martes, 21 de octubre de 2008

THE BIG SISTER


En tiempos de crisis, la televisión, a juzgar por los datos de audiencia computados recientemente, es un «refugio espiritual» para muchos, aumentando las horas de consumo en relación a la estadística con la que ya se contaba. Pero las tres horas y media que destinamos frente al televisor tan sólo representa un repunte de una tendencia que cobrará nuevos máximos con el apagón analógico, previsto a menos de dos años vista. Para algunos la noticia de que tengamos acceso a más de cuarenta canales verbigracia de la TDT (Televisión Digital Terrestre) la debemos acoger con júbilo, proyectando un nuevo impulso hacia la sociedad del bienestar. Un aumento de oferta que, empero, no es directamente proporcional a los parámetros de calidad que deberían presidir en las cadenas tanto públicas como privadas de nuestro país. Tan sólo cabe hacer un barrido por la oferta de canales que nos depara la TDT para advertir que poco vale la pena salvar de un panorama televisivo colindante a las grandes cadenas cuya mínima incidencia en los índices de audiencia hace que sus responsables —algunos ligados a órganos gubernamentales, caso de BTV/Barcelona Televisió (por cierto, ¿qué queda de aquel experimento perpetrado por Manuel Huega en sus albores?)— tampoco se preocupen en demasía y cumplan el expediente con la mayor dignidad posible. Siempre tendrán la coartada de la falta de medios a su disposición a la hora de rendir cuentas a sus superiores.
Tras una serie de pruebas piloto, para finales de la segunda lesgislatura del PSOE de José Luis Rodríguez Zapatero, en las fechas que se anuncie la voluntad de éste por cumplir un tercer mandato, muchos parecerán sentirse unos privilegiados frente a la pequeña pantalla. Cada botón pulsado que propicie una nueva ventana con un logo distinto del anterior y en idéntica calidad digital, se entenderá como un triunfo personal para aquel que lo accione. Bienvenidos, pues, a este mundo virtual que hará posible que pasemos más horas dedicados a ver televisión digital mientras tantas cosas se derrumban a nuestro alrededor. Los «cerebros» gubernamentales deberán pensar que las revoluciones no se realizan frente al televisor. Ventanas que deberían ser, en parte, para el conocimiento, pero que quedan arrinconadas en horarios de madrugada, dejando que las miserias de la condición humana tengan amplia cobertura y recepción en millones de hogares para solaz desencanto de un servidor. Quizás sea una decisión contracorriente, pero creo que ante la que será la mejor campaña de alienación por parte del gobierno de turno, empiezo a proveerme de un mayor número de lecturas de las habituales para los próximos meses, posiblemente años. Prefiero acabar al borde del arroyo, como Julie Christie y Oskar Werner en Fahrenheit 451 (1966), enfrascado en una lectura interesante, que dejarme llevar por una dictadura, nunca mejor dicho, teledirigida. Eso sí, en papel para combatir otra realidad que proclaman como inevitable desde la Feria del libro de Frankfurt: la mayor facturación, a partir de 2018, de los e-books en relación a los libros estándart. No me extrañaría que estos gurús del mundo editorial dividan/compaginen/alternen semejante actividad con la de programadores de las nueva era de la televisión digital.

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