Durante el periodo estival los periódicos suelen adecuar sus ediciones a un menor número de páginas por eso de que el caudal de noticias se estrecha. Pero esto no es garantía de que el número de boutades disminuya, sino que más bien se mantiene e incluso aumenta. Recuerdo hace cuatro veranos cómo El Periódico de Catalunya despachaba con un breve de dos líneas de texto la muerte de Jerry Goldsmith (1929-2004) —un genio absoluto de la música de cine, capaz de alumbrar más de ciento cincuenta bandas sonoras con una calidad media altístima (algunos títulos en los que participó ya sería otra cuestión)— el mismo día que se reservaban cuatro de las primeras páginas a la difunta Carmen Ordóñez. Huelga decir cuál ha sido la contribución de una y otra persona a la humanidad, y que evidentemente cualquier parecido con la realidad es pura «perversión» periodística puesta a disposición del lector no precisamente en papel couché. El mismo rotativo, el pasado 7 de agosto publicaba una columna titulada El caballero oscuro en IMAX en la que el autor de la misma, Ramón de España, se despachaba a gusto con la última producción de Christopher Nolan. Nada que objetar salvo ese deje de suficiencia a que nos tiene acostumbrados De España, advirtiéndonos que nos iban a dar gato por liebre y, de paso, ninguneando a Nolan como si se tratara de un advenedizo al que le ha tentado el dólar a las primeras de cambio. Ya se sabe que si el británico hubiera seguido la senda de sus dos primeros largometrajes, Following (1997) —invisible ejercicio en blanco y negro, de apenas una hora de duración y con intérpretes desconocidos— y Memento (2000), evaluando cada x tiempo trabajos solo aptos para exquisitas minorías, una gran parte de la crítica se desaría en elogios. Pero el colmo del non sense crítico proviene de la pág. 29 de La Vanguardia, en su edición dominical de hoy, 17 de agosto de 2008. La potestad para el artífice de la crítica (Jordi Batlle Caminal) de El caballero oscuro (2008) de decir lo que le da la gana es total, pero la puntuación de dos estrellas sobre cuatro frente a las tres que obtiene Vampir Cuadecuc (1970) en la misma página mueve a pensar en una solución de urgencia para evitar la publicación de tamaña barbaridad. Casi el único reparo que pone Jordi Batlle Caminal a este film «maldito» obra de Pere Portabella es que en los créditos Christopher Lee aparece sin la primera «h» como sería preceptivo para tan insigne figura del fantástico que aterrizó por España a finales de los sesenta para rodar El conde Drácula (1969) de Jesús Franco y, de paso, se concibió este sui generis making of titulado Vampir Cuadecuc. Que Jordi Batlle se dejara caer por algunas de esas fiestas que Portabella organizaba anualmente con los primeros calores y confraternizara con el ex dirigente del PSUC, pase. Pero de ahí que valore este film hecho con cuatro perras de la época y de un primitivismo que tira de espaldas —«... donde en Franco había color sangre, aquí hay blanco y negro en diversas texturas» (¿o no será que se les acabó el negativo y tuvieron que echar mano de otro en mal estado?)— por encima de El caballero oscuro se me antoja como una señal de alarma de que algo está fallando. Si estos son los tothems de la crítica, apaga y vámonos... Como diría el ínclito Dinio, aquel cubano que tuvo su momento de gloria hace unos años visitando platós de las cadenas privadas españolas: «La noche me confunde». A otros, la oscuridad les confunde, la de las salas cinematográficas. El blanco y negro desvaído, la cutrez fílmica (a poder ser con una serie de fotogramas en plena combustión), el esperpento narrativo es como una llamada a la adolescencia y/o juventud en aquel patio de butacas del cine-club del instituto o del colegio de curas donde se cultivaba una temprana cinefilia. Claro, todo esto pesa demasiado para que el último producto hi-tech de Hollywood con un plantel de intérpretes de excepción —amén de la calidad de Christopher Nolan, que está lejos de ser una medianía— quede un peldaño por debajo de Vampir cuadecuc, el paradigma del cine de no-presupuesto que tiene como principal virtud, para el que esto suscribe, no haberse estrenado durante varias décadas. Si al menos fuera el making of de una obra de arte, pero ni eso... Doctores tiene la santa iglesia: pero la «santa iglesia cinematográfica» con algunos de sus «popes» al frente dictando cátedra, debería encomendarse a aquello del buen juicio y el sentido del equilibrio de las cosas. De lo contrario, se impone un control sanguíneo a los asistentes a los pases de prensa. A alguno la sangre le saldrá tan espesa como la que chupa Christopher Lee —con dos «h» y dos «e», y los colmillos bien afilados— en esa «experiencia única» (J.B.C. dixit) llamada Vampir cuadecuc.
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