jueves, 5 de junio de 2008

CARLOS RUIZ ZAFÓN: JUGANDO A SER DIOS


Cuando se le preguntaba a Nelson Rockefeller qué es lo destacable de ser famoso, ni corto ni perezoso, el multimillonario de marras se descolgaba con una frase que podría crear una sombra de perplejidad: «la ventaja de ser famoso es poder opinar de lo que te de la gana». Rockefeller hubiera podido apostillar, «siempre habrá alguien que te tome en serio, opines lo que opines». Y mira por donde que de un tiempo a esta parte, los opinadores son legión; se suelen pasear por las tertulias radiofónicas y televisivas, tienen su espacio semanal o diario en los periódicos, pero pocos juegan a enfundarse el traje de «superhombre», no el de la Marvel sino el imaginado por Nietzsche. Para semejante actitud de superioridad se basta y se sobra Carlos Ruiz Zafón, a quien uno puede admirar su prosa pero al mismo tiempo recriminar sus hechuras de intelectual que bate récords una y otra vez de pedantería cuando se le pregunta sobre el estado de las cosas de este país y, en especial, de lo cultural. De Ruiz Zafón ya empezaba a sospechar que sus dotes para alardear de su intelecto sobrepasaban lo razonable cuando respondía al cuestionario de cuál era la banda sonora (entendiendo como la música que le ha marcado) de su vida, entre otros autores, «de John Williams lo tengo todo». Lo que debieron recortar los de La vanguardia, porque de haberle dejado cancha, emularía a aquellos tertulianos (a esos también había que darles de comer aparte) de ¡Qué grande es el cine! que cuando José Luis Garcí les pedía que opinaran sobre la peli de Fellini, uno de ellos se descolgaba, palabrita del niño Jesús, citando la fecha y lugar de nacimiento del director italiano. Seguimos. Lo de la entrevista a El país (30 de mayo de 2008) con Zafón ya sería para matrícula de honor del esnobismo y de la pedantería. Además de librarse de un plumazo de ese mundo que ya le molesta, que se encuentra a sus pies («el supuesto mundillo literario es 1% literario y el 99% mundillo»), suelta otras frases que el bueno y paciente del entrevistador Carles Geli, por aluvión de «perlas», deja sin destacar, a preguntas sobre el tipo de cine que le marcó: «El que vi de niño y que llegaba de EE. UU., esa nueva generación de Spielberg, Lucas, De Palma, Scorsese, Coppola... Todo eso me pilló con 10-12 años, con películas como Tiburón y Encuentros en la Tercera Fase... Yo a los cuatro quería ser escritor ya, pero cuando vi todo eso aluciné». Que no falte el yoyismo y dar por sentado que a las cuatro primaveras una luz le hizo ver que sería escritor. Existen intelectuales que lo mejor es dejar de lado su faceta de opinadores y fijarse tan sólo en sus cualidades, en este caso, literarias, que le han proporcionado dinero a raudales y fama. Este «Dios» intocable para algunos llamado Ruiz Zafón no tiene un igual en territorio español. Tan sólo Peter Greenaway, de visita por Barcelona semanas atrás para promocionar su enésimo culto a su privilegiada personalidad, podría hacerle sombra si un viento proveniente de Gales arreciara con fuerza, bien cargado, eso sí, de petulancia, esnobismo y pedantería. Una óptima descripción del alter ego (el no literario) de Ruiz Zafón.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Son "Marina" y "La sombra del viento", dos estupendas novelas.

Y a quien no le guste mi aserto... que leve anclas y amarre las velas.

The Fisher King.