Eclipsada por la arrolladora presencia de su compatriota Neil Young en una jornada de gloria para la música, celebrada en el marco del Rock in Rio de Madrid este pasado verano, la canadiense Alanis Morisette presentó algunas canciones de su nuevo álbum Flavors of Entaglement (2008), amén de ofrecer algunos temas ya «clásicos» de su repertorio. A efectos de sus fans —entre los que me cuento— poca consideración habían tenido los organizadores del evento, programando en horario de sobremesa la aparición de Morisette con unos kilos de más, pero con similar poderío vocal que la ha llevado, guitarra en ristre, a pasearse por medio planeta desde que aflorara su talento con un CD multiventas, Jagged Little Pill (1995). Por aquel entonces, algunos la proclamaron la nueva «diosa» de la música pop-rock, avalada por Madonna a través de su sello Maverick Records. Mal asunto. Con idéntica facilidad para encumbrar a uno u otro artista, buena parte de la crítica se encargaría de «destronarla», evaluando que sus siguientes trabajos no eran más que un calco de aquel éxito puntual. Pero con la misma determinación de la que hizo acopio un día de su adolescencia, llamando al timbre de la mansión de Olivia Newton-John mientras paseaba por Beverly Hills para decirle que llegaría a ser más famosa que ella, Morisette ha seguido su propio camino, desoyendo a aquellos que querían hacer de la canadiense un mero producto manufacturado, al calor de las modas. Debido a mi debilidad por las cantantes y/o compositoras femeninas de verdadero fuste, puedo dar fe que cada pocos meses existe una tentativa por parte de los casas discográficas por sacar al ruedo del mercado musical una nueva Sheryl Crow, Sarah McLachlan o Annie Di Franco. Pero hay algo que hace de Alanis Morisette una voz inimitable, una personalidad intransferible: sus canciones resiguen un itinerario que compete a su propia naturaleza, a sus experiencias, incluso las más íntimas. Nada existe en ella impostado, sino más bien responde a una voluntad de percutir en el corazón de su audiencia (ocasional o no) pequeñas historias de desamparo, de combate diario, de desgarro emocional o de pura evocación de la joie de vivre. Todo ese itinerario personal cobraba especial fuerza en So-Called Caos (2004), nacida de su tránsito espiritual por la India en años que la movían a la reflexión. Su quinto trabajo en estudio, Flavors of Entanglement, ofrece otra mirada interior, perceptible en los primeros estribillos de la plana mayor de las once canciones que lo conforman. Invitado de excepción para algunos, un error mayúsculo para otros —entre los que me incluyo—, Guy Sigsworth, adalid de la música techno(experimental) en su condición de productor, entre otros, de la islandesa Björk, ha intervenido en el diseño de producción de este compacto. El corte Straitjacket rompe la dinámica acústica en la que se mueve con suficiencia Alanis Morisette, dejando que el tema Underneath nos deje sumergir una vez más en las aguas de turbulencia creativa de Jagged Little Pill que proyectaron en su día la figura de una canadiense incapaz de conjugar el verbo «conformar». Ella tuvo una buena madrina en Madonna. Al escuchar la casi docena de temas que jalonan este compacto algunos podrán decir que Morisette ha entrado en crisis. Bendita crisis, pues, porque de todas las cantantes de su generación no conozco ninguna más que ella que pueda presumir de haber encadenado cinco discos de estudio con unos parámetros de calidad similares (además de un ejemplar Unplugged), aunque siempre quedará Jagged Little Pill como el título referencial. Si acaso, como reza el título del último corte de Flavors of Entanglement, puede que sea un trabajo «incompleto», pero su impronta de gran cantante queda registrada en la majestuosa Not As We —acompañado al piano por Sigswoth (la doble cara del personaje, afortunadamente la más acorde al «universo Morisette»)— y Torch, síntesis de estilo, armonía y precisión vocal en una composición de su propia cosecha. A pesar de cuatro años de sequía, Alanis Morisette ha conseguido otra cosecha, la de 2008, nada desdeñable en un panorama musical yermo de talento al albur del juego propuesto por las multinacionales del sector, en una incesante, por absurda y estéril, búsqueda de clones de cantantes. Afortunadamente, el talento sobrevive a todo tipo de contratiempos.
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