sábado, 4 de julio de 2009

FRANQUICIAS DEL SINFÓNICO: SUPERVIVENCIA CORPORATIVA

En periodo estival muchos de los cantantes y/o grupos que han velado armas en sus respectivos cuarteles de invierno sacan brillo a sus nuevas canciones al tocarlas en directo, a la par que complacen a sus seguidores con material pretérito. Más de lo segundo se da en el caso de aquellas leyendas del rock sinfónico o progresivo, que oteando un panorama dominado por la electrónica, el mestizaje musical, el hip-hop y sucedáneos, no les queda otra que pechar con un rol marginal, actuando en plazas que décadas atrás hubieran ocupado el espacio de las rulots donde descansaba la logística prevista para el montaje de sus shows. En esta dinámica se sitúa la presencia de Roger Hodgson (ver foto) entre los nombres propios de la propuesta musical veraniega de este año que convoca a los aficionados en El Poble Espanyol, un agradable recinto situado en la montaña de Montjuïch de Barcelona. Evidentemente, ese (escaso) reclamo que puede generar hoy en día Roger Hodgson se debe, en un elevado porcentaje, a su paso por Supertramp, fundadada por Rick Davies bajo el mecenazgo de Stanley August. Allí los nostálgicos irredentos demandaban aquellos éxitos de antaño que corearon en sus años de juventud, haciendo un mohín de complacencia cuando sonaron las primeras notas a los teclados de The Logical Song, Free As a Bird, It's Raining Again o Breakfast in America. Las composiciones de la carrera en solitario de Hodgson, alumbrada en los estertores de la lógica creativa de Supertramp, se reserva un papel subsidiario en sus giras que le han llevado últimamente por tierras sudamericanas y repetir en algunos foros musicales del estado español. Todo aquello que Hodgson ha podido crear en esta «doble vida» musical a lo largo de un cuarto de siglo con seguridad ha caído en saco roto cara a aquellos aficionados que tan sólo colocan las antenas auditivas si The Songs Remains... Supertramp. Una historia común a tantos músicos que hicieron fortuna bajo el paraguas del rock sinfónico que, con el cambio de milenio o antes incluso de pasar de una centuria a otra, los promotores tan sólo se atreven a contratarlos si engalanan la función con la franquicia de turno, esto es, el nombre de la banda que les hizo grandes y, en algunos casos, millonarios. Esas disputas por hacerse con la marca daría con holgura para escribir un libro. En este sentido la historia de Supertramp (en la que Davies gestiona los derechos de autor a través de su propia empresa) es ciertamente pecata minuta frente a los sidrales que se han dado en el seno de Yes hasta el punto que el bajista Chris Squire, ni corto ni perezoso, había registrado el nombre de la formación sinfónica para pasmo de sus ex compañeros. Privados de su DNI musical tan sólo les quedaba el DNA musical para seguir en una (humilde) brecha que les convocaría frente a su parroquia amparándose en las siglas ABWH correspondientes a las iniciales de los apellidos de cuatro de sus miembros de tronío: Jon Anderson –estuvo a punto de ser fichado por Supertramp tras la salida del propio Hodgson–, Bill Brudford, Rick Wakeman y Steve Howe. Más tarde, con las ventas de discos de esta formación liderada por Anderson cayendo en picado, la cosa se estabilizaría al entrar en razón Squire, quien acabaría integrándose a la enésima propuesta de la banda que había concebido obras de la categoría de Fragile (1971), Tales from Topographic Oceans (1973) o Tormato (1978). Otro litigio de aupa se produjo cuando Roger Waters puso por encima de su amistad con David Gilmour, Richard Wright y Nick Mason sus propios intereses, reclamando la paternidad de Pink Floyd y, a renglón seguido, la explotación de la franquicia a su libre albedrío. Pero su intención acabaría estampándose contra el muro de la legalidad mientras la leyenda de los «fluídos rosas» seguía creciendo.
Como reza un disco de Supertramp, Some Things Never Changed, El ciclo vital de los sinfónicos responde invariablemente a repetir los mismos pasos: un grupo de animosos jóvenes, la mayoría surgidos de prestigiosos colleges solo aptos para la midle class británica, deciden romper la monotonía de las aulas y dar rienda suelta a su vena musical impelidos por unos gustos puestos en común; después de registrar la marca el éxito supera a la empresa; para demostrar que éste se debe sobre todo a la contribución de fulanito o menganito deciden crear discos en solitario; la receta no funciona y aquellos que han abandonado temporalmente la formación deciden regresar al redil; el desinterés por seguir haciendo esa música hace que aquellos que se han quedado atrapados en un bucle musical se apropien de la franquicia; la resistencia, por tanto, es el único salvoconducto que les queda para la supervivencia. En esta fase final la idea que prima entre estas ballenas legendarias es que siempre habrá nostálgicos en un mundo libre... pero no de marcas y franquicias, a las que se acogen los Geoff Downes y John Wetton (Asia), Robert Fripp (King Crimson) o el propio Hodgson para proseguir surcando por un mar de sonidos sintéticos antes de que queden varados en la orilla del espacio musical.

2 comentarios:

Ramonet dijo...

Desde la playa, hola Christian.
Es cierto, lo que cuentas es pura realidad. Y hay una máxima que no falla nunca en estos casos: una banda no puede tener dos cerebros. Pensemos en cualquier gran grupo y esto siempre se cumple. Mas ejemplos: Génesis, The Beatles, Led Zeppelin, Traffic...es interminable. De ahí que la inteligencia de nuestro Neil Young quede mas a la vista que nunca. Buffalo Spingfield con Stefen Stills y el propio Young como cerebros compositores e interpretativos, no podía tener futuro. Y lo vieron claro, cosa sorprendente.
Saludos.
Ramón

Ramonet dijo...
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