martes, 6 de enero de 2009

LO QUE SÉ DE LOS VAMPIROS... DE LA PRENSA


En el calendario de los premios literarios de nuestro país, el Nadal es el primero que se falla. Este año la fatalidad de la muerte de Francisco Casavella marcará, a buen seguro, una velada que distinguirá a un nuevo escritor, como lo había hecho en la edición anterior con el autor de Lo que sé de los vampiros. Un día de Reyes como hoy coronó a un escritor que, a los cuarenta, tras numerosas tentativas de hacer de la literatura su vida, pudo saborear las mieles del triunfo.
Por desgracia, vidas arrebatadas a temprana edad dentro del mundo de la literatura son moneda común. No es una profesión fácil porque la inspiración puede llegar a cuentagotas; el talento deviene un valor tan relativo como incluso efímero o intermitente. A muchos literatos se les asocia por una sola obra, y aunque parezca paradójico, presumiblemente no sea la que tengan en mayor estima. Una circunstancia que puede corroerles por dentro porque el resto de su obra queda fuera del conocimiento de los lectores, durmiendo el sueño de los justos en librerías o bibliotecas sin que nadie les reconozca su valor hasta, quizá, después del deceso del escritor. Ser reconocido entonces no deviene el mejor de los escenarios ni tan siquiera para los hipotéticos herederos de un legado literario.
No desvelo ningún misterio si digo que los escritores transcriben al papel aquello que conocen por un principio fundamental: amueblar una novela que compromete a centenares de páginas tiene que pasar indudablemente por el filtro de un análisis previo del tema a tratar, generalmente a través de la experiencia personal, pero no necesariamente. Una vez leídos algunos de los escritos de Casavella no escapa a nadie que sus personajes en nada rivalizan con los que aparecen en las novelas de Jacqueline Susann o Françoise Sagan. Más bien Casavella, antes de comprometerse con una obra histórica como Lo que sé de los vampiros, nos había hablado al oído de mundos poblados por individuos que se comprometen con la lucha diaria, con los sinsabores de una existencia que encuentra puertas a la esperanza, al tiempo que se cierran otras relativas a una relación amorosa frustrada que no ha cicatrizado o la pérdida de un ser querido que aún no se ha asumido. Relatos sociales contundentes que no pasaron ni tan siquiera a un tercer plano, sino que fueron ignorados por Ramón De España en su reseña necrológica sobre Casavella publicada el pasado 18 de diciembre de 2008 en El periódico de Catalunya (Ir a enlace). A De España lo único que le pareció preceptivo es situarse por encima de Casavella, con un tono misericorde, advirtiendo a los lectores que él ya le había avisado que acabaría mal y, por tanto, no le extrañó la noticia de su muerte. Presumiblemente, este chismorreo tenga su sentido en la barra de un bar tomándose unas cañas y unas bravas con unos amigos, pero de ahí a darle categoría de artículo para un periódico de amplia difusión, media un abismo. Las quejas, más que justificadas de amigos de Casavella, repararon, en parte, el honor de alguien que nos ha abandonado con un futuro más que alentador en el campo de las Letras. Y han sido unas letras juntadas por el ínclito De España que ejemplifican en qué manos han quedado algunos autoproclamados a bombo y platillo medios garantes de la prensa libre, presidida por el rigor. Ramón De España, como tantos otros, aprovechan estas tribunas de la información para hacer un ejercicio de narcisismo, de petulancia, para reafirmar su posición moral por encima de los demás. Pero en esta ocasión sus funciones de articulista han ido mucho más allá de lo razonable, en una de las necrológicas más bastardas, ignominiosas y vergonzosas que un servidor ha leído en mucho tiempo. Ya sabíamos del percal de Ramón De España, pero Se fuerza la máquina desde ya debe computar en las escuelas de periodismo cómo no se debe afrontar la escritura sobre alguien que acaba de expirar. En las paredes de los bares resuenan frases inculpatorias postmorten. Asimismo, para desdicha de la clase periodística, en las redacciones se reproduce un eco similar verbigracia de personajes de medio pelo moral como De España. Descanse en paz, Francisco Casavella y sirva el Nadal para honrar su figura literaria, aquella que le privó un individuo que solo tiene de noble la preposición que antecede su apellido.

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