A raíz del constante goteo de noticias referidas a la fragmentación, cuando no, «balcanización» de España —como gusta referirse a la (ultra)derecha—, con un perenne pulso entre las tres autonomías denominadas «históricas» (El País Vasco, Catalunya y Galicia) y el Estado considerado como tal, la buena actuación de la representación hispana en los Juegos Olímpicos de Pekín 2008 ha supuesto una tabla de salvación provisional para un gobierno cuestionado por distintos flancos. Quisiera, sin embargo, pensar que hay dos maneras de calibrar el alcance del relativo éxito —no estamos en el G-8, en la elite deportiva por número de medallas, pero sí en un cómodo segundo nivel— de la delegación española en los JJOO organizados por China, y por consiguiente, la utilización del mismo a la hora de enarbolar la bandera del patriotismo: por una parte, la conquista de medallas en deportes minoritarios per se, y los que aglutinan tal número de licencias federativas y seguidores que los hacen aptos para considerarse profesionales o semiprofesionales. Para un servidor, en el primer escenario el fiel de la balanza se decanta hacia el esfuerzo personal, a la recompensa de una dedicación callada y, a menudo en soledad, sin recibir el apoyo mediático porque los deportes que practican poco menos que merecen un breve en las últimas páginas de un rotativo deportivo de tirada nacional fuera de los ciclos olímpicos. Me refiero, por ejemplo, al equipo de hoquei hierba, que se ha alzado con una medalla de plata, que el aficionado no retiene los nombres de sus jugadores salvo que la tradición familiar en la práctica de este deporte lleve a algunos a reconocer a un tal Freixas. Por otra parte, los deportes profesionales sirven mejor a los intereses de la representación de un país y, por ende, de un gobierno que puede sentirse orgulloso de que la práctica deportiva es uno de los puntales de nuestro sistema educativo tantas veces ninguneado en informes de todo tipo. Ante datos que sitúan a España en la cola a nivel educativo en Europa, algunos se recrean en el derrotismo, al tiempo que evitan referirse al deporte como elemento integrador, que ayuda a la formación humanista por los valores que se extraen de una práctica en común, en la que rige un sentido del compañerismo, del respeto al prójimo. Y es en los deportes colectivos donde el estado español se revela una potencia mundial: baloncesto, hoquei hierba y balonmano masculino han conquistado medallas de plata y el último combinado, de bronce. Un dato que se suma a la Eurocopa ’08 que ganó el equipo de fútbol español tras décadas de travesía por el desierto, o la hegemonía que ha demostrado el equipo de hoquei patines a nivel mundial, rivalizando tan sólo con Argentina y Portugal por los primeros puestos en los distintos campeonatos que se celebran. Una vez más, la asignatura pendiente siguen siendo las féminas, a excepción de la exhibición llevada a cabo por las ocho damas de la sincronizada, con la gran Gemma Mengual al frente. Un signo de cambio importante en la mentalidad de un país que ha dejado atrás las gestas heroicas de tantos héroes que caminaban en solitario, auténticas figuras quijotescas que luchaban contra molinos de viento en forma de federaciones que les dejaban de la mano de Dios y de los organismos gubernamentales que no atendían al valor del deporte como factor de formación. En un país futbolero por excelencia poco importaba lo demás. Puestos a escoger, prefiero que dejemos de fabricar el estereotipo de «la soledad del corredor de fondo» y buscar en los deportes de equipo un sello diferenciador en relación a otras naciones. Gente que corre y nada bien hay millones en el mundo; otra cosa es crear bloques, conjuntos con una fortaleza mental y una variabilidad táctica y técnica impresionante, que nos haga deleitar frente al televisor. Una muestra: una selección española de básket que ha obrado el pequeño milagro de situar al borde del KO al redemption team, la máxima expresión de un equipo llamado a ser imbatible, sembrado de estrellas NBA. Pau Gasol y los suyos nos han hecho ver que no existen los límites. Otra cosa son extraterrestres que se han dejado caer en la pista de tartán (el jamaicano Usain Bol) y en la piscina olímpica (Michael Phelps); más que hacerles pruebas antidopaje deberían comprobar si tienen la dotación cromosómica que corresponde al ser humano.
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