Dos títulos. Dos únicos
títulos versados sobre el mundo de la música que Malpaso Ediciones ha puesto en
circulación en el corto espacio de unos meses y que llevan en su título un
denominador común, el de «Memorias». Las de Neil Young más bien responden
al efecto de un impulso de escritor que apelara al duende de su difunta figura paterna, pero que inapelablemente
redundaría en un trabajo con muchas aristas sin pulir, un borrador presto a una
corrección y/o revisión que nunca llegaría, derivando en una primera tentativa
literaria acorde a ese espíritu libre incapaz de obedecer a una normativa,
someterse a una estructura correlativa con el propio sentido cronológico. Mas,
en el otro libro de Memorias publicado por Malpaso, Pete Townshend, uno de los
principales motores creativos de The Who, ha elaborado un manual de peso —más de quinientas cincuenta páginas lo
contemplan— pero
extraordinariamente liviano por lo
que atañe a lo fácil que resulta su lectura. Nacidos ambos en 1945, Neil Young
y Pete Townshend comparten asimismo una similar fidelidad-devoción por la música y una
tragedia localizada en sus fases primarias —las relativas a la infancia— que marcarían un punto de inflexión en sus respectivas
existencias, quedando impregnados para siempre de unas secuelas difíciles de
soslayar. Si en el caso del artista canadiense la polio que se le diagnosticó
al cumplir los cinco años acarrearía problemas de por vida, con esos fantasmas del pasado que sobrevolaban en
su interior en los momentos de aflicción y derivados de un agotamiento físico, el
genio británico Pete Townshend arrastraría para el resto de sus vidas el haber sido
víctima de abusos infantiles por parte de un eventual padre sustituto, Denny.
En uno de los pasajes más lúcidos de Who
I Am: Memorias (2014) Pete Townshend comparte con el lector una honda reflexión
que persigue una consideración de raíz sociológica: «En aquella época no tenía ni idea de cuántas
personas debían lidiar con sentimientos parecidos. En los años de la inmediata
posguerra en Gran Bretaña había tantos críos que habían experimentado traumas
terribles que resultaba habitual cruzarse con jóvenes tremendamente
confundidos. La vergüenza conducía al secretismo; el secretismo, a la alineación.
De todos esos sentimientos brotaba en mí la convicción de que los daños
colaterales inflingidos a los que crecimos en la posguerra debían confrontarse
y expresarse a través de todas las formas populares del arte; no sólo de la
literatura, de la poesía o del Guernica
de Picasso. También de la música. En el camino hacia la verdad, el buen arte no
puede más que desbaratar la negación».
De manera fortuita, a lo largo del primer
semestre de 2014 he tenido una doble “cita” con The Who. En primera instancia,
accedí al visionado de Amazing Journey:
The Story of the Who (2007), en que al margen de las habituales featuretes que corresponden por “definición”
a la edición en formato digital en torno a un grupo o un solista, presté atención
al detalle del contenido de un documental servido con un poso historiográfico
nada desdeñable. Al cabo, la agradable sorpresa que ha comportado la publicación
de la obra de Townshend en lengua castellana, ha servido para despejar algunas
incógnitas o malentendidos en torno a un personaje tan poliédrico como Neil Young,
presto a pasar a la posteridad por una serie de trabajos labrados entre
finales de los sesenta y mediados de los setenta, en especial Tommy (1969) y Quadrophenia (1973). En todo caso, el balance global me reafirma en
el pensamiento que Pete Towshend puede haber trascendido cara al aficionado a
la música por este par de obras magnas guiadas por un sentido conceptual, pero
su importancia en cuanto a su personalidad artística, creativa va mucho más allá,
involucrando de una forma absolutamente diáfana su faceta de escritor. Un
escritor self made man —cuando su profesor de la Escuela de Arte supo que
cobraba menos que aquel advenedizo músico, tuvo la convicción que
podía ir por el buen camino, al menos desde un prisma crematístico— que cubriría contra todo pronóstico el
cargo de editor adjunto de Faber & Faber, procurando bajo su tutela dar
salida a ediciones en inglés de textos de Jean Genet... e incluso una
autobiografía de Pau Casals (¡). Lejos que su vertiente de editor le situara en
un espacio de placentera estabilidad emocional y/o creativa, Pete Towshend ha
vivido instalado en un perenne tobogán
fruto de sus excesos con sustancias psicotrópicas (LSD, heroína, cocaína, etc.) y el
alcohol que me han recordado de soslayo la biografía personal de Dan Fante —hijo del notable escritor John Fante— publicada en Sajalín hace un par de
años. Con todo, Pete Townshend ha sabido sortear toda clase de contratiempos,
siendo el fallecimiento de sus compañeros de grupo Keith Moon y John Entwistle —celoso de una privacidad que impediría
en vida poner en conocimiento de su gran amigo su filiación a una orden masónica— puntos capitales en el desarrollo de un
relato personal preñado de sinceridad, en que convive el logro de la conquista
de los objetivos fijados por ese adolescente de figura desgarbada, pero también
el de la derrota, más patente si cabe cuando ataca al flanco de los
sentimientos —excelente la
narración de ese episodio de amor no correspondido con la actriz Theresa
Russell, a la que acabaría dedicando una canción— que cuando queda apeado de toda clase de proyectos de índole
musical, sabedor que la capacidad de reciclar material obra “milagros”.
Especialmente pertinente al respecto deviene la transformación sufrida por el
proyecto de The Iron Man que pasaría
a denominarse The Giant Man bajo el
manto protector de la Disney
comandada en su aparato de dirección por un emergente Brad Bird. Peor suerte tuvo Lifehouse, una pieza propia de un
visionario —el concepto de
internet parecía trazada en su fecunda imaginación— que se situaría a primeros de los años sesenta, a través del grupo
Detours, al pie de una cima que parecía impensable de escalar.
De aquel embrión nacería a mediados de esa misma década The Who, situándose al
poco de su creación en ese campamento base que daría acceso a ollar la cumbre del éxito comercial y
artístico cumplido el cambio de década. Una vez conquistada la cumbre, Keith Moon pronto acabaría precipitándose
al vacío, absorto por una vida sin freno. Su muerte dejaría una situación de
desamparo a una formación británica adjetivada de mítica cumplido apenas un
lustro de su existencia. Pese a la baja de Moon y más tarde la de Entwistle,
Townshend y Roger Daltrey no han querido despegarse del significado de mantener
viva la llama de The Who, en honor a
una banda que marcaría un antes y después en la Historia del rock. En
cierto sentido, Who I Am rinde
honores a ese legado musical cultivado con mimo a lo largo de las décadas, el
que ha dado crédito para que el nombre de Pete Townshend se eleve al
conocimiento de aficionados de la música de distintas generaciones. Pero
asomarse a este volumen de memorias representa un encuentro con los aspectos más
ocultos de una personalidad que persigue en los últimos capítulos de Who I Am un enfoque sobre todo reflexivo,
que parece ir acompañado de las lecciones aprendidas merced a su mentor
espiritual Meher Baba, junto a Roger Daltrey y su esposa Karen durante tantos
años, el más citado en una obra franca a ocupar un espacio preferente en las
bibliotecas de los buenos aficionados al rock. Con permiso de Bob Dylan, sin
duda Pete Townshend es el que ha demostrado un mayor background literario, dispuesto a jugar a favor de los intereses de
armar un libro de memorias de una extraordinaria calidad a todos los niveles.
En su largo proceso de maduración Who I
Am encontramos presumiblemente la clave de que Townshend haya aquilatado el
peso de lo anecdótico con la sustancia propia de un relato narrado en primera
persona expresado a corazón abierto
por un ser culto, amén de un superdotado de la música. Malpaso, pues, anota un
acierto más en su política editorial de ir al encuentro de textos que nos
ayuden a configurar con mayor precisión el cosmos
personal y profesional de leyendas forjadas en el espacio del rock de los años
sesenta. El de Who I Am representa
uno de esos textos para enmarcar, con una soberbia traducción de Miquel
Izquierdo, cuyo medio millar de páginas pasan conforme a un suspiro merced a
ese vendaval de sapiencia llamado Pete
Townshend, de oficio genio y figura
hasta una sepultura que esperemos tarde mucho tiempo en llegar. De tal suerte, podrá seguir cultivando su vena de escritor.
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