martes, 10 de marzo de 2009

STANLEY KUBRICK: DIEZ AÑOS DESPUÉS

Recuerdo con una extraordinaria nitidez hace justo diez años cuando me comunicaron por teléfono (no barnizado con tonos rojizos sino de color marfil) que Stanley Kubrick (1928-1999) había muerto. Lo hizo mi amigo Tomás Fernández Valentí, una tarde de domingo. Me quedé estupefacto. Por aquel entonces, trabajaba en una monografía sobre el cineasta neoyorquino (editada en noviembre de ese mismo año dentro de la serie Mayor de Dirigido por...), quizás como culminación de todo un largo proceso de asimilación de una obra que me cautivó desde temprana edad. Pocas veces suelo repetir el visionado de una película salvo que tenga un recuerdo borroso y/o lejano de la misma. Pero con los films de Stanley Kubrick no me ocurre. Alcnacé los veintitantos años con los «deberes hechos», enfrentándome al visionado de sus películas por duplicado e incluso triplicado en el caso de 2001: una odisea del espacio (1968). Al cabo, he llegado a la conclusión de que si hubiese tenido ínfulas de director, Kubrick encabezaría mi ránking de cineastas a tener muy presente simplemente porque los temas que abordó y cómo los abordó nace de una percepción del hombre que comparto a pies juntillas. Por mucho que cambie el marco, la sociedad, el hombre sigue siendo ese «noble salvaje», un individuo que lleva adormecida la «bestia» y que, de repente, es capaz de exhibir una violencia primitiva hasta límites insospechados. Kubrick se dedicó en cuerpo y alma al cine; al adentrarme en el conocimiento de su obra pensé que había un punto de inhumano en su forma de querer alcanzar unas cotas, unos niveles creativos difícilmente igualables por alguien de nuestra especie. Pero eso se debió a que Kubrick tan sólo tenía el propósito de alcanzar la perfección por un camino angosto, lleno de recovecos, en lugar de trazar un itinerario más directo al que sí tuvieron o han tenido colegas como Sir Charles Chaplin, David Lynch u Orson Welles a través de la genialidad. A su manera, Kubrick fue un genio; alguien que se nutría del talento ajeno, un auténtico «chupador de cerebros» —en acertada definición de Adrienne Corri, la vieja dama atacada por los drugos en La naranja mecánica (1971)—, quien mientras escrutaba con su mirada gatuna se sentía capaz de obtener/reciclar la información que precisaba para sus intereses.
Han pasado diez años desde esa fatídica fecha, pero mi percepción sobre el cine de Kubrick no ha variado un ápice. Presumiblemente, pueda hablarse que en este periodo se ha producido un cierto olvido sobre su figura porque la cinefilia suele demandar, año sí y año también un nuevo tothem al que venerar y rendir pleitesía, buscando herederos por todas latitudes de directores con mayúsculas que ennoblecieron el arte de hacer películas. Uno de los actos que más lamento no haber podido asistir el año pasado devino la master class que Douglas Trumbull, Christiane Kubrick —la viuda de Stanley—, y su hermano Jan Harlan —a la sazón productor ejecutivo de sus últimos films y de A. I. (Inteligencia Artificial) (2001)— presentaron en la 41 edición del Festival Internacional de Cine de Sitges. En un gesto de gratitud sin límites, todos ellos se han pestado a honrar la memoria de Stanley Kubrick con un legado cinematográfico que no tiene rival, a mi juicio, en la segunda mitad del siglo XX. Me emociono cada vez que contemplo los planos finales de Senderos de gloria (1957), con el vivo recuerdo del impacto que representó para mí su tardío estreno —tras treinta años de privación en el estado español— en un cine ya desaparecido del Paseo de Gracia; reconocí desde el primer pase al que asistí de Barry Lyndon (1975) esa obra de arte que sigue prevaleciendo por los tiempos en mi conciencia... y así podría proseguir con la mayoría de sus producciones. En la medida de lo posible, mi afán divulgador sobre el cine trazará caminos en paralelo con la obra de Stanley Kubrick, uno de los directores que me han ayudado, como pocos, a amar el Séptimo Arte.

3 comentarios:

Tomás Serrano dijo...

Respecto a Kubrick, de quien "La chaqueta metálica" es la que menos me gusta, te pregunto:
1) ¿Has visto "El Resplandor" en su versión "larga"?
2) ¿Has visto ese reportaje falso sobre su intervención en el "montaje" del primer viaje a la luna?
Me llama la atención que pocas veces repitas visionados. ¿No hay películas que te apetezca repetir una vez al año o cada dos, por lo menos?
Saludos

Anónimo dijo...

Hola Tomás:

1) Si, he visto la versión extendida de "El resplandor" en la Filmoteca, en un lejano pase. Creo que mejora el film, explicando cosas que en la versión, digamos, "reducida" quedan un tanto en el aire. No entiendo porqué Warner no edita esta versión larga.
2)Ese no lo he visto. Aunque igual puede ser una "leyenda urbana" o "lunar" porque de esas hay unas cuantas en torno a la figura de Kubrick.
Estoy de acuerdo en tu apreciación sobre "La chaqueta metálica"; el problema es que, en realidad, son dos películas en una. La primera, a mi juicio, bastante mejor que la segunda, que casi parece una película de terror. Además, hay dos precedentes en relación a la guerra del Vietnam que aún no se han superado: "Apocalypse Now" y "El cazador". Kubrick creía que las podría superar, pero no creo que lo lograra.
No, en eso de repetir películas no doy la talla de cinéfilo o "cinéfago". Eso sí, intento verlas siempre en cine y,si acaso al cabo de bastante tiempo, hago un segundo visionado en DVD. Quizás la excepción de esta práctica sea "Arsénico por compasión", que es mi particular "¡Qué bello es vivir1". La he visto bastantes veces, pero menos de 10 seguro. Todo un récord para un servidor.

saludo

Tomás Serrano dijo...

Pues yo te lo recomiendo encarecidamente. Se titula "La cara oculta de la luna" y lo tienes en la red, faltaría más. Aparecen su viuda, Kissinger y más políticos de la época opinando.