Ante el alud de publicaciones que surgen a diario y que colapsan de novedades las librerías se nos escapan un gran número de títulos que merecerían, cuando menos, una oportunidad. El impostor (2008) —que edita Grijalbo y que aparecerá en el mercado el próximo mes de febrero— podría ser uno de éstos que, salvo los que no se dejan guiar por la intuición, no se le prestaría demasiado interés. Pero más que lo sugerente o no de su narración, El impostor me ha llamado la atención por un autor, Jeffrey Archer, cuya azarosa vida ha repercutido sobre el tipo de obras que ofrece al público. Una existencia que tuvo un punto de inflexión con su entrada en prisión en 2001 por cometer perjurio. Como en los Estados Unidos, en su Inglaterra natal no se andan con tonterías y el perjurio tiene una pena de cárcel, llámese John Smith o Jeffrey Archer con el Lord delante (por obra y gracia de la Reina Isabel II). Purgando sus pecados en la prisión de Belmarsh y Wayland, Archer, dada su condición de escritor, no pudo por menos que aprovechar los largos días de su cautiverio para dar forma a nuevos proyectos literarios. Al igual que en Juego del destino (2004, Ed. Grijalbo), El impostor (2008) y un diario dividido en dos partes (A Prision Diary: A Purgatory) que data de 2004, nace de la experiencia carcelaria de Archer. Un modo de redimirse cara a la sociedad y de rendir cuentas consigo mismo, que ya había vivido un capítulo anterior al publicar Ni un centavo más, ni un centavo menos (1989), desvelando cuestiones que comprometían a su propia persona, pero que al menos el éxito editorial le salvó de la ruina económica. La destreza a la hora de escribir de Archer le distanció en relación a sus compañeros del Partido Conservador y, en general, de la Cámara de los Lores, aunque pecaría de poco original cuando requirió los servicios de una prostituta para pasar una velada placentera fuera del calor del hogar. Pronto se desmontaría la coartada (en este caso, debido a la traición de un amigo, quien quiso evitar a toda costa que Archer accediera a la alcaldía de Londres), y su ingreso en la cárcel se hizo efectivo con el cambio de milenio. Al cabo de dos años abandonaría el recinto penitenciario. A juzgar por la publicación de sus últimas novelas, su estancia en Belmarsh y en Wayland le ha dado un renovado impulso a su carrera literaria. Un personaje que los atentos guionistas del espectro anglosajón no deben perder de vista porque su biografía es de aquellas que tienen todos los visos para imprimirse en la gran pantalla. Con mucho menos, a mi entender, el congresista estadounidense Charlie Wilson obtuvo una notoriedad a nivel mundial con el film dirigido por Mike Nichols. El arranque del hipotético film podría ser harto prometedor: ese retoño nacido en la ciudad de Londres en la primavera de 1940 al cabo de unos años tomaría conciencia que aquel hombre mayor al que le separaban sesenta y cuatro años no era su abuelo sino su propio padre. No me negarán que el personaje es toda una mina. Escritores que hayan pasado por la trena hay unos cuantos —Chester Himes (lo suyo fue de órdago a la grande: condenado a veinte años por atraco a mano armada, para luego alumbrar una serie consagrada a los detectives de raza negra, como él, Grave Digger y Coffin Ed Johnson) y Edward Bunker (autor de Libertad condicional y actor ocasional), pero el que da más juego, sin duda, Jeffrey Archer.
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