Situada al norte de la comarca del Bages, en la Catalunya central, Santpedor —tierra consagrada a la agricultura y a la industria con diferentes ramificaciones— vio nacer a Josep Guardiola. En tiempos de crecimiento demográfico del municipio, Guardiola pasaba por ser uno más entre unos tres mil habitantes censados en Santpedor. Pero aquella temprana afición por el fútbol, el deporte con poder de «socializar» a toda una comunidad, daría paso a despuntar en las secciones infantiles del FC Barcelona. Su progresión fue meteórica hasta el extremo de consagrarse en el primer equipo. Miembro del dream team con una visión privilegiada del juego, Pep Guardiola fue un espejo en el que mirarse para tantos chavales que querían ver cumplido un sueño, como en su día lo había logrado el moreno jugador natural de la comarca del Bages.
Para todos los que seguimos y hemos seguido la actividad blaugrana –eso sí, sin enmienda a una obsesión desbocada que haga de nuestras casas un minimuseo con cortinas que combinan el azul y grana, o vajillas con escudos adosados—, vimos dibujar una línea descendente en el tramo final de la carrera futbolística de Guardiola, salpicada por gratuitas acusaciones y una serie de lesiones que le dejaron en el dique seco durante mucho más tiempo del deseado. Después de su posible marcha al AC Milan —«Benito» Berlusconi mandaba y mucho, por aquel entonces, en el club rojinegro—, la imagen de Pep Guardiola retirándose con la camiseta del Barça, tan soñada por los aficionados en gratitud a las tardes de gloria que nos había brindado, no llegaría a cumplirse. El tiempo parece borrar tantas cosas de nuestra frágil memoria que no parece que demos crédito a la salida por la puerta de atrás del club de Pep Guardiola, buscando su particular redención en el Brescia italiano para luego desembocar en un equipo del Golfo Pérsico. En este periplo por tierras transalpinas y asiáticas vivió su particular travesía por el desierto aquel centrocampista que parecía colocarse en la previa de cada partido un guante en lugar de una bota.
Para todos los que seguimos y hemos seguido la actividad blaugrana –eso sí, sin enmienda a una obsesión desbocada que haga de nuestras casas un minimuseo con cortinas que combinan el azul y grana, o vajillas con escudos adosados—, vimos dibujar una línea descendente en el tramo final de la carrera futbolística de Guardiola, salpicada por gratuitas acusaciones y una serie de lesiones que le dejaron en el dique seco durante mucho más tiempo del deseado. Después de su posible marcha al AC Milan —«Benito» Berlusconi mandaba y mucho, por aquel entonces, en el club rojinegro—, la imagen de Pep Guardiola retirándose con la camiseta del Barça, tan soñada por los aficionados en gratitud a las tardes de gloria que nos había brindado, no llegaría a cumplirse. El tiempo parece borrar tantas cosas de nuestra frágil memoria que no parece que demos crédito a la salida por la puerta de atrás del club de Pep Guardiola, buscando su particular redención en el Brescia italiano para luego desembocar en un equipo del Golfo Pérsico. En este periplo por tierras transalpinas y asiáticas vivió su particular travesía por el desierto aquel centrocampista que parecía colocarse en la previa de cada partido un guante en lugar de una bota.
La vuelta del «hijo pródigo» no ha podido ser más celebrada en el entorno blaugrana. Repitiendo la misma celeridad con la que dinamitó tantos pronósticos en su tránsito de la adolescencia a la juventud, Pep Guardiola dejaría el banquillo del Barça B por el del primer equipo. Él era el «plan B» de Txiki Beguiristáin por si Frank Rijkaard (un señor, todo hay que decirlo), en su pugna por intentar domar en vano un vestuario gobernado por la anarquía, acababa claudicando. Algunos se permitieron acusar al presidente Jan Laporta de dejar en manos inexpertas las riendas del equipo. El entrenador Juanma Lillo, que había sonado en la quiniela por ocupar el banquillo de algún presidenciable con pedigree en el campo de la publicidad, salió al paso y dijo que «Pep lleva más de veinte años siendo entrenador». Según el razonamiento de Lillo, Pep ya mandaba en el campo y en la actualidad lo hace en el banquillo y, sobre todo, en el campo de entrenamiento donde se empiezan a forjar las victorias... o las derrotas. La inteligencia y el seny son valores consustanciales a Pep, quien lleva camino de completar una temporada que ni los más viejos del lugar creían que se podría dar en tan corto espacio de tiempo. La clave de este remozado Barça se llama Pep Guardiola en la aplicación de un sentido común que es patrimonio de las personas inteligentes, capaces de rodearse de aquellos que también lo son. Además, en su modestia radica buena parte de la grandeza de alguien que atravesó por momentos complicados pero que supo levantarse. Y ahora, esperemos, que levante las copas suficientes para que quizás dentro de muchos años Santpedor figure en el plan de visitas obligadas previo a la subida a la Montaña Mágica, no la imaginada por Thomas Mann, sino la que acoge a un símbolo del nacionalismo catalán y que, desde las alturas de la misma se puede divisar la pequeña villa de Sandpedor que alumbró en su día al hombre que ha devuelto la ilusión a las gradas del Camp Nou. Esperemos que sea el Sir Alex Ferguson blaugrana. Por edad no será y por méritos, mucho menos. Gràcies, Pep.
1 comentario:
coño te ha salido la vena cule
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