Menuda, poco agraciada y con una cabellera que suele esconder una sonrisa socarrona, Patti Smith forma parte de mi particular olimpo de «reinas» de la música contemporánea. Lo es, entre otras consideraciones, por su carácter pionero, al abrir nuevos caminos de expresión artística para varias generaciones de cantantes femeninas que hoy en día se deshacen en elogios y la citan como una de sus influencias inexcusables. Transitar por la música de Smith es hacerlo por un espacio lleno de claroscuros, de contrastes, con haces de luces que apuntan hacia el punk pero que se cruzan con otros de similar intensidad que dibujan composiciones propias del folk-rock o del pop-rock. Su aspecto un tanto desaliñado contrasta con su calibrada presentación de sus álbumes, el último de los cuales ha supuesto uno que acariciaba desde hacía nada menos que treinta años. Se trata de una recopilación de versiones de un amplio abanico de canciones que hubieran cobrado carta de naturaleza en 1978, un año glorioso para la música y punto álgido de las formulaciones punk que tuvieron en el arrojo de Patti Smith una de sus puntas de lanza. Puede dejar entrever una cierta pereza a la hora de titular el CD con un escueto Twelve (2007), pero una vez desplegado el rosario de versiones que acomete la neoyorquina, tan sólo cabe sacarnos el sombrero. Con su poderosa voz, que penetra en cada uno de los rincones de lo sombrío y lo fantasmagórico, Patti Smith logra que estilos y melodías tan disímiles, compuestos e interpretados en su día por Jimmy Hendrix (Are You Experienced?), Neil Young (Helpless), Jefferson Airplane (White Rabbit), The Beatles (Within You Without You) o Nirvana (Smells Like Teen Spirit), entre otros, se acoplen al espectro sonoro por el que transita esta pequeña gran artista. Apoyada en un trío de lujo —Tony Shanahan, Jay Dee Daughtery y Lenny Kaye—, Patti Smith lidera esta fiesta para nostálgicos, que deja a las claras que ella es la «auténtica mujer vampiro» capaz de hacer pasar por su particular telar vocal canciones que una vez grabadas en estudio ya pocos pueden negar que se las ha acabado adueñando. En el librito que acompaña el disco compacto de Twelve, Patti Smith relata los motivos que la impulsaron a versionar semejantes canciones, algunas con una excusa puramente onírica —Soul Kitchen de The Doors—, otras por su mensaje político —The Boy in the Bubble, de Paul Simon, extraído de su imprescindible Graceland— o tomado como un puro divertimento —Everybody Wants to Rule the World de Tears for Tears, valiéndose de su registro más terso y cálido—. Parece más que evidente que Patti Smith le sienta como un guante el Soul Kitchen de The Doors, pero cada una de las piezas de este compacto ofrece una perspectiva, un matiz distinto de la que fuera esposa de Fred Sonic y compañera sentimental del tenista John McEnroe. Un viaje, en suma, por los recuerdos en un desplazamiento por una carretera secundaria, angosta y sinuosa, del negocio musical, en el que vemos desfilar algunos de sus compañeros de generación, unos presentes en forma de espectros (Hendrix, Jim Morrison y su banda), otros que se mueven con paso cansino (Paul Simon, Steve Wonder) y los menos, los que siguen encadenados a un perpetuo compromiso por liderar causas que parecen haber prescrito, como demuestra Neil Young y Bob Dylan. Piezas de vida, en cualquier caso, parafraseando el título de un álbum que ha pasado a las antologías musicales para la que es una antología en sí misma: Patti Smith.
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