En su ocaso profesional y vital el cinematógrafo llamó al timbre de la puerta donde residía Evelyn Waugh. Tony Richardson dejaría por escrito en su libro autobiográfico Long Distance Runner (1991) un episodio que razona del sentido de la ironía que seguía conservando un sexagenario Waugh, a propósito de la (breve) correspondencia que mantuvo con uno de los adalides del free cinema, dispuesto a ofrecer un marco temporal más moderno para Los seres queridos en su traslación a la gran pantalla. Charles Sturridge, en cambio, respetaría el marco temporal —1919— en el que se desarrolla A Handful of Dust a la hora de acometer la versión cinematográfica homónima con el sello de qualité británico, conformado por un cuerpo de intérpretes extraordinarios, algunos aún poco conocidos por el gran público que frecuentaba en aquel entonces las salas comerciales —Kristin Scott-Thomas en el papel de Brenda; James Wilby como Tony Last o Judi Dench en el rol de la madre de John Beaver, encarnado para la ocasión por Rupert Graves— y otros con la aureola de leyendas, caso de sir Alec Guinness, en la piel del Sr. Todd —el avatar cinematográfico del Sr. McMaster—, el mismo que un año antes había dado cobertura a uno de los personajes medulares de La pequeña Dorrit (1987), film nacido a partir de una novela de Dickens. Por consiguiente, se trata de un guiño dickensiano a cuenta de Sturridge, «El hombre al que le gustaba Evelyn Waugh», en lo que vendríamos a colegir una certera adaptación en fondo y forma que honraría la memoria del genial escritor al que infinidad de lectores asocian a Retorno a Briteshead. Pero antes de Briteshead Waugh hizo «parada» en Hetton Abbey en su sublime novela con final dickensiano (valga la ironía) incluido.
Existe vida después del cine. Muchos me vinculan a este campo. Este blog está dedicado a mis otros intereses: hablaré de música, literatura, ciencia, arte en general, deportes, política o cuestiones que competen al día a día. El nombre del blog remite al nombre que figura en mi primera novela, "El enigma Haldane", publicada en mayo de 2011.
lunes, 12 de mayo de 2025
«UN PUÑADO DE POLVO» (1934) de EVELYN WAUGH: REGRESO A HETTON ABBEY
A partir de principios de los
años sesenta, ya de retiro a sus «cuarteles de invierno» en su Inglaterra
natal, Arthur Evelyn St. John Waugh —en arte, Evelyn Waugh (1903-1966)—
emprendió la labor de revisar sus propios textos, algunos de los cuales le
habían granjeado fama y prestigio internacional. De algún modo, aquel ejercicio
tan caro a escritores guiados por un mórbido afán perfeccionista, no
debía extrañar para alguien como Waugh, quien para su cuarta novela publicada, A
Handful of Dust (1934), recicló una historia que había manufacturado el año
anterior y de ahí sacó su final. Se trata de El hombre al que le gustaba
Dickens (1933), publicada por primera vez en las páginas de la revista Cosmopolitan.
En su condición de viajero impenitente, Evelyn Waugh pasó una temporada en
Brasil, llegando a tomar contacto con todo un personaje, al que el relato corto
asigna el nombre inventado de Sr. McMaster. En manos de otro literato, la
historia corta de El hombre al que le gustaba Dickens hubiese podido
servir de embrión para una novela recreada en un entorno virginal, salvaje e
inhóspito con ecos a Joseph Conrad, pero Waugh prefirió optar para que quedara
trenzada con el mismo hilo que el utilizado para la construcción de A
Handful of Dust. Presumiblemente, la mayor ironía de esta pieza literaria
descanse en el hecho que Waugh, para superar un periodo de crisis creativa —ligada
a sus fracasos amorosos—, muy avanzada su escritura encontrara encaje para su
final un texto cuyo personaje epónimo se vale de un foráneo de nacionalidad británica
—Tony Last— para que le lea las obras completas de Charles Dickens (1812-1870)
en su destierro brasileño. El Sr. McMaster lo hace fruto de la devoción
por la palabra escrita por Dickens, toda ironía tomando en consideración que el
propio Evelyn Waugh conocía al detalle la inmensa obra del escritor londinense
por la vía paterna, Arthur Waugh (1866-1943), a la sazón editor jefe de Chapman
& Hall, la «casa madre» del autor de Oliver Twist. A juicio de su
primogénito, tal como señala Carlos Villar Flor en el prólogo para la edición
de Impedimenta de Un puñado de polvo, se mostraba ambivalente a la hora
de enjuiciar el legado literario de Charles Dickens. Aun reconociendo la
indeleble huella que dejaron la lectura de los textos de Dickens, para el
paladar de Evelyn Waugh los platos cocinados por el afamado
escritor resultaban un tanto empalagosos, el equivalente a un exceso de
sentimentalismo que, de algún modo, sería una de las señas de identidad de su
autor. En cambio, la literatura de Evelyn Waugh transita por caminos distintos,
estableciendo a partir de Un puñado de polvo un recorrido que se salde
del molde (satírico) con el que habían sido sus tres anteriores novelas,
Decadencia y caída (1928), Cuerpos viles (1930) y Merienda de
negros (1932). Publicada en diversas ocasiones en lengua española, el sello
Impedimenta cumple acaso una vieja aspiración de incluir en su
majestuoso catálogo uno de los nombres propios por excelencia de las Letras
Británicas de la primera mitad de la pasada centuria, Evelyn Waugh, no
precisamente con una obra catalogada de «menor». A pesar de apenas haber
superado los treinta años, Waugh deja patente con A Handful of Dust un
dominio primoroso de una narración que nos transporta a los felices años veinte
del siglo XX en Gran Bretaña, un periodo de entreguerras en que el tiempo
parece detenerse en los dominios de Hetton Abbey, allí donde conviven dos
realidades y modos de pensar disímiles, el que representa Tony —un eterno aspirante
a formar parte del Parlamento británico— y su esposa Brenda Last, cuya vida tediosa
la exaspera al punto de comprar un apartamento en Londres donde dar rienda
suelta a la existencia a la que quiere, en verdad, abonarse, y el que acabará
siendo su «nido de amor» en compañía de John Beaver. Se trata de un nombre para
nada escogido al azar, ya que el castor de su apellido entronca con las
referencias al animalario —como revela en el prólogo Villar, a la sazón
traductor del libro— que provisionaría para una de sus masterpieces
Evelyn Waugh.
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