A imagen y semejanza de lo que ocurre en la sociedad, la industria cinematográfica no parece un buen refugio para aquellas actrices que han traspasado el umbral de los cuarenta. Sencillamente, la idea de ofrecer un papel protagonista a una mujer que rebasa los cuarenta años no entra en las mentes de unos empresarios/productores volcados en el puro rendimiento económico y, sabedores que el público que acude a las salas cinematográficas son en un elevado porcentaje adolescentes o jóvenes que rondan la veintena, sería tanto como dar por sentado que no verían una película en la que «esa tía tiene la edad de mi madre». Afortunadamente, aún siguen existiendo propuestas que convocan a un público adulto y que los tratan como tales. Hace pocas semanas me acerqué a ver Noches de tormenta (2008) con el principal reclamo para un servidor de Diane Lane. A punto de cumplir cuarenta y cuatro años —los hará el 22 de enero—, Diane Lane (a la que por cierto, tiene un parecido más que razonable con otra actriz: Gemma Vilarasau) demuestra que su madurez le ha permitido asentarse como una de las grandes intérpretes de la escena cinematográfica actual. Posee una belleza serena, define con la mirada y los gestos cada uno de sus pensamientos. Desde hace tiempo pocas veces he quedado con la sensación de que una interpretación roza la perfección; ni un ademán gratuíto ni una pose de más... La actual compañera de Josh Brolin toca el cielo con un prodigio de saber leer lo que demanda cada instante: ternura, resentimiento, aflicción, enamoramiento, deseo, pesar... Sospecho que, al margen del talento natural de Diane Lane, el feeling existente entre ella y Richard Gere —ya habían trabajado juntos en Cotton Club (1984) e Infiel (2001)— y la sabia dirección de George C. Wolfe, un hombre con una amplia y reconocida actividad teatral a sus espaldas, han jugado a favor de una interpretación excepcional presidida por la naturalidad. A menudo nos centramos demasiado en la trama de la historia que nos ofrece una u otra película, condicionamos nuestras valoraciones dependiendo del conocimiento(e interés) que tengamos por uno u otro director, en detrimento del juicio que nos merece una interpretación. Solo de esta forma ha podido pasar desapercibida, a los ojos de muchos, el portento interpretativo del que hace acopio Diane Lane en Nights in Rodanthe. La versión original, por tanto, se hace imprescindible para deleitarse en un trabajo que demuestra lo absurdo de marginar el caudal interpretativo de tantas intérpretes que vencidos sus años de esplendor físico pasan a un segundo plano, cuando no al anonimato. Espero que Diane Lane siga firme en su propósito de retratar seres humanos, personajes que como el de Adrienne Willis provoquen una empatía en el espectador. Creo que este aspecto a la hora de emitir valoraciones queda aparcado por una crítica que cada vez más se asemeja a los profesores de autoescuela que van descontando puntos en su libreta al observar desde la comodidad de su asiento los errores/fallos que comete el «examinado». God Bless Diane: tu grandeza es de las que se ven pero también se sienten. Evidentemente, en el mundo de Haldane, que no dista en demasía de los paisajes que ofrece Noches de tormenta, siempre habrá un sitio para una actriz que provoca el enamoramiento a cada secuencia cuando las condiciones son propicias. Allí estuvieron Wolfe y Gere para dar fe de ello. Sin duda, los Moody Blues debieron inspirarse en personas de la calidez emocional de Diane Lane para componer Nights in White Satin...
No hay comentarios:
Publicar un comentario