Pocas veces llegan a los telediarios noticias sobre unas de las comunidades más marginadas de nuestro bendito país como es la asturiana. Por extensión, similar a su vecina la cántabra, Asturias no tiene un Presidente con las dotes de vendedor de productos autóctonos como el inefable Miguel Ángel Revilla, y su repercusión mediática queda a años luz del País Vasco, con el constante goteo de noticias sobre ETA para retroalimentar un estado enfermizo donde la libertad es un concepto que cotiza a la baja. Pero ahora le toca el turno a Asturias con la noticia del ascenso a Primera División del Sporting de Gijón, el equipo más emblemático de esta comunidad (con permiso de los ovetenses, quienes purgan sus «pecados» en la 3ª división: ni el aullido del «lobo» Carrasco, en forma de entrenador, les vale) de la cornisa cantábrica con el verde como seña de identitad de un paisaje y el rojiblanco como bandera de un orgullo que parecía mancillado entre tantas idas y venidas por los campos de Segunda.
Mi sentimiento de amor por el Sporting se remonta a mi adolescencia no se sabe porqué razones concretas, pero sin duda jugaría a su favor la nobleza, la caballerosidad, el hermanamiento de una plantilla que temporada tras temporada demostraba grandeza tanto en sus gestas como en sus derrotas. Nunca podré olvidar cuando el Real Sporting venció a domicilio en el Camp Nou por 0 a 4, a finales de su década prodigiosa, la de los 80, y el público blaugrana se puso en pie para ovacionarlos. Jugaban mis dos equipos favoritos, pero la alegría venció a la tristeza porque sabía que el Sporting había alcanzado una gloria efímera y el FC Barcelona tendría inifinidad de ocasiones para congraciarse con su afición. De aquella épica jornada para los sportinguistas se me quedaría grabado a fuego una tripleta de atacantes que el Valencia CF se hizo con ella en bloque en los años venideros: Eloy (un ejemplo de precocidad: debutó a los catorce años con el primer equipo), el mexicano «Lucho» Flores y Zurdi, un fino extremo que hacía honor a su sobrenombre. En esa «diáspora» que acabaría convirtiéndose el equipo de Gijón empezaron sus males y, a medio plazo, no tardarían en pasar por el purgatorio de la Segunda. En su despedida de la Primera División, hace unos diez años, tan sólo quedaban algunos nombres ilustres de aquel equipo que se había ganado el aprecio y las simpatías de los aficionados de todo el país, entre ellos, el incombustible Joaquín. Él perteneció a la realeza del Sporting, erigiéndose en el mariscal de campo de un equipo poblado de fajadores no exentos de técnica: raro era el día que fallaba uno de los titulares (Mesa, Cundi, Maceda, Jiménez, Enzo Ferrero, etc.) y lo de las rotaciones llegaría en los tiempos que se empezaban más a fichar «marcas» que no verdaderos jugadores. Pero me reservo un pequeño espacio para Enrique Castro González, Quini. Pichichi en cinco ocasiones y con la particularidad de haber nacido el mismo día y año que Bruce Springsteen (23/IX/1949), el mítico ariete lleva al Sporting inoculado en sus venas. La gravedad de su enfermedad no le impidió vivir in situ en el Molinón una nueva heroicidad de su Sporting del alma: recuerdo aquellos días de zozobra por su secuestro como si se tratara de la tragedia de un familiar cercano, que anticiparon otro drama, la muerte de su hermano Jesús Castro, a la sazón portero del Sporting; las largas ovaciones que le tributaban desde las gradas del Camp Nou y las que ví televisadas con el Sporting de protagonista en el Molinón que jaleaba aquello de «¡Ahora, Quini, ahora!» (título de una exposición que se le ha tributado en su comunidad natal esta misma semana), sabiendo que «el brujo» destaparía el tarro de sus esencias futbolísticas. Casado con el gol, pero asimismo con el infortunio en lo personal y familiar, Quini ve reverdecer la gloria de un Sporting que nunca debió abandonar la División de Oro del fútbol hispano porque es un equipo que pertenece, por historia y simpatía, a la nobleza. Una nobleza que tiene en Quini su máxima expresión, de quien una persona nada dudosa de regalar los oidos, Bernd Schuster, compañero suyo en el Barça, dijo que «es la mejor persona que he conocido en el mundo del balompié». Este post va por ti, Quini, por tu recuperación, y para toda la afición sportinguista, a la cual pertenece una de las personas que mejor escribe de cine de este país: Alejandro Díaz. Algún día, Alejandro, deberías escribir sobre el Sporting, si no lo has hecho ya para alguna publicación local, porque es un equipo que ha tocado todos los géneros, incluso el musical, cuando Enzo Ferrero tomaba el carril de la banda izquierda o «el brujo» encaraba a los defensas para definir con la sutileza de quien se sabe un escogido para perforar porterías ajenas. ¡Puxa Sporting! ¡Puxa Quini!
Mi sentimiento de amor por el Sporting se remonta a mi adolescencia no se sabe porqué razones concretas, pero sin duda jugaría a su favor la nobleza, la caballerosidad, el hermanamiento de una plantilla que temporada tras temporada demostraba grandeza tanto en sus gestas como en sus derrotas. Nunca podré olvidar cuando el Real Sporting venció a domicilio en el Camp Nou por 0 a 4, a finales de su década prodigiosa, la de los 80, y el público blaugrana se puso en pie para ovacionarlos. Jugaban mis dos equipos favoritos, pero la alegría venció a la tristeza porque sabía que el Sporting había alcanzado una gloria efímera y el FC Barcelona tendría inifinidad de ocasiones para congraciarse con su afición. De aquella épica jornada para los sportinguistas se me quedaría grabado a fuego una tripleta de atacantes que el Valencia CF se hizo con ella en bloque en los años venideros: Eloy (un ejemplo de precocidad: debutó a los catorce años con el primer equipo), el mexicano «Lucho» Flores y Zurdi, un fino extremo que hacía honor a su sobrenombre. En esa «diáspora» que acabaría convirtiéndose el equipo de Gijón empezaron sus males y, a medio plazo, no tardarían en pasar por el purgatorio de la Segunda. En su despedida de la Primera División, hace unos diez años, tan sólo quedaban algunos nombres ilustres de aquel equipo que se había ganado el aprecio y las simpatías de los aficionados de todo el país, entre ellos, el incombustible Joaquín. Él perteneció a la realeza del Sporting, erigiéndose en el mariscal de campo de un equipo poblado de fajadores no exentos de técnica: raro era el día que fallaba uno de los titulares (Mesa, Cundi, Maceda, Jiménez, Enzo Ferrero, etc.) y lo de las rotaciones llegaría en los tiempos que se empezaban más a fichar «marcas» que no verdaderos jugadores. Pero me reservo un pequeño espacio para Enrique Castro González, Quini. Pichichi en cinco ocasiones y con la particularidad de haber nacido el mismo día y año que Bruce Springsteen (23/IX/1949), el mítico ariete lleva al Sporting inoculado en sus venas. La gravedad de su enfermedad no le impidió vivir in situ en el Molinón una nueva heroicidad de su Sporting del alma: recuerdo aquellos días de zozobra por su secuestro como si se tratara de la tragedia de un familiar cercano, que anticiparon otro drama, la muerte de su hermano Jesús Castro, a la sazón portero del Sporting; las largas ovaciones que le tributaban desde las gradas del Camp Nou y las que ví televisadas con el Sporting de protagonista en el Molinón que jaleaba aquello de «¡Ahora, Quini, ahora!» (título de una exposición que se le ha tributado en su comunidad natal esta misma semana), sabiendo que «el brujo» destaparía el tarro de sus esencias futbolísticas. Casado con el gol, pero asimismo con el infortunio en lo personal y familiar, Quini ve reverdecer la gloria de un Sporting que nunca debió abandonar la División de Oro del fútbol hispano porque es un equipo que pertenece, por historia y simpatía, a la nobleza. Una nobleza que tiene en Quini su máxima expresión, de quien una persona nada dudosa de regalar los oidos, Bernd Schuster, compañero suyo en el Barça, dijo que «es la mejor persona que he conocido en el mundo del balompié». Este post va por ti, Quini, por tu recuperación, y para toda la afición sportinguista, a la cual pertenece una de las personas que mejor escribe de cine de este país: Alejandro Díaz. Algún día, Alejandro, deberías escribir sobre el Sporting, si no lo has hecho ya para alguna publicación local, porque es un equipo que ha tocado todos los géneros, incluso el musical, cuando Enzo Ferrero tomaba el carril de la banda izquierda o «el brujo» encaraba a los defensas para definir con la sutileza de quien se sabe un escogido para perforar porterías ajenas. ¡Puxa Sporting! ¡Puxa Quini!
4 comentarios:
no sé qué decir, la verdad... estoy abrumado y emocionado. muchas gracias por los (sin duda desmedidos) halagos y sobre todo por un post en el que la pasión chorrea por los cuatro costados.
eres un crack, Christian, muchísimas gracias
puxa Sporting!! (y visca Barça también)
Ha sido una gran alegría porque no es tan sólo un ascenso: es la victoria de un equipo grande y de un pueblo, el asturiano, que se merecía un equipo en la primera división.
Y no habría que dejarse a Preciado, el entrenador, que hace poco perdió a su esposa e hijo en un accidente de tráfico. Hubo una imagen preciosa, cargada de simbolismo, cuando Preciado, desde el campo, y Quini, se buscaron con la mirada.
Gracias Alejandro y seguro que habrá la oportunidad de ver in situ un Sporting-Barça...
Un abrazo a todos los sportinguistas de la piel de toro y a los malacitanos, como un servidor y mi padre. Yo aprendí a amar Andalucía y a recrearme con la rumba, la copla española y la canción andaluza presenciando en el Nou Camp y en el "Fabra i coats"los encuentros que el Málaga disputaba en 2ª División contra el Barça atlético y, en primera, contra el FC Barcelona. Por fin este domingo hemos vuelto a la competición más renombrada del balompié español y qué tiemblen los grandes. ¡Mucho Málaga! ¡Aúpa el FRente Bokerón!
Gracias por tu hermoso comentario, "amic". Me has tocado la fibra. Hablar de Quini es hablar de mi infancia: el Barça del genial H.H., la Final de la Copa del Rey en el Vicente Calderón contra el Sporting (la cual presencié en directo en compañía de mi abuelo, que en paz descanse), la colección de cromos de la temporada 80-81 (el intercambio de éstos en el "cole": tengo, tengo, tengo... ¡faltaaaa! ¡Te lo cambio por cinco, venga, porfa!), los discos de AC/DC y de Barón Rojo, los inolvidables programas dobles en el Centre Parroquial, el sabor áspero de los primeros cigarrillos, la pubertad agitando nuestras hormonas por doquier, los cuerpos de nuestras compañeras de curso floreciendo espectacularmente...
Celebro el regreso del Sporting y del Málaga a 1ª División y la mejora de salud del gran Enrique Castro González.
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