domingo, 31 de mayo de 2009

«A DAY IN THE LIFE»: NEIL YOUNG EN CONCIERTO


30 de mayo de 2009. En la confluencia entre la Avenida Diagonal y la calle Ernest Lluch —memoria obliga— se inicia una larga rampa que, después de sortear un par de controles, sitúa a un hormiguero de personas de muy distintas edades a las puertas del recinto al aire libre del Fórum de Barcelona habilitado para acoger una nueva edición del Primavera Sound. Busqué el lugar donde debía actuar Neil Young, al que llevaba años —demasiados años— deseando disfrutarlo en alguno de sus directos. Pocos minutos después de que las manecillas superaran las nueve y media la noche barcelonesa empezaba a vestirse de negro para honrar con traje de etiqueta la llegada de ese gigante de la música llamado Neil Young. Un discreto ademán se erigía en una suerte de saludo protocolario por parte del compositor y multiinstrumentista canadiense. Dispuesto a extender sobre el tapiz de los recuerdos de cada uno de los asistentes —unos treinta mil, según fuentes de la organización del Primavera Sound— un rosario de canciones que tienen la virtud de haber encandilado a varias generaciones (Heart of Gold, Cinnamon Girl, The Needle and the Damage Done, Rockin’ In the Freeworld...), Neil Young se arropó de la compañía de su intermitente «escudero» Ben Keithslide guitar, teclados y piano— desde los tiempos de Harvest (1972), Rick Rosas al bajo —la «cuota» de mestizaje ante la ausencia de Crazy Horse—, el joven Anthony Crawford –guitarra, pero asimismo desdoblado en otras funciones a lo largo de la velada—, Chad Cromwell a la batería, y su mujer Pegi Young haciendo los coros y con una breve incursión al piano. Para sorpresa de los neilyoungeros —atomizados en las primeras filas de un recinto lleno a rebosar—, Neil Young abrió la «caja de los truenos» con Mansion On the Hill para luego ir desplegando toda la artillería sonora con temas que me sobrecogieron por su fiereza en directo. Fascinante me pareció la ejecución de Pocahontas, pero el ánimo del público ganó enteros con Cinnamon Girl, y más concretamente en una chica situada a mi espalda que parecía complacerse que esa caballera color miel se tornara en canela por efecto de una iluminación que irradiaba al respetable y de un Neil Young que se dejaba, una vez más, el alma y la voz en concierto. Alma que ha inspirado multitud de canciones, un pequeño porcentaje de las cuales puestas al servicio de un público heterogéneo que, al mirar enderredor, tenías la sensación que quedaban vestigios del espíritu de Woodstock, a la par que se incorporaban nuevas generaciones que han reseguido el hilo del grunge hasta dar a parar con su figura «paterna». Esas extrañas casualidades que procura la vida aparecieron en forma de regalo para un servidor cuando dos de los temas insignia del álbum que me dio a conocer el talento de Neil Young, Everybody Knows This Is Nowhere (1969), se colaron en el set list de esa noche en la que brilló con luz propia esa «estrella solitaria» que concuerda en sus iniciales con las de la ciudad de Nueva York. Antes de que el concierto desembocara en Down By the River, en el ecuador de la velada Neil Young nos había ofrecido una magistral ejecución de Cortez the Killer, esa obra maestra del álbum Zuma (1975) envuelta de mística que el astro canadiense hizo crujir su voz con una estrofa final escrita desde el desgarro emocional. Otro desgarro, pero material se produjo cuando las cuerdas de la guitarra eléctrica sostenida con vigor por Young acabaron hechas jirones por obra y gracia de su dueño. Sin mayor dilación, nuestro héroe de la noche se subió al púlpito donde impartía cátedra Chad Cromwell. Apellido de militar y político el de este excelso batería —entre otros, al servicio de Mark Knopfler—, pero que no necesita invocar a la magia negra para conseguir sus propósitos. Tampoco lo sería en el caso de Neil Young, a pesar de que al margen izquierdo del escenario luciera altiva la presencia de un tothem de unos dos metros esculpido en madera. Pero éste pasaría inadvertido ante un huracán enfundado en una chaqueta a cuadros, con las embestidas del tiempo dibujadas en su rostro y un perenne compromiso con la razón de su vida por encima de todas las cosas y de todos los seres: la música. Norberto y tantos otros amigos de la playa que habían buscado la mejor localidad de a pie para rendir honores al genio canadiense tras recorrer centenares de kilómetros no pudieron por menos que lamentarse de alguna que otra ausencia del set list que habían apuntado en sus respectivas memorias. Un reproche extensible a la brevedad del concierto, pautado inicialmente en unas dos horas y media, aunque la realidad lo dejaría en una duración de partido de fútbol con prórroga (= propina) incluída. Pero Neil se había vaciado sobre el escenario para sorpresa de aquellos más jóvenes que le situaban rivalizando en quietud con el tothem de marras. Eso sí, un tothem de la música en plenitud física —la que se puede tener cuando la sesentena atrapa a uno— que palpitó en el corazón de oro de los asistentes al Fórum en una velada que se cerraba con un clásico de los Beatles... Al menos, un día en la vida hay que visitar en directo a Mr. Young. Cumplí un sueño. Pegi, Chad, Ben, Rick... gracias por cuidar, en la distancia corta, de un ser que ha hecho del sufrimiento un torrente de obras de arte con letra y música incorporada. La leyenda sigue en forma. Estuvimos allí para constatarlo y vanagloriarnos de ello. Fork in the Road —la excusa para la gira europea iniciada en la Ciudad Condal y Donosti— quedó aparcado en el garaje. Pero eso ya poco importa.

Set List concierto Neil Young Primavera Sound (30 de mayo de 2009)

Mansion On The Hill
Hey Hey, My My (Into The Black)
Are You Ready for the Country?
Everybody Knows This Is Nowhere
Pocahontas
Spirit Road
Cortez The Killer
Cinnamon Girl
Mother Earth
The Needle And The Damage Done
Unknown Legend
Heart Of Gold
Old Man
Down By The River
Get Behind The Wheel
Rockin' In The Free World
A Day In The Life (canción de The Beatles)

jueves, 28 de mayo de 2009

OFF THE RECORD

Para los políticos del siglo XXI, el periodismo es un arma de doble filo: por una parte, les sirve como trampolín, de proyección hasta límites que jamás hubieran ni tan siquiera soñado, pero por otra parte, un desliz de cualquier signo puede marcarles de por vida. Al menos, esta es la percepción que se tiene en la cultura anglosajona, pero que se expande poco a poco a países como España. La política tiene un escaparate privilegiado en los telediarios, en las tertulias de sobremesa y en las franjas horarias «calientes» de las emisoras radiofónicas. La cultura, la economía o la ciencia quedan desplazadas de súbito ante cualquier noticia relativa al ámbito político, por menor o intranscendente que sea. La pugna por los primeros puestos suele dirimirse entre política, sucesos y deportes. Siempre he tenido la presunción que la política deviene un mundo de apariencias, apto para aquellos que, incapaces de ganarse el sustento económico con el arte de interpretar sobre las tablas —un oficio por el que siento auténtica admiración— se habilitan su propio disfraz, sus máscaras para pasar ante la opinión pública y publicada como firmes defensores, luchadores por los derechos de un país, de un estado o de un pueblo. No niego que en tiempos de profunda renovación de las instituciones y del cambio de un modelo de estado dictatorial a la democracia surgieran un buen número de políticos, poseídos por una férrea convicción de sus ideales. Una generación de políticos de «raza» que dejan en mal lugar a los que les han tomado el relevo en estos últimos lustros, a modo de reflejo inequívoco que la educación sigue siendo un tema pendiente en nuestro país, a la luz de los informes que surgen anualmente a los que hay que otorgar cierta credibilidad por lo certero de algunos de sus diagnósticos. Porque, de otra forma, no se entiende la inconsistencia de algunas argumentaciones que sostienen algunos ministros o ministras, pero también de los que se sientan en las banquetas de la oposición. Tan sólo ver la estampa de Pepe Blanco, flamante nuevo Ministro de Fomento, departiendo con José MontillaDumber & Dumber ya tiene segunda parte, pero esta vez transcurre por el corredor del Mediterráneo y la acción, teñida de comicidad, se sustancia en un viaje en AVE—; a José María Aznar saliendo de su «madriguera» de la FAES para alardear de sus logros (signo inequívoco de su poca inteligencia), a Bibiana Aído dejando por sentado que el vocablo «cromosoma» lo debe relacionar con a algún after de Andalucía, uno llega a la convicción que este es un país de muy bajo nivel político. Claro que todo acaba saliendo a la superficie cuando esos off the record nos descubren la verdadera catadura moral de nuestros dirigentes políticos: ese «hay que aprobarlo algo como sea» de José Luis Zapatero, quien ya puede presumir de Air Force One; el «estoy en la política por dinero» de Eduardo Zaplana o «del Prestige salen sólo unos hilillos» de Mariano Rajoy dan la medida de lo que realmente sienten, pero que el ejercicio de la política cubre un velo de hipocresía, salvo que algún inoportuno microfóno o grabadora les deje en mal lugar. Pero incluso en este supuesto, España aún sigue siendo un Shangri-La para que los políticos se perpetúen en los cargos, con mayor razón de ser si la mediocridad y la sumisión a una doctrina ideológica domina la cotidianidad de cada uno de ellos. Blanco, Montilla, Zaplana, Aído y un sinfín de nombres propios bien saben que están o han estado en «el mejor de los mundos» visto la pobreza de sus expedientes académicos que, en la época en la que estamos, si no hubieran hecho del carnet de partido su salvoconducto, su futuro profesional estaría al borde del precipicio.

sábado, 23 de mayo de 2009

DOCTOROW «APADRINA» EL SELLO MISCELÁNEA

Si hace unos pocos años saludábamos la aparición de un sello como Libros del Asteroide, podemos hacer lo propio con la aparición de otra editorial que parece seguir la estela de calidad que propone la nave que comanda Luis Solano. Se trata de Editorial Miscelánea, una empresa barcelonesa de nuevo cuño que, para abrir boca, tiene entre su catálogo dos obras de enjundia de Edgar Lawrence Doctorow (ver foto): El libro de Daniel (1971) y Ragtime (1975). De la primera la disfruté no hace demasiado y sigo pensando que estamos ante una de las piezas narrativas mejor escritas de la segunda mitad del siglo XX, de la que Milos Forman extrajo una buena película pero en ninguna caso la producción magistral que algunos apuntan (al menos, en mi opinión). Sidney Lumet —uno de los directores que apoyaron a Forman cuando éste poco menos que había decidido tomar las de Villadiego cuando los tanques asomaron por las calles de Praga en una primavera que poco tuvo de «juegos florales»— pudo, después de varios aplazamientos en el tiempo, dar forma a un gran trabajo a partir del material literario de El libro de Daniel. Tras haber perdido el rastro de una edición del mismo a cargo de El Aleph (1997), la buena nueva llega en forma de nueva edición de El libro de Daniel con la intención de disfrutar en breve de cada una de sus más de trescientas páginas. Parcialmente inspirado en la historia de la condena a la pena capital (a la silla eléctrica) del matrimonio integrado por Ethel y Julius Rosenberg—acusados de pasar información sobre armas nucleares a los soviéticos en plena Guerra Fría—, este título esencial de la corta pero suculenta bibliografía de Doctorow hace un barrido por las décadas inmediatamente posteriores a la finalización de la Segunda Guerra Mundial. Igualmente, en el arranque de la historia de El libro de Daniel —al inicio de los años cincuenta— se sitúa el relato Mister Sebastian y el Mago negro de Daniel Wallace, al que por estos pagos se le asocia con ser el escritor de Big Fish, cuya traslación a la gran pantalla cabría imputar en el debe de Tim Burton con el inestimable auxilio de su guionista John August. La premisa argumental de Mister Sebastian y el Mago negro tiene todos los precicamentos para haberla suscrito Kurt Vonnegut. Pero, leído Big Fish —August debió aplicar el bisturí a fondo para repercutir una narración bien equilibrada entre lo alegórico, lo fantástico y lo real—, el estilo de uno y otro difieren notablemente. Iniciamos nuestro descenso de James Meek, La hija del corregidor de Andrea Vitali y Tigre blanco de Aravind Adica (con el Premio Man Booker a cuestas) completan la oferta editorial, a fecha de hoy, de Miscelánea. Para los amantes de la literatura con letras doradas o plateadas, la mejor de las suertes para la andadura editorial de Miscelánea. Hacerse con un par de títulos del maestro Doctorow —es una burla que el Príncipe de Asturias de Las Letras ni tan siquiera lo tenga entre una lista de posibles; eso sí, cuando esté a punto de ingresar en la sección de obituarios (esperemos que sea dentro de mucho tiempo), algún despabilado del jurado se acordará de incluirlo— es toda una declaración de principios de que la cosa va en serio. Contraviniendo al título de Meek, esperemos que inicien el ascenso... editorial con tres puntos suspensivos, la marca corporativa que servirá al lector para identificar este nuevo sello de calidad.

martes, 19 de mayo de 2009

«FORK IN THE ROAD» (2009): CARRETERA ASFALTADA EN DOS DIRECCIONES


En los tiempos que Neil Young barruntaba lo que sería su siguiente LP —o doble, según confesaría a su padre, Scott Young— tras el éxito de crítica y de ventas de After the Gold Rush (1970), se estrenaba en salas comerciales Carretera asfaltada en dos direcciones (1971, Monte Hellman), de la que sigo guardando un recuerdo indeleble en su ya lejano pase televisivo. Uno de los protagonistas de esta cult movie, el gran cantante James Taylor, se subiría al furgón de cola de Harvest (1972) al participar a dúo con Linda Ronstadt en los coros que se escuchan en dos de sus piezas. Una obra magistral que Young alumbraría en una etapa especialmente conflictiva de su vida. Two Lane a Blacktop o su traducción al castellano más plausible —«Carretera asfaltada en dos direcciones»— hubiera sido, entiendo, un buen título alternativo a Fork in the Road (2009), el último trabajo discográfico del canadiense que nos sirve para calentar motores antes de su aterrizaje —esperemos que no sea Land in Water...— en Barcelona y Donosti a finales de mayo, a modo de punto de partida de una gira que le llevará por distintos países del viejo continente. Pero ese recorrido lo hará en avión con su troupe (incluido su esposa Pegi Young y Ben Keith, desdoblándose más que nunca para este veterano que inició su andadura con Young precisamente en Harvest), a diferencia del que propone en este Fork in the Road, que transita por carreteras secundarias del sur y de la parte central de los Estados Unidos, en su afán por reivindicar su pasión por los automóviles viejos y, de paso, soltar lastre en torno a la problemática que vive el sector de la automoción (con mensaje ecologista al canto: los motores atenúan su rugido merced al biocombustible) y perseverar en su mensaje anti Administración Bush Jr. que le costó la pérdida de más de un fan de su etapa gloriosa de los setenta con la publicación de Living in the War (2006) y un documental sobre la gira de éste, CSNY déjà vu (2008). Es un viaje sobre el asfalto que no tiene parada ni tan siquiera cuando el sol se pone en el horizonte, dejando que un tema como el magnífico Light a Candle alumbre un camino que, a efectos musicales, se plantea en dos direcciones: un rock áspero, vibrante, primo hermano de Road Rock: Friends & Relatives (2000) pero con marchas más cortas (Johnny Magic, Fork in the Road); y otras tantas canciones adonardas con notas de blues y country (Get Behind the Wheel) que nos retrotraen al sonido de los tiempos en los que una canción «sí podía cambiar el mundo». Neil Young enmienda la plana a aquellos flower power impregnados de ingenuidad con una canción que aspira a escalar posiciones en el top 100 del ex Buffalo Springfield: Just Singing a Song. Para mi gusto, se trata de la pieza más destacada de un CD que languidece frente a buena parte de los trabajos discográficos de Mr. Young, pero que deja una vez más a las claras que estamos ante un músico «poliédrico», incapaz de tirar millas con el mismo catálogo bajo el brazo, actuando con un camuflaje de modernidad a golpe de semirap (Cough Up the Bucks) pero que, al final del trayecto nos ha permitido probar un bocado de un plato cocinado con un cierto sentido de la urgencia. Pero un bocado de la música de Neil Young equivale, a efectos de los tiempos que corren en la esfera del rock, a un manjar que esperemos degustar con toda su intensidad el 30 de mayo. Una fecha marcada en rojo para los que cuando miramos al cielo contemplamos la figura de un cantante de aspecto desgarbado, agarrándose a la guitarra como si le fuera la vida. No desfallezcas, Neil. El camino aún es largo y no vemos la señal del final. Esta seguirá siendo nuestra dicha.


sábado, 16 de mayo de 2009

EL «REY» ESTÁ DESNUDO

La Fábula del Rey Desnudo viene que ni pintiparada en el contexto político, económico e institucional en el que nos movemos en la actualidad. La fábula se centra, en esencia, en el relato de dos rufianes que se hacían pasar por sastres con la intención de convencer al Rey que éste luciera el traje más maravilloso posible. El ardid de los falsos sastres consistía en razonar ante el monarca que el traje únicamente puede ser contemplado por aquellas personas inteligentes. De resultas de esta treta, el Rey se exhibe desnudo frente a su corte. Ésta, temerosa de contradecir al Rey y poner en entredicho su inteligencia, aparentan normalidad al ver pasear al monarca desnudo por cada uno de los rincones de palacio. Sin embargo, un buen día un niño exclama: «¡el Rey está desnudo!». Ante semejante muestra de sinceridad, los súbditos del Rey no pudieron por menos que reproducir las mismas palabras expresadas por el pequeño.
Situémonos, pues, siglos después de que esta fábula empezara a hacer fortuna, en la España en las primeras estribaciones del tercer milenio. El presidente del Gobierno José Luis Rodríguez Zapatero, rigiéndose al amparo del denominado estado democrático que contempla la figura del Rey como jefe del estado, se presenta en vísperas de unas elecciones y de una crisis económica que se venía pronosticando, diciendo en campaña que uno de sus objetivos es «llegar al pleno empleo», equivalente a un 5% de paro técnico, asumiendo que esa cifra se da por óptima. Un año y medio más tarde, nos situamos a tiro de piedra del 20% de paro. Alguien grita, «¡Zapatero/El rey está desnudo!» y su corte de aduladores, parecen asentir. Sigamos. El líder de la oposición, Mariano Rajoy, al quedar al descubierto un escándalo de corrupción financiera, manifiesta su plena confianza para con Luís Bárcenas, al tesorero del PP, aquel que debería ser el ángel custodio de las finanzas del partido. Cuando la fiscalía ponga sobre la mesa las pruebas que incriminan al Sr. Bárcenas, alguien gritará, «¡Bárcenas está desnudo!», y Mariano Rajoy y su séquito no tendrán más que repetir al unísono la misma frase. Otro ejemplo: para tratar de corregir a la baja los casos de aborto que se registran en nuestro país nos hacen creer que la solución pasa por facilitar el acceso a la denominada «píldora del día después» en farmacias a las adolescentes sin necesidad de la autorización de los padres ni tampoco receta médica. La ministra de Igualdad Bibiana Aído y la ministra de Sanidad y Política Social Trinidad Jiménez subrayan que no se trata de otro método anticonceptivo. Bueno, que uno sepa, esa pídora no sirve para curar un resfriado o atajar un estado febril, sino para abortar un hipotético embarazo (no deseado): esa es su finalidad. No tardará alguien de la «corte socialista», ante la evidencia que esa iniciativa con el amparo de una Ley Orgánica no ha tenido los resultados esperados, de proclamar: «¡La Trini y la Bibiana están desnudas!». Y el caso de Francisco Camps, el presidente de la comunidad valenciana, cuyo sastre le ha hecho un traje a medida de... La Fábula del Rey Desnudo. No tardarán en sentirse las voces de aquellos que en el curso del juicio que está a punto de celebrarse empiecen a salir a la luz facturas que no cuadran, sociedades interpuestas, declaraciones contradictorias y demás, proclamen: «¡Camps está desnudo!». A este paso, Spencer Tunick, «el fotógrafo de los desnudos», tendría en nuestro bendito país un auténtico santuario, aunque sin descartar la futura visita a otras naciones del área mediterránea como la Italia del ínclito «Benito» Berlusconi.

miércoles, 13 de mayo de 2009

DEPORTISTAS ILUSTRADOS

Fuera de su labor profesional el colectivo de deportistas no suele despertar la atención en aquellos que hacen del ejercicio intelectual su práctica habitual; más bien, provocan el bostezo al son de unas declaraciones antes las cámaras y/o el micrófono en las que vacían el cargador de los tópicos. Frases manidas que parecen ser reproducidas de boca en boca, apelando a una gesta deportiva, al infortunio de un resultado que se sustanció en los últimos minutos del match o de la incapacidad del árbitro de turno por no señalar determinado penalti. Y así hasta abrazar infinidad de lugares comunes. Pero entre ese colectivo que ha acabado convirtiéndose en figuras casi «mesiánicas» a los ojos de unos aficionados que prefieren invocar antes a San Andrés (no el del Palomar si no el de Fuentealbilla) y San Iker que a la virgen o al santo más próximo al de la parroquia de su barrio, existen un «club de escogidos» en materia... gris. Cabe remontarnos a la segunda década del siglo XX para encontrar «ejemplares» de esta rara avis, en concreto, en el por aquel entonces denominado balompié. Por obra y gracia de su diestra, Albert Camus jugó de ariete en el Montpensier para posteriormente pasar a las categorías juveniles del RUA, el equipo de la Universidad de Argel. Su deseo hubiera sido formar parte del Racing Club de París, el club de sus amores, pero decidió que su cita no debía ser conlos utilleros sino con los editores que aguardarían sus escritos como agua de mayo tras haberse hecho un nombre en el mundo de las letras. El mejor de los mundos hubiera sido para Camus rubricar un contrato millonario y, pasar, a los treinta y tantos años a la retaguardia literaria. Pero deberían haber transcurrido décadas para que se produjera este fenómeno que provoca tantos desagravios comparativos, en materia monetaria, en nuestras mentes. A unos centenares de kilómetros de la residencia habitual de Camus en suelo francés, al otro lado de la frontera en los años de apogeo literario del autor de El extranjero Elías Querejeta luciría la zamarra de la Real Sociedad en sus divisiones inferiores, llegando incluso a jugar en el primer equipo durante seis temporadas. Después de colgar las botas, al menudo Querejeta su ordenada cabeza le habilitó para reservarse un lugar de honor entre los productores más inteligentes que ha parido este país. Ya entrada en la década de los años ochenta y hasta la fecha, el fútbol ha seguido ofreciendo perfiles altos —a cuentagotas, eso sí— como el ex valencianista y barcelonista Gaizka Mendieta (ver foto) –desconcertante su cultura musical y cinematográfica (donde debía decir los Stones se leía The Pixies, y en el casillero de película que más le había gustado últimamente citaba a Jim Jarmusch en lugar de «la de Bruce Willis»), el sportinguista José Cela (un fino delantero que pisaba los Casablanca, camposanto de la VOSE, durante su corta estancia disputando encuentros en el Barça B) o el propio Pep Guardiola (Martí i Pol dejaba en mal lugar a los que siempre han considerado que los peloteros aparcan en la mesilla de noche el As o el Mundo deportivo). Fuera del deporte «Rey» en territorio hispano, el ciclismo, por ejemplo, ha aportado deportistas ilustrados, desde aquellos que pujaban por hacerse un hueco entre los jornaleros más destacados —El «petete» Correa, en honor a su afición por la lectura— hasta los que pugnaban por el top ten de las carreras de tres semanas —el colombiano Santiago Botero—. Pero, parafraseando a Gabriel García Márquez, a los deportistas ilustrados no tienen quien les escriba... sobre sus actividades extraprofesionales ligadas al intelecto. Algunos creerán que la tentativa quedaría en un opúsculo, pero si, por ejemplo, los ex jugadores de básket Juan Antonio Corbalán y Alfonso del Corral se soltaran y repasaran anécdotas sobre la época en la que empezaban a tener la frente despejada merced a sus maratonianas jornadas dedicadas al estudio de la medicina, previo a la disputa de un partido, la cosa podría tomar proporciones enciclopédicas. Todo es ponerse. Luego, una vez publicado, las dudas se generarían si ese volumen debería ir a la sección de deportes, de ensayo o de esoterismo...

viernes, 8 de mayo de 2009

PLAN DIABÓLICO: TRANSPLANTES FACIALES

Siglos de fuerte penetración religiosa en la sociedad civil española no pueden desaparecer de la noche a la mañana en el actual modelo que rige los destinos de nuestro país. Tardarán decenios sino centurias para que, como reza la constitución, el laicismo cobre carta de naturaleza. En cierto sentido, siempre he tenido la presunción que ese concepto de la España rancia, que abjura del mapa de las autonomías, ha heredado ese culto ancestal a la simbología y a la fe religiosa. Uno de los caballos de batalla de este sector ultraortodoxo mucho más influyente de lo que se piensa o de lo que trasciende a la plana mayor de los medios de comunicación —allí está parte de la «guardia petroriana» de José María Aznar: el eurodiputado Jaime Mayor Oreja, Ángel Acebes y Federico Trillo, adscritos al Opus Dei, Cristo Rey o derivados— deviene el tema de las células madre o todo aquello que comporte ponerse frente a los avances genéticos que modifice el curso natural del río de la vida. Es curioso que esta defensa numantina que levantan en sus disciplinadas mentes (al menos, en lo ideológico) tan sólo se refieran a aspectos que afectan a escala molecular y no a cuestiones que atañen al campo de la cirujía. Todo ello viene a colación a partir de que hemos conocido el cuatro caso de transplante de cara en una ciudadana norteamericana que, permítaseme la expresión, ha convertido su rostro en el de un «monstruo». Claro que este calificativo podría enfurismar posiblemente a estos sectores ultraortodoxos, arguyendo que no deja de ser una persona y, como tal, debe ser tratada. Sin duda, lo es. Pero el elemento que define nuestra personalidad se fundamenta —máxime en una sociedad en la que vivimos donde la imagen forma parte de las nociones de éxito y fracaso en distintos ámbitos— en la cara. Hemos podido observar la imagen de Connie Culp antes que su marido —un deprabado mental: otro calificativo no merece— disparara contra su rostro y la desfigurara por completo. Tras varias operaciones de reconstrucción facial el resultado habla por sí solo. Podríamos decir que en casos extremos como los de Connie el transplante facial podría tener su razón de ser si se tomara el molde de la propia persona. Técnicas tridimensionales existen para llevarlo a cabo, pero se descuida un factor esencial: la falta de un banco de donantes por la sencilla razón que uno acepta donar un riñón o un corazón pero largo me lo fiáis que alguien de el visto bueno a hacerlo con su rostro. Pero aunque fuera posible reconstruir ese tejido facial, que compromete a piel, nervios, cartílago, vasos sanguíneos y demás a partir de un molde exactamente igual al de la transplantada, evidentmente las diferencias entre las «dos» Connie serían imposibles de evitar. En cualquier caso, siguiendo estas directrices, Connie hubiera conservado parte de esa personalidad que con semejante operación o encadenado de operaciones le han quitado de raíz.
Por consiguiente, en mi modesta opinión, los transplantes faciales son una auténtica quimera hoy en día porque no hay un banco de donantes lo suficiente amplio que evite casos como los de Connie, que ha pasado de ser una persona a un «monstruo» humano. Nos deberíamos replantear si este es el camino de una ciencia que, a los ojos de los sectores más ortodoxos a los que hacía referencia, tan sólo parecen levantar las pancartas y mover a su parroquia cuando el debate se dirime a nivel molecular. Quizás mi postura respecto a los transplantes faciles sea un argumento más para situarme a una distancia prudencial de este modelo de pensamiento incapaz de razonar más allá de que la vida nace en el útero materno y que después de romperse el cordón umbilical, la cirujía tiene la bendición Urbi et Orbi. Cirujía facial incluída independientemente de los resultados que se deriven en manos de unos especialistas que juegan a ser Dios.

lunes, 4 de mayo de 2009

«MAGIC CAMERAMAN»: JACK CARDIFF (1914-2009), IN MEMORIAM

Los festivales especializados, como las cinematografías, tienen sus particulares «edades de oro». En Sitges, por ejemplo, para un servidor lo fue el periodo que abarca desde 1986 hasta 1989-1990, bajo la dirección de Joan Lluís Goas. Vista la programación y la lista de invitados, no me cabe duda que un Festival como el de Gijón tuvo uno de sus puntos álgidos en periodo finisecular cuando su equipo directivo se aferraba a la idea de compaginar modernidad con nostalgia, producciones de actualidad con retrospectivas. En ese ya lejano 1997 mi memoria retuvo un instante que nunca olvidaré: Richard Fleischer y Jack Cardiff abrazados mientras el público les tributaba una salva de aplausos en la antesala de la proyección de Sábado trágico (1955) en el Teatro Jovellanos de la ciudad astur. Cardiff no se había encargado de la dirección de fotografía de este modélico thriller elaborado en formato panorámico. Por aquel entonces, Cardiff aún no había entrado en contacto con Fleischer, quien requirió de sus servicios para Los vikingos (1958), uno de los títulos que, merced a una reposición, visioné en cine en mis años de infancia y del que sigo guardando un grato recuerdo. Quizás ese había sido mi primer acercamiento inconsciente a la plasticidad visual cortesía de Cardiff, a quien confesé a lo largo de una entrevista que era uno de mis operadores predilectos. Charlotte Brontë escribe en un pasaje de Jane Eyre que «a partir de la modestia nacen las principales virtudes de una persona». Cardiff me demostró que estaba tallado por este atributo, gratificando con una sonrisa semejante comentario e iluminando sus ojos claros que definían con la mirada un sentido de la melancolía para alguien que caminaba inexorablemente hacia la etapa final de su vida. Unos ojos que vieron pasar a tantas celebridades, iluminadas por una cámara que fue la amante, la compañera inseparable de Jack Cardiff, quien pasó por todos los escalafones de la industria antes de hollar una cima tan sólo reservada a los primeras espadas de la dirección fotográfica, aquellos que crean sus propias composiciones lumínicas al servicio de directores de indudable exigencia creativa. Falta, para mi gusto, alguna que otra asociación con David Lean, pero la relación de directores que llegaron a colaborar con Cardiff es sencillamente portentosa: Michael Powell-Emeric Pressburger, John Ford, Alfred Hitchcock, John Huston, King Vidor, Henry Hathaway, Joseph L. Mankiewicz, Albert Lewin, el citado Richard Fleischer... Debería ser de obligado cumplimiento que, al ver impreso el nombre de Jack Cardiff en los títulos de crédito, hiciéramos una reverencia con el pensamiento porque su depuración estilística, por lo que respecta al Technicolor, invade el terreno de lo sublime. Un maestro de la luz en toda regla que quiso probar fortuna en solitario, asumiendo la realización de largometrajes a finales de los años cincuenta. El tercero de ellos, Sons and Lovers (1960), rodado en blanco y negro –la historia así lo demandaba– partía de una obra maestra de la literatura concebida por D. H. Lawrence, que siempre consideró su mejor trabajo en este campo. A través del relato de Lawrence, Cardiff se identificaba con ese ambiente de pobreza que incrimina al personaje central, necesitado de buscar asidero en un mundo que le pueda alejar de la dureza del trabajo en la minería donde el padre y uno de sus hermanos acabarían sepultando tantas esperanzas de futuro. Para el realizador y operador inglés su válvula de escape a una realidad que le sumía en un profundo pesar sería el cinematógrafo, al que llegó para ejercer de claper boy («claquetista») antes de arañar horas al reloj de su jornada laboral remunerada en aras a ganarse la confianza de técnicos que, como él, habían partido de la nada. Al cabo, allí estuvieron Michael Powell y Emeric Pressburger para situarlo en el sendero de la leyenda a través de la asimilación de un concepto cromático desarrollado en Una cuestión de vida o muerte (1946) y Narciso negro (1947) y Las zapatillas rojas (1948) que ganó adeptos entre la cinefilia y/o entre profesionales como George A. Romero o Martin Scorsese. Años más tarde de aquel encuentro en Gijón volví a coincidir en un mismo recinto con Jack Cardiff, a quien la Filmoteca de la Generalitat rendía homenaje. Me acerqué a él y le pedí que me firmara su libro de memorias Magic Hour: The Life of a Cameraman (1996, Faber & Faber) con prólogo del propio Scorsese. Sus ojos seguían brillando mientras su cuerpo se iba apagando. La noticia de su muerte no ha podido por menos que hacerme regresar a esos dos pasajes que compartí con alguien que admiro por su talento infinito. Un artista mágico. Descanse en paz, Mr. Cardiff. El mayor consuelo: ese cine que vistió de elegancia visual pertenece al terreno de lo inmortal, en colores tan vivos como su impronta de creador.

viernes, 1 de mayo de 2009

LIBRO SOBRE NEIL YOUNG: NUEVO PROYECTO

Después de dar vueltas sobre el tema y con el ánimo de reinventarse a uno mismo, desde hace un mes he decidido dar salida a un proyecto consagrado a la figura de Neil Young. La escasa publicación de obras escritas en torno al cantante y compositor canadiense en lengua castellana ha sido uno de los argumentos a favor para que T&B Editores acepte la propuesta y, de esta manera, abra el abanico de su oferta editorial a otros campos que no sean exclusivos o relativos al cine del que, sin duda, es el sello de referencia en España. No es país para... libros de música dirán algunos, pero lo cierto es que este tipo de obras tienen un valor de complemento que difícilmente puede compilarse en una sola página de internet o en otro medio escrito. A punto de entrar en la edad de jubilación, Neil Young sigue teniendo cuerda para rato, habiendo demostrado que, lejos de remitir su calidad artística, ha ido forjando una de las carreras musicales más rocosas que uno pueda imaginar. Sus más de cuarenta años de trayectoria profesional dan para mucho a la hora de abordar una monografía que, sin dejar al margen su vida privada teñida de tragedia en algunos pasajes, se centrará en la evaluación de cada uno de sus trabajos discográficos, desde su álbum de debut Neil Young (1968) hasta el recientemente publicado Fork in the Road (2009). En esta faceta, su producción resulta bestial; además cabe sumar sus trabajos al servicio de The Squires, Buffalo Springfield, Crosby Stills Nash & Young, Booker T-James... de los que me ocuparé en capítulos concretos. Otros capítulos que conformarán la obra se centrarán en su producción cinematográfica de ficción y documental, las rarezas discográficas, una selección de conciertos que le han llevado por medio mundo y, a modo de coda, la discografía completa y el top one hundred de las canciones compuestas por NY traducidas a la lengua de Cervantes.
Con todo ello, me gustaría contribuir a aportar un granito de arena en el conocimiento de la obra musical de Neil Young, de cuya grandeza muchos desconocen, posiblemente, entre otras cuestiones, porque sus conciertos no son nada frecuentes en nuestro país. Ese factor promocional que confiere la celebración de un concierto a propósito de la salida al mercado de un determinado disco compacto queda en la penumbra al referirse a Neil Young. Pero esperemos que los dos conciertos que tiene programados a finales de este mes de mayo en Barcelona (dia 30) y Donosti (dia 31) propicie un cambio de perspectiva y su nombre, a efectos de los (verdaderos) aficionados a la música de nuestro país, figure con una significativa relación de sus títulos en las discotecas de cada uno de ellos. El libro de T&B nace con esa voluntad de difusión a través, esperemos, de un documentado libro que no se preste al ejercicio laudatorio y reverencial, pero sí que haga una exposición crítica de una obra que, sin ánimo de resultar maximalista, no tiene parangón entre los músicos adscritos al rock que siguen dando guerra sobre los escenarios. Con el beneplácito de los amigos de la playa, propongo, pues, que este 2009 marque un antes y un después en el conocimiento en torno a la obra de Neil Young. Motivos no faltan para este Year of the Horse: conciertos (-azos... esperemos añadir a vuelta de hoja del calendario); una recopilación de los trabajos de su primera etapa en formaciones semiamateurs antes de su ingreso en Buffalo Springfield, además de contener temas inéditos y trabajos para el cine como el mítico Journey Throught the Past (1974); la edición a principios de año en DVD de CSNY déjà vu (2008), cortesía de Avalon Productions; el documental Trunk Show (2009) perpetrado por Jonathan Demme; la edición de Fork in the Road del que haré una reseña este mismo mes de mayo en el blog... y, en un plano muchísimo más modesto, el libro que espero dejar listo a principios de agosto (su publicación está prevista para la primera semana de septiembre). Y aún así, el tío Neil siempre puede depararnos alguna sorpresa para finales de este glorioso 2009 para los neilyoungeros. God Bless You, Mr. Neil Young. Encantado de haberte escuchado desde ese Everyknows This Is Nowhere (1969), un disco revelador para un servidor y que, a efectos del multidisciplinar músico canadiense significó el punto de partida de su sinuosa relación profesional con los Crazy Horse. Veinte años de escucha que ahora pueden y deben servir a la causa: la de un libro que honre su categoría musical que orbita en el planeta rock pero que abraza otros géneros muy diversos. Ese será mi homenaje. El empeño, esperemos, valdrá la pena. Expecting to Fly… Road to Neil Young’s World.