A pesar de la modestia del acto, al conocer la noticia del
deceso de Gore Vidal (1925-2012) a finales de julio, decidí tributarle mi
particular homenaje releyendo su novela Mesías
(1955). La primera vez que me acerqué a este texto hace diez años tuve una
impresión altamente favorable sobre la calidad literaria de Vidal, así como la
forma de abordar un tema que desde hace tiempo ha sido de mi interés: la
manipulación de las masas a través de las creencias o de las doctrinas (pseudo)religiosas.
Evidentemente, la mirada de Vidal sobre estos asuntos concuerda con la de un
servidor, la de un agnóstico que se aplica en el ejercicio de la "reducción al
absurdo" —la confección de la denominada Sociedad Cavita, cuyo líder exonera a
sus seguidores de las bondades de la muerte; en poco tiempo los suicidios
cobran categoría de plaga en el país de las barras y estrellas— para desmenuzar
un mundo que camina hacia el precipicio debido a los cantos de sirena
provenientes del Más Allá en forma de Dios todopoderoso. Ese Mesías al que
alude el título de la novela no es otro que John Cave, un peón de la sociedad que acaba siendo venerado por su comunidad y,
posteriormente, su figura arrastrará consigo infinidad de seguidores
provenientes de distintos puntos de los Estados Unidos y de otros países. Las poco más de
trescientas páginas que comprende la edición en castellano de Mesías, integrada dentro su
suprema colección de narrativa de Minotauro, ofrecen una porción significativa
del talento literario de Vidal, a la par que revelan un incipiente conocimiento de éste sobre la política en tiempos de los romanos y los griegos, la base sobre la que
se han forjado los principios democráticos de naciones situadas a un lado y otro
del Atlántico.
En la relectura
del texto de Vidal he encontrado detalles que me habían pasado desapercibidos
en su momento. La pluma del erudito norteamericano destila mordacidad, ironía,
pero asimismo un poso amargo que razona sobre la facilidad con la que puedan
ser manipuladas las masas. En este principio activo se basan las sociedades democráticas que escogen a sus
representantes —vía comicios electorales—, por lo general, cada cuatro o seis
años. Conspicuo conocedor de esas prácticas manipuladoras ofrecidas en tiempo
de elecciones –suyo es, por ejemplo, el guión de The Best Man (1964), a partir de una obra teatral escrita por él mismo—, Vidal segrega su contrastada vena ácida en
el retrato de un microcosmos que se sumerge en razonamientos diáfanos, de una
sencillez exultante para proveer de contenido un discurso que encandila a la mass media. El tema hubiera podido
resultar hilarante en manos de un escritor del perfil de Tom Sharpe o Evelyn
Waugh, pero Gore Vidal se muestra abiertamente sardónico a través de la voz de
un personaje —adopta el nombre verdadero de éste, el de Eugene— que ofrece el
testimonio, desde el germen de la sociedad que se crea en su entorno hasta la desaparición de su guía espiritual John Cave. Por aquella época, Vidal intuyó que el arma definitiva para manipular
a la población a su libre albedrío, ya se había fabricado: la televisión. De ésta
se beneficia Iris, Clarissa, Paul Himmel y Butler, el "núcleo duro" de la Sociedad Cavita, en
aras a difundir un mensaje vacío de contenido pero con un envoltorio que cobra
atractivo cara al público. Invadido de un pensamiento anticristiano, la doctrina cavita arraiga
en una sociedad que se descompone por la base, receptiva a esos menajes
directos, apoyados en ideas tejidas sin otro pronunciamiento que una
originalidad arbitrada desde la improvisación. A cada cumplimiento de un
objetivo, por nimio que parezca, las mentes pensantes de la Sociedad dan un nuevo
paso al frente, implicando un revestimiento jurídico, ideológico, social y político dispuesto en
forma de burbuja capaz de explotar en cualquier momento. Pero la suerte de esa
Sociedad Cavita reposa en una población que hace suya una doctrina abanderada
por el suicidio como meta final. La muerte de Cave no comporta la aniquilación
de la Sociedad ;
más bien, provoca un reforzamiento en sus convicciones por difundir el mensaje
del “Mesías” Cave. En suma, Mesías se
trata un brillantísimo ejercicio de sátira socioreligiosa que se muestra a modo
de “punto de fuga” dentro de la
Colección de Minotauro destinada a la ciencia-ficción. Un
buen libro, pues, para medir el alcance literario de un autor que reposa en el "Panteón" de los prohombres de las Letras Norteamericanas del siglo XX, entre
otros, junto a Tennessee Williams, al que le dedica este Mesías profético y lúcido a partes iguales. Al cabo, Vidal adaptaría
dos de los textos de Williams para la gran pantalla, De repente, el último verano (1959) y la invisible The Last of the Mobile Hot-Shots (1970),
en una muestra de su actividad cinematográfica que se alternaría entre la
faceta de guionista y actor, con apariciones que pretenden erigirse en un guiño
a su propia biografía familiar —la sátira política Ciudadano Bob Roberts (1992), en la que oficia de congresista,
labor desempeñada por su abuelo— o que discurren sobre ese futuro imperfecto —la
sublime Gattaca (1997)— sobre el cuál
a menudo profetizó, a modo de contrapeso de una obra racimada de piezas
literarias y ensayos que tratan de reconstruir la historia, en ocasiones, a través de algunos
de sus personajes más ilustres (Abraham Lincoln, Nerón, etc.)
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