domingo, 9 de septiembre de 2012

UN NUEVO PASO PARA LA REVOLUCIÓN GENÓMICA DEL SIGLO XXI: LOS MISTERIOS DE UN ADN SIN «DESCODIFICAR»


Han transcurrido casi sesenta años desde que la biología marcara un punto de inflexión en el campo de la genética al anunciarse un modelo tridimensional para la estructura del ADN, en forma de doble hélice. Uno de los primeros científicos en asistir in situ a este hito de la biología moderna fue Leslie Orgel, recién licenciado en Ciencias Químicas, la disciplina en la que se especializaría Francis Crick, codescubridor “oficial”, junto a James D. Watson, de la estructura helicoidal del Ácido Desoxirribonucleico. A partir de entonces, el interés de Orgel por conocer los mecanismos implicados en la evolución de la especie humana a través del conocimiento de la denominada molécula de la vida, encontraría uno de sus principales campos de trabajo. Cierto que sus conocimientos sobre química aportaron a Orgel una base sobre la que ampararse para ir desgranando aspectos que quedaban fuera del alcance de las teorías que aún se manejaban en aquellos tiempos. Pero decididamente el científico Orgel buscaba respuestas en una evaluación más amplia, implicando aspectos que comprometían a la filosofía y la historia. Solo así lograría armar un obra del alcance de The Origins of Life: Molecules and Nature Selection (1973), en que daba las claves para entender la necesidad de crear modelos sostenibles para ir trazando el mapa de la evolución de una molécula de la complejidad del ADN. Orgel sostuvo una teoría que no tardaría en ser aceptada como válida, que el ARN (Ácido Ribonucleico) precedió a la estructura del ADN debido a que su nivel de complejidad era inferior. Ya situados en la década de los años ochenta, Orgel y Crick colaborarían en los laboratorios de Cold Spring Harbor, siendo una de las líneas de estudio esa parte del ADN a la que no se le asignaba una función específica. Estudios, en todo caso, preliminares que participaban más de la intuición que de demostraciones empíricas capaces de arrojar luz sobre el denominado «ADN basura» o «ADN noncoding». Fallecidos en la década pasada ambos científicos, a buen seguro la noticia que ha saltado a la primera plana de la actualidad científica y de la que se han hecho los medios de comunicación generalistas, hubiera sido acogida con ciertas dosis de entusiasmo, pero al mismo tiempo de cautela. A lo largo de estos treinta últimos años, la revolución tecnológica ha servido para catalizar un proceso de secuenciación del genoma humano que tuvo en James D. Watson al director de un proyecto sumamente ambicioso, pero que acabaría tomándole la delantera el equipo liderado por Craig Venter, sin necesidad de recurrir a los fondos públicos dispuestos por parte del Gobierno Federal de los Estados Unidos. A raíz de haberse completado la secuenciación del genoma humano hace unos años, diversos proyectos han ido creciendo atendiendo a este nuevo hito de la biología molecular. Entre éstos se situaría el proyecto Encode (acrónimo del inglés ENcylopedia of DNA Elements), cuyo objetivo fijado ha sido investigar en la función del «ADN noncoding». Para ello se unirían una cuarentena de laboratorios de todo el mundo, siendo a principios de septiembre de este 2012 que se han publicado en revistas de la categoría de Nature algunos avances significativos, prestos a concluir que la importancia de esta parte del ADN confirma las sospechas sobre la misma. Los científicos versados en este campo estaban más que nunca a la expectativa tras la sorpresa que había deparado el hecho de saber que tan solo unos 22.000 genes se hallaban en el genoma humano, echando por tierra la teoría de la existencia de más de 100.000 genes. Con este revelador dato, cabía esperar una noticia que desmontara ciertos apriorismos y caminara sobre conceptos que reforzaran la idea de la gran complejidad que envuelve a los procesos biológicos a escala molecular. Así pues, ese «ADN basura» (en la que no participan genes que sinteticen proteínas) no es tal sino que presenta una laberíntica red de interruptores que dinamitan esos modelos simples que trataban de imponerse en los sinposiums o congresos científicos no hace demasiado tiempo atrás. Como bien señala Rogelio González Sarmiento de la Universidad de Salamanca, después de este hallazgo, «el siguiente gran paso será potenciar el estudio del genoma gracias a la Bioinformática». Sin duda, la fascinante historia de la genética desde los tiempos de Johaness Mendel hasta la actualidad, se cobran un nuevo capítulo con esta línea de investigación a seguir, en la que han intervenido de forma activa algunos de los laboratorios del estado español, muestra inequívoca de que el desarrollo científico debería ser una asignatura de obligado cumplimiento en el programa electoral de aquellos partidos con opciones de regir los destinos de nuestro país.     

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