Debido a la negativa de varias
editoriales a la hora de publicar el manuscrito El precio de la sal por
su contenido que poco casaba con la moralidad de la época, Extraños en un
tren (1950) fue el primer libro oficial de Patricia Highsmith (1921-1995) en
ver la luz. Al poco tiempo de aparecer en las librerías, con la etiqueta de
haber cosechado el prestigioso premio Edgar Allan Poe, Alfred Hitchcock,
presumiblemente por expresa recomendación de su esposa Alma Reville —asimismo su
asistente en estas lides—, compró los derechos de explotación para adaptarla a
la gran pantalla. En un lapso de tiempo contabilizado en meses —algo poco
frecuente según los cánones de Hollywood—, la maquinaria de Strangers on a
Train se puso en marcha, y en el verano de 1951 ya lucía en las carteleras estadounidenses
la nueva producción orquestada por Alfred Hitchcock con las expectativas
propias de quien el gran público reconoce como una «marca» de calidad asignada
a su oronda figura. Vistos los resultados en taquilla, Hitchcock parecía
decidido a establecer un marco de colaboración con Patricia Highsmith,
contactando con ella a finales de ese mismo año para que prosperara un segundo
trabajo en común. Según consta registrado en el volumen Diarios y cuadernos
(1941-1995) —publicado por el sello Anagrama dentro de su colección
Panorama de Narrativas—, en marzo de 1952 Highsmith detalla que la vía de
colaboración seguía abierta, pero la decepción pronto asomaría en el ánimo de
la escritora texana. Hitchcock y Highsmith parecían «condenados» a repetir
experiencia, pero no sería hasta una decena de años más tarde y en un espacio,
el televisivo, que quedaba bastante por debajo de las expectativas generadas a
raíz del notable éxito generado con la puesta de largo de Extraños en un
tren. El episodio Annabel, emitido el primer día de noviembre de
1962 dentro de la antología The Alfred Hitchcock Hour en su primera
temporada, surgió a partir de una historia pergeñada por Highsmith. Por aquel
entonces, Hitchcock ya estaba inmerso en la (post)producción de Los pájaros
(1963), una historia nacida a partir del relato corto homónimo de Daphne Du
Maurier. Al leer estos días la antología de cuentos bajo el genérico Crímenes
bestiales (1975) —igualmente publicado por la editorial Anagrama, pero esta
vez dentro de su colección Compactos— me iba sobrevolando la idea de lo
frustrante que tan solo la colaboración —más indirecta que indirecta— se circunscribiera
a un largometraje y a un episodio televisivo. Mas, los trece cuentos cortos que
jalonan la presente antología —escritos en esos «tiempos muertos» que separan
su consagración al campo de la novela que la permitían una cierta relajación— establece
un diáfano «conector» para con el principio vector que se formula en el
contenido de The Birds, el de los animales revelados contra la
naturaleza humana que arrastra consigo cuestiones tales como la vanidad, la
arrogancia y la autodestrucción. Asimismo, en la susodicha antología y en su «hermana»
Alfred Hitchcock presenta, el antropomorfismo asoma en no pocos de sus
episodios, para la ocasión con un sesgo de humor negro propio de Hitchcock del
que hace gala en su condición de host. A buen seguro, hubiese dado de sí
algunos de los cuentos de Crímenes bestiales en sendas series, posiblemente
con la salvedad del cuento Notas de una cucaracha respetable, en el que
las «reflexiones» de un insecto sirven de hilo conductor de una breve historia
que parecen páginas arrancadas o descartas de El almuerzo desnudo de
William Burroughs. Haciendo gala de una prosa de trazo sencillo, pero de una
extraordinaria riqueza en su conjunto, Highsmith sale bien librada del envite
en esta delicatessen en la que luce en su portada un felino, el animal de
compañía por excelencia de la prolífica escritora norteamericana.
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