domingo, 2 de septiembre de 2012

«THE COVE» (2009): TAIJI, CAPITAL DE LA MATANZA DE DELFINES


Las estimaciones más certeras que se conocen hoy en día es que nuestro planeta se sitúa en los cuarenta mil millones de existencia. Al cabo de su historia, 99,9% de especies se han extinguido por muy distintos factores. En este siglo XXI llevamos camino de batir una nueva “plusmarca”, dejando para el siglo venidero un nuevo balance negativo en la cuenta de resultados de especies que definitivamente se extinguirán del orbe mundial. Existen razones poderosas para creer, datos en mano, que algunas de las especies de cetáceos corren un serio peligro su supervivencia en los océanos, cuanto menos en la cantidad que se estima idónea para el equilibrio del ecosistema marino. Sin remontarse demasiado en el tiempo, en 2010 en el archipiélago de las Islas Feroe bajo el protectorado de Dinamarca, bañadas por las aguas del Atlántico Norte, se computaron según los cálculos barajados por la Sociedad Mundial para la Protección Animal (WSPA)— un total de 1.115 ballenas piloto o calderones asesinadas siguiendo un “ritual” de un salvajismo atroz en que el instinto más primitivo del ser humano sale a la superficie. Años a conocí esta lacerante realidad, a la que esa Unión Europea parece hacer caso omiso, a través de un documental proyectado en una suerte de ciclo auspiciado por el Museo de la Ciencia de La Caixa. Presto a seguir atento a esa realidad que se suele colar por las rendijas de la programación televisiva, tuve la oportunidad de contemplar The Cove (2009), un documental sobre tema ecológico que, a diferencia del que recuerdo referido a las Islas Feroe, se ampara en un tratamiento propio del thriller para que esa hora y media de metraje penetre con mayor intensidad si cabe en aquellos espectadores refractarios al tratamiento solemne del que hacen gala la mayoría de piezas integradas en este (sub)género cinematográfico. Ganador de un Oscar al Mejor Documental en 2010, sus impulsores creyeron firmemente en la capacidad de difusión de una obra de estas características para remover conciencias y, si se dan las condiciones adecuadas, variar las reglas del “juego”. Las reglas de un juego “macabro” que se cobran asesinatos de delfines por doquier en esa cala a la que alude el título del film, mientras un porcentaje de estos cetáceos son capturados y enviados, a modo de distribución radial, a numerosos puntos del planeta donde presenten dentro de sus respectivos zoológicos un espectáculo de delfines a modo de pasatiempo. Richard O’Barry lidera esta empresa titánica en pro de la defensa de los delfines con trazas de una inteligencia mucho mayor de lo que se había estimado en su momento, mostrándose ante las autoridades japonesas que tratan de ocultar al mundo sus vergüenzas con subterfugios, en una muestra más que los procesos de concienciación desde un conocimiento muy cercano se cobran respuestas de una contundencia absoluta, en que ya no parece haber marcha atrás. En el tramo final del metraje del documental para el que había sido adiestrador titular de la serie Mi amigo Flipper (1965-1966), provoca una inflexión en su voz cuando habla que «espero vivir lo suficiente para que esta situación cambie de una vez». Sus palabras arrastran un poso de pesar, impotencia y amargura cuando el color rojo tiñe las aguas de una cala en que los pesqueros se ensañan con esas criaturas marinas abandonadas a su suerte. El mismo O’Barry relata en el ecuador del documental que para la serie Flipper se utilizaban cinco hembras para el “personaje”. Una de ellas, "Cathy", se mostraba ufana cuando se reconocía en la pantalla televisor no así cuando aparecía en la misma otra de sus compañeras de “reparto” que el propio O’Barry había colocado al pie del muelle, extendiendo un largo cable que llegaba hasta el interior de su casa, convertida en uno de los escenarios de la popular serie. A finales de los años sesenta, por tanto, ya se tuvo la certeza de que los delfines son conscientes de su propia identidad. Por ejemplo, se reconocen frente al espejo. Difícilmente, empero, los que atentaban contra la vida de esos cetáceos en la “cala”, tengan la capacidad de mirarse al espejo y reconocerse dentro de una especie a la que sobreentiende el sentido del raciocinio. Ojalá existieran más documentales de las características de The Cove para hacer sonrojar y, lo que es más importante, recapacitar a los responsables de esas barbaries. Gracias, Richard, Louis (Psihoyossu director, asimismo presente ante las cámaras para ofrecer su testimonio sobre los hechos narrados, Paul (Watson) y Charles (Hambleton), entre otros. La fe mueve montañas y derriba barreras infranqueables, incluso en los intersticios de ese vasto país, Japón, donde convive una sociedad hipertecnificada con un concepto tradicionalista que ampara prácticas dispuestas para erigirse en una vergüenza nacional, pero que su población y sus dirigentes desconocen y/o toleran por distintos motivos, algunos ciertamente espúreos. 

Para los interesados, enlace para ver el documental completo de The Cove (2009) en Youtube  (Aviso: en versión en francés)

http://www.youtube.com/watch?v=yN-m-lPfMuU






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