En una sociedad cada vez más decantada hacia la «esclavitud» de la imagen, a crear estándarts fashion que reproduzcan un ideal de belleza, resulta casi una temeridad que una editorial se atreva a publicar La verdadera historia del Hombre elefante (2008). En manos de muchos, este volumen con voluntad de ensayo, escrito por Michael Howell y Peter Ford, sería objeto de una actitud displicente que verían en el contenido de sus páginas una oda a la monstruosidad, a la exploración de una corta vida (falleció con tan sólo 27 años) sojuzgada por el dolor de Joseph Carey Merrick, apodado «el hombre elefante». Una estampa, la del «hombre elefante» que, en mi caso, quedaría registrada por primera vez en la memoria al contemplar, a principios de los ochenta, su versión cinematográfica bajo la dirección de David Lynch. El efecto dramático tan caro al cine hacía posible que un servidor se emocionara al observar la indefensión de un individuo que, tras refugiarse en unos urinarios, descubriera su rostro deforme y exclamara: «¡¡no soy un animal, soy un hombre!!». Tiendo a creer que esa historia preñada de dramatismo, recreada en época victoriana, sobre un fondo en blanco y negro, contribuiría a mi formación humanista, calando mucho más hondo que cualquier orientación religiosa a la que siempre me he mostrado remiso a seguir sus «cantos de sirena». No sería el caso de Joseph Merrick, quien abrazaría una fe religiosa, a juzgar por las anotaciones que Frederick Treves, el médico que le trató en el London Hospital, tuvo a bien conservar en forma de diario para satisfacción de historiadores como Howell y Ford. De estos manuscritos se valen los autores de esta monografía publicada por Turner Ediciones (dentro de su colección Noema) para desarrollar su tesis sobre una persona cuya extraordinaria deformidad no le impedía, empero, interesarse por la literatura (leyó, por ejemplo, Emma de Jane Austen), deleitarse con obras teatrales o mantener una conversación de tono un tanto elevado en un entorno mínimamente propicio. Pero es obvio señalar que esta visión humanizada del personaje vaya en paralelo con el seguimiento sobre las distintas teorías médicas que ha suscitado a lo largo los últimos siglos un cuadro patológico tan severo como el que presentaba Joseph Merrick. Howell y Ford descartan acogerse a una sola «verdad» médica, si bien muchos de los estudios caminan en la dirección que Merrick sufrió la enfermedad de la neurofibromatosis múltiple o enfermedad de Recklinghausen, en honor de un patólogo alemán que desarrolló su actividad médica sobre todo a lo largo de la segunda mitad del siglo XIX. Claro está que sus diversos grados de afectación (el de Merrick sería de los más graves que ha registrado la historia clínica) han convocado a juicios erróneos de diagnóstico, al punto que a mediados de la década de los ochenta del siglo pasado, J. A. R. Tibbles y M. M. Cohen llegaron a aseverar, en su estudio publicado en el British Medical Journal, «de que no existen ninguna evidencia concluyente de que el Hombre elefante padeciera neurofibromatosis; más bien hay pruebas fehacientes de que no era así, y de hecho manifestaba características que son totalmente compatibles con el síndrome de Proteo» (pág 227). Abierta la veda sobre la enfermedad real que sufría el hombre que estuvo al cuidado del doctor Treves y que deambuló de feria en feria durante un periodo significativo de su vida, la tesis de Tibbles y Cohen podría poner en peligro la hasta entonces casi dada por segura que la neurofibromatosis múltiple se asocia directamente con «El hombre elefante», convirtiéndose en un paradigma a los ojos de los tratados de medicina clásica.
Al margen de estas diatribas en el plano de la descripción médica, que aún sigue relevándose un enigma (el síndrome de Malfucci asimismo se postuló en su día, pero pronto perdió peso), así como el factor hereditario (un gen defectuoso de su madre podría ser la hipótesis más plausible), La verdadera historia del hombre elefante se reserva una serie de capítulos para hablar sobre la vida y obra del doctor Frederick Treves. Algunos colegas coetáneos criticaron a Treves por utilizar sus estudios sobre «el hombre elefante» para su propio beneficio, alimentando una ambición personal y profesional que sin el concurso de Joseph Merrick hubiera entrado en vía muerta. Juicios que podrían tener un poso de verdad, pero que cabe suponer que la voraz inquietud de Treves por el conocimiento dentro de su especialización —la patología— no le privó de ofrecer una serie de comodidades y un entorno de calidad humana a su singular paciente, Joseph Merrick.
Al margen de estas diatribas en el plano de la descripción médica, que aún sigue relevándose un enigma (el síndrome de Malfucci asimismo se postuló en su día, pero pronto perdió peso), así como el factor hereditario (un gen defectuoso de su madre podría ser la hipótesis más plausible), La verdadera historia del hombre elefante se reserva una serie de capítulos para hablar sobre la vida y obra del doctor Frederick Treves. Algunos colegas coetáneos criticaron a Treves por utilizar sus estudios sobre «el hombre elefante» para su propio beneficio, alimentando una ambición personal y profesional que sin el concurso de Joseph Merrick hubiera entrado en vía muerta. Juicios que podrían tener un poso de verdad, pero que cabe suponer que la voraz inquietud de Treves por el conocimiento dentro de su especialización —la patología— no le privó de ofrecer una serie de comodidades y un entorno de calidad humana a su singular paciente, Joseph Merrick.
Si me permiten, me gustaría finalizar este post refiriéndome como el «Sr. Merrick», aunque sea tan sólo como un modesto homenaje a este hombre mancillado por la desgracia y contemplado como un monstruo de barraca de feria. Un libro, en verdad, revelador sobre el principio vector por el que deberían regirse nuestras vidas: el respecto a la dignidad humana sea cuál fuere la presencia física de nuestros semejantes.
Para interesados en el libro visitar página web Turner Ediciones.
1 comentario:
A veces, no nos damos cuenta hasta que punto el físico condiciona nuestra relación con los otros y nuestra forma de ver el mundo.
El caso de Merrick es, por muchas razones, difícil de olvidar. Conviene regresar a él para no olvidar lo que no siempre somos: seres humanos.
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