en su función y fundamento narrativo. La segunda de las apuestas de Asteroide guiadas por el nombre de Lewis Wallant ha llegado a las librerías en verano de este año. Después de leer El prestamista (2013) quedaría fijada en mi mente la necesidad de ir al encuentro de otros textos de su autor que trataran de corroborar su grandeza. Al dar cuenta del contenido de Los inquilinos de Moombloom no ha hecho más que certificar el carácter singular de un escritor que envuelve al lector en cada página y no lo suelta hasta el final. Edificios poblados de frikis cuyos sueños se van evaporando a cada jornada vencida no son precisamente los escenarios idóneos para “empatizar” con el lector, máxime si se entiende conforme a un ejercicio evasivo presto a apartarnos de la crudeza de la realidad cotidiana. No obstante, Lewis Wallant arbola un relato en que la clave deviene el humanismo que desprende ese retrato social en blanco y negro; viñetas de una realidad social colocada en el frontispicio de la tragedia. Una tragedia que luce distintos trajes pero todos ellos de tonalidades grises y con algún que otro destello del color de la esperanza. El personaje epónimo, Norman Moombloom hermano menor de Irwin, el verdadero propietario de las fincas de Manhattan reconvertidas en alquileresacaba confundiéndose en ese espacio de marginalidad, tratando de comprender a esos seres marginales (Karloff, Lester, Sugarman, Paxton, Eva Baily, etc.) que desfilan por las páginas de una narración armada con unos diálogos que apuntan hacia lo sutil y que van dibujando los contornos de unos individuos dispuestos a lanzar por la borda ilusiones que se van quedando por el camino. Más que edificios, esa fauna urbana parecen haber entrado en un cul-de-sac. En su efecto alegórico, Los inquilinos de Moombloom hubiera podido titularse El callejón de las almas perdidas, “suplantando” el de la novela de otro escritor de nombre compuesto William Lindsay Greshamque, como Edward Lewis Wallant, se ganaría el cielo literario con textos que nos muestran “la otra cara de América”. Lewis Wallant conoció las dos caras de su país de origen, la una que le situaría como creativo de una empresa de publicidad en sintonía con algunos de los personajes que podemos identificar en Revolutionary Road (1961), la pieza literaria escrita por su gran amigo Richard Yates (1926-1992)antes de dedicarse full time a la actividad que más le dejaba satisfecho, y la otra que le comprometería durante una temporada a convivir con una comunidad de un bloque de pisos de Manhattan. Apuntes del natural que más tarde encontraría acomodo en la ficción literaria de The Tenants of Moombloom, novela póstuma de alto contenido energético en tiempos en que el rescate de autores sepultados por el olvido deviene una gimnasia mental altamente recomendable. Entre otras “pequeñas grandes editoriales” Libros del Asteroide nos provisiona de esta serie de autores que hacen más llevaderas nuestras existencias, aunque algunas de sus novelas se localicen en un bloque de edificios donde la supervivencia en consonancia con lo que acontece en la actualidad representa la moneda de cambio común.   

domingo, 11 de agosto de 2013

«SERES ILUSTRADOS» O CUANDO LOS TATUAJES HABLAN DE NOSOTROS

Verano es una estación del año propicia para que la gente perciba algo más de cada uno de nosotros. Dejamos filtrar aspectos de nuestra personalidad a través de conversaciones apostados en terrazas con las que combatir los rigores propios del calor; las mal denominadas redes sociales habilitan un exceso de mensajes que colapsan nuestros muros más que en otra estación del año; pretendemos que el amor ilumine los espacios más privativos de nuestros sentimientos... Pero asimismo para muchos, la visibilidad de los tatuajes, expuestos cuál trofeos en la superficie corporal, tratan de mostrar la necesidad de dejar constancia de una singularidad que, a menudo, no es más que una señal inequívoca de un déficit afectivo, de una promesa incumplida, de un temor o de una idolatría entendida como culto a una personalidad, no la nuestra, sino “externa”. Muchos se saben “diferentes” por lucir un tatuaje exclusivo; una “huella digital” expuesta a la luz del sol que pretende imprimir carácter, reforzar una personalidad malherida por el corazón doliente. Según mi percepción, estas “etiquetas” corporales han proliferado en los últimos años al compás de la necesidad para una gran mayoría de los que se aplican los tatuajes de sentimiento de pertenencia a un determinado “clan”, compartiendo con sus semejantes la pasión por una afición común, ya sea por la música, por los juegos de rol, por una ideología impresa con tinta del color de la intolerancia, etc. Prácticamente nadie de los que devienen clientes de tiendas de tatuaje piensan en que, una vez sus cuerpos se marchiten, la piel se contraiga fruto del paso de los años, aquellas imágenes prestas a lucir bellas y radiantes sobre la superficie corporal adoptarán formas bien distintas. El contraste será entonces severo, provocando que retiremos la mirada cuando una vieja o un viejo desdentado sentado en un banco de un parque deje semidescubierto el “recuerdo” de un lejano pasado, intuyendo la imagen de un dragón, una flor, un símbolo oriental o el rostro de una estrella de rock. Pero el verdadero sentimiento de repulsión provendrá cuando esas personas de la tercera o la cuarta edad se miren frente al espejo, y maldigan el día (de borrachera o no) que se decidieron por asistir a la consulta del «doctor Tattooo». Entonces, el dolor producto de la incisión de las agujas se soportaría con mayor facilidad porque la “recompensa” provenía de la aceptación, cuando no, de la admiración de los demás.  El ritual se había cumplido. Ya formaba parte de los nuestros o simplemente era una “ofrenda” para satisfacer a la pareja. Empero, cuando esos jóvenes que han mudado a la senescencia, resolverán colocarse frente al espejo, el dolor se tornará intenso. El más intenso posible, el que proviene de nuestra propia reprobación.
   Por mi propia naturaleza, no me resulta complicado proyectarme en el futuro. Un futuro no como el que muestra, por ejemplo, Ray Bradbury en sus Crónicas marcianas (1954), si no el que se sitúa a la vuelta de la esquina. Mi novela El enigma Haldane (2011) habla de ese futuro imperfecto, regulado por el “esclavismo genético”, que nos aguarda o que podemos imaginar será factible dentro de unos años, quizás décadas. Por eso pienso para una próxima novela distópica el escenario de una dama vieja que da de comer a palomas (¿mecánicas?: los elevados índices de contaminación habrá hecho estragos en las grandes ciudades superpobladas) que luce en la espalda el tatuaje de un dragón y en su brazo izquierdo una serpiente cuyas escamas aumentan la sensación de rugosidad de un cuerpo “en caída libre”. Lejos queda, por tanto, la belleza imaginada al correr de las páginas de El hombre ilustrado (1950), otra de las exquisitas piezas literarias de Ray Bradbury, pero en su formato de cuento: «El Hombre ilustrado era una acumulación de cohetes y fuentes, y personas, dibujados y coloreados con tanta minuciosidad que uno creía oír las voces y los murmullos apagados de las multitudes que habitaban su cuerpo. Cuando la carne se estremecía, las manitas rosadas gesticulaban, los labios menudos se movían, en los ojitos verdes y dorados se cerraban los párpados. Había prados amarillos y ríos azules, y montañas y estrellas y soles y planetas, extendidos por el pecho del Hombre Ilustrado como una vía láctea». En esa vía láctea que contiene el planeta llamado Tierra donde un número cada vez más creciente de su población opta por dar visibilidad a una “huella digital” en forma de tatuaje sin reparar en que nuestros cuerpos no han sido programados para la eternidad. La inmediatez o la evaluación al corto plazo, como tantos aspectos que rigen en nuestra sociedad, acaban imponiéndose sin calibrar las consecuencias que conllevarán en un futuro lejano o quizás no demasiado lejano.