En el ecuador de la Vuelta Ciclista a España 08 ha saltado la noticia del retorno a la competición de Lance Armstrong, el siete veces ganador del Tour. Bueno, digamos de entrada que en la Federación Española de Ciclismo no habrán desplegado una bandera con el anagrama de Armstrong ante la dicha del texano de querer volver a calzarse las zapatillas y enfundarse el maillot para participar en el Tour del próximo año. Claro está que el verbo «participar» en el particular vocabulario de Lance Armstrong se conjuga como «ganar». Entre las muchas razones que se han ido barajando sobre el porqué Lance vuelve al campo profesional para seguir una carrera ciclista interrumpida durante tres años, encontramos la «poca» entidad de los últimos vencedores del Tour. Curiosamente, todos ellos con apellido y pasaporte español: Óscar Pereiro, Alberto Contador y Carlos Sastre. Decimos «poca» entidad desde el fuero interno de un Lance Armstrong quien mientras meditaba su decisión debía esbozar una media sonrisa al ver en lo más alto del podio de París, con Les Champs elisées al fondo, a un Carlos Sastre, un coequipier de lujo que en el principio de su ocaso recibía una gloria tan soñada como inaccesible si hubiera estado de por medio el corredor norteamericano. Un tanto de lo mismo para Pereiro y Contador, a quien maldita gracia le ha hecho este comeback por dos razones adicionales de peso: Lance será su compañero de equipo en el Astanac y el director deportivo no es otro que Johann Bruynel. Este ex ciclista belga del dream team de la ONCE de finales de los ochenta y principio de los noventa, que se maneja bien con el castellano es, a buen seguro, una de las cinco primeras personas a quien Armstrong le confiaría la noticia de su regreso a las carreteras de Francia donde conquistó una gloria con visos de perpetuarse de no haberse retirado hace tres veranos. Un trienio en el que Armstrong no se ha dejado llevar por los excesos para acabar luciendo un amago de tripilla, sino que se ha machacado a base de maratones, triatlones y pruebas en Mountain Bike, que viene a ser el sustituto natural para aquellos ciclistas de élite que empiezan a escalar los cuarenta o están en las primeras estribaciones de esta cifra nada mítica. Se abre, pues, un debate sobre las posibilidades de que Lance vuelva a hacerse con el maillot amarillo al final del Tour ’09 y, por consiguiente, alzarse con su octavo triunfo en la gran ronda francesa. La voz de la experiencia ya se ha dejado oir: Eusebio Unzue, que las ha visto de todos los colores a lo largo de más de veinte años como profesional manejándose con una sola mano al volante del coche oficial de diversos equipos deportivos, desconfía de que el estado de forma de Lance le lleve a encaramarse en lo más alto del Podio de París; el ilustre Federico Martín Bahamontes es de los que reduce sus opciones a cero, al margen de robarle cierto protagonismo en el 50 aniversario de su victoria en dicha prueba. Sus ex compañeros, en cambio, se muestran más cautos y dejan el beneficio de la duda no vaya a ser que Lance les pase factura con su habitual incontinencia verbal si la suerte le sonríe.
Ante el aluvión de casos de dopping, como ya advertí en un anterior post, me desilusioné del ciclismo profesional. Quizás la vuelta de Lance Armstrong, como a tanto otros, sea un buen motivo para recuperar el interés de antaño por una prueba del calado del Tour y me tenga atrapado nuevamente frente al televisor. No hay una voluntad de idolatría en torno a Armstrong —siempre peferí la victoria del alemán Jan Ulrich, otra de las «víctimas» del dopaje— en este gesto pero siempre he admirado al texano por su decidida voluntad de superación desde que se le diagnosticara un cáncer testicular. Las apuestas deben ir muy en contra de que Lance supere una historia ciertamente desfavorable: las segundas partes de deportistas profesionales tienden a tener más de escaparate mediático que de resultados efectivos. Los jugadores de básket Magic Johnson y Michael Jordan, el púgil George Foreman, los futbolistas Quini o Dieter «torpedo» Müller y un largo rosario de figuras del deporte que, en su inmensa mayoría, tuvieron poca fortuna en su regreso al campo profesional. Incluso el tenista sueco Björn Bork tuvo que escuchar aquello que «tendría que luchar como un perro y ni siquiera así figuraría entre los 50 primeros del ránking» al competir en el circuito profesional, en algunos casos, merced a una invitación especial que se suelen reservar los organizadores de los torneos. Siempre tuve el presentimiento que Armstrong volvería y se uniría a este grupo de figuras del deporte. Espoleado por las última gestas de dos de sus compatriotas, los nadadores Dara Torres —acreedora de medallas en cinco olimpiadas distintas, incluida una maternidad de por medio— y Michael Phelps —ocho oros conquistados en Pekín 08—, Lance Armstrong debe disfrutar, a día de hoy, que sean pocos los que apuesten un dólar a su favor. Su fuerza mental obra milagros y es posible que dentro de unos meses todos nos volvamos a quitar el sombrero nuevamente ante Mr. Armstrong. La exigencia del ciclismo hace aún más complicado el reto, pero para Armstrong la hipotética conquista de un octavo Tour signifique un lance más en una vida comprometida con la lucha contra el cáncer, en su querencia por difundir un mensaje de esperanza para todos aquellos que padecen esta enfermedad. Solo por eso le doy mi voto aunque al final, no sé si será en 2009, 2010 ó 2011, veamos la imagen de un deportista derrotado en el terreno que tanta gloria le dio. Es la estampa final que siempre se reserva para los más osados, aquellos que no claudican ante el viejo adagio que reza que «una retirada a tiempo es un doble triunfo».
Ante el aluvión de casos de dopping, como ya advertí en un anterior post, me desilusioné del ciclismo profesional. Quizás la vuelta de Lance Armstrong, como a tanto otros, sea un buen motivo para recuperar el interés de antaño por una prueba del calado del Tour y me tenga atrapado nuevamente frente al televisor. No hay una voluntad de idolatría en torno a Armstrong —siempre peferí la victoria del alemán Jan Ulrich, otra de las «víctimas» del dopaje— en este gesto pero siempre he admirado al texano por su decidida voluntad de superación desde que se le diagnosticara un cáncer testicular. Las apuestas deben ir muy en contra de que Lance supere una historia ciertamente desfavorable: las segundas partes de deportistas profesionales tienden a tener más de escaparate mediático que de resultados efectivos. Los jugadores de básket Magic Johnson y Michael Jordan, el púgil George Foreman, los futbolistas Quini o Dieter «torpedo» Müller y un largo rosario de figuras del deporte que, en su inmensa mayoría, tuvieron poca fortuna en su regreso al campo profesional. Incluso el tenista sueco Björn Bork tuvo que escuchar aquello que «tendría que luchar como un perro y ni siquiera así figuraría entre los 50 primeros del ránking» al competir en el circuito profesional, en algunos casos, merced a una invitación especial que se suelen reservar los organizadores de los torneos. Siempre tuve el presentimiento que Armstrong volvería y se uniría a este grupo de figuras del deporte. Espoleado por las última gestas de dos de sus compatriotas, los nadadores Dara Torres —acreedora de medallas en cinco olimpiadas distintas, incluida una maternidad de por medio— y Michael Phelps —ocho oros conquistados en Pekín 08—, Lance Armstrong debe disfrutar, a día de hoy, que sean pocos los que apuesten un dólar a su favor. Su fuerza mental obra milagros y es posible que dentro de unos meses todos nos volvamos a quitar el sombrero nuevamente ante Mr. Armstrong. La exigencia del ciclismo hace aún más complicado el reto, pero para Armstrong la hipotética conquista de un octavo Tour signifique un lance más en una vida comprometida con la lucha contra el cáncer, en su querencia por difundir un mensaje de esperanza para todos aquellos que padecen esta enfermedad. Solo por eso le doy mi voto aunque al final, no sé si será en 2009, 2010 ó 2011, veamos la imagen de un deportista derrotado en el terreno que tanta gloria le dio. Es la estampa final que siempre se reserva para los más osados, aquellos que no claudican ante el viejo adagio que reza que «una retirada a tiempo es un doble triunfo».
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