Ante el alud de parabienes recibidos por parte de un locutor radiofónico, Eduard Portela, presidente de la ACB (Asociación de Clubs de Baloncesto) respondía por dos veces: «no tengo palabras para expresar mi agradecimiento». El Sr. Portela, como todos los que amamos este deporte, habíamos asistido unas horas antes a un espectáculo baloncestístico de primer nivel, un magistral encuentro disputado entre el Tau Cerámica de Basconia y el Unicaja de Málaga. La capital española acogió una final de Copa del Rey inédita dentro de la Liga ACB, cuyo ganador tuvo que superar una prórroga que hasta el último suspiro mantuvo en vilo al público del Palacio de los Deportes de la Comunidad de Madrid y a los aficionados que tomamos posiciones frente al televisor. De las palabras del Sr. Portela se desprende que aquella idea primigenia a la que empezaba a dar forma a mediados los años ochenta se situaría en un estadio de excelencia un cuarto de siglo más tarde. Una evolución que ha corrido en paralelo a la experimentada por uno de los equipos que se disputaban el título de campeones de la Copa del Rey, el Basconia, liderado desde los despachos por el ex jugador Josean Querejeta. Un proyecto de gestión, en esencia, que ha cuajado en ambos casos. La sinceridad del Sr. Portela sintetiza esa labor callada, pero constante, sin saltar al ruedo a nivel de declaraciones y contradeclaraciones, por otra parte moneda común entre los directivos y presidentes de otras asociaciones o federaciones deportivas.
El básket, como ya he comentado en algún anterior post, es probablemente el deporte que mejor se ajusta al formato televisivo. Emitido en la tarde del domingo pocos espectáculos deportivos podrían rivalizar con el ofrecido por dos equipos que se batieron con nobleza y demostraron el porqué se sitúan en la parte alta de la clasificación de la liga regular. A este mayúsculo espectáculo se sumaría la contribución arbitral en unos comentarios en vivo que tenían una función didáctica-formativa, al tiempo que les daba una dimensión humana y de deportistas, de sentirse parte de todo ello. Un plano captado por las cámaras de TVE dejaba a las claras que esa tripleta de árbitros, realizando ejercicios de estiramiento casi siguiendo un mismo compás, son deportistas de pleno derecho. El Sr. Portela y su equipo ha logrado crear de la ACB una familia, un ejemplo de lo que debería ser el deporte en comunión con un espíritu humanista. Ha sido una conquista a largo plazo que ha sabido ir por delante de otros deportes, recelosos de los cambios en unas reglas que evaluaban inamovibles. El bàsket de la ACB, a rebujo pero no necesariamente de lo que se dicta a nivel de normas en la NBA, ha ido modificando las reglas del juego (bajo el mecenazgo de la FIBA), sometiendo a debate aquellas que perjudicaban la viveza y la intensidad de un espectáculo deportivo (por ejemplo, el salto entre dos al señalar lucha que siempre pone a prueba el buen pulso de los árbitros). Probablemente, aún queden por pulir algunas cosas, como esa línea de 6,25 que marca el valor numérico de las canastas (de 3 ó 2 puntos) y que tiene los centímetros contados: la tendencia natural es proyectarse a los 7,15, como en la NBA. Pero tan sólo son pequeños, leves matices a un juego dueño del sentido común, de una lógica que casi siempre deja en buen lugar a quien ofrece mejores estadísticas a lo largo de los cuatro cuartos de diez minutos cada uno. Aún con marcadores ajustados, la balanza suele inclinarse a favor de aquel equipo que ha hecho mejores porcentajes en el cómputo global de distintas áreas —tiros libres, tiros de dos, de tres, rebotes, tapones, robos de balón, asistencias, etc.— Pero podríamos hablar de dos vencedores en toda lid en el partido del pasado domingo, aunque la divina fortuna, en forma de un tapón obra de Pete Mickeal —un fornido alero que el entrenador Dusko Ivanovic ha dado plena confianza a lo largo de lo que llevamos de temporada— se aliara con el TAU y saliera vencedor. Para esa gran familia que es la ACB tutelada por el venerable y venerado Sr. Portela, la victoria del TAU servía para cerrar filas y homenajear a Tiago Splitter, el pivot del equipo de Basconia con pasaporte brasileño que había llorado días antes la muerte de su hermana. Hay jornadas que la grandeza del deporte brilla con luz propia. El día 22 fue una de esas.
El básket, como ya he comentado en algún anterior post, es probablemente el deporte que mejor se ajusta al formato televisivo. Emitido en la tarde del domingo pocos espectáculos deportivos podrían rivalizar con el ofrecido por dos equipos que se batieron con nobleza y demostraron el porqué se sitúan en la parte alta de la clasificación de la liga regular. A este mayúsculo espectáculo se sumaría la contribución arbitral en unos comentarios en vivo que tenían una función didáctica-formativa, al tiempo que les daba una dimensión humana y de deportistas, de sentirse parte de todo ello. Un plano captado por las cámaras de TVE dejaba a las claras que esa tripleta de árbitros, realizando ejercicios de estiramiento casi siguiendo un mismo compás, son deportistas de pleno derecho. El Sr. Portela y su equipo ha logrado crear de la ACB una familia, un ejemplo de lo que debería ser el deporte en comunión con un espíritu humanista. Ha sido una conquista a largo plazo que ha sabido ir por delante de otros deportes, recelosos de los cambios en unas reglas que evaluaban inamovibles. El bàsket de la ACB, a rebujo pero no necesariamente de lo que se dicta a nivel de normas en la NBA, ha ido modificando las reglas del juego (bajo el mecenazgo de la FIBA), sometiendo a debate aquellas que perjudicaban la viveza y la intensidad de un espectáculo deportivo (por ejemplo, el salto entre dos al señalar lucha que siempre pone a prueba el buen pulso de los árbitros). Probablemente, aún queden por pulir algunas cosas, como esa línea de 6,25 que marca el valor numérico de las canastas (de 3 ó 2 puntos) y que tiene los centímetros contados: la tendencia natural es proyectarse a los 7,15, como en la NBA. Pero tan sólo son pequeños, leves matices a un juego dueño del sentido común, de una lógica que casi siempre deja en buen lugar a quien ofrece mejores estadísticas a lo largo de los cuatro cuartos de diez minutos cada uno. Aún con marcadores ajustados, la balanza suele inclinarse a favor de aquel equipo que ha hecho mejores porcentajes en el cómputo global de distintas áreas —tiros libres, tiros de dos, de tres, rebotes, tapones, robos de balón, asistencias, etc.— Pero podríamos hablar de dos vencedores en toda lid en el partido del pasado domingo, aunque la divina fortuna, en forma de un tapón obra de Pete Mickeal —un fornido alero que el entrenador Dusko Ivanovic ha dado plena confianza a lo largo de lo que llevamos de temporada— se aliara con el TAU y saliera vencedor. Para esa gran familia que es la ACB tutelada por el venerable y venerado Sr. Portela, la victoria del TAU servía para cerrar filas y homenajear a Tiago Splitter, el pivot del equipo de Basconia con pasaporte brasileño que había llorado días antes la muerte de su hermana. Hay jornadas que la grandeza del deporte brilla con luz propia. El día 22 fue una de esas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario