Diversas noticias que acaparan titulares de la prensa, en internet y en los medios de comunicación en general parecen converger en una idea que flota en el ambiente desde hace años y más a tenor de la conciencia que estamos tomando en torno al cambio climático. Una posible solución del conflicto que tiene en pie de guerra a los trabajadores de la Nissan de un distrito de Barcelona pasaría por la fabricación de un modelo de automóvil eléctrico; las bolsas de plástico tienen los € contados en las tiendas y en los supermercados si se aplica una normativa en la que se regule económicamente el uso de las mismas con el fin de disminuir drásticamente el volumen de residuos con un largo proceso de biodegradación (evaluado en centenares de años); la restricción de los límites de velocidad en los accesos a las grandes ciudades con el fin de amortiguar el crecimiento de la polución debido a la emisión de dióxido de carbono que genera el transporte rodado, etc. Digamos que los políticos han empezado a darse cuenta que esas medidas quizás resulten estériles o simplemente alarguen la agonía del planeta tierra, a efectos de los ecologistas, pero al menos dirigen esa lupa gigante hacia uno de los focos del problema socioeconómico que hace que cada vez seamos más dependientes del petróleo y arbitremos soluciones, al medio plazo, que pasen por una apuesta decidida por las energías renovables, asimismo denominadas limpias. Miguel Sebastián, uno de los pocos ministros del actual gabinete gubernamental social que, a mi juicio, se salva de la quema, en su función de Ministro de Medio Ambiente, apuesta por iniciativas que caminen en esta dirección. Entre tanto «Mesías» del siglo XXI que propugna el «fin de los tiempos» en forma de discurso pseudoecológico, quizá sea conveniente tomar nota de noticias como la aparecida recientemente en Ota, una localidad situada al noroeste de Japón, donde quinientos cincuenta hogares se benefician de paneles solares sufragados por el ayuntamiento de la localidad nipona. Ese modelo de gestión ambiental ha producido inclusive que en algunas casas se genere un excedente de energía fotovoltaica que revierte en forma de un pequeño beneficio para los propietarios de las mismas si la ceden para otros servicios que precise el consorcio del municipio. Si algo se caracteriza nuestro país es el de tener gran parte del año días soleados y, por tanto, ser un óptimo «receptor» de energía solar a través de placas fotovoltaicas. En el enésimo plan de choque auspiciado por el gobierno del estado en tiempos de crisis, los ayuntamientos serán los siguientes en beneficiarse económicamente en aras a reactivar la economía, fomentando construcción de obra pública. A mi entender, un modelo que ya ha tocado techo, en permanente construcción –una «paranoia» que ha dejado centenares de miles de inmuebles sin habitar en una sola comunidad–. Me gustaría creer que Miguel Sebastián liderará algún día un «plan renove» y que incentivara, vía decreto, la implantación de panales solares en buena parte de los hogares de cada municipio menor de, por ejemplo, 20.000 habitantes, y de esta forma ir tejiendo progresivamente un sistema de energías renovables que tuviera traducción en nuestros bolsillos, por el ahorro que comporta, y por descontado, en el medio ambiente. Si algún día llegamos a recorrer ese camino que nos lleve a otear en el horizonte una solución a esa hiperdependencia por el crudo, dejemos de frecuentar las páginas de economía de los diarios (digitales o en papel) con el único objetivo puesto en saber a cuanto cotiza el barril de Brent. Sus constantes fluctuaciones no son más que un indicativo que no estamos sacando el máximo provecho de un bien infinito (al menos desde una escala humana) en forma de disco solar. En este sentido, en un pequeño país del sol naciente ya se han puesto las pilas... y empiezan a ver la luz.
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