domingo, 6 de abril de 2025

«LOS PERROS LADRAN» de TRUMAN CAPOTE: EL VIAJERO IMPENITENTE


Impelido por un afán completista, en octubre de 2002 asistí a la proyección de Porgy y Bess (1959), en un marco difícilmente imaginable para una producción musical: el Festival Internacional de Cine Fantástico de Sitges. Un recorrido en tren de unos cincuenta kilómetros me llevó a los aledaños del recién inaugurado Auditorio de Sitges, situado en el complejo del Hotel Melià. Se trata de una distancia ínfima si la comparamos con los mil quinientos kilómetros recorridos también en transporte ferroviario por una troupe de ciudadanos estadounidenses en representación de la Everyman Opera para llevar a cabo los preparativos y asistir al estreno en San Petersburgo de un montaje escénico de Porgy & Bess con música compuesta por George Gershwin. Ello sucedió a mediados los años cincuenta, cuatro años antes del estreno del film dirigido por Otto Preminger, dando cabida a uno de los temas medulares de su obra cinematográfica, el del conflicto racial. Si bien la película realizada por el vienés Preminger nunca llegó a ser proyectada en salas comerciales de la extinta Unión Soviética, en cambio algunos privilegiados pudieron asistir a una representación sobre los escenarios de Porgy and Bess con bandera estadounidense, en lo que vino a ser un gesto de acercamiento entre las dos superpotencias de la era de la Guerra Fría. Truman Capote (1924-1984) relataría aquel episodio histórico desde el prisma cultural, pero asimismo sociopolítico— en Se oyen las musas, el más largo de los textos integrados en el volumen Los perros ladran que el sello Anagrama ha publicado recientemente dentro de la Biblioteca dedicada al insigne escritor sureño. Sin lugar a dudas, se trata de la «joya de la corona» de una colección de relatos cortos con «denominación de origen» Truman Capote, en la que da cuenta de su condición de viajero impenitente, incluso en territorios remotos como Haití, pero dejando patente su filiación por el viejo continente, allí donde encontraría refugio para combatir sus demonios interiores, aquellos prestos a agudizarse tras la presión a la que se vio sometido durante el proceso creativo de una de sus masterpieces, A sangre fría (1965). Una decena de años antes de haber cosechado un enorme éxito comercial con In Cold Blood, en Se oyen las musas ya se podían escuchar los ecos de un estilo de escritura perfilada sobre lo que vino a denominarse el relato de no-ficción. Muchos de los textos escritos por Truman Capote están salpimentados por lo mordaz, lo irónico, lo sarcástico y/o lo snob. Sin embargo, en Se oyen las musas prima un sentido descriptivo, el propio de un intelectual que escruta a un selecto grupo de sus conciudadanos entre los cuales formaban sus colegas de profesión Leonard Lyons, e Ira Wolfert, que viajan con sus respectivas parejas, muchos de los cuales invitados para la compañía teatral neoyorquina que hizo Historia en la por aquel entonces hermética Unión Soviética. Coincidiendo en el tiempo, el sello Big Sur ha publicado Se oyen las musas con imagen en blanco y negro de archivo que muestra una viñeta de un cuarteto de miembros de la compañía de raza negra en un entorno nevado en lo que podemos colegir que podría ser San Petersburgo, otrora conocida como la ciudad de Leningrado. Por su parte, Anagrama buscó para la solución de portada un dibujo de trazo sencillo, en el que un pájaro de color verde sostiene con su pico unas gafas, a buen seguro propiedad de Truman Capote, quien emprendió el vuelo por un sinfín de lugares del planeta Tierra antes de consolidar su prestigio con sus Opus magna. Como en su momento la proyección de Porgy y Bess me había llevado a visitar la Blanca Subur, la pulsión completista me ha conducido a la lectura de Los perros ladran, un compendio de relatos que, una vez más, dejan al descubierto el magisterio de un escritor de afilada y precisa prosa que aún le quedaba recorrido para ir puliendo un estilo único e intransferible.   

domingo, 26 de enero de 2025

«DESPACHOS DE GUERRA» (1977) de Michael HERR: UNA OBRA MAESTRA DEL RELATO PERIODÍSTICO

 

En la génesis o desarrollo de los proyectos de dos de las producciones cinematográficas contemporáneas más relevantes que nos muestran sin tapujos el absurdo de la guerra más allá del marco geográfico donde se desarrollan y que, a día de hoy, siguen siendo multireferenciadas, tienen una figura en común en su ficha técnica: Michael Herr (1940-2016). Fallecido hace casi una década, Herr atrajo la atención de Francis Ford Coppola y Stanley Kubrick, sendos talentos con marcadas personalidades, que incorporaron a sus respectivos equipos de trabajo en Apocalypse Now (1979) y La chaqueta metálica (1987) la que se revelaría una pieza clave a la hora de articular un dispositivo narrativo que atiende a la descripción de una realidad vivida en sus propias carnes.

   En diversas ocasiones había tenido la intención de leer la Opus magna de Michael Herr, Despachos de guerra (1977), pero partía de una idea preconcebida que podría tratarse de un relato en primera persona levantando acta de lo acontecido en un determinado frente bélico, en su caso durante la Guerra de Vietnam. Una crónica más, pues, que añadir a la larga lista de periodistas camuflados entre soldados y mandos intermedios que aportaron su testimonio en la retaguardia, cuyo brillo narrativo quedara convenientemente rebajado por la crudeza del propio relato, directo, punzante, despojado de adornos en forma de metáforas o alegorías. Pero semejantes apriorismos quedarían refutados de inmediato a medida que iba avanzando en la lectura de Despachos de guerra en su edición de Anagrama integrada en su colección Crónicas. No cabe duda que, a renglón seguido del cierre de la Guerra de Vietnam —desde el prisma historicista; la guerra interna que librarían infinidad de soldados incorporados a la vida civil no parecía tener fin—, Michael Herr pasó por un «estado de gracia» al ir pulsando las teclas de su máquina de escribir para dar forma a un prodigioso relato que nos abre a la realidad de un mundo que se asemeja, en su concepción orgánica, a una estructura empresarial. Entre líneas podemos intuir que la guerra no deja de ser un (gran) negocio provisionado de un andamiaje empresarial con una estructura organizativa (perfectamente) jerarquizada y diseñada para que la maquinaria no se detenga, al tiempo que el frente de batalla se convierte en una «trituradora humana». A medida que la lectura avanza nos vamos familiarizando con siglas que remiten indefectiblemente a un complejo organizativo con multitud de divisiones, las unas relativas a la intendencia, las otras a la economía o las que atañen a lo militar coaligado con el poder gubernamental dictado desde Washington a través de las administraciones de Lyndon B. Johnson y Richard M. Nixon. En su último año en la Casa Blanca, Johnson asistió con enormes dosis de preocupación a uno de los episodios, el de la ofensiva del Tet, que marcaron un punto de inflexión en el curso de la Guerra del Vietnam. De aquel cruento episodio registrado en 1969 —en tres fases bien marcadas— el reportero Michael Herr levanta acta haciendo valer su pericia narrativa salpimentada de referencias literarias —ilustrativa al respecto la cita a Lord Jim, la novela escrita por Joseph Conrad, cuyo relato El corazón de las tinieblas sirvió de inspiración para Apocalypse Now— y cinematográficas —por ejemplo, a La hora final (1959), seguramente uno de los films vistos en su etapa juvenil, en los primeros compases de la Guerra Fría—, en una muestra palmaria que Despachos de guerra no tan solo se nutre de sus experiencias vividas en Vietnam durante varios años.

    No cabe duda que Despachos de guerra, cumplido casi medio siglo de vida, sigue siendo una obra de una extraordinaria vigencia, capaz de seducir con su veta literaria a lectores provenientes de distintos frentes generacionales, dejando constancia que tras ese gran «tinglado» económico que representa la guerra, en que la industria armamentística ejerce de palanca para propulsar sus propios intereses, atendemos a una realidad deshumanizada en que los cadáveres pasan a ser simples números contabilizados en los libros de Historia como si se tratara de un mero eco estadístico. Por fortuna, Michael Herr sobrevivió a toda clase de penurias y dificultades —la muerte sobrevoló su nido en diversas ocasiones, para contar la que sigue siendo una obra maestra de referencia del periodismo en tiempos de guerra.