martes, 23 de septiembre de 2008

STERLING HAYDEN: UNA VIDA EN ZIG-ZAG


La aparición en el mercado editorial de El agente Zigzag (2008, Ed. Crítica) de Ben Macintyre presume que las obras de temática de espionaje vuelven a alzar el vuelo, cuanto menos, en un sentido más alentador que hace unos años, diría lustros. Toda esta corriente favorable en relación a un género de novelas, al parecer, periclitado tras la caída del muro de Berlín —símbolo del cierre de la denominada Guerra Fría—, debe su razón de ser, en parte, a los documentos desclasificados por la Office of Strategic Service («Oficina de Servicios Estratégicos»), el equivalente del Servicio Secreto Británico en suelo estadounidense. Preludio de lo que vendría a revelarse como la CIA, la OSS reclutó miles de agentes que trabajaron a favor de obra, esto es, de los intereses norteamericanos en determinados territorios en conflictos de distinta naturaleza. El año pasado, documentos que aún permanecían bajo llave, vieron la luz y revelaron asuntos tan interesantes como la verdadera realidad del agente doble de espionaje Eddie Chapman, quien planeó atentar contra Adolf Hitler para posteriormente hacer de su celebridad un puro delirio vital. En un artículo aparecido en El Periódico (21/09/08), bajo el título El espía caradura: Una aventura desclasificada, se hace un somero repaso a la biografía de un individuo que adoptó el apodo de Zigzag, que ahora sirve de inspiración para el título del libro publicado por Editorial Crítica. La estafa, los subterfugios empresariales y el tráfico de armas se convirtieron en el salvoconducto en el tramo final de la vida de Chapman, a quien la Historia juzgaría por los actos que cometió y en el presente más que nunca, por los que no cometió. Sin la perspectiva suficiente y con una clara voluntad de manufacturar un producto dueño de su tiempo, Triple Cross (1966) se encomendaba al relato de las visicitudes de un personaje como Chapman, que toma el rostro de un por aquel entonces emergente Christopher Plummer.
Curiosamente, este noticia reveladora de un personaje poliédrico como Chapman se solapa con la relativa a Sterling Hayden (1916-1986) —de la que me informó mi buen amigo Jordi Marí—, otro personaje que había sido pasto de las especulaciones por parte de la prensa desde que reconociera su compromiso con los partisanos, entre los cuales formaría parte el futuro presidente de Yugoeslavia, el Mariscal Tito. Con ellos compartió causa, no se sabe a ciencia cierta si bajo el amparo de la OSS. Pero lo que si parece más que contrastado fue que Hayden mantuvo una «doble vida» o, al menos, una actitud ambivalente en lo relativo a la política norteamericana. Militante comunista, el espigado y rubio actor pasó de un relativo estrellato a ocupar un puesto medio entre las producciones de serie B. Este tránsito ensombreció una personalidad que tuvo una actitud un tanto servil frente al Comité de Actividades Antiamericanas, dejando que su vinculación a la OSS, merced a la desclasificación de infinidad de documentos hasta hace poco confidenciales, explique algunas de sus tomas de decisión en los años calientes de la Guerra Fría. Suya sería una autobiografía titulada Wanderer (1963) —reeditada por Sheridan House en 1998—, que vaticinaba su despedida de la gran pantalla tan sólo interrumpida por su presencia en ¿Teléfono Rojo?, volamos hacia Moscú (1964), El padrino (1972) y Novecento (1976), entre los títulos más destacados de su etapa final. El director de esta última, Bernardo Bertolucci, con la intención de convencerle, confesó a Hayden que La jungla de asfalto (1950) obró una especie de revelación en su tierna infancia. Siempre he sentido un notorio aprecio por Hayden, no tan sólo por la participación en dos de los títulos de cabecera de Stanley Kubrick, sino por dimensionar producciones B que parecían condenadas al olvido. La noticia referida a su pasado como agente de la OSS recupera, pues, la atención por este gigante pluridisciplinar y, al parecer, pluriempleado. Una vida, por tanto, que lejos de caminar en línea recta, se debía mover en zigzag, al estilo Eddie Chapman.

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