En el empeño del actual gobierno socialista se sitúa la voluntad de aniquilar todos aquellos símbolos referidos al franquismo, léase estatuas ecuestres, monumentos a mayor gloria del Caudillo y demás. Feliz iniciativa, pero que debería tener continuidad con otras prácticas alentadas durante ese periodo gris de la historia contemporánea de nuestro país, como por ejemplo, el infausto doblaje que tanto daño ha hecho en el imaginario español y que nos sitúa, por derecho propio, a la cola de las naciones en el aprendizaje de lenguas no oficiales. Un doblaje que además ha ido perdiendo calidad en función de una diversificación de la oferta audiovisual que convoca a los profesionales del sector a trabajar a destajo, prescindiendo del mimo, de la dedicación que requiere familiarizarse con una u otra producción. Pero todos los datos indican que esa herencia del franquismo se perpetuará, al menos, al medio plazo, porque no existe una voluntad política para revertir esta tendencia y fomentar que los asistentes a las salas de cine se dejen seducir por la versión original subtitulada.
Al hilo de esta disyuntiva entre la versión original y la versión doblada, se ha conocido a través de los medios de comunicación que la Generalitat de Catalunya ha presentado un documento base que, de aprobarse en el trámite parlamentario, obtendrá categoría de ley con el fin de regular la presencia del catalán en el ámbito cinematográfico de la exhibición. Recuerdo una tentativa parecida en los tiempos que dirigía Seqüències de cinema —quijotesca empresa que trataba de abrirse camino en un panorama dominado por la prensa escrita en castellano—, coincidiendo con la celebración del centenario del cine. Por aquel entonces, se hablaba de reforzar el doblaje en catalán vía subvenciones, pero lejos de alcanzarse los objetivos incluso hubo un retroceso hasta quedar en unas cifras raquíticas la presencia del idioma de Josep Plà en la oscuridad de las salas comerciales que proyectan películas. Desde entonces hasta la fecha el discurso refractario por parte de las majors ante esta serie de propuestas no ha cambiado un ápice. Si aceptan la proporción de 50-50 que propone la Generalitat de Catalunya, esgrimen las majors, sentarían un precedente que les llevaría a doblar lenguas minoritarias que coexisten en otros ámbitos geográficos, caso del gaélico en Escocia, por citar un solo ejemplo. Con unas salas de cine que pierden espectadores a cada mes vencido, estos experimentos son observados con recelo. El problema, una vez más, estriba en la educación: si nos ceñimos al otro frente que plantea el documento base presentado por el Departamento de Cultura de la Generalitat, acostumbrar a los más pequeños a leer los subtítulos mientras aprenden una lengua foránea y disfrutan del visionado de una película de ficción o de un documental pasa invariablemente porque los adultos adopten idéntica costumbre. Los niños mimetizan lo que hacemos los mayores; ocurre en otros ámbitos socioculturales con la lectura, la música, la cocina, etc. El conseller de Cultura Joan Manel Tresserras dice cosas sensatas cuando defiende este documento de base, entendiendo que la inminente implantación de la TDT en todo el territorio nacional propiciará, a efectos técnicos, que el subtitulado sea una práctica de uso común. Pero una cosa es la disposición técnica y otra la disposición de una población mayoritaria de adultos que, por ejemplo, teniendo a su alcance desde hace varios lustros el DVD han sido incapaces de accionar la opción de subtitulado y dejar que la voz original tome el mando en la proyección de una determinada película. Presumo, pues, que todo ello caerá en saco roto porque ni el momento es el más adecuado —la crisis ha dejado huérfanas muchas salas de exhibición que, entre semana, podríamos encontrar por separado la viva estampa de Ben Johnson en La última película (1971)— ni se dan las condiciones para que las majors claudiquen frente a la presión ejercida por la Generalitat, incapaz de garantizar que con esta medida de equiparación/normalización lingüística el cine proyectado en salas sea evaluado con el devenir de los años en un negocio poco rentable. No creo equivocarme si digo que dentro de una década, la versión doblada al catalán seguirá siendo residual e incluso más raquítica si cabe que la de hoy en día (un 3% aprox.) porque sencillamente el negocio de las salas comerciales será la cola de ratón de una industria cinematográfica dominada por grandes corporaciones que tan sólo saben de balances contables y les trae al pairo las históricas reivindicaciones de las lenguas minoritarias.
Al hilo de esta disyuntiva entre la versión original y la versión doblada, se ha conocido a través de los medios de comunicación que la Generalitat de Catalunya ha presentado un documento base que, de aprobarse en el trámite parlamentario, obtendrá categoría de ley con el fin de regular la presencia del catalán en el ámbito cinematográfico de la exhibición. Recuerdo una tentativa parecida en los tiempos que dirigía Seqüències de cinema —quijotesca empresa que trataba de abrirse camino en un panorama dominado por la prensa escrita en castellano—, coincidiendo con la celebración del centenario del cine. Por aquel entonces, se hablaba de reforzar el doblaje en catalán vía subvenciones, pero lejos de alcanzarse los objetivos incluso hubo un retroceso hasta quedar en unas cifras raquíticas la presencia del idioma de Josep Plà en la oscuridad de las salas comerciales que proyectan películas. Desde entonces hasta la fecha el discurso refractario por parte de las majors ante esta serie de propuestas no ha cambiado un ápice. Si aceptan la proporción de 50-50 que propone la Generalitat de Catalunya, esgrimen las majors, sentarían un precedente que les llevaría a doblar lenguas minoritarias que coexisten en otros ámbitos geográficos, caso del gaélico en Escocia, por citar un solo ejemplo. Con unas salas de cine que pierden espectadores a cada mes vencido, estos experimentos son observados con recelo. El problema, una vez más, estriba en la educación: si nos ceñimos al otro frente que plantea el documento base presentado por el Departamento de Cultura de la Generalitat, acostumbrar a los más pequeños a leer los subtítulos mientras aprenden una lengua foránea y disfrutan del visionado de una película de ficción o de un documental pasa invariablemente porque los adultos adopten idéntica costumbre. Los niños mimetizan lo que hacemos los mayores; ocurre en otros ámbitos socioculturales con la lectura, la música, la cocina, etc. El conseller de Cultura Joan Manel Tresserras dice cosas sensatas cuando defiende este documento de base, entendiendo que la inminente implantación de la TDT en todo el territorio nacional propiciará, a efectos técnicos, que el subtitulado sea una práctica de uso común. Pero una cosa es la disposición técnica y otra la disposición de una población mayoritaria de adultos que, por ejemplo, teniendo a su alcance desde hace varios lustros el DVD han sido incapaces de accionar la opción de subtitulado y dejar que la voz original tome el mando en la proyección de una determinada película. Presumo, pues, que todo ello caerá en saco roto porque ni el momento es el más adecuado —la crisis ha dejado huérfanas muchas salas de exhibición que, entre semana, podríamos encontrar por separado la viva estampa de Ben Johnson en La última película (1971)— ni se dan las condiciones para que las majors claudiquen frente a la presión ejercida por la Generalitat, incapaz de garantizar que con esta medida de equiparación/normalización lingüística el cine proyectado en salas sea evaluado con el devenir de los años en un negocio poco rentable. No creo equivocarme si digo que dentro de una década, la versión doblada al catalán seguirá siendo residual e incluso más raquítica si cabe que la de hoy en día (un 3% aprox.) porque sencillamente el negocio de las salas comerciales será la cola de ratón de una industria cinematográfica dominada por grandes corporaciones que tan sólo saben de balances contables y les trae al pairo las históricas reivindicaciones de las lenguas minoritarias.
2 comentarios:
Si el cine es un negocio, se doblarán o se subtitularán las películas, a cualquier idioma, si se obtienen beneficios y si no, lo lógico es no hacerlo. Si soy empresario del sector y me pagan el doblaje a una lengua concreta con la que no ganaría dinero, pues la doblo. Otro tema es si es más necesario ese dinero vía subvención para el doblaje o para otras cosas...
Hola Tomás:
Creo que es el peor momento para aplicar una ley de este tipo como digo en el post. Sencillamente, los que han redactado las leyes no van al cine o lo hacen muy pocas veces. En las multisalas el negocio se sustenta por la venta de palomitas, refrescos y demás. El cine en salas está dejando de ser un negocio rentable porque muchas familias prefieren invertir en una gran pantalla en casa, en un home-cinema por una cuestión puramente económica. El reclamo, pues, no será que proyecten esa película doblada en catalán o en la versión original subtitulada al catalán porque hay un hábito creado. Además, los que seguimos la actualidad diaria en catalán, en su mayoría, desconfiamos de unos infames doblajes que nos llevan a pensar que siempre son las mismas voces que se escuchan tanto para "Nissaga de poder", "Ventdelpla" o la última de Brad Pitt. Todo este carácter de "excepcionalidad" lingüística creada en torno al cine tiene mucha culpa los sucesivos gobiernos de la Generalitat, en especial CIU, a quienes les importaba bien poco eso llamado cine, volcando sus esfuerzos presupuestarios en subvencionar hasta la médula el teatro. El cine, capitulaban, era un valor residual, una conquista perdida. de ahí que se me antoje esta ley la crónica de una muerte anunciada. El empeño, si acaso, cabría ponerlo en la versión original, mucho más barata y que puede ir incrementándose paulatinamente los que se acerquen a la versión original (subtitulada en catalán o en castellano). Me parecería bien que se fomentara un plan que prevea pasar de un 7% de asistencia a salas de versión original a un 10% a tres años vista. Eso sería razonable; lo demás, una entelequia.
saludos
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