Hace años leí un libro titulado América (Ediciones B, 1997), cuyo autor acaparó la atención mediática por ser el artífice de la novela de base de L. A. Confidential (1997). Con la propuesta de James Ellroy quedé encantado debido a mi afición por los entresijos de la política norteamericana de la era Kennedy, que conocía a través de otras publicaciones y series documentales. Para los que no se hayan acercado a este pedazo (en todos los sentidos) de novela, el ejercicio literario/periodístico del escritor californiano se basa en hacer una trascripción de conversaciones telefónicas o privadas, dejando pensar a cada cuál sobre la autenticidad de las mismas. Eso sería harina de otro costal, pero aunque fuera parcialmente inventado suena como la vida misma en la voz de un practicante de la excelencia literaria como Ellroy. De todos los (turbios) asuntos que convergieron en tiempos de «la crisis de los misiles» y de conspiraciones varias, la que me llamó más poderosamente la atención (quizás debido al conocimiento previo sobre los avatares del clan Kennedy) es el poder de los sindicatos de transportes liderados por un tal Jimmy Hoffa. Éste se las tuvo tiesas con Robert Kennedy, senador y fiscal del estado que hizo bandera de su lucha contra las organizaciones mafiosas. Y es que, si la centésima parte de lo que relata Ellroy en torno a Hoffa y su organización sindical es real, sus arrestos de cappo mafioso podrían hacer temblar al más pintado. Vete a saber si aquel palestino desgraciado que atentó contra Robert Kennedy hace justo cuarenta años, en plenas primarias para ser escogido presidenciable a la Casa Blanca por el partido Demócrata, tenía conexiones con el «sindicato del crimen» instaurado por Hoffa. En esa nebulosa de intereses sindicales/políticos/... porque Bobby siguiera la estela mortuoria de su hermano John F. Kennedy quedaría la cosa.
Cuatro décadas más tarde, en un país, eso sí, sin la tradición mafiosa (importada) de los Estados Unidos, España está siendo «secuestrada» por unos transportistas que se venden con piel de cordero ante los focos de las cámaras. El motivo fundamental: la subida del fuel. No me gustaría estar en la piel de los representantes gubernamentales ante uno de los colectivos más embrutecidos imaginables, capaces de poner en jaque a toda una sociedad, sin reparar en el detalle que el resto de ciudadanos también sufrimos el incremento del carburante, además de no sé cuantas cosas más. ¡Qué daño ha hecho aquella canción de los 80 de Loquillo cuyo estribillo decía: «Papá, cuando sea mayor quiero tener un camión!». Claro que el nombre del grupo que abandera este espigado cantante y, a ratos, escritor, le viene como anillo al dedo al colectivo de marras... Qué Dios nos pille confesados si asoma entre sus representantes sindicales un tipo con la labia y la capacidad «disuasoria» de Jimmy Hoffa. Menos de comida y fuel iríamos servidos durante una larga, muy larga temporada.
Cuatro décadas más tarde, en un país, eso sí, sin la tradición mafiosa (importada) de los Estados Unidos, España está siendo «secuestrada» por unos transportistas que se venden con piel de cordero ante los focos de las cámaras. El motivo fundamental: la subida del fuel. No me gustaría estar en la piel de los representantes gubernamentales ante uno de los colectivos más embrutecidos imaginables, capaces de poner en jaque a toda una sociedad, sin reparar en el detalle que el resto de ciudadanos también sufrimos el incremento del carburante, además de no sé cuantas cosas más. ¡Qué daño ha hecho aquella canción de los 80 de Loquillo cuyo estribillo decía: «Papá, cuando sea mayor quiero tener un camión!». Claro que el nombre del grupo que abandera este espigado cantante y, a ratos, escritor, le viene como anillo al dedo al colectivo de marras... Qué Dios nos pille confesados si asoma entre sus representantes sindicales un tipo con la labia y la capacidad «disuasoria» de Jimmy Hoffa. Menos de comida y fuel iríamos servidos durante una larga, muy larga temporada.
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