viernes, 15 de agosto de 2008

«EL REY SE HA IDO PERO ÉL NO TE OLVIDA» *


Advertido por un buen amigo de las excelencias de una serie sobre el mundo del rock dividida en siete capítulos —de ahí su título genérico: Las siete edades del rock—, me aproximé a la misma en su penúltima entrega. Emitido por el canal 33 de la televisión autonómica catalana, el capítulo en cuestión de The 7 Ages of Rock: Left of the Dial se concentraba en el nacimiento del grunge, el movimiento de la música independiente norteamericana de finales del siglo pasado. Tan sólo han transcurrido una quincena de años desde aquel estallido musical amparado bajo el nombre de grunge para darse cuenta de lo efímero de aquel movimiento. Resiguiendo la cronología que presenta este documental en las voces de críticos musicales y de miembros de las bandas que se fraguaron por aquel entonces, muchas cosas sucedieron en pocos años. El sino de nuestros tiempos en el que si, al cumplir los treinta, no te has convertido en una celebridad, más vale que te batas en retirada. Pero incluso una vez conseguido dentro de estos parámetros temporales, viene la siguiente pregunta: «¿Y ahora qué?». Kurt Cobain, el líder de Nirvana, se la debía hacer en infinidad de ocasiones hasta ese fatídico 5 de abril de 1994. El rubio cantante y guitarrista dejaba este mundo con tan sólo veintiocho años. Con la perspectiva del tiempo, Michael Stipe reflexiona en el documental sobre la muerte del que había sido una especie de «alma gemela». El vocalista de R. E. M. quiso prestarle su ayuda improvisando una colaboración en común, a celebrar en Athens, Georgia, para sacarle del pozo en el que el cabeza visible de Nirvana se había sumergido por voluntad propia. Como toda celebridad que murió joven, parece existir una curiosidad morbosa por saber el porqué alguien en su plenitud artística, con una familia recién formada y un contrato discográfico multimillonario decidió suicidarse. Puede haber un factor accidental, pero los patrones de conducta suelen ser comunes: la pérdida del sentido de la realidad provocada por las propias inseguridades y temores. En el caso de Cobain, en las últimas semanas de su existencia la única conexión con la realidad había sido la música, las letras de unas canciones de contenido abstracto/metafórico que cobraban sentido en su paranoia personal, retroalimentada por la ingestión de estupefacientes y alcohol. En cierta manera, la muerte Cobain motivó que una parte de la personalidad «dormida» de los que le conocieron saliera a la luz. Tan sólo así se entiende el brusco giro que hizo R. E. M. —el grupo que más admiraba Cobain por su compromiso artístico inviolable, a diferencia de lo que aconteció con Nirvana a partir del éxito de Nevermind (1991)— en su carrera, pasando de la melancolía más exasperante en Automatic for the People (1992) a un disco de texturas «sucias», un sonido presidido por las guitarras eléctricas, en Monster (1994). Se podría interpretar como un homenaje a Cobain, pero había algo más profundo que recorría las mentes de Stipe, Peter Buck —instalado durante una temporada en Seattle, la cuna del grunge— y Mike Mills en aquel estudio de grabación: querían sentir, de algún modo, que Cobain seguía vivo, que se palpara su presencia. Otro tanto ocurrió con Neil Young, quien no aparece en el documental. Kurt Cobain quiso escribir su epitafio tomando prestadas las letras de una canción de Neil Young My My, Hey Hey. En numerosas ocasiones quisieron que el denominado «padrino del grunge» hablara sobre su relación con Cobain, a quien al parecer, como había hecho Stipe, quiso contactar por teléfono en su refugio de Seattle. Esas llamadas por teléfono que se escuchan en el falso documental (una oda al sopor) Last Days (2005) de Gus Van Sant, podrían ser las efectuadas por Young o Stipe. Young se sigue negando a hablar sobre ello. Para estas cosas, los músicos tienen sus propios códigos internos no escritos: comunican sus sentimientos a través de las canciones, desglosando toda una serie de estribillos de naturaleza críptica para hacer menos llamativo su pesar. Es como decir: mientras siga tocando esa canción el espíritu de Cobain se mantendrá vivo. Por esas cosas uno ama la música de rock lejos de los estereotipos superficiales que se han ido forjando alrededor de este estilo musical y que tratan de ayudar a desterrar espléndidos documentales como The 7 Ages of Rock. Lástima que no fueran siete las vidas que hubiera tenido Cobain y caminara hoy en día su talento en paralelo con el de los R. E.M., Neil Young y Pearl Jam, otra de las «banderas» del grunge que, partir de entonces, se han izado a media asta.

(*) Estribillo traducido al castellano de My My, Hey Hey, la canción convertida en una suerte de epitafio por Kurt Cobain (1967-1994).

No hay comentarios: