En un ejemplo más de esa infinita muestra de ingenuidad que caracterizan a los hombres, sobre todo en edades comprendidas entre los veinte y los treinta y tantos, un servidor se encomendó, entre otros menesteres, al mundo de la edición. Con medios precarios pero con un arrojo y una valentía intactos, los años de Seqüències de cinema los recuerdo como una «escuela» que luego reportaría sus frutos. No bastaba con escribir artículos, críticas, realizar entrevistas, ejercer de corrector, revisar artículos y aprender de los demás, tener nociones de maquetación, acudir a la imprenta para revisar fotolitos, hacer reuniones con los colaboradores casi en régimen de clandestinidad... Quedaba en lontananza ese sinuoso universo de la distribución. Ubicados en el extrarradio de Barcelona, en medio de un mar de naves industriales, llegué a familiarizarme con unas cuantas empresas distribuidoras. Enseguida me di cuenta del abismo de realidades que separa aquel docto librero, bibliófilo a full time con el que puedes intercambiar comentarios en Laie o La Central, a esos paisajes invadidos de palés, de toneladas de hojas encuadernadas en formato libro preparadas para levantar el vuelo y buscar el calor de un hogar que les reserve un espacio privilegiado en el seno de una pequeña biblioteca personal. Por regla general, esas naves sin alma reservan un habitáculo minúsculo para una secretaria que debe lidiar con todo tipo de problemas. En esa tesitura debía encontrarse una de ellas cuando por arte de magia Paco Camarasa, el distribuidor, decidió levantar su tienda de campaña y refugiarse en el anonimato por tiempo indefinido. A mediados los años noventa, dentro del gremio de los libreros de Barcelona, Paco Camarasa alimentó toda serie de animadversiones merced a su fraudulenta gestión que dejó en la estocada a decenas de pequeñas y medianas empresas. La modestia de nuestra empresa editorial jugó a favor de que aquello no se tornara en un drama, pero me sentí absolutamente indignado como por culpa de la gestión de un individuo del jaez de Camarasa muchos proyectos editoriales se quedaron en el camino. Éste se evaporó con una larga hilera de editores llamando a la puerta de una nave de la que apenas quedaba un monitor de ordenador, eso sí, con la memoria de datos borrada.
Años más tarde, en horario de sobremesa, al finalizar el Telenotícies de TV3, quise reconocer a aquel individuo llamado Paco Camarasa. Éste actuaba frente al televisor, recobrando una nueva identidad: la de librero de «Negra i Criminal». Paradojas de la vida, el distribuidor que había dejado en la estocada a numerosas editoriales resurgía, cuál ave Fénix, de sus cenizas para enfundarse los ropajes de librero y, para más inri, lo haría en la especialización de la novela negra criminal. Llamado por un cierto afán justiciero, ni corto ni perezoso me acerqué a aquella librería del barrio de la Barceloneta —algunos medios que no se han acercado a la misma la bautizan con el apelativo de «el templo de...»; lo suyo no pasa de trastero, eso sí, con aroma de cadaverina— y ví al ínclito Paco Camarasa con sus ojos de búho con dioptrias. Le radiografié con la mirada y cavilé que la mejor venganza era robarle unos cuantos libros. Tres de una tacada, entre ellos Laura de Vera Caspary. Un cálculo por encima estimaba que debía frecuentar unas cincuenta veces (con similar botín) aquella librería de altas paredes y ténue iluminación para compensar lo que se había embolsado Camarasa a costa de nuestra modesta empresa. Desistí y preferí olvidar a tan triste personaje. Un miserable como él no merecía más que la indiferencia. En algún que otro festival —a los que acudo a cuentagotas— me crucé con éste, teniendo el pálpito que su nueva identidad le garantizaba una especie de «inmunidad» entre el sector del cómic y de la novela negra. Allí ha debido encontrar el espacio necesario para ganarse el favor de unos cuantos y proyectarse, por ejemplo, como comisario de... El caso. Una exposición a mayor gloria de aquella popular publicación española —enmarcada en la «Setmana de Novel·la Negre» que rinde estos días honores al escritor del género Michael Connelly— de los años sesenta y setenta que dio solera a una raza de periodistas de sucesos que trabajaban a pie de obra. De haberse prolongado la existencia de esta publicación hasta finales del siglo XX, Paco Camarasa hubiera ocupado algunas de sus páginas interiores, en un faldón o en un billete (valga la jerga periodística). El mundo al revés.
Años más tarde, en horario de sobremesa, al finalizar el Telenotícies de TV3, quise reconocer a aquel individuo llamado Paco Camarasa. Éste actuaba frente al televisor, recobrando una nueva identidad: la de librero de «Negra i Criminal». Paradojas de la vida, el distribuidor que había dejado en la estocada a numerosas editoriales resurgía, cuál ave Fénix, de sus cenizas para enfundarse los ropajes de librero y, para más inri, lo haría en la especialización de la novela negra criminal. Llamado por un cierto afán justiciero, ni corto ni perezoso me acerqué a aquella librería del barrio de la Barceloneta —algunos medios que no se han acercado a la misma la bautizan con el apelativo de «el templo de...»; lo suyo no pasa de trastero, eso sí, con aroma de cadaverina— y ví al ínclito Paco Camarasa con sus ojos de búho con dioptrias. Le radiografié con la mirada y cavilé que la mejor venganza era robarle unos cuantos libros. Tres de una tacada, entre ellos Laura de Vera Caspary. Un cálculo por encima estimaba que debía frecuentar unas cincuenta veces (con similar botín) aquella librería de altas paredes y ténue iluminación para compensar lo que se había embolsado Camarasa a costa de nuestra modesta empresa. Desistí y preferí olvidar a tan triste personaje. Un miserable como él no merecía más que la indiferencia. En algún que otro festival —a los que acudo a cuentagotas— me crucé con éste, teniendo el pálpito que su nueva identidad le garantizaba una especie de «inmunidad» entre el sector del cómic y de la novela negra. Allí ha debido encontrar el espacio necesario para ganarse el favor de unos cuantos y proyectarse, por ejemplo, como comisario de... El caso. Una exposición a mayor gloria de aquella popular publicación española —enmarcada en la «Setmana de Novel·la Negre» que rinde estos días honores al escritor del género Michael Connelly— de los años sesenta y setenta que dio solera a una raza de periodistas de sucesos que trabajaban a pie de obra. De haberse prolongado la existencia de esta publicación hasta finales del siglo XX, Paco Camarasa hubiera ocupado algunas de sus páginas interiores, en un faldón o en un billete (valga la jerga periodística). El mundo al revés.
1 comentario:
Cierto, amigo Christian, hay muchos que han caído bajo las garras de este personaje que raya actividades mafiosas. Se apropia de proyectos ajenos, hunde proyectos en marcha que le pueden hacer daño, intenta enganchar a gente para que le haga la ola (algunos son escritores). Habla de la librería como si fuera la catedral de lo criminal. Mira, casi. La literatura al servicio del egocentrismo.
Todo un ejemplar amante de la cultura, esto, del euro.
Un observador
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