Durante los tiempos de la pandemia de la COVID-19 en las plataformas digitales llegaron dos miniseries unidas por un mismo tronco en común: Walter Tevis (1928-1984). La primera en ser emitida, Gambito de dama (2020), no había sido adaptada previamente a la gran pantalla, a diferencia de El hombre que cayó a la tierra (2021-2022), cuyo precedente cinematográfico sigue formando parte del amplio repertorio de producciones guiadas tras las cámaras por Nicolas Roeg ociosas de ser catalogadas de cult movie o, en su defecto, de películas malditas. Tevis hizo su debut como novelista de ciencia-ficción precisamente con The Man who Fell to the Earth (1963), aún reciente en la memoria de los aficionados al cine la excelente adaptación al celuloide de El buscavidas (1958) a cargo de Robert Rossen.
En la que, a la postre, sería la recta final
de su trayectoria vital, Walter Tevis abordó la escritura de un par de novelas
que le volverían a situar en la senda de la sci-fi.
Presumiblemente, Enrique Redel y su cuerpo de colaboradores de Impedimenta,
repararon en el nombre de Tevis a partir de conocer el contenido de los siete
episodios que conforman la miniserie de Gambito
de dama. Al escarbar en su
obra dieron con dos gemas preciosas, Sinsonte (1980) y Las huellas del sol (1983), prestas a ser publicadas en lengua
española y, de esta forma, abonar el espacio
de la ciencia-ficción dentro del sello madrileño. Tras la lectura de sendos
libros la apuesta de Impedimenta razona sobre la idea de integrar en la
excelsa editorial varias de las piezas literarias fundamentales del género
fantástico y de la ciencia-ficción (en su derivada distópica) surgidas más allá
del nombre propio de Stanislaw Lem en la pasada centuria. Cuando el propio
escritor polaco tan solo acertaba a nombras a Philip K. Dick conforme a un
colega de profesión digno de ser destacado entre los del «bando»
estadounidense, presumiblemente no hubiese sido captado por su radar Sinsonte y Las huellas del sol, debido a que Tevis estaba a años luz de ser considerado un autor reconocido dentro del género
en el viejo continente. Al igual que Dick, Tevis nació en 1928, dejando patente
una concepción pareja sobre la raza humana que camina hacia su extinción fruto
de su propia vanidad y capacidad de autodestrucción en un planeta cada vez más
capidisminuido en sus recursos naturales «clásicos» en el
devenir del siglo XX, esto es, el carbón y el petróleo. El carácter visionario
de Tevis (profesor de Literatura Inglesa y Escritura Creativa) queda patente en varios pasajes de Las
huellas del sol cuando, por ejemplo, hace referencia a los coches
electrónicos que se integran en el «paisaje» urbano
de las grandes ciudades o deja que su fértil imaginación muestre una suerte de
impresora 3-D («Introduces
los pies en un precioso dispositivo llamado “lector de contorno” y el puñetero
trasto te hace un par de Adidas ahí mismo»)— en
una inmensa galería. En contrapartida, el escritor californiano yerra al pronosticar, a más de treinta años
vista, que «la
última gasolinera de Estados Unidos cerró cuando yo tenía cuatro años»,
esto es, al cabo de cumplir cuatro años Benjamin Belson —un
apellido fonéticamente muy próximo al Eddie Felson de The Hustler—, el (anti)héroe de una función literaria
que se proyecta en el tiempo al año 2064, en que el futuro de la Tierra depende
de su supervivencia de los recursos naturales provenientes de otros planetas.
En una toma de decisión propia de un ególatra en grado superlativo, Ben Belson
bautiza con su mismo apellido un planeta que ha descubierto junto con otros
tripulantes de la nave Isabel. De
allí extrae el que podría ser un sustituto para el petróleo y el carbón, un salvoconducto para ser venerado por su
país de nacimiento, del que el multimillonario lanza uno de sus dardos envenenados
al confesar durante su visita a la Ciudad Imperial de Pekín, al rescate de su
esposa, que «la
verdad es que nada de lo que se hace en Estados Unidos es de primera categoría
salvo las teles y las patatas fritas. Me refiero a la televisión en sí, porque nuestros
programas son para cretinos». Sin margen de error, Belson habla por
boca de Tevis, quien a sus cincuenta y cinco años –una edad similar a la del
millonario cosmopolita oriundo de
Ohio— brindó la que, a mi juicio, se corresponde con una de las grandes novelas
adscritas a la ciencia-ficción de perfil distópico del último tercio del siglo
XX. Al año de su comparecencia en librerías de este hito de la sci-fi, Walter Trevis falleció dejando
tras de sí una huella firme en el
suelo de un género por cuyos derroteros no hubiesen apostado que se podría
conducir el autor de El buscavidas a
los ojos de infinidad de lectores de la época en que vio la luz.