Camino de los cinco años publicando con regularidad este
blog que surgió casi en forma de impulso, sin precisar otro objetivo que el de
dar cabida a temáticas de distinta índole que difícilmente asoman en el primer
plano de la actualidad, si el empeño persiste me gustaría que al cierre de cada
año tributar un pequeño, minúsculo homenaje a personas que hacen una labor silenciosa
pero efectiva en pro de la cultura en este bendito país. He barajado varios
nombres para inaugurar esa modesta distinción con carácter anual. Al final me
he decantado por Enrique Redel (Madrid, 1971), cuya Editorial Impedimenta nació
prácticamente al unísono que El mundo de Haldane. Cumplido, pues, ese lustro no
me mueve más que mi propio criterio para manifestar que Impedimenta es uno de
los mejores sellos editoriales existentes en lengua castellana en la
actualidad. Su principal «culpable» se llama Redel, a quien tuvo el privilegio
de conocer meses atrás. Atlético por la gracia del Dios balompédico, de trato afable, Redel por
encima de cualquier consideración es un amante cuál copa de pino de la
literatura, aquella provisionada para degustarse mientras sorbemos una taza de
té o de café, colocando piezas de música clásica o de bandas sonoras (como sería,
por regla general, en mi caso) al fondo de esos ratos aptos para el placer de
la lectura. Tras esa siembra de esos
primeros años complicados, en las que las palabras de aliento se contraponen a
las advertencias de un rumbo (editorial) equivocado (sobre todo proveniente de
las filas de los correligionarios de un tipo de novelas carentes de un cuerpo
literario de enjundia arbitradas por (seudo)escritores mediáticos), Impedimenta
ha proveído a los lectores de una larga relación de novelas presididas por un
nivel de calidad por encima de la media. Suyo ha sido el mérito de convertirse
en el editor que mayor proporción por libro publicado de autores desconocidos
por estos pagos que han abandonado el anonimato puestos a disposición por los
lectores curiosos y ávidos a la búsqueda y captura de piezas maestras. Podría
ocupar un solo post de las dimensiones habituales de El mundo de Haldane pasar
lista de las mismas bajo el sello Impedimenta. Pero ya que Redel merece,
para un servidor, la consideración de personaje de 2012 en este espacio, tomaremos
una selección de novedades del presente año que toca a su fin —escogidas por el propio editor—, para ofrecer la medida de que la capacidad de
riesgo, en ocasiones, obtiene los frutos adecuados y deseados: Nostalgia
de Mircea Cartarescu; El país imaginado de Eduardo Berti; Caída
y auge de Reginald Perrin de David Nobbs; Gazier & Ciccolini de
Virginia Woolf; y La muerte del corazón de Elizabeth Bowen. Ésta última —de la que me ocuparé en el próximo post de El mundo de Haldane— deviene un ejemplo paradigmático del tesón de
Redel por escrutar en esa literatura de altos vueltos que ha permanecido
durante tanto tiempo opaca a los lectores aficionados. Su olfato le suele
situar en las Islas Británicas, un filón aún por explotar, si bien las antenas de Enrique Redel están
orientadas hacia infinidad de rincones del planeta, algunos tan privativos para
colegas de su gremio como Rumanía, Australia o Polonia. En tiempos de zozobra económica, la empresa de Redel se
sostiene merced a su buen tino en la elección de material literario con letras
mayúsculas, siendo esos sellos que imprimen confianza en el lector habida
cuenta que la palabra decepción tiene poco encaje entre tanta excelencia, de la «A »de Adón (Pilar) a la «W »de Woolf (Virginia). Esperemos, por
tanto, que Impedimenta se posicione conforme a una de las editoriales punteras
del siglo XXI por lo que compete a la literatura de alta graduación en su fondo
y en su forma. Gracias Enrique por tu excelente labor. Un personaje, sin duda,
digno de admiración en un panorama editorial yermo de editores que merezcan tal nombre.
Existe vida después del cine. Muchos me vinculan a este campo. Este blog está dedicado a mis otros intereses: hablaré de música, literatura, ciencia, arte en general, deportes, política o cuestiones que competen al día a día. El nombre del blog remite al nombre que figura en mi primera novela, "El enigma Haldane", publicada en mayo de 2011.
viernes, 28 de diciembre de 2012
ENRIQUE REDEL, BUQUE INSIGNIA DE IMPEDIMENTA: EL PERSONAJE DEL AÑO 2012 EN «EL MUNDO DE HALDANE»
domingo, 23 de diciembre de 2012
«MAS-CARADA» PARA UN REFERÉNDUM O LA PIEDRA ROSETA DEL NACIONALISMO CATALÁN
Desde el 11 de septiembre del año que está a punto de
echar el cierre he ido observando y tomando nota de lo que acontece en torno al
órdago a la grande planteado por Artur Mas, el actual Presidente de la Generalitat de
Catalunya –embestido por segunda vez con tales honores hace poco menos de una
semana–, al gobierno del PP en relación al territorio español. Las
interpretaciones que se han llevado a cabo sobre el porqué Mas plantea un pulso
al gobierno estatal español que sabe tiene perdido de antemano, convocando un
referéndum que el marco de la Constitución
Española no contempla, son muchas y algunas de ellas
ciertamente rocambolescas. Para entender el perquè
de tot plegat (Quim Monzó dixit) cabe
remontarnos a ese 11 de septiembre de 2012 donde, a vista de pájaro, las
capitales de provincia de Catalunya, y en especial, la Ciudad Condal se cubrían de un
manto de banderas cuatribarradas, combinación de rojo y amarillo. Ni los más
viejos del lugar pudieron dar crédito de que un millón y medio de personas mostraran
un supuesto afán reivindicativo cuando en la Diada de no demasiados años atrás
se contabilizaban apenas unas decenas de miles enarbolando la bandera en un acto,
a todas luces, de marcado signo independentista. A esas alturas del ciclo
legislativo de Artur Mas la conclusión a la que había llegado él y sus consellers parecía bastante certera: un
callejón sin salida, en forma de ahogo financiero, se cernía sobre la administración
catalana si no se operaba en el horizonte un milagro... o un espejismo.
Descartado el milagro, el espejismo se crearía a través del millón y medio de
habitantes del planeta catalán que parecían ir al unísono en la voluntad de
proclamar el estado independentista. En esa jornada de sábado estuve allí no
con el afán reivindicativo que se podría presuponer si no en calidad de
acompañante, si se quiere notario de una realidad en que se podía palpar un
aire festivo, pero asimismo se mostraban rostros de indignación, de pesar, de
agotamiento y de profundo desconcierto. Y como un servidor, contabilizo que,
cuanto menos, algún que otro centenar o varios centenares de miles de personas congregados
en la vía pública de la Diada
2012 tenían o siguen teniendo en mente que la solución para Catalunya no se llama
independencia. No obstante, ese comité de
sabios que asesoran a presidentes incapaces de pisar los mercados más que
en viernes electoral o coger el metro
en alguna estación susceptible de inaugurar para hacerse la foto pertinente
camino de algún que otro mítin, debieron hacerle llegar a Mas que “el gran
momento” estaba servido. Pese a los cantos de sirena que podrían tentarlo de
emprender una huida hacia adelante, el líder de CIU hubiera esperado a concluir
su ciclo legislativo en 2014 y luego plantear en el programa electoral de su
partido una aspiración independentista colocada negro sobre blanco, y siempre
con el consenso del otro partido hermanado bajo las siglas de CIU, esto es, Unió
Democràtica, con Josep Antoni Durán i Lleida al frente. No obstante, la situación,
lejos de mejorar, pintaban bastos por cuanto los recortes en materia de
sanidad, educación, cultura, bienestar social y demás, unido a la subida de
impuestos, irían creando un creciente malestar entre la ciudadanía. En ese
mecanismo de autodefensa en que la culpa es de los demás a las que se agarran
no pocas personas para eludir sus responsabilidades y en particular sus
fracasos, Artur Mas sabía que culpabilizar de todos los males a la Administración
Rajoy podría servir como muro de contención de esa avalancha
de críticas que se le venían encima. Pero ese muro de contención advertía de
fisuras en su estructura de difícil arreglo y, perdidos al río, algún día de la
segunda quincena de septiembre de 2012, Mas debió interrogarse sobre la bondad
de adelantar las elecciones. El pulso al poder del PP estaba servido, y
entonces cubierto sobre la bandera del independentismo su figura y la de su
partido parecía salir, según sus cálculos, reforzada. En esa ecuación faltaba,
sin embargo, un detalle nada baladí: la asfixia económica de la Generalitat de
Catalunya tenía fecha concreta: la profecía del 2013, no la concebida por
Francesc Miralles en su obra literaria, si no la de índole económica se cifraba
en más de 10.000 millones de euros que la administración de la Generalitat debe
satisfacer en concepto de intereses generados, entre otras partidas, por los
bonos emitidos en estos últimos años con un claro sentido de «operación patriótica». Cada cuál en su casa echa
cuentas para saber hasta dónde puede llegar. La Generalitat , con Mas
gobernando los destinos de la misma, las tenía bien claras y su plebiscito del pasado 25 de noviembre fue
una cortina de humo, una maniobra dilatoria que le ha dejado en un escenario,
si acaso, más pantanoso, arrimándose a ERC (Esquerra Republicana de Catalunya).
La formación que lidera Oriol Junqueras actúa de contrapoder a partir de que
han firmado un pacto de gobierno con CIU para tirar adelante con un referéndum
para la independencia, loable, pero con toda seguridad, inviable. Más que nada,
porque solo el discurso de desagravio económico no soporta una ruptura de Catalunya
para con el estado español, mire por dónde se mire. No tengo la menor duda que
ese referéndum no se celebrará en el horizonte de los próximos años y, a unas
decenas de años vista, dudo mucho que en los hijos de los inmigrantes arraigue
un sentimiento nacionalista con tal fuerza que conlleve la escisión con el
estado español. Quizás para entonces, el verdadero problema se encuentre bajo
nuestros pies, el de una terra trema por
efectos de la acción del hombre, sea cuál sea su signo ideológico o identitario.
Ah, y para los que puedan recelar, al leer este post, sobre mi aprecio por Catalunya, un servidor editó y dirigió una
revista en catalán –Seqüencies de cinema–, hablo y escribo con corrección la
lengua de Salvador Espriu y conozco la mayor parte de sus rincones. Pero esto
no quiere decir que comulgo con ruedas de molino... de viento forjados en el
imaginario de Mas y Junqueras, repartiéndose los papeles de Don Quijote y
Sancho Panza, haciendo del independentismo las puntas de lanza para ahuyentar al «enemigo»
español y crear un estado propio en una idea de shangri-La post-2013 nada más lejos de la realidad.
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domingo, 16 de diciembre de 2012
«LA BUENA NOVELA» de LAURENCE COSSÉ: LA LIBRERÍA DE LA RUE DUPUYTREN O LA EXPRESIÓN DE UNA UTOPÍA
«Y, además, recuerde: en Méribel, durante aquella semana
en la que reflexionamos todas las noches sobre la librería de nuestros sueños,
llegamos a la conclusión de que, para lograr nuestro objetivo, necesitaríamos
una librería así pero inglesa y en Inglaterra, una italiana en Italia, una
española, una alemana, con una selección diferente cada vez, centrada en cada
ocasión en un área lingüística y en un patrimonio literario particulares, de la
misma manera en que en La Buena Novela
se privilegia un fondo editorial francófono» expresa Francesca, una de las empleadas
de la exquisita librería gala que da nombre a la novela que nos ocupa. Con ello
la autora Laurence Cossé (1950, Boulogne-Billancourt) trata de manifestar, en
boca de Francesca, la vocación universal de una obra literaria que debía
figurar, ya desde su impresión en el país vecino, por derecho propio en la
colección de novelas que tributan en el sello Impedimenta. Así, tres años después
de su bautizo editorial francés, la pieza literaria de Cossé amplia espacio
geográfico al ser traducida a la lengua de Machado por parte de Isabel González-Gallarza,
en una nueva apuesta de Impedimenta por dar a conocer obras que sin un cierto
sentido de la osadía y de la valentía, dormirían el sueño de los justos en ese
Departamento invisible de multitud de editoriales donde se acumulan propuestas
sin que nadie ose reparar en las mismas.
Además de una pieza
ociosa para «recolectores» de delicatessens,
imbuidos por el arte de la lectura, en el que verbo o el adjetivo preciso
produce un «efecto placebo», La Buena Novela
razona sobre el territorio de la utopía, en que una idea vaga sobre la
necesidad de concentrar en unos centenares de metros cuadrados obras literarias
de enjundia lesivas a seguir criterios del gusto de la mayoría de público,
acabe germinando y tornándose en un oasis dentro de una cultura en plena fase
de desmenbramiento en la sociedad actual, en virtud de un rendimiento económico,
por lo general, deficitario. Para construir esta «novela utópica» Cossé orilla el recurso epistolar
que había empleado Helen Hanff en 84
Charing Cross Road (1970) —otra
novela imprescindible para los amantes de la cultura que buscan refugio en las
librerías out-system, que resuman olor a viejo—, dejando que el debate establecido entre librero y
cliente quede acotado sumariamente, ya que el motor de la propuesta de la escritora francesa se circunscribe a
los hombres y mujeres que hacen posible tamaño sueño. Cierto que resultan tan
solo unos pocos —al frente de la intendencia, la
citada Francesca Aldo-Valbelli (de linaje aristocrático) e Ivan «Van» Georg (con un pasado turbio a sus espaldas que tuvo en
la literatura una pauta «redentora»)— los que
quedan expuestos de cara al público (memorable las páginas que destina Cossé a
establecer categorías de hipotéticos clientes), pero representa la punta del
iceberg de un operativo en forma de comité de selección, responsable de filtrar
los títulos que acaban conformando el patrimonio literario (con claro acento
francófono) de La Buena Novela.
Bajo criterios que para algunos puede sonar a sinónimo de pretenciosidad, elistismo o
pedantería, o sendos calificativos a la vez, la librería parisina se hace visible el último
día del mes de agosto de 2004 para acabar quedándose y formar parte de la
inmensa red de librerías que siguen abasteciendo al país vecino. Entre los
individuos que asoman por la librería de la Rue Dupuytren y que son
descritos por Cossé —por lo general, sin reparar en
demasía en sus respectivos aspectos físicos; espacio para que la imaginación
del lector pueda poner cara, por ejemplo, a la joven Audrey Doudou, que podría
ser un trasunto de la actriz de idéntico nombre y con un apellido de una fonética
muy cercana—, se cuelan periodistas
atraídos por ese fenómeno que, en ciertos casos, tratan de torpedear un
proyecto nacido desde el entusiasmo, cuando no devoción, por la «alta literatura».
Ataques desde el exterior que son repelidos por ese cuerpo de mando concretado
en las personas de Ivan y Francesca, alma matters de una empresa que reside,
como apuntaba, en el propósito de la utopía trazado por la pluma de un autora
que no tardará, aventuro, a repetir presencia en el catálogo de Impedimenta.
Del mismo no dudo que esa librería imaginada perlada de incunables, de obras
mayúsculas de la Literatura
de alcance internacional con domicilio fiscal en nuestro país (calculo que en
casco antiguo de Madrid o en el Eixample barcelonés), extraería decenas de los
títulos publicados por Impedimenta. Una empresa que, por ventura, se ha ido
consolidando cada vez más en el suelo editorial español, capitaneado por
Enrique Redel y operando en la «sombra» ese comité de sabios entre su legión de fieles
lectores, que presumo recomiendan títulos leídos en las lenguas más diversas
que todavía no han tenido traducción en papel con membrete made in spain. A vuela pluma, en esa soñada librería —émula de La Buena
Novela — arraigada en Madrid, Barcelona o
en cualquier capital de provincia del estado español, no resultaría ninguna
sorpresa encontrar ediciones de La
juguetería errante de Gervaise Fenn, Nostalgia
de Mircea Cârtâcescu, La hija de
Robert Poste de Stella Gibbons, Picnic en Hanging Rock de Joan Lindsay... y
a soberbia La Buena Novela de Laurence
Cossé. Todas ellas fácilmente distinguibles al tacto por la rugosidad de su
cubierta e ilustraciones que sirven de puerta de entrada a un ejercicio de
seducción a través del mundo de las palabras que ordenadas de forma conveniente
se transforman en un arte tan placentero como la lectura.
domingo, 2 de diciembre de 2012
«COSAS TRANSPARENTES» de Vladimir Nabokov: ÚLTIMO CAPÍTULO... COMPLETO
«El tiempo actúa sobre
las relaciones efímeras
y un nuevo
aroma se añade al recuerdo»
Vladimir Nabokov (Cosas transparentes)
En el mundo del arte, el término «completista»
suele asociarse a aquellos aficionados al cine o a la música, celosos de conocer
hasta el último detalle la obra de un determinado director, cantante o grupo a
través del coleccionismo de cada una de las piezas que conforman la misma. Los
cada vez más contados aficionados a la literatura, en cambio, difícilmente nos
invade esa pulsión completista, salvo honrosas excepciones. Para un servidor,
Vladimir Nabokov (1899-1977) es de esos autores que invitan el sentir completista por la
sencilla razón que tiene pocos “competidores” cuando su prosa se envenena de un estilo que parece rimar a cada página. No extrañaría,
pues, que Vladimir Nabokov cultivara la poesía al tiempo que el ejercicio en
prosa le procuraba prestigio literario. No en vano, Pálido fuego (1962) se revela un arabesco de trescientas veinte páginas
sostenidas sobre un imaginario de novela pero pergeñada con la métrica propia de un poemario. Para
alguien que busque el puro placer de la escritura, Nabokov sin duda es una
apuesta segura.
Cierto que un
servidor comulga con el propósito de enmienda de ir cubriendo todos los flancos
de lectura que provee la suerte de la edición de un autor de la dimensión y de
la relevancia de Vladimir Nabokov, pero existe un límite, una frontera que cada
uno debe escoger dónde la sitúa. Más allá de esa frontera localizo El original de Laura (2010, Editorial
Anagrama), una obra inacabada que el propio Nabokov ordenaría su destrucción
una vez falleciera. Lo hizo en 1977, siendo su viuda Vera Nabokov la que velaría para
que se preservara la decisión de Vladimir Nabokov. A la muerte de ésta,
acaecida en 1991, Dimitri, el hijo de la pareja, después de dar vueltas sobre
el asunto infinidad de veces decidió «desenterrar» El original de Laura, un manuscrito que había descansado treinta
años en un depósito de un banco suizo, poniéndolo en conocimiento del editor
jefe de McGraw-Hill. Nada más caer en sus manos, se activaría la maquinaria
editorial, presentándolo a los ojos de los “nabokonianos” —si se me permite la expresión— la considerada última novela escrita por el autor
de origien ruso... pero a todas luces inconclusa. No es el primer ejemplo de
tamaño “atrevimiento” editorial, actuando a espaldas de la voluntad del propio
autor. Baste reparar en lo ocurrido con F. Scott Fitzgerald o Ernest Hemingway y
sus respectivas obras El último magnate
y La isla del adiós. Por razones personales,
si se quiere tomado como una forma de expresar el respeto que siento por la
obra de Nabokov, decidí evitar la tentación de exumar ese “cadáver” literario de una pieza que remite de soslayo a
la masterpiece del autor, Lolita (1955), a través del personaje de
Flora. No ha sido el caso de su penúltima novela, Cosas transparentes, “cursada” a nivel editorial por primera vez
en 1972 y que en el otoño de 2012 Anagrama ha lanzado al mercado en lengua
castellana con traducción de Jordi Fibla. Este profesional se estrena dentro
del catálogo de novelas y relatos traducidos de Navokov para Anagrama, el sello
poseedor en exclusiva del fondo literario en lengua castellana del excelso
escritor y entomólogo.
Cosas transparentes comprende un total
de ciento cincuenta y cuatro páginas que rezuman el estilo característico de
Navokov, inmaculado en su propuesta arbolada de figuras literarias con los
adornos propios en francés y algún que otro timbre en italiano. El polo de
atracción de Cosas transparentes queda
cautivo de esa finura literaria que nos sorprende, nos descoloca porque, como
bien señala Peter Aykroyd en la contraportada «Ha dominado todos los trucos técnicos
de la novela y ha inventado unos cuantos más de cosecha propia». Nabokov fue un
gigante a la hora de moldear el lenguaje y transformarlo en un arte
imperecedero, derivándolo hacia lo lírico incluso cuando el personaje central
de la historia —Hugh Person— se enfrenta a los miedos más recónditos de su ser
al viajar hacia el pasado. Person
regresa a Suiza para dar cuenta de un tiempo pretérito que ve desaparecer a sus
pies, el espacio geográfico que serviría de refugio para el propio Nabokov, en
compañía de su esposa Vera, a la que dedicaría (no sería la primera vez) una nouvelle. Transparent Things no sería la más bella ni inspirada de su autor,
pero sí la última (en términos “absolutos”) elevada en forma de coda de una obra profunda y sensible,
evocadora y majestuosa como pocas que puedan encontrarse dentro de la
literatura universal.
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domingo, 18 de noviembre de 2012
LACINIA, «GENERACIÓN DEL 67»: DÍAS DEL LEJANO PASADO
Por «imperativo» biológico, en el ecuador de nuestras
vidas empezamos a tomar plena conciencia, a palpar que nuestra presencia en el planeta tierra tiene fecha de
caducidad. Esos padres a los que adjudicamos la cualidad mitológica de la
eternidad, empezamos a dudar si nos acompañaran hasta el fin de nuestros ciclos
vitales. Nos llegan noticias de los fallecimientos de los progenitores de
amigos de esa infancia que nos enseñaba el camino hacia la adolescencia.
Sabemos, más que nunca, medir los tiempos en términos finitos y nos hace pensar
que, a la conclusión del ciclo vital de cada uno de nosotros, queramos o no, la
nostalgia nos embargará, llevándonos de la mano hacia la infancia que expide
billetes hacia el destino que nos tiene reservado un futuro tan incierto como
fascinante. Convertidos en hombres y mujeres de cuarenta y tantos años hacemos
un alto en el camino, aliviamos el dolor de espalda al aparcar ni que fuera
durante un suspiro la mochila que cada uno de nosotros llevamos y echamos la
mirada hacia atrás. Una mirada que se pierde en la inmensidad mientras resuenan
los ecos de nuestra querida infancia. Un haz luminoso invade la misma; sabemos
distinguir con claridad los rostros de nuestros compañeros con los que compartíamos
pupitre, juegos y deportes, excursiones y visitas culturales. Nos asalta, como
una ráfaga, una línea de diálogo, una expresión, una jugada maestra o una viñeta cómica en ese «teatro de los sueños» contenido en una escuela que el
recuerdo engrandece pero que la realidad la reduce al tamaño de una superficie
más bien modesta. Allí se forjarían esas amistades que el tiempo jamás podrá
borrar. Las conservamos en nuestra memoria como oro en paño, encofrada en lo más
profundo de nuestro ser, aquel capaz de razonar sobre nuestra verdadera
naturaleza. Quizás, solo quizás, en algún periodo de nuestras vidas negábamos o
no reparamos en su existencia, pero tarde o temprano sale a la superficie para
proyectarse en un primer plano cuando hacemos el ejercicio de reconocer que la
semilla de todo lo que somos o quisimos ser se encuentra en esa infancia
observada a través del filtro de la nostalgia y de la melancolía. Entonces, creamos esos
bocetos de vida que muchos años más
tarde adquiere las formas perfectamente definidas en esos lienzos recubiertos de colores intensos, pero asimismo de una
paleta de grises en un rincón del cuadro
que conforma cada una de nuestras existencias.
Me
alegré reconocer ese sábado del mes de octubre de 2012, en ese enclave
privilegiado de la Costa Mediterránea,
que Luis sigue siendo the entertainer;
Agustí el perfecto relaciones públicas dotado de una descomunal humanidad y una
sonrisa inquebrantable; Pedro destilando nobleza a raudales; Víctor haciendo de
la discreción un sello inconfundible, o Jaume mostrando una franqueza conforme
a un valor inviolable... Y Mª Àngels, Sergio (“uno de los nuestros”, aunque
fuera un curso por debajo)... y todos los de la Generación del 67 de
Lacinia que no estuvieron allí en el plano físico pero sí en nuestro recuerdo
al rememorar pasajes que conservamos con arreglo a perpetuarse. Para ellos y
los profesores (Alfonso, Eusebio, Josep, Andrés...) que velaron por la mejor
educación posible, solo tengo palabras de gratitud y espero que esa amistad
retomada no se pierda en una nube de disculpas en forma de «pasé página» y otras tantas frases hechas en el
devenir de una vida que algún día cesará. Entonces si que habremos pasado página...
definitivamente.
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domingo, 28 de octubre de 2012
«EL LAGARTO ASTRONAUTA» de Kenneth Cook: GUÍA ANIMALESCA DE UN ESCRITOR «GALÁCTICO»
Para una legión de rockeros aussies amarrados a la bandera de AC/DC, Fremantle representa un
lugar de peregrinaje obligado para rendir honores al vocal hero Bon Scott, quien estuvo en la banda de los hermanos Angus y Malcolm Young durante un lustro. Pero para Kenneth Cook (1929-1987) su presencia en
este enclave situado al oeste de Australia tuvo un propósito bien distinto
cuando devino el punto de partida de un periplo ciclista que le llevaría a
reseguir la línea de costa hasta ir a morir
nuevamente a Fremantle. En el curso de la ruta cicloturista, Cook tuvo tiempo
de recrearse en el paisaje... y la fauna autóctona que, al cabo, le proveería
de material para uno de los episodios más hilarantes reproducidos en El lagarto astronauta (1987), segunda
parte de una trilogía «flanqueda» por El
koala asesino (1986) —editada por Sajalín en 2011— y El canguro
alcohólico (1987). Material que podría ajustarse perfectamente a las
tiras de un cómic o adaptarse al cine de animación con un paisaje exótico
conforme a servir de reclamo añadido, Cook desarrolla en el capítulo «El quokka asesino»
un viaje a lo desternillante y al non sense
cuando una extraña clase de mamífero («es
un pequeño ualabí, no mucho mayor que un gatito o que una rata grande», en palabras del autor del libro impreso por
Sajalín Editores dentro de su colección Al margen) va reptando por la espalda provisionada de una mochila del
ciclista amateur mientras su
bibicleta va zizagueando por una carretera, a más de cien kilómetros de
velocidad, aguardándole al final de la recta una curva que se intuye el punto
final de su trayecto y el de su
eventual “compañero”. Cook juega a la perfección los elementos que tiene a
sus disposición, inclusive un suspense que alimenta un clímax mucho más liviano de lo esperado. Al final de esa curva le aguarda
un “precipicio” de cinco metros de altura, situando a nuestro “héroe” en la
orilla del mar, a la par que el quokka
se muestra impasible en la arena con la mirada perdida en el horizonte. Sin
abandonar las analogías para con el medio cinematográfico en el que Cook
cultivaría una relación más bien discreta —Despertar en el infierno (1971) y Stockade (1971) nacen de sendas novelas suyas—, otros capítulos de El lagarto astronauta (en especial «Con agallas se consigue ópalo» y «Cómo evadir impuestos») y se presumen piezas
sueltas extraídas del western
australiano, un género que choca con la realidad de los hechos: su nula difusión
fuera de los dominios del vasto país oceánico. O ya metidos en arena de psyco-thriller visualizado por angostas
carreteras desérticas a la luz de la luna austral, en «Un especímen peligroso» descansa el carácter cinético en un relato en que
nuestro héroe se pierde en conjeturas sobre la verdadera naturaleza de un tipo
apuesto que se hace llamar Charles Green transitando por la
Gibb River Road con un jeep en que su parte trasera se encuentran enjaulados un cocodrilo
vivo de considerables proporciones y un canguro muerto. Un marsupial que
protagoniza el segundo de los capítulos de la novela en cuestión, con un título
indicativo —«Nunca intentes ayudar a un canguro»— de la intención de El
lagarto astronauta por abrirse en el mercado editorial hispano en forma de guía práctica sobre los peligros a los
que uno se enfrenta si visita el Outback, infestado de animales de apariencia inofensiva pero que en su interior
late un asesino potencial. El alto
valor calórico de El lagarto astronauta se
debe a esa habilidad de Cook por describir la fauna australiana susceptible de
ser sometida a cuarentena —por el peligro que entraña— con apremio a que se
tratara de seres humanos, tocados de unos rasgos que les hacen muy cercanos a
extraer conclusiones sobre sus reacciones. Al referirse al quoakka, Cook añade a
la descripción anterior, «Tiene una cara mezquina y viciosa,
y unos ojos pequeños, malvados y faltos de compasión. Como todos los ualabíes,
salta a la manera del canguro y lleva a las crías en el marsupio. Por el
trasero arrastra una larga cola del tipo rata». El diablo se viste de quokka en este pasaje desbordante de ingenio
descriptivo que raya a una altura superior a la media de relatos contenidos en El lagarto astronauta, acompañados por
ilustraciones de Güido Sender Montes para esta cuidada edición de Sajalín,
provisionando a los lectores de una nueva novela tallada por lo irreverente y
con la convicción que lo alternativo tiene una cuota de mercado cada vez mayor.
A la espera de la publicación del título que cierra la trilogía de Cook, El canguro alcohólico solo cabe volver
sobre esos capítulos que han despertado en cada uno de nosotros instantes de
verdadero deleite, tratando de descodificar un humor que mueve a la extrañeza
para alguien que no sea un militante aussie
como Kenneth Cook, afincado en lo absurdo desde que decidiera escapar de la
disciplina escolar y situarse en una caprichosa realidad minada de peligros con
apariencia humana o semihumana. Un private pleasure en tiempos en que los
vendavales económico-financieros-sociales están a la orden del día.
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domingo, 7 de octubre de 2012
«CAÍDA Y AUGE DE REGINALD PERRIN» de DAVID NOBBS: ORDINARIA LOCURA
En su
autobiografía, publicada por Arrow Books bajo el irónico título I Didn’t Get Where I am Today (2004) («no
consigo saber donde estoy hoy») David Gordon Nobbs dedica, una vez salvado su
periodo de aprendizaje final, además del motivo de portada el capítulo más extenso a The Fall and Rise of Reginald Perrin. Se trata de la obra literaria
que le dio relieve artístico y cierta prestancia económica,
y a la que dedica cuarenta páginas de sus memorias para ofrecer un relato
fidedigno de cómo se coció una pieza de estas características. Bajo una fachada
humorística se encuentra una despiadada lectura de la condición humana y más
concretamente en el Homo sapiens británico,
generador entre su “tribu” de brillantísimas figuras dentro de la música, de la
ciencia o de la política, entre otras muchas disciplinas, pero asimismo de un
perfil de individuos amparados en la mezquindad, en el sentimiento de
superioridad (referida sobre todo a las capas sociales) y en una idea de la
tradición familiar que se perpetua de generación en generación. Con su habitual
sentido del olfato afinado cada vez en esas Islas Británicas rebosantes de
talentos literarios aún por descubrir en nuestros lares, Impedimenta ha
publicado Caída y auge de Reginald Perrin
(1975), la primera de una serie de novelas escritas por Nobbs, focalizadas en
un pintoresco personaje que evidencia su torpeza cuando intenta “reinventarse”
bajo una nueva identidad, pero que al cabo computarán varias más. Trescientas
cincuenta y siete páginas que se devoran con fruición al combinar su autor la sátira
social —en otra muestra del valor de la tradición británica— y el relato humorístico
con un lenguaje preñado de brillantez expresiva y, al mismo tiempo, de una vitriólica
mirada sobre lo que envuelve la triste realidad de nuestro “antihéroe”. Desde
el primer párrafo, Nobbs suelta amarras
y deja caer un torbellino de frases delirantes: «Cuando
Reginald Iolanthe Perrin se dispuso a salir para el trabajo aquella mañana de
jueves, no entraba en sus planes llamar hipopótamo a su suegra. Nada más lejos
de su pensamiento». Podemos abrir la novela por la mitad y encontramos a un
lado la descripción del mundo de Reginald Perrin —vestido de tonalidades
grises, en que millares de lectores británicos debieron reconocerse en el
personaje que poco más tarde representaría Leonard Rossiter (una excelente elección) en una serie de veintiún
episodios auspiciada por la BBC —,
y el que da crédito a su nueva vida marcada por el punto de inflexión que
representa su desaparición mar adentro. En el ecuador del relato nace la raíz
de una leve intriga detectivesca que queda abortada por la incapacidad de un
par de investigadores por sacar conclusión alguna sobre la hipotética identidad
con la que actúa en la vida civil —de regreso de la “muerte”— el otrora empleado
de una fábrica especializada en la producción y distribución de postres. De Felpudo Coco Perrin pasa a
autodenominarse Charles Windsor, pero pronto la evidencia de su charada le
conduce a hacerse pasar por sir o Lord Wensley Amburst, Jasper Flask y el signor Antonio Stifado. Los capítulos
finales se reservan para un giro narrativo (que evidentemente no desvelaré) de
puro delirio, en que las dobles lecturas ganan prestancia en esta notable
propuesta literaria aferrada a un sustrato humorístico refinado con una
proverbial facultad de Nobbs con combinar lo mundano, lo coloquial (abundan las
expresiones de este sesgo que la traductora, Julia Osuna Aguilar, ha tenido que
afinar para ofrecer una pátina de “modernidad” a los ojos de las generaciones
de lectores más jóvenes) con un proverbial sentido descriptivo que no orilla el
valor de una cierta carga poética.
En esta nueva cita con la literatura británica,
Caída y auge de Reginald de Perrin concuerda
con su bien ganado prestigio de una obra de culto en suelo inglés, armada para que nos pueda privar
inclusive de horas de sueño, a cambio de seguir encarando la vida con las dosis
de humor necesarias para soportar el peso del Apocalipsis económico-financiero que se nos
avecina, a tenor de los imputs
recibidos a lo largo del día. Esperamos con fruición la línea sucesoria de
andanzas de un atribulado Reginald Perrin de la mano de Impedimenta, que coloca
un nuevo autor descubierto en nuestro país en su particular casillero de
aciertos... Un autor más que sumar, pues, y un deseo expreso porque se
multipliquen los lectores en el conocimiento de escritores de la categoría de
Nobbs, un talento que aún sigue dando guerra, a propósito de su recientemente
publicado It had to Be You (2011), ya
despojado del inefable Reginald Iolanthe Perrin, al que enterraría hace tiempo
haciendo “honor” a las siglas que conforman su nombre y apellido (R. I. P.)
lunes, 24 de septiembre de 2012
«CANIS LUPUS» (1973) de DARRYL WAY’S WOLF: POLÍTICA DE CANTERA
En un solo año se dieron cita en el floreciente panorama del rock sinfónico o progresivo algunas de las joyas sobre las que se edificaría el prestigio de este subgénero a escala mundial: Tales from the Topographic Oceans de Yes, Tubular Bells de Mike Oldfield, Selling England By the Pound de Genesis, The Dark Side of the Moon de Pink Floyd y Camel de Camel. Pero, además de todos estos títulos que aún pueden encontrarse en las tiendas físicas dentro de la sección de series medias —como bien señala el batería Alan White en el documental sobre la Historia de Yes, Tales sigue reponiéndose constantemente en el catálogo de la veteranísima banda— y obviamente a disposición del internauta en las virtuales, cabría hacer referencia, ni que fuera a pie de página, de aquellos títulos ubicados en los meandros del rock prog. Entre éstos localizaríamos a Canis lupus (1973), una pequeña joya de la banda Darryl Way’s Wolf, objeto de culto y veneración por parte de coineuseurs y/o coleccionistas de rarezas de real abolengo. La pieza bautismal de esta formación de vida efímera —Saturation Point (1973) y Morning Day (1974) se consignarían dentro de su corta discografía— presenta el aliciente añadido de que cada uno de sus jóvenes componentes abandonarían el nido de Darryl Way’s Wolf en aras a establecerse en otras bandas o por solitario, derivando que sus respectivas categorías profesionales fueran loadas. Para esta obra esquinada en lo experimental, el productor Ian MacDonald —uno de los pilares de King Crimson, brazo derecho de su líder, Robert Fripp— trabajaría con Darryl Wolf —el impulsor del proyecto tras su salida de Curved Air—, John Etheridge (futuro miembro de Soft Machine, la banda que había rivalizado en sus inicios en el espacio de la psicodelia con los Pink Floyd), Dek Messecar (luego bajista y vocalista de Caravan, fiel exponente del «sonido Cambridge») e Ian Mosley (batería titular de Marillion desde la salida de Mick Pointer). Política de cantera, en verdad, que visto el potencial de su cuarteto, deja a las claras que Canis Lupus contiene elementos de notable interés, enraizando una tradición de música clásica con arrestos folk con una expresividad rockera filtrada por desarrollos propios del jazz, en una definición “orgánica” que encajaría en la fecunda discografía de King Crimson. La opera prima de Darryl Way’s Wolf es una obra asimétrica en su concepción estilística, que dirige sus “tentáculos” hacia los pronunciamientos cautivos de la embrionaria new age de los 70 en el tema “McDonald’s Lament” (¿un private joke en relación a su productor?), en que Darryl Way se exhibe en la ejecución de un violín armado para activar distintas teclas de la sensibilidad humana; milita en los formas de un rock prog contorsionado en la heterodoxia a imagen y semejanza de King Crimson, con un Mosley mostrando músculo con las baquetas, en “Cadenza”; desenvolviéndose en conceptos más reglados al amparo de un rock de desarrollos melódicos que exploran en las fluctuaciones vocales de Messecar en “Wolf”, o dando cuartel a un folklorismo que acaba penetrando en los intersticios de un rock que parlamenta con la oscuridad, con nuestro interior… allí donde el hombre es un lobo para el hombre. Tanto en su parte instrumental —la cara «A» efectos de LP— como la que se conjuga una parte vocal —la correspondiente a su cara «B» — este Canis Lupus muestra el tarro de las esencias de un tipo de música encaminada, en primera instancia, a satisfacer la pulsión creativa de este grupo de talentos reclutados por Darryl Way con la idea de que fuera el principio de un largo camino. La cosa no prosperaría pero cabe anotar en esas agendas que circulan en paralelo, la que nos recuerdan en listados clasificados por películas, discos o libros, la necesidad (que no urgencia) de encontrar algún día esas gemas en algún rincón de una vieja tienda de viejo o en esos mercadillos afincados en la vía pública durante las jornadas dominicales. Allí donde acuden en procesión un reguero de aficionados a la búsqueda y captura de un incunable. Sin duda, Canis Lupus se alinea entre estos discos —empleando terminología cercana a la suerte que pueda correr la especie que se muestra en portada y que da nombre (en latín) al título— en vías de extinción.
Enlace al tema McDonald's Lament del álbum Canis lupus en Youtube
Enlace al tema McDonald's Lament del álbum Canis lupus en Youtube
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domingo, 16 de septiembre de 2012
«AUGUSTUS CARP» de Henry Howarth Bashford: LA RECUPERACIÓN DE UN CLÁSICO DEL HUMOR BRITÁNICO
Contaba con
cuarenta y cuatro años cuando Henry Howarth Bashford (1880-1961) vio publicada
su primera y la que sería, a la postre, su única novela humorística. Pero tuvo
la “prudencia” de que su prestigio profesional —ejerció de doctor a las órdenes
del rey Jorge VI, además de ostentar el cargo de Asesor Médico del Tesoro de Su
Majestad— no se viera mancillado merced a una vena literaria encarada hacia lo
satírico. De ahí que optara por firmar bajo seudónimo, primero en su
Inglaterra natal, y repitiendo idéntica disposición cuando su novela Augustus Carp (1924) se publicaría en los Estados Unidos. Transcurridos casi cuarenta años desde aquel bautizo editorial, a Bashford le sobrevino la muerte y con ello su anonimato oscureció
para dar paso a un reconocimiento de su figura literaria. La curiosidad mórbida de Anthony Burgess propiciaría esta realidad tan ligada al oficio de escritor.
Una tienda de viejo permitió al políglota novelista, ensayista y compositor
británico ir al rescate de una edición de Augustus
Carp, sepultada entre infinidad de libros. A partir de entonces, saldría a
la luz el verdadero nombre del autor de este incunable, Henry Howarth Bashford,
que Ático de los Libros, en una operación que entraña cierto riesgo, acaba de publicar por
vez primera en lengua castellana, dando carta de naturaleza a una política de
recuperación de textos inéditos preferentemente de ámbito anglosajón. Con el afán
de rendir honores al verdadero descubridor de esta obra de cara a nuevas
generaciones y, a la par, servir a la noble causa de la promoción, Ático de los
Libros ha tenido la gentileza de bordar
el nombre de Anthony Burgess en el margen inferior derecho de la portada, justo
debajo de la frase que reza: «Una de las grandes novelas cómicas del siglo XX».
A tenor de la sentencia que hizo suya el
autor de La naranja mecánica, uno de
los escritores con una mayor formación intelectual de los que tengo constancia,
mi interés por Augustus Carp creció más
allá de sus premisas argumentales. Al cabo, una vez leída la novela en cuestión,
sorprende sobremanera que Bashford no hubiera seguido firme en su decisión de
cultivar un género que cuenta con una legión de practicantes en el Reino Unido
y que en los años de postguerra florecerían nombres de la importancia de P. D. Wodehouse, David Nobbs o Edmund Crispin, estos últimos recuperados por un sello
so british como Impedimenta. Allí
donde hubiera podido tener acomodo el nombre de Bashford, quien para Augustus Carp recupera ciertos modos y
costumbres literarios de la novelística del siglo XVIII, tomando el modelo, por
ejemplo, de Los viajes de Gulliver (1726).
Al igual que en la novela de Jonathan Swift (1667-1745), en el encabezado de
los capítulos de Augustus Carp se
despachan en unas pocas líneas, de manera telegráfica, los acontecimientos que
tienen lugar en la vida del protagonista. Lo contradictorio del personaje campa
a sus anchas en un relato de vidriosa comicidad, al amparo de un sentido tragicómico
por el que discurre cada una de las doscientas treinta páginas del presente
volumen. Asimismo, la novelística del siglo XVII alcanza a esa intermitente
interpelación que hace el autor a su público lector, buscando un amago de
comprensión en esa alma objeto de mofa fruto de su alicaída figura. Pasajes
de cierta hilaridad se combinan con un humor sutil, sibilino que, a veces, se
cobra a cuenta de referirse a las Sagradas Escrituras: «El resto de la carta,
de la cuál aún conservo copia, es quizá la denuncia más severa del carácter
femenino que se haya escrito jamás, con la posible excepción de algunos pasajes
del Apocalipsis (pág. 214)». En boca de un cristiano irreductible, este
Augustus Carp, la frase muestra hasta qué punto lo irreverente iría ganando
peso a medida que Bashford iba construyendo su relato.
Para aquellos devotos de la literatura de
calado humorístico británico, Augustus Carp deparará una velada de primera
magnitud, dejando tras de sí el interrogante que hubiera sido de Bashford de
haberse dedicado en cuerpo y alma a la gimnasia diaria de la escritura.
Ciertamente, Augustus Carp hubiera
sido el punto de arranque de una nueva vida profesional para Bashford pero
prefirió tomar un camino acaso más seguro.
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domingo, 9 de septiembre de 2012
UN NUEVO PASO PARA LA REVOLUCIÓN GENÓMICA DEL SIGLO XXI: LOS MISTERIOS DE UN ADN SIN «DESCODIFICAR»
Han transcurrido casi sesenta años desde que la biología
marcara un punto de inflexión en el campo de la genética al anunciarse un
modelo tridimensional para la estructura del ADN, en forma de doble hélice. Uno
de los primeros científicos en asistir in situ a este hito de la biología
moderna fue Leslie Orgel, recién licenciado en Ciencias Químicas, la disciplina
en la que se especializaría Francis Crick, codescubridor “oficial”, junto a
James D. Watson, de la estructura helicoidal del Ácido Desoxirribonucleico. A
partir de entonces, el interés de Orgel por conocer los mecanismos implicados
en la evolución de la especie humana a través del conocimiento de la denominada
molécula de la vida, encontraría uno de sus principales campos de trabajo.
Cierto que sus conocimientos sobre química aportaron a Orgel una base sobre la
que ampararse para ir desgranando aspectos que quedaban fuera del alcance de
las teorías que aún se manejaban en aquellos tiempos. Pero decididamente el
científico Orgel buscaba respuestas en una evaluación más amplia, implicando
aspectos que comprometían a la filosofía y la historia. Solo así lograría armar
un obra del alcance de The Origins of
Life: Molecules and Nature Selection (1973), en que daba las claves para
entender la necesidad de crear modelos sostenibles para ir trazando el mapa de
la evolución de una molécula de la complejidad del ADN. Orgel
sostuvo una teoría que no tardaría en ser aceptada como válida, que el ARN (Ácido
Ribonucleico) precedió a la estructura del ADN debido a que su nivel de
complejidad era inferior. Ya situados en la década de los años ochenta, Orgel y
Crick colaborarían en los laboratorios de Cold Spring Harbor, siendo una de las
líneas de estudio esa parte del ADN a la que no se le asignaba una función
específica. Estudios, en todo caso, preliminares que participaban más de la
intuición que de demostraciones empíricas capaces de arrojar luz sobre el
denominado «ADN basura» o «ADN
noncoding». Fallecidos en la década pasada
ambos científicos, a buen seguro la noticia que ha saltado a la primera plana
de la actualidad científica y de la que se han hecho los medios de comunicación
generalistas, hubiera sido acogida con ciertas dosis de entusiasmo, pero al
mismo tiempo de cautela. A lo largo de estos treinta últimos años, la revolución
tecnológica ha servido para catalizar un proceso de secuenciación del genoma
humano que tuvo en James D. Watson al director de un proyecto sumamente
ambicioso, pero que acabaría tomándole la delantera el equipo liderado por
Craig Venter, sin necesidad de recurrir a los fondos públicos dispuestos por
parte del Gobierno Federal de los Estados Unidos. A raíz de haberse completado
la secuenciación del genoma humano hace unos años, diversos proyectos han ido
creciendo atendiendo a este nuevo hito de la biología molecular. Entre éstos se
situaría el proyecto Encode (acrónimo del inglés ENcylopedia of DNA Elements), cuyo
objetivo fijado ha sido investigar en la función del «ADN noncoding».
Para ello se unirían una cuarentena de laboratorios de todo el mundo, siendo a
principios de septiembre de este 2012 que se han publicado en revistas de la
categoría de Nature algunos avances
significativos, prestos a concluir que la importancia de esta parte del ADN
confirma las sospechas sobre la misma. Los científicos versados en este campo
estaban más que nunca a la expectativa tras la sorpresa que había deparado el
hecho de saber que tan solo unos 22.000 genes se hallaban en el genoma humano,
echando por tierra la teoría de la existencia de más de 100.000 genes. Con este
revelador dato, cabía esperar una noticia que desmontara ciertos apriorismos y caminara
sobre conceptos que reforzaran la idea de la gran complejidad que envuelve a
los procesos biológicos a escala molecular. Así pues, ese «ADN basura» (en la que no participan genes que sinteticen proteínas) no es tal sino que presenta una laberíntica red de interruptores que dinamitan
esos modelos simples que trataban de imponerse en los sinposiums o congresos científicos no hace demasiado tiempo atrás. Como
bien señala Rogelio González Sarmiento de la Universidad de
Salamanca, después de este hallazgo, «el
siguiente gran paso será potenciar el estudio del genoma gracias a la Bioinformática ».
Sin duda, la fascinante historia de la genética desde los tiempos de Johaness
Mendel hasta la actualidad, se cobran un nuevo capítulo con esta línea de
investigación a seguir, en la que han intervenido de forma activa algunos de
los laboratorios del estado español, muestra inequívoca de que el desarrollo
científico debería ser una asignatura de obligado cumplimiento en el programa
electoral de aquellos partidos con opciones de regir los destinos de nuestro país.
domingo, 2 de septiembre de 2012
«THE COVE» (2009): TAIJI, CAPITAL DE LA MATANZA DE DELFINES
Las estimaciones más certeras que se conocen hoy en día es
que nuestro planeta se sitúa en los cuarenta mil millones de existencia. Al
cabo de su historia, 99,9% de especies se han extinguido por muy distintos
factores. En este siglo XXI llevamos camino de batir una nueva “plusmarca”,
dejando para el siglo venidero un nuevo balance negativo en la cuenta de
resultados de especies que definitivamente se extinguirán del orbe mundial.
Existen razones poderosas para creer, datos en mano, que algunas de las
especies de cetáceos corren un serio peligro su supervivencia en los océanos,
cuanto menos en la cantidad que se estima idónea para el equilibrio del
ecosistema marino. Sin remontarse demasiado en el tiempo, en 2010 en el archipiélago de las Islas
Feroe —bajo el protectorado de Dinamarca—, bañadas por las aguas del Atlántico
Norte, se computaron —según los cálculos barajados por la Sociedad Mundial
para la Protección Animal
(WSPA)— un total de 1.115 ballenas piloto o calderones asesinadas siguiendo un “ritual”
de un salvajismo atroz en que el instinto más primitivo del ser humano sale a
la superficie. Años a conocí esta lacerante realidad, a la que esa Unión
Europea parece hacer caso omiso, a través de un documental proyectado en una
suerte de ciclo auspiciado por el Museo de la Ciencia de La Caixa. Presto a seguir atento
a esa realidad que se suele colar por las rendijas de la programación
televisiva, tuve la oportunidad de contemplar The Cove (2009), un documental sobre tema ecológico que, a
diferencia del que recuerdo referido a las Islas Feroe, se ampara en un tratamiento
propio del thriller para que esa hora
y media de metraje penetre con mayor intensidad si cabe en aquellos espectadores
refractarios al tratamiento solemne del que hacen gala la mayoría de piezas
integradas en este (sub)género cinematográfico. Ganador de un Oscar al Mejor
Documental en 2010, sus impulsores creyeron firmemente en la capacidad de
difusión de una obra de estas características para remover conciencias y, si se
dan las condiciones adecuadas, variar las reglas del “juego”. Las reglas de un juego
“macabro” que se cobran asesinatos de delfines por doquier en esa cala a la que
alude el título del film, mientras un porcentaje de estos cetáceos son capturados y
enviados, a modo de distribución radial, a numerosos puntos del planeta donde
presenten dentro de sus respectivos zoológicos un espectáculo de delfines a modo de
pasatiempo. Richard O’Barry lidera esta empresa titánica en pro de la defensa
de los delfines —con trazas de una inteligencia mucho mayor de lo que se había
estimado en su momento—, mostrándose ante las autoridades japonesas que tratan
de ocultar al mundo sus vergüenzas con subterfugios, en una muestra más
que los procesos de concienciación desde un conocimiento muy cercano se cobran
respuestas de una contundencia absoluta, en que ya no parece haber marcha atrás.
En el tramo final del metraje del documental para el que había sido
adiestrador titular de la serie Mi amigo Flipper
(1965-1966), provoca una inflexión en su voz cuando habla que «espero vivir lo suficiente para que esta situación
cambie de una vez». Sus palabras arrastran un poso
de pesar, impotencia y amargura cuando el color rojo tiñe las aguas de una cala
en que los pesqueros se ensañan con esas criaturas marinas abandonadas a su
suerte. El mismo O’Barry relata en el ecuador del documental que para la serie
Flipper se utilizaban cinco hembras para el “personaje”. Una de ellas, "Cathy",
se mostraba ufana cuando se reconocía en la pantalla televisor —no así cuando
aparecía en la misma otra de sus compañeras de “reparto”— que el propio O’Barry
había colocado al pie del muelle, extendiendo un largo cable que llegaba hasta
el interior de su casa, convertida en uno de los escenarios de la
popular serie. A finales de los años sesenta, por tanto, ya se tuvo la certeza de
que los delfines son conscientes de su propia identidad. Por ejemplo, se
reconocen frente al espejo. Difícilmente, empero, los que atentaban contra la
vida de esos cetáceos en la “cala”, tengan la capacidad de mirarse al espejo y
reconocerse dentro de una especie a la que sobreentiende el sentido del
raciocinio. Ojalá existieran más documentales de las características de The Cove para hacer sonrojar y, lo que
es más importante, recapacitar a los responsables de esas barbaries. Gracias,
Richard, Louis (Psihoyos) —su director, asimismo presente ante las cámaras para
ofrecer su testimonio sobre los hechos narrados—, Paul (Watson) y Charles
(Hambleton), entre otros. La fe mueve montañas y derriba barreras
infranqueables, incluso en los intersticios de ese vasto país, Japón, donde
convive una sociedad hipertecnificada con un concepto tradicionalista que
ampara prácticas dispuestas para erigirse en una vergüenza nacional, pero que
su población y sus dirigentes desconocen y/o toleran por distintos motivos, algunos ciertamente espúreos.
Para los interesados, enlace para ver el documental completo de The Cove (2009) en Youtube (Aviso: en versión en francés)
http://www.youtube.com/watch?v=yN-m-lPfMuU
Para los interesados, enlace para ver el documental completo de The Cove (2009) en Youtube (Aviso: en versión en francés)
http://www.youtube.com/watch?v=yN-m-lPfMuU
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miércoles, 29 de agosto de 2012
«MESíAS» (1955) de Gore Vidal: CRISTO SE PARÓ EN CALIFORNIA
A pesar de la modestia del acto, al conocer la noticia del
deceso de Gore Vidal (1925-2012) a finales de julio, decidí tributarle mi
particular homenaje releyendo su novela Mesías
(1955). La primera vez que me acerqué a este texto hace diez años tuve una
impresión altamente favorable sobre la calidad literaria de Vidal, así como la
forma de abordar un tema que desde hace tiempo ha sido de mi interés: la
manipulación de las masas a través de las creencias o de las doctrinas (pseudo)religiosas.
Evidentemente, la mirada de Vidal sobre estos asuntos concuerda con la de un
servidor, la de un agnóstico que se aplica en el ejercicio de la "reducción al
absurdo" —la confección de la denominada Sociedad Cavita, cuyo líder exonera a
sus seguidores de las bondades de la muerte; en poco tiempo los suicidios
cobran categoría de plaga en el país de las barras y estrellas— para desmenuzar
un mundo que camina hacia el precipicio debido a los cantos de sirena
provenientes del Más Allá en forma de Dios todopoderoso. Ese Mesías al que
alude el título de la novela no es otro que John Cave, un peón de la sociedad que acaba siendo venerado por su comunidad y,
posteriormente, su figura arrastrará consigo infinidad de seguidores
provenientes de distintos puntos de los Estados Unidos y de otros países. Las poco más de
trescientas páginas que comprende la edición en castellano de Mesías, integrada dentro su
suprema colección de narrativa de Minotauro, ofrecen una porción significativa
del talento literario de Vidal, a la par que revelan un incipiente conocimiento de éste sobre la política en tiempos de los romanos y los griegos, la base sobre la que
se han forjado los principios democráticos de naciones situadas a un lado y otro
del Atlántico.
En la relectura
del texto de Vidal he encontrado detalles que me habían pasado desapercibidos
en su momento. La pluma del erudito norteamericano destila mordacidad, ironía,
pero asimismo un poso amargo que razona sobre la facilidad con la que puedan
ser manipuladas las masas. En este principio activo se basan las sociedades democráticas que escogen a sus
representantes —vía comicios electorales—, por lo general, cada cuatro o seis
años. Conspicuo conocedor de esas prácticas manipuladoras ofrecidas en tiempo
de elecciones –suyo es, por ejemplo, el guión de The Best Man (1964), a partir de una obra teatral escrita por él mismo—, Vidal segrega su contrastada vena ácida en
el retrato de un microcosmos que se sumerge en razonamientos diáfanos, de una
sencillez exultante para proveer de contenido un discurso que encandila a la mass media. El tema hubiera podido
resultar hilarante en manos de un escritor del perfil de Tom Sharpe o Evelyn
Waugh, pero Gore Vidal se muestra abiertamente sardónico a través de la voz de
un personaje —adopta el nombre verdadero de éste, el de Eugene— que ofrece el
testimonio, desde el germen de la sociedad que se crea en su entorno hasta la desaparición de su guía espiritual John Cave. Por aquella época, Vidal intuyó que el arma definitiva para manipular
a la población a su libre albedrío, ya se había fabricado: la televisión. De ésta
se beneficia Iris, Clarissa, Paul Himmel y Butler, el "núcleo duro" de la Sociedad Cavita, en
aras a difundir un mensaje vacío de contenido pero con un envoltorio que cobra
atractivo cara al público. Invadido de un pensamiento anticristiano, la doctrina cavita arraiga
en una sociedad que se descompone por la base, receptiva a esos menajes
directos, apoyados en ideas tejidas sin otro pronunciamiento que una
originalidad arbitrada desde la improvisación. A cada cumplimiento de un
objetivo, por nimio que parezca, las mentes pensantes de la Sociedad dan un nuevo
paso al frente, implicando un revestimiento jurídico, ideológico, social y político dispuesto en
forma de burbuja capaz de explotar en cualquier momento. Pero la suerte de esa
Sociedad Cavita reposa en una población que hace suya una doctrina abanderada
por el suicidio como meta final. La muerte de Cave no comporta la aniquilación
de la Sociedad ;
más bien, provoca un reforzamiento en sus convicciones por difundir el mensaje
del “Mesías” Cave. En suma, Mesías se
trata un brillantísimo ejercicio de sátira socioreligiosa que se muestra a modo
de “punto de fuga” dentro de la
Colección de Minotauro destinada a la ciencia-ficción. Un
buen libro, pues, para medir el alcance literario de un autor que reposa en el "Panteón" de los prohombres de las Letras Norteamericanas del siglo XX, entre
otros, junto a Tennessee Williams, al que le dedica este Mesías profético y lúcido a partes iguales. Al cabo, Vidal adaptaría
dos de los textos de Williams para la gran pantalla, De repente, el último verano (1959) y la invisible The Last of the Mobile Hot-Shots (1970),
en una muestra de su actividad cinematográfica que se alternaría entre la
faceta de guionista y actor, con apariciones que pretenden erigirse en un guiño
a su propia biografía familiar —la sátira política Ciudadano Bob Roberts (1992), en la que oficia de congresista,
labor desempeñada por su abuelo— o que discurren sobre ese futuro imperfecto —la
sublime Gattaca (1997)— sobre el cuál
a menudo profetizó, a modo de contrapeso de una obra racimada de piezas
literarias y ensayos que tratan de reconstruir la historia, en ocasiones, a través de algunos
de sus personajes más ilustres (Abraham Lincoln, Nerón, etc.)
viernes, 17 de agosto de 2012
LOS VERDUGOS TAMBIÉN MUEREN
En el verano de hace quince años un par de noticias
vinculadas con ETA mostraban con toda su crudeza cómo el fanatismo de esos «libertadores de la patria vasca» se las gastaban, tratando de reflotar esos años de
plomo que dejarían tras de sí un reguero de muertos en el curso de la
denominada Segunda Transición Democrática al amparo del PSOE liderado por
Felipe González. Con tan solo un intervalo de doce días se sucedía la noticia
de la liberación de José Antonio Ortega Lara —después de un secuestro que duró 532
días en condiciones infrahumanas— y la de la ejecución de Miguel Ángel Blanco,
el concejal del PP en Ermua, quien después de un «secuestro express», ante la
negativa del gobierno de turno a dar su brazo a torcer, perdería vilmente la
vida. Desde entonces, la historia de ETA ha experimentado un descenso
vertiginoso que le ha conducido a una progresiva autoinmolación, habitando la
diezmada banda terrorista en las cloacas de las trincheras donde no hace
demasiado tiempo se creían a resguardo en una suerte de santuario. Pero la
serpiente enroscada que ha salido del cesto ya sin poder de inocular su veneno,
sigue reptando por los ayuntamientos y las organizaciones tipo Bildu y sus satélites
en aras a tratar de vehicular un discurso independentista sin menoscabo a
renunciar de ese habitual victimismo que les lleva a equiparar el sufrimiento
de los terroristas encarcelados con el de las familias de los asesinados por
ETA.
Pocas imágenes
recuerdo proyectadas en mi mente que expresen el sufrimiento y el padecimiento
humano como el experimentado por José Antonio Ortega Lara al salir de esa jaula
donde fue confinado por espacio de más de quinientos días. Recuerdo con alivio su liberación,
al tiempo que me interrogaba hasta qué punto la condición humana puede ser
capaz de un acto de semejante grado de vileza y maldad. La respuesta: en el ADN
de la comunidad de etarras que operaban por aquel entonces la inmisericordia
dominaban pensamiento y corazón, convirtiéndose en esas alimañas que las
definen por sí sola. Hoy, una quincena de años más tarde, una de esas alimañas,
Josu Uribetxeberría, se la ha certificado que padece un cáncer terminal. Él fue
uno de los responsables de “enterrar vivo” a Ortega Lara en un zulo de 3,5 metros cuadrados
situado en los bajos de una empresa de Mondragón, feudo abertzale por antonomasia. Lejos de mantenerse en silencio, Bildu,
el sindicato LAB y todos esos grupos gobernados por el ideal del
independentismo vasco, han hecho frente común por la causa de Uribetxeberría,
en huelga de hambre desde hace unos días a modo de medida de presión para poder
obtener un tercero grado penitenciario para pasar lo poco que le queda de vida
entre los suyos. En breve, el Tribunal de Justicia del estado español deberá
decidir sobre qué postura adoptar sobre las peticiones promulgadas por estos
colectivos abertzales. El dilema está
servido: si se activa esta “medida de gracia” —que cuadra dentro del espíritu
legislativo de un país cuyo régimen penal anda a sideral distancia de la mano
de hierro, por ejemplo, de algunos de los estados los Estados Unidos de América
o la China —,
parecería una muestra de debilidad del estado democrático; y si se mantiene la
prisión a perpetuidad para Uribetxeberría la deshumanización, para algunos, se
habrá instalado en el seno de la
Justicia con hilo directo con el gobierno de turno. Me
detengo a pensar sobre ello y razono que si tenemos la certeza médica de que la
guadaña de la muerte aguarda al doblar la esquina a esa alimaña con rostro
humano, su liberación no haría más que dar la medida de la grandeza de un
estado democrático en oposición a esas correas de transmisión de los etarras
practicantes a full time de un
cinismo a ultranza, parapetados en un ejercicio reivindicativo que provoca
nauseas, aun sabedores que entre las “marcas” a superar de ETA se encuentra lo
acontecido con Ortega Lara y Miguel Ángel Blanco. Ambos víctimas de esa ETA ahogada en la maldad
que cubre sus vergüenzas con una capucha tocada de una txapela. La viva expresión del verdugo. Por fortuna, Los verdugos también mueren. Bertold
Brecht dixit. Agur, Josu. Asististe a
un entierro en esa primavera de 1995, en la que tú mismo ayudaste a cavar la zanja, pero os olvidastéis de un pequeño
“detalle”: el muerto estaba vivo. Esta vez nos hemos asegurado que estés bien
muerto. Eso sí, a tu entierro asistirán los de tu misma catadura moral: las
alimañas. Justicia poética. Amén.
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