viernes, 26 de septiembre de 2008

@#% &*! SMILERS, SIGNOS DE AUTOCOMPLACENCIA


Lo insobornable es un valor consustancial a Aimee Mann empezando por su propio apellido. Al albur de los ejecutivos de los discográficas, el hecho de que una aspirante a solista quisiera mantener un apellido cuya fonética hace referencia a la condición sexual que domina en este mundo, ya indica cuál era el objetivo que perseguía la ex líder de los Tuesday’Till: trazar su propio itinerario. No hay duda de que lo ha conseguido, con casi una decena de trabajos —contando algún que otro directo— regidos por idéntico criterio de calidad.
Mi primer encuentro con la música de Aimee Mann se produjo en una sala oscura, pero la del cine donde proyectaban Magnolia (1999), la excelente película de Paul Thomas Anderson en la que se demostraba que, a veces, el alumno supera al maestro (Robert Altman), a propósito de Vidas cruzadas (1993). El tema Save Me, incluido dentro de su álbum Bachelor Nº 2 (1999), proyectó a esta solista de cabellera rubia fuera de los círculos musicales anglosajones en los que gozaba y sigue gozando de un enorme predicamento. Que Aimee Mann es una de las grandes solistas de nuestro tiempo tan sólo lo ponen en tela de juicio quienes aún no han saboreado sus delicatessen en formato CD o simplemente prefieren dejarse seducir por sonidos más abruptos, desgarradores. Para un servidor, al ir resiguiendo su discografía no puedo prescindir de ninguno de sus trabajos porque cada uno mantiene unos patrones de calidad, de excelencia artística que tiene pocos «rivales» en la música actual. Pero escuchando por enésima vez Smilers (2008) encuentro que la Mann debe empezar a renovar su «vestuario» musical, demasiado plegado a un sonido de trazos sencillos, sin estridencias, en la que su voz se impone con holgura. Todo parece calculado al milímetro para que Aimee Mann domine un espectro instrumental que únicamente luce con toda su intensidad en las primeras notas de cada canción. Incluso —algo inusual en ella—, deja cancha para que resuenen, a modo de eco, voces masculinas, en el preámbulo del refulgir de unas trompetas que aportan un aire festivo en el tema Borrowing Time. Ese sentido de celebración es el que preside el séptimo disco en estudio de Aimee Mann, quien había hecho un paréntesis hace un par de años con un CD de temática navideña —Christmas (2006)— para recuperar ese sonido tan característico, en un vaivén de sensaciones positivas que guardan un poso de melancolía. Una obra que destila dinamismo, que juega con los sintetizadores para crear atmósferas que nos transportan al espacio sideral (31 Today), ese mismo que inspiró una de sus piezas maestras, Lost in Space (2002). Sin embargo, Aimee Mann parece un tanto perdida en su myspace musical, rodeada por sus incondicionales. Somos pocos, eso sí, a quienes nos «regala» cada año o cada par de años un trabajo de primera con el aliciente de un disco currado en su diseño y en sus contenidos, en los que podemos leer entrelíneas la felicidad que domina su quehacer profesional y posiblemente vital. Una libertad creativa ganada con la constancia y un talento impresionante. Ahora toca sortear una cierta autocomplacencia para seguir alumbrando piezas musicales de alcurnia.

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