domingo, 22 de febrero de 2009

FRANK ZAPPA: EL «MESÍAS» DE LA MÚSICA «INDIE»

Desde siempre, para mí Frank Zappa (1940-1993) ha sido un personaje observado desde la distancia, alejado de mis preferencias musicales porque su carácter heterodoxo me suscita más recelo que fascinación. El documental Apostrophe / Over-Nine Sensation (2007), emitido por un canal autonómico hace pocas fechas, ha servido para refrendar esta sensación que ha anidado en mí desde que supe de Zappa a partir de mi interés por una extraña producción, 200 Motels (1971), incluida dentro de una lista particular sobre los documentales musicales a visionar tras esa especie de «revelación» que supuso para un servidor el descubrimiento adolescente de Pink Floyd: el muro (1982), previo incluso a la escucha con todos los predicamentos posibles del álbum homónimo publicado tres años antes. Del documental Apostrophe se deduce lo que podríamos adivinar de antemano: Zappa era una personalidad absorvente que dominaba la escena por completo y se mostraba como un gurú al calor de sus groupies. Patrimonio de la época del flower power que, al adentrarse en la década de los setenta empezaba a batirse en retirada, Zappa se transfigura en mi particular percepción de las cosas en un híbrido entre Ian Anderson, alma matter de los Jetthro Tull, y Todd Rundgren, artista multidisciplinar a reivindicar. Hijos todos ellos de una época y de una expresión musical colectiva que buscaba permanentemente conexiones con mundos paralelos, abjurando de una realidad que trataban de distorsionar, disfrazarla y situarla en un espacio presidido por la utopía —no en vano, el nombre de la banda formada por el propio Rundgren—, Zappa se puso al frente de ese movimiento contracultural conformando obras que aún hoy en día preservan ese punto de espontaneidad y descaro, tanto en su contenido como en su forma.
Vencida la década de los setenta, la figura de Zappa pareció desvanecerse para las nuevas generaciones de aficionados a la música, aunque estuvo una docena de años perseverando en la confección de una obra de un eclectismo apabullante, extraordinariamente dispersa en la evaluación de su conjunto. Pero esa presumiblemente sea una sensación que los devotos de la música de Zappa tratarán de rebatir, demostrando que su coherencia artística corría en paralelo a una obra mucho más compactada de lo que parece a simple vista. Entre esos devotos se sitúa en la punta de lanza Dweezil Zappa, hijo de Frank Zappa, que toma especial protagonismo en Apostrophe a modo de «reencarnación» de su progenitor, presente en el mismo en unas imágenes retrospectivas —se simultanean grabaciones de conciertos, de entrevistas televisivas y de tiempos muertos en las giras a celebrar a lo largo y ancho de los Estados Unidos—. Si bien la consideración que tenía antes de ver este documental sobre el Frank Zappa-artista no ha variado en mi fuero interno un ápice, lo que sí me ha llamado poderosamente la atención ha sido la nula afición de éste por las drogas y por el alcohol. De ello parecen dar fer algunos de sus colaboradores más allegados, como el matrimonio formado por Ruth e Ian Underwood, no así las letras de buena parte de sus canciones, un puro delirio que parece dictado desde un subconsciente que hubiera recibido los estímulos externos de un «individuo» que obedece a las iniciales LSD. Waka/Jawaka (1972), One Site Fits All (1975) o Zoot Allures (1976) cubren con sus pinceladas melódicas y sus extravagantes letras lo que vendría a ser la quintaesencia del «universo Zappa», territorio que permanecerá inexplorado para aquellos amantes de las baladas, del pop-rock regio al estilo Eagles o, en líneas generales, de la ortodoxia musical. Zappa quedará por los tiempos de los tiempos como un punto de fuga del panorama musical de la segunda mitad del siglo XX, un meteorito que impactó sobre la superficie del stablishment musical con enmienda a erigirse en el «David», enfrentado a la rocosa industria discográfica, a través de su modesta unidad de producción. Ahora solo queda una hendidura en el terreno; huellas perceptibles de un cráter donde aparecen indicios de vida a su alrededor. Dweezil y compañía –entre los cuales figura el actor, director y, a ratos, cantante Billy Bob Thornton, un contumaz coleccionista musical (cuenta entre 5.000 y 6.000 discos en su haber)— tratan de mantener viva la llama de una personalidad singular, un librepensador cuya imagen un punto mesiánica ha ayudado a configurar el prototipo de gurú musical por excelencia. Un individuo, en definitiva, que parecía zapparse contínuamente de la realidad en aras a encapsularse en un mundo de clara decantación hacia el ideario hippie.

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